25 Mar

Los años 40 son años difíciles de posguerra y de dictadura franquista, de aislamiento internacional, pobreza, hambre, represión y férrea censura. Se publica una novela de los vencedores con una visión dialéctica (dos bandos) de la sociedad, dividida en “buenos y malos”, bastante triunfalista, hasta que algunos escritores encuentran en el enfoque existencial su forma de expresión del desconcierto, el desequilibrio de fuerzas y la angustia vital. (En sus novelas aparece reflejado los sentimientos de angustia vital de hombre y el desconcierto ante las circunstancias históricas. Sobre todo las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial). Cela escribe La familia de Pascual Duarte, con la que se inaugura el llamado “tremendismo”, caracterizado por la descripción truculenta de lo más feo de la sociedad, con personajes que cuentan hechos violentos o desagradables en un lenguaje duro, propio de su medio degradado. La novela entronca con una tradición que pasa por la picaresca, el drama rural y el determinismo de Baroja.

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(En ella, Pascual Duarte escribe en la cárcel sus memorias y se duele de su trágico destino y de su vida, que justifica como proveniente de su herencia genética y de una serie de circunstancias que lo ponen en situaciones límite). Carmen Laforet publica Nada,

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novela en que una muchacha va a estudiar a Barcelona y se aloja con unos parientes derrotados en la Guerra Civil, que viven en un ambiente moral y físicamente degradado. La joven universitaria retrata sin tremendismo pero sin tapujos y con tristeza, una ciudad y unas gentes gobernadas por la nada, por el vacío, el desencanto, la mezquindad, las bajas pasiones y la hipocresía social. El joven Delibes recibe el Premio Nadal por su novela La sombra del ciprés es alargada, en la que también hay frustración y tristeza a pesar de la resignación religiosa. Como se ve, en la novela existencial los temas predominantes son la soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte… Los personajes son seres marginados, violentos oprimidos a veces con taras físicas o psíquicas, que viven desorientados. Los espacios son limitados, estrechos, cerrados y se observa una preferencia por la primera persona y el monólogo. En los años 50 empieza una tímida apertura al exterior que coincide con una cierta relajación de censura a editoriales “más abiertas”, con el éxodo rural y la consolidación de la clase media burguesa, así como con los conflictos de clase y las protestas de universitarios u obreros contra el régimen. Los autores encuentran en la novela social su instrumento para la denuncia. Los antecedentes están en el realismo español decimonónico con cierto costumbrismo (Galdós), la Generación del 98 con su denuncia del estancamiento nacional (Azorín, Baroja) y en la literatura extranjera del neorrealismo italiano (Pasolini) o la generación perdida americana (Faulkner, Dos Passos, Steinbeck, Hemingway), que resaltan los rasgos desagradables o grotescos. Hay dos tendencias de realismo social: el objetivismo y el realismo crítico. En ambas hay compromiso social, pero en el caso del objetivismo se refleja fielmente la realidad, conductas y diálogos de los personajes, sin mediar comentarios o interpretaciones del autor y la crítica está implícita, mientras que en el realismo crítico esta es explícita.

OBJETIVISMO

El Jarama (ARGUMENTO) (1955) de 4 novela que retrata fielmente la conducta y diálogos triviales de unos jóvenes obreros del momento disfrutando de un día de ocio a orillas del Jarama. Los diálogos reflejan sus vidas huecas y vulgares, así como otras de clientes de una venta que reflejan la generación anterior.

REALISMO CRÍTICO

Representativas del realismo crítico son las obras Central eléctrica de la López. Pacheco, que critica las duras condiciones laborales de los obreros de una presa, La piqueta de Antonio Ferrer, sobre el chabolismo y La zanja de Alfonso Grosso, sobre las desigualdades sociales en el campo andaluz.


En las novelas del realismo social prima el personaje colectivo frente al individuo. El lenguaje será claro y sencillo, con diálogos en estilo directo llenos de coloquialismos que alargan la acción; el narrador utiliza el punto de vista de la tercera persona omnisciente. La estructura es sencilla: hay narración lineal con cuadros de situaciones cotidianas y los espacios y tiempos son reducidos. En La colmena de Cela, 300 personajes, la mayoría de clase media empobrecida por la guerra, se retratan con trazos caricaturescos, a veces, y muestran la dureza de la vida española en el Madrid de 1943. La evocación de la infancia la hacen Sánchez Ferlosio en su novela Industrias y andanzas de Alfahuí, narrando las aventuras fantásticas y poéticas de un niño que recorre el mundo ayudado por el gallo de la veleta de una torre, y Miguel Delibes en El camino mostrando un niño que la noche antes de abandonar su pueblo para estudiar en la ciudad evoca sus correrías y la vida de los vecinos. La monótona vida del pueblo leonés se retrata en Los bravos de Jesús Fernández Santos. La crítica dura contra la burguesía de provincias está en novelas como Mi idolatrado hijo Sisí, de Delibes y Juegos de manos de Goytisolo. Son singulares Ana María Matute conjugando realismo y lirismo, y Álvaro Cunqueiro con su línea de fantasía de mitos y elementos mágicos. En el exilio, destacan Requiem por un campesino español, de Ramón J. Señer, en que un cura evoca la vida de Paco el del molino, muerto por los odios desatados en la guerra; Max Aub con temática de la Guerra Civil y Arturo Barea con la trilogía La forja de un rebelde, entre autobiográfica e histórica con tintes comprometidos. Los años 60 son los del desarrollo económico, el crecimiento del turismo y el cambio de mentalidad. Aumenta la emigración y la oposición al régimen franquista. En literatura se produce un desgaste de la novela social. Ahora interesa más la renovación (lingüística y formal) aunque no se pierda la intención crítica. En 1962 aparece una novela de Luis Martín Santos, Tiempo de silencio.

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Pedro, un médico que investiga sobre el cáncer, se ve implicado en la vida chabolista de Madrid, donde tiene que asistir en un aborto clandestino. Por ello, le detienen y aunque demuestra su inocencia, su vida queda marcada por las tragedias que ha presenciado, abandonando Madrid para hacerse médico rural. En ella Pedro, un médico becado para investigar sobre el cáncer, conoce el mundo de las chabolas madrileño, de donde saca sus ratones de laboratorio. Se ve implicado contra su voluntad en un aborto clandestino. Le detienen y aunque consigue demostrar su inocencia, su vida quedará marcada desde entonces por circunstancias trágicas que le llevan a abandonar Madrid y hacerse médico rural. Esta obra introduce las novedades características de la novela experimental de esta década: el enfoque existencial extendido también a las clases sociales desfavorecidas, que en la novela social eran siempre inocentes; la estructura en secuencias en vez de en capítulos, con alguna ruptura temporal para narrar hechos de seis días; el punto de vista múltiple que incluye el monólogo interior, el estilo indirecto libre y la segunda persona para hablar consigo mismo; el lenguaje experimental y culto, con unas descripciones y sintaxis complejas y con referencias mitológicas para describir personajes vulgares (así Florita es Nausícaa y Pedro hace una odisea). En definitiva, la producción literaria de la inmediata posguerra sufre las consecuencias directas de la guerra y se hace eco de la fractura que separa a los vencedores de los vencidos en la contienda. Aquellos que no dejan su España natal se quedarán en un exilio interior vigilado de cerca por la censura; otros escribirán desde el exilio. Poco a poco y durante la década de los 50, la novela existencial irá dejando paso a una novela concebida como instrumento de cambio social, una novela social que se irá desgastando con la renovación formal que supusieron las vanguardias en la década de los 60.

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