25 May
La novela en los años cuarenta: nacionalismo, existencialismo y tremendismo (Carmen Laforet y Camilo José Cela)
Tras la ruptura que se impone en todos los órdenes después de la Guerra Civil Española y en el contexto de una férrea dictadura, la literatura se recompone lentamente, marcada por las muertes y los exilios, en busca de nuevos caminos para explicar la realidad.
En un primer momento, los autores más leídos y promocionados son los novelistas del bando vencedor, lo que da lugar a la llamada novela nacionalista. Entre ellos destaca Agustín de Foxá (1906-1959), quien alcanza un gran éxito con Madrid, de corte a checa (1938). Con un estilo impresionista, Foxá ofrece la visión de un falangista durante los años de la Segunda República y su huida del Madrid republicano en plena guerra. También sobresale José María Gironella (1917-2003), ganador del prestigioso premio Nadal, quien triunfa con su tetralogía sobre la Guerra Civil: Los cipreses creen en Dios (1953), Un millón de muertos (1961), Ha estallado la paz (1966) y Los hombres lloran solos (1986).
La novela existencial se caracteriza por tratar temas como la incertidumbre del destino humano, donde los personajes deambulan sin encontrar una meta definida, en busca de valores auténticos que den sentido a sus vidas y los alejen de la monotonía. También aborda la incomunicación, ya que el aislamiento de los individuos es una consecuencia del sinsentido de la existencia, lo que dificulta el acercamiento a los demás. El motivo central que impulsa estos temas es la Guerra Civil, un acontecimiento que deja tras de sí un profundo desconcierto y resentimiento. Los novelistas de esta corriente intentan comprender las razones que llevaron al conflicto y sus devastadoras consecuencias. En este contexto, una jovencísima Carmen Laforet (1921-2004) gana el premio Nadal con Nada (1945), una novela de tono pesimista en la que la protagonista, Andrea, ve desvanecerse sus ilusiones en el sórdido ambiente familiar en el que se instala al comenzar sus estudios universitarios. Frente a los personajes atormentados de la casa, Andrea representa una nueva generación que aspira a construir un mundo diferente.
Por otro lado, el tremendismo surge en 1942 con la publicación de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (1916-2002), quien años después recibiría el premio Nobel de Literatura. En esta novela, Cela tiende a revelar los aspectos más violentos y crueles de la existencia, con un tono desgarrador y crudo. Pascual Duarte, el protagonista, es un antihéroe marcado por la violencia, el abandono y la soledad. Condenado a muerte por sus crímenes, narra su historia con frialdad y desde su propio punto de vista, utilizando un lenguaje coloquial pero profundamente expresivo.
La novela de los cincuenta: el realismo social (Camilo José Cela, Rafael Sánchez Ferlosio)
En los años 50, la lenta recuperación económica trajo consigo un cambio sociocultural. La nueva novela de la época se centra en la sociedad española, marcada por una soledad individual y colectiva derivada de tres grandes rupturas sociales: entre ricos y pobres, entre el campo y la ciudad, y la provocada por la Guerra Civil.
El estilo que predomina es sobrio y sencillo, con un protagonista colectivo, escenarios concretos y tiempos breves organizados de forma lineal. El narrador es testigo en tercera persona, sin opinar ni juzgar. Dentro de esta narrativa surgen dos tendencias principales:
Objetivismo
El escritor actúa como un espectador que presenta la realidad sin emitir juicios de valor. Un ejemplo destacado es El Jarama (1955) de Rafael Sánchez Ferlosio, donde se relatan 16 horas de una excursión juvenil al río Jarama, interrumpida por el trágico ahogamiento de una chica. La técnica objetiva se manifiesta en los diálogos abundantes con lenguaje coloquial, mientras el narrador se limita a ser testigo de los hechos.
Realismo social
Aquí, el escritor busca explicar y denunciar las injusticias que marginan a ciertos sectores de la sociedad. Un referente es La colmena (1950) de Camilo José Cela, una novela abierta y sin desenlace, con más de trescientos personajes que componen una crónica del Madrid de 1943. La narración, lejos de ser lineal, presenta acciones simultáneas en diferentes espacios y en un lapso de solo tres días. Su estilo es natural y antirretórico, incorporando refranes y vulgarismos propios del habla madrileña.
Otros autores destacados de este periodo son Miguel Delibes con El camino (1950) y Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Gonzalo Torrente Ballester con la trilogía Los gozos y las sombras (1957-1962), Luis Romero con La noria (1951), Ignacio Aldecoa con El fulgor y la sangre (1954), Jesús Fernández Santos con Los bravos (1954) y Carmen Martín Gaite con Entre visillos (1957).
La novela de los sesenta y principios de los setenta: la experimentación formal (Luis Martín-Santos, Miguel Delibes)
El desgaste de la novela social, junto con la influencia renovadora de la literatura hispanoamericana, dio paso a una nueva corriente caracterizada por la experimentación formal y la confrontación entre distintos planos de la realidad, como el ideológico y el social.
Novela experimental: características
La novela experimental se distingue por varias características:
- Ruptura con la linealidad temporal mediante desórdenes cronológicos, flashbacks y flashforwards, fragmentando espacio y tiempo con interrupciones y la incorporación de textos periodísticos o en verso.
- Personajes que atraviesan crisis existenciales y problemas de identidad, mientras que los narradores, a veces convertidos en personajes, recurren al monólogo interior.
- Descomposición de la estructura del discurso mediante la técnica del contrapunto, rompiendo la unidad del párrafo y dejando espacios en blanco, con una sintaxis que no siempre sigue una lógica convencional.
- Enriquecimiento del lenguaje literario con cultismos, neologismos y extranjerismos, mezclando distintos registros que dificultan la lectura.
- Introducción de una polifonía narrativa con múltiples monólogos interiores, el uso combinado del estilo directo e indirecto y el perspectivismo.
Uno de los referentes de esta corriente es Luis Martín-Santos (1924-1975) con Tiempo de silencio (1962), una novela compleja que revolucionó la narrativa con su uso del retoricismo, la inadecuación entre lenguaje y contexto marginal de los personajes, y la combinación de registros léxicos como cultismos, neologismos y terminología científica. La obra carece de capítulos y está estructurada en 63 secuencias separadas por espacios en blanco. El narrador omnisciente en tercera persona adopta diversas perspectivas, alternando monólogos interiores en primera y segunda persona y un estilo indirecto libre sin marcas introductorias.
Otra aportación clave es la de Miguel Delibes (1920-2010) con Cinco horas con Mario (1966). En esta novela, el monólogo interior es el recurso principal: la protagonista, sin interrupción durante cinco horas, reconstruye la figura de su marido, su relación y la sociedad de la época, revelando involuntariamente un aterrador retrato de sí misma.
Otros autores destacados de la novela experimental son Juan Benet con Volverás a Región (1967), Juan Goytisolo con su ciclo Antagonía, Torrente Ballester con Off-side, Juan Marsé con Últimas tardes con Teresa (1965) y Camilo José Cela, autor de San Camilo 1936 (1969), Oficio de tinieblas 5 (1973) y Cristo Versus Arizona (1988).
El teatro de los años cuarenta: comedia burguesa y teatro de humor (Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura)
Comedia burguesa o alta comedia
La comedia burguesa o alta comedia cumplió una doble función: entretener y educar mediante el elogio de la virtud. Se caracteriza por su construcción impecable y su tono ligero, con dosis de humor y ternura. Sus temas recurrentes son el amor, la exaltación de la familia, el matrimonio y el hogar, con personajes mayoritariamente burgueses, al igual que su público. Entre los autores más representativos destacan:
- José María Pemán (Callados como muertos, 1952; Los tres etcéteras de don Simón, 1958)
- Joaquín Calvo Sotelo (La visita que no tocó el timbre, 1949; Una muchachita de Valladolid, 1957)
- Juan Ignacio Luca de Tena (¿Dónde vas, Alfonso XII?, 1957)
- Víctor Ruiz Iriarte (El puente de los suicidas, 1944)
Teatro de humor
El teatro de humor destacó por su originalidad y creatividad, con dos figuras clave: Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. Jardiel Poncela creó comedias de humor inverosímil, con personajes en constante movimiento que habitan una sociedad feliz donde los principales objetivos son el amor y el dinero. Su estilo combina el humor verbal (chistes, retruécanos) con el de situación (hechos ilógicos y disparatados). Tras el éxito previo a la guerra con Angelina o el honor de un brigadier (1934), continuó su trayectoria con obras como Eloísa está debajo de un almendro (1940), Los ladrones somos gente honrada (1941) y Los habitantes de la casa deshabitada (1942).
Miguel Mihura, por su parte, utilizó la comedia para denunciar el absurdo de la vida cotidiana y las convenciones sociales que impiden la felicidad. Distorsionó la realidad con imaginación y fantasía poética, incorporando elementos policíacos en sus tramas. Su obra más emblemática, Tres sombreros de copa (1932), no fue estrenada hasta 1952, convirtiéndose en un precedente del teatro del absurdo.
El realismo social en el teatro de los años cincuenta: Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre
A finales de los años cuarenta, en circuitos no comerciales, surgió un teatro realista que se alejaba de la comedia burguesa y humorística predominante. Este teatro, marcado por el inconformismo social y, en algunos casos, el desasosiego existencial, contó con dos figuras clave que adoptaron posturas diferentes respecto al compromiso social del escritor.
Antonio Buero Vallejo defendía un enfoque posibilista, creyendo en la posibilidad de criticar el sistema dentro de los límites de la censura. En contraste, Alfonso Sastre promovía un realismo social de carácter revolucionario, considerando imposible realizar una crítica efectiva bajo la dictadura (posición conocida como imposibilismo).
Antonio Buero Vallejo (1916-1999)
Es el dramaturgo español más relevante de la segunda mitad del siglo XX. Desde Historia de una escalera (1949) hasta Misión al pueblo desierto (1999), escribió unas treinta obras con gran aceptación de crítica y público. Su teatro, de fuerte carga trágica y reflexiva, puede dividirse en tres categorías principales:
Obras de crítica social
Retratan la realidad española, como Historia de una escalera (1949), Hoy es fiesta (1956) o El tragaluz (1967).
Obras simbólicas
Como La tejedora de sueños (1952) o La fundación (1974).
Obras históricas
Reinterpretan figuras y eventos del pasado, como Un soñador para un pueblo (1958), sobre el motín de Esquilache; Las Meninas (1960), sobre Velázquez; o El sueño de la razón (1970), sobre Goya.
En toda su obra, Buero Vallejo explora temas como la injusticia social, la libertad, la lucha por la verdad y la dignidad humana, consolidando un teatro comprometido con la sociedad española de su tiempo.
Alfonso Sastre (1926)
Inició su camino en 1945 con el grupo experimental Arte Nuevo y plasmó su pensamiento en el Manifiesto del Teatro de Agitación Social. Su producción se divide en tres etapas:
Primera etapa (años 40)
Un teatro metafísico y existencialista, con obras como Uranio 235 (1946) y Comedia sonámbula.
Segunda etapa (años 50 en adelante)
Un teatro de crítica social que se radicaliza con el tiempo. Destacan Escuadra hacia la muerte (1953), un drama antimilitarista, y La mordaza (1954), una crítica indirecta a la dictadura.
Tercera etapa (décadas posteriores)
Su modelo de Tragedia compleja, que fusiona la caricatura grotesca con el distanciamiento brechtiano. Obras como Crónicas romanas (1985) y La taberna fantástica (1985) son ejemplos de esta evolución.
Ambos dramaturgos, aunque con enfoques distintos, contribuyeron a la renovación del teatro español, impulsando un arte más comprometido con la realidad social de su tiempo.
El teatro español desde los años sesenta hasta 1975: comercial, social y experimental (Fernando Arrabal y Francisco Nieva)
En los años sesenta surgió una nueva generación de dramaturgos que, en un primer momento, adoptaron la estética realista para luego evolucionar hacia enfoques más alegóricos o fantásticos sobre la realidad española. Entre ellos destacan Lauro Olmo, con La camisa (1962), una obra que refleja la precariedad y la lucha de la clase trabajadora; Carlos Muñiz, con Tragicomedia del serenísimo príncipe don Carlos (1974); y José María Rodríguez Méndez, con Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga (1965, estrenada en 1978).
Teatro comercial
Paralelamente, el teatro comercial continuó su desarrollo con autores como Alfonso Paso, cuya obra más representativa de la época es Vamos a contar mentiras (1961). Un caso singular es el de Antonio Gala, quien logró conjugar éxito comercial y calidad literaria, como en Anillos para una dama (1974), donde reinterpretó personajes históricos desde una perspectiva intimista y moderna.
Teatro experimental
En los años setenta, la influencia de las vanguardias impulsó un teatro más experimental y simbolista. Francisco Nieva fue una de las figuras clave de este movimiento y dividió su producción en tres tipos de teatro:
Teatro furioso
Con obras como Pelo de tormenta (1972).
Teatro de farsa y calamidad
Representado por Malditas sean Coronada y sus hijas (1980).
Teatro de crónica y estampa
Con piezas como Sombra y quimera de Larra.
Nieva concebía el teatro como una experiencia catártica y liberadora, en sintonía con las ideas de Antonin Artaud. Otro autor destacado de esta etapa es Fernando Arrabal (1932), quien desarrolló su carrera en Francia y se convirtió en una figura fundamental del teatro de vanguardia. Su obra mezcla la tradición satírico-grotesca española (inspirada en Quevedo, Goya y Valle-Inclán) con movimientos internacionales como el dadaísmo y el surrealismo. Evolucionó desde un teatro del absurdo hacia lo que denominó teatro pánico, que buscaba provocar y perturbar al espectador. Algunas de sus obras más representativas son Pic-nic (1952), El laberinto (1953) y El jardín de las delicias (1967).
Teatro social
En paralelo, emergió una tendencia conocida como teatro social, que abordaba problemáticas contemporáneas como el paro, la violencia, la drogadicción y la marginación, utilizando técnicas renovadas del sainete, la farsa y el esperpento. Autores como José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas, 1982; Bajarse al moro, 1985) y Fermín Cabal (Tú estás loco, Briones, 1982; Castillos en el aire, 1995) destacaron dentro de esta corriente.
Grupos de teatro independiente
Además, los grupos de teatro independiente desempeñaron un papel crucial en la renovación escénica, alejándose de los circuitos comerciales tradicionales. Entre ellos se encuentran Los Goliardos y Tábano en Madrid, Teatro Lebrijano y La Cuadra en Andalucía, Quart 23 en Valencia, Akelarre en Bilbao y TEU en Murcia. En Cataluña, la escena teatral fue particularmente innovadora con compañías como Els Joglars, Els Comediants, Teatre Lliure y La Fura dels Baus, que introdujeron nuevas formas de expresión dramática, combinando el teatro físico, la música y la experimentación visual.
Este período marcó una transformación en el teatro español, donde la exploración formal y el compromiso con la realidad social coexistieron, enriqueciendo el panorama escénico con propuestas audaces e innovadoras.
La poesía durante la Guerra Civil y los años cuarenta: arraigada y desarraigada (Miguel Hernández, Luis Rosales, Dámaso Alonso)
La poesía fue uno de los géneros más cultivados durante la Guerra Civil española, utilizada como medio de expresión ideológica por ambos bandos. Las difíciles circunstancias del conflicto impulsaron a los escritores a un compromiso radical, dando lugar a la llamada «literatura de urgencia».
Miguel Hernández (1910-1942)
Fue uno de los poetas más importantes de la época, reflejando en su obra la belleza y la tragedia de su país. En 1931 se trasladó a Madrid para desarrollar su carrera literaria, donde publicó Perito en lunas. En 1936 ganó reconocimiento con El rayo que no cesa, una colección de poemas de amor con imágenes surrealistas. Amigo de García Lorca y Neruda, apoyó la causa republicana tanto en el frente como en su poesía. Tras la guerra fue encarcelado y desde prisión escribió obras clave como Viento del pueblo y Cancionero y romancero de ausencias. Falleció en la cárcel de Alicante a causa de la tuberculosis.
En la posguerra, la poesía tomó dos caminos distintos: la poesía arraigada y la poesía desarraigada.
Poesía arraigada
Vinculada al régimen franquista, mostraba una visión idealizada de la vida y exaltaba valores tradicionales. Uno de sus principales representantes fue Luis Rosales, poeta de la Generación del 36. Estudió en Granada y en Madrid se vinculó a otros escritores del movimiento. Publicó Abril, influenciado por Garcilaso de la Vega, y sus obras cumbre La casa encendida (1949) y Diario de una resurrección (1979). En 1982 recibió el Premio Cervantes.
Poesía desarraigada
Reflejaba el dolor y la angustia de la posguerra. Dámaso Alonso (1898-1990) fue una de sus figuras clave. Alumno de Menéndez Pidal, se relacionó con escritores como García Lorca y Alberti. Su trabajo crítico sobre Góngora es fundamental. Como poeta, pasó del modernismo en Poemas puros a un tono más desesperado en Hijos de la ira (1944), donde expresaba su angustia ante la miseria humana. Otras de sus obras destacadas son Oscura noticia y Hombre y Dios. En 1978 recibió el Premio Cervantes.
La poesía social de los años cincuenta: compromiso y denuncia (Gabriel Celaya y Blas de Otero)
Los años cincuenta marcaron una nueva etapa en la poesía española. Aunque el país avanzaba económicamente, la falta de libertad y la censura impedían a muchos poetas expresar abiertamente sus ideas. Ante esta situación, la poesía existencial dio paso a una poesía social comprometida, en la que autores como Blas de Otero y Gabriel Celaya denunciaban las injusticias políticas y sociales de la España franquista.
Gabriel Celaya (1911-1991)
Es uno de los principales exponentes de la poesía social. Su obra, de carácter colectivo y reivindicativo, usó el verso como instrumento de lucha. En sus primeros libros, Movimientos elementales y Tranquilamente hablando (1947), ya mostraba una visión crítica. Posteriormente, en Las cartas boca arriba (1951) y Lo demás es silencio (1952), su compromiso político se hizo aún más evidente. A lo largo de su carrera, su poesía evolucionó hacia un tono más personal en Cantata en Aleixandre (1959) y hacia nuevas formas experimentales en Campos semánticos (1971). En 1986 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas, consolidándose como una de las voces más importantes de la poesía española del siglo XX.
Blas de Otero (1916-1979)
Nacido en Bilbao, comenzó su obra con una fuerte influencia religiosa y de los poetas místicos, evolucionando después hacia una poesía existencial en la que expresaba su pérdida de fe y su angustia personal. Más tarde, en su etapa social, defendió un humanismo comprometido con la justicia y la paz, apostando por una poesía que reflejara los problemas del presente para construir un futuro mejor. Su obra se estructura en tres tiempos: pasado histórico (rechazo de los valores tradicionales), presente histórico (visión crítica del contexto social) y futuro histórico (esperanza en una sociedad más justa). Sus libros más emblemáticos de esta etapa son Ángel fieramente humano (1950) y Pido la paz y la palabra (1955), donde su voz se alza como una de las más influyentes de la poesía social de la posguerra.
José Hierro (1922-2002)
Otro autor fundamental de este período. Su poesía, inicialmente cercana a la poesía social, fue evolucionando hacia un tono más reflexivo y existencial. Entre sus obras más representativas destacan Alegría, donde aún se percibe una mirada optimista dentro de la adversidad, y Cuaderno de Nueva York, en el que su estilo se vuelve más introspectivo y simbólico.
La poesía en los sesenta y primeros setenta: la Generación del 50 y los Novísimos
La Generación del 50 fue un grupo de poetas que, partiendo del realismo social y la crítica a los aspectos más duros de la España de la posguerra, reivindicó el valor estético en su poesía.
José Ángel Valente (1929-2000)
Poeta, ensayista y profesor, estudió Filología Románica en Madrid. Se dio a conocer tras ganar el Premio Adonais con A modo de esperanza. Más tarde, en El inocente, adoptó un tono más culto e irónico, diferenciándose del realismo de sus predecesores. Otras obras destacadas son Poemas a Lázaro, La memoria y los signos y Punto cero.
Jaime Gil de Biedma (1929-1990)
Perteneciente a la alta burguesía, estudió Derecho en Barcelona y Salamanca. Su poesía, marcada por la experiencia, utiliza la biografía para criticar con ironía su infancia, alejándose del populismo de la poesía social. El amor sensual y el paso del tiempo son temas recurrentes en obras como Compañeros de viaje y En favor de Venus. Su estilo influyó tanto en los poetas sociales como en los Novísimos. Otros autores de esta generación incluyen Ángel González, Antonio Gamoneda y Claudio Rodríguez.
Los Novísimos representaron la primera generación de poetas nacidos tras la Guerra Civil, con un estilo vanguardista y un rechazo a la poesía anterior, reivindicando el esteticismo y el decadentismo.
Pere Gimferrer
Inició su carrera con Mensaje del Tetrarca, caracterizado por una poesía sensorial. Con el tiempo, su obra evolucionó hacia una mayor experimentación, influenciada por autores como Vicente Aleixandre. Entre sus obras destacan L’espai desert, El vendaval y Mascarada.
Antonio Martínez Sarrión
Destacó por su actitud rebelde y su admiración por la poesía beat y el surrealismo. Su obra también incluye una fuerte corriente memorialista, reflejada en sus diarios y trilogía de memorias. Entre sus libros de poesía sobresalen Teatro de operaciones, Pautas para conjurados y Cordura.
Deja un comentario