29 Abr
CONTEXTO: René Descartes (1596-1650) nació en La Haye, Francia, y estudió en la prestigiosa escuela de La Flèche. Después de obtener la licenciatura en Derecho, se desilusionó con la filosofía aristotélica y la manera de enseñar de la época, afirmando que solo las matemáticas le ofrecían certeza. En 1619, durante la Guerra de los Treinta Años, tuvo una revelación sobre el método científico que unificaría todas las ciencias. Descartes se trasladó a Holanda, donde desarrolló sus ideas filosóficas, publicando Discurso del método (1637) y Meditaciones metafísicas (1641).
Descartes defendió el principio Cogito, ergo sum e influyó en la filosofía moderna con su racionalismo. Su obra científica fue polémica, y evitó la publicación de su Tratado del mundo (1633) debido a la condena de Galileo. Cansado de las controversias, aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia para trasladarse a Estocolmo, donde murió en 1650. Su obra estableció las bases del pensamiento moderno y marcó el camino para el desarrollo de la filosofía y la ciencia.
Teoría del Conocimiento en Hume
La teoría del conocimiento de David Hume se enmarca dentro del empirismo, una corriente filosófica que sostiene que el conocimiento se deriva principalmente de la experiencia sensorial. Hume, nacido en Escocia en 1711, se opone a las ideas racionalistas de filósofos como René Descartes, que afirmaban que el conocimiento se podía alcanzar mediante la razón y que existían ideas innatas.
En su obra más destacada, Tratado de la naturaleza humana (1739), Hume argumenta que todas nuestras ideas son copias de impresiones, es decir, de experiencias directas que hemos tenido. Estas impresiones son vívidas y se presentan en nuestra conciencia, mientras que las ideas son simples reproducciones más débiles de esas impresiones. Así, Hume niega la existencia de ideas innatas y sostiene que el conocimiento debe estar limitado a lo que podemos experimentar.
Además, Hume es conocido por su escepticismo respecto a conceptos fundamentales como la causa y la substancia. Argumenta que no podemos conocer la realidad más allá de nuestras percepciones y que la noción de substancia, tal como la definía Descartes, no tiene una base real. Para Hume, las substancias son simplemente construcciones de nuestra imaginación, creadas para unir series de percepciones. Esto implica que el «yo», en lugar de ser una entidad fija, se reduce a un «haz de percepciones» que cambian constantemente.
En resumen, la teoría del conocimiento de Hume se centra en la idea de que el conocimiento proviene de la experiencia y que nuestras ideas son solo copias de impresiones. Su enfoque crítico sobre la causalidad y la substancia ha tenido un impacto duradero en la filosofía moderna, planteando cuestiones profundas sobre la naturaleza del conocimiento y la realidad.
Clasificación de Ideas: Impresiones y Ideas
David Hume clasifica las ideas en dos categorías principales: impresiones e ideas. Esta clasificación es fundamental en su teoría del conocimiento, ya que establece la base de cómo adquirimos y entendemos el conocimiento.
- Impresiones: Son las percepciones más vívidas e intensas. Se dividen en:
- Impresiones de sensación: Percepciones directas obtenidas a través de los sentidos, como ver un color o tocar una textura.
- Impresiones de reflexión: Percepciones que surgen de la reflexión sobre experiencias previas, como emociones o pensamientos derivados de sensaciones.
- Ideas: Son copias más débiles de las impresiones. Cuando recordamos o imaginamos algo, estamos utilizando ideas. Hume sostiene que todas las ideas provienen de impresiones previas, lo que significa que no podemos tener ideas que no se deriven de una experiencia sensorial.
Esta teoría implica que cualquier concepto que no pueda ser rastreado hasta una impresión no tiene sentido y no puede ser considerado conocimiento válido. Por ejemplo, Hume critica la idea de substancia, argumentando que no podemos tener una idea si no está basada en impresiones concretas.
En resumen, la clasificación de impresiones e ideas es central en la filosofía de Hume, ya que defiende que el conocimiento proviene de la experiencia y que las ideas son simples reproducciones de esta. Esta perspectiva ha influido profundamente en el desarrollo del empirismo y la epistemología moderna.
Teoría Ética de David Hume
La teoría ética de David Hume se caracteriza por su enfoque emotivista y su crítica al racionalismo moral. En Investigación sobre los principios de la moral (1751), Hume sostiene que la moralidad no se basa en la razón, sino en los sentimientos y emociones que experimentamos.
Según él, las acciones se juzgan como buenas o malas en función de los sentimientos que provocan en nosotros y en los demás, lo que implica que la moralidad es, en última instancia, una cuestión de sentimiento.
Hume critica la idea de que se pueda derivar el «deber ser» de la «naturaleza del ser», lo que se conoce como la falacia naturalista. Argumenta que no se pueden deducir principios morales a partir de hechos naturales, ya que la moralidad está más relacionada con nuestras emociones y la aprobación social que con la razón pura. Esto significa que, para Hume, la ética es subjetiva y depende de la experiencia individual y colectiva.
Su teoría ética está estrechamente relacionada con su clasificación de las ideas en impresiones e ideas. Hume considera que las impresiones (experiencias directas y vívidas) son la base de nuestras ideas morales. Así, nuestras evaluaciones éticas se basan en las impresiones que nos generan ciertas acciones, que evocan sentimientos de aprobación o desaprobación.
En resumen, la teoría ética de Hume pone énfasis en el papel de los sentimientos en la moralidad y rechaza la idea de que la razón pueda ser su base. Su clasificación de las ideas refuerza esta visión, al indicar que las ideas morales derivan de las impresiones que experimentamos en la vida cotidiana.
Crítica de Hume a la Metafísica
Hume es absolutamente contrario a la metafísica entendida como un saber que pretende ir más allá de la experiencia. Y piensa que “una pequeña dosis de pirronismo podría aplacar el orgullo” de los pensadores dogmáticos (racionalistas que creen en el poder infinito de la razón).
Recuerde que el escepticismo es la corriente filosófica del helenismo por la cual es imposible conseguir la verdad y que recomienda la epojé o ausencia de juicio sobre las cosas. Su fundador fue Pirrón de Elis en el siglo IV a.C. Este es un escepticismo radical que llega a negar la existencia del mundo externo. Hume adopta un escepticismo moderado. Es decir, si lo que conocemos son nuestras percepciones y no las cosas directamente, nada nos asegura racionalmente la existencia de un mundo exterior. Pero resultaría absurdo -y nocivo para la vida- negar la existencia del mundo y actuar en consecuencia. La vida misma se encarga de eliminar este escepticismo. Y la vivacidad de las impresiones basta para fundar la creencia en un mundo exterior.
Este escepticismo moderado nos protege del dogmatismo de los metafísicos y al hacernos reconocer las limitaciones de nuestro entendimiento nos impide abordar cuestiones que no tienen su fundamento en la experiencia, como son las cuestiones metafísicas.
La más abstrusa de todas es la que se refiere al problema de la substancia, ya sea la substancia corpórea (el sujeto de las cualidades percibidas) o espiritual (el yo, sujeto de la actividad mental) o la substancia perfecta (Dios).
La Crítica a la Noción de Substancia
Hume cuestiona la validez de la idea de substancia en el contexto de su empirismo radical. Sostiene que la noción de substancia, tal como se ha entendido tradicionalmente, carece de fundamento empírico y se basa en una construcción mental sin correspondencia con la realidad.
Crítica a la substancia material
Hume argumenta que la idea de substancia no se puede justificar mediante las impresiones que tenemos. Según él, lo que llamamos «substancia» es simplemente un concepto que usamos para agrupar un conjunto de percepciones que aparecen juntas. Por ejemplo, cuando pensamos en una rosa, no estamos considerando una substancia inalterable que subyace a sus propiedades, sino que simplemente reconocemos un conjunto de impresiones sensoriales (color, forma, tamaño) que experimentamos simultáneamente. En este sentido, la substancia no es más que una construcción de la imaginación, y no una entidad real.
Crítica a la substancia del ‘yo’
Hume también critica la noción de substancia aplicada a la identidad personal. Mientras Descartes afirmaba que el «yo» es una substancia pensante, Hume sostiene que no hay ninguna impresión única que corresponda a esta idea. En su lugar, propone que el «yo» es un «haz de percepciones» cambiantes, lo que implica que no hay una identidad fija que pueda ser considerada como una substancia permanente.
Crítica a la substancia divina
Hume amplía su crítica a la idea de substancia en un sentido más amplio, como en el caso de la substancia divina. Mientras Descartes intentaba demostrar la existencia de Dios a partir de la noción de substancia infinita, Hume argumenta que no tenemos ninguna impresión directa que justifique la existencia de una substancia de esta índole. Así, concluye que la idea de Dios, al igual que la de cualquier otra substancia, carece de fundamento empírico y, por lo tanto, no puede ser considerada conocimiento verdadero.
Conclusión: La crítica de Hume a la noción de substancia se fundamenta en su ausencia de base empírica y en el hecho de que se trata de una construcción mental. Según él, tanto la substancia material como la inmaterial son conceptos que no tienen una base real en nuestras impresiones, lo que conduce a un escepticismo profundo sobre la validez de estas nociones en la metafísica. Esta postura tiene importantes implicaciones para la filosofía moderna, ya que desafía las concepciones tradicionales de la realidad.
Cuestiones de Hecho y Relaciones de Ideas
Hume distingue entre cuestiones de hecho y relaciones de ideas, donde las primeras dependen de la experiencia y la observación del mundo. Estas afirmaciones son contingentes y pueden ser verdaderas o falsas según las circunstancias del mundo real. Por ejemplo, la afirmación «la nieve es blanca» es una cuestión de hecho que requiere verificación empírica. Hume argumenta que nuestro conocimiento de las cuestiones de hecho se basa en la experiencia y el hábito, y no en una relación necesaria entre causa y efecto.
La diferencia clave entre ambas categorías radica en su naturaleza y en cómo se validan. Las relaciones de ideas son a priori y se pueden conocer sin recurrir a la experiencia, mientras que las cuestiones de hecho son a posteriori y requieren la observación del mundo para su validación. Hume subraya que, aunque las relaciones de ideas son ciertas y necesarias, su alcance es limitado, ya que no nos proporcionan información sobre el mundo real, sino que se centran en la lógica y las matemáticas. Esta clasificación es fundamental para entender su crítica a la metafísica y su escepticismo sobre la causalidad.
La Idea de Sujeto en la Filosofía de Hume
Hume niega la idea de un sujeto fijo y permanente, cuestionando así la noción tradicional del «yo». Según él, lo que llamamos «yo» no es más que un conjunto de percepciones cambiantes que experimentamos en la conciencia. Esta posición implica un escepticismo radical sobre la identidad personal, ya que no hay una impresión única y constante que corresponda a la idea del «yo».
Hume argumenta que nuestra experiencia del «yo» se compone exclusivamente de una sucesión de percepciones (sensaciones, pensamientos, emociones) que se suceden en la mente. La continuidad que creemos percibir en nuestra identidad es, en realidad, una construcción mental basada en la memoria, que conecta diferentes experiencias pasadas y las unifica ilusoriamente. Por lo tanto, la identidad personal no es una sustancia permanente, sino una ficción que nuestra mente crea para dar sentido a la experiencia.
Esta crítica al sujeto también tiene implicaciones para la noción de sustancia divina. Si el «yo» no es una realidad permanente, sino una construcción mental, Hume sostiene que la idea de Dios como una sustancia infinita tampoco tiene fundamento empírico. No tenemos ninguna impresión directa de Dios, por lo que su existencia, al igual que la del «yo» sustancial, no puede ser establecida mediante la experiencia.
En conclusión, la concepción humeana del sujeto desafía la idea de una identidad fija y estable. En lugar de un «yo» permanente, Hume presenta un modelo en el que la identidad personal es una sucesión de percepciones sin un centro unificador real. Esta perspectiva supone una ruptura con la tradición filosófica anterior y tiene profundas implicaciones para la metafísica y la epistemología modernas.
El Problema de la Causalidad según Hume
Hume desmantela la concepción tradicional de la causalidad, que suponía una conexión necesaria entre causa y efecto. Según él, no tenemos ninguna experiencia directa de esta conexión, sino que simplemente observamos la sucesión constante de un evento después de otro.
Hume sostiene que, aunque percibimos regularidades en la naturaleza (como que el fuego siempre quema o que el agua apaga la sed), esto no nos permite afirmar con certeza que haya una conexión necesaria entre estos hechos. Nuestra idea de causalidad es, en realidad, una inferencia psicológica basada en la repetición de experiencias similares.
En lugar de basarse en una relación objetiva entre los fenómenos, la causalidad se fundamenta en la costumbre. Cuando un fenómeno A es seguido constantemente por un fenómeno B, nuestra mente asume que A causa B. Pero esta conexión no es una propiedad del mundo, sino una construcción mental basada en el hábito.
Este planteamiento conduce a un escepticismo profundo: si la causalidad no es una relación objetiva sino una creencia basada en la repetición, entonces nuestro conocimiento de las leyes naturales es siempre provisional y subjetivo. Esto pone en duda la validez absoluta del conocimiento científico y abre la puerta a una reflexión crítica sobre los límites de la experiencia humana.
En conclusión, para Hume, la causalidad no es una relación necesaria entre los eventos, sino una construcción mental derivada de la costumbre. Este enfoque rompe con la tradición filosófica anterior y establece las bases para el empirismo moderno y el escepticismo sobre el conocimiento humano.
El Concepto de Costumbre en Hume
Hume define la costumbre como el principio fundamental que guía nuestras inferencias sobre la realidad. Según él, nuestra creencia en la causalidad no se basa en una conexión necesaria observable entre los eventos, sino en la repetición constante de una misma secuencia de fenómenos.
Hume argumenta que cuando vemos que un evento A es seguido repetidamente por un evento B, nuestra mente asume que A causa B. Sin embargo, esta relación causal no es una propiedad inherente de la realidad, sino una expectativa que generamos por costumbre. Esto implica que nuestro conocimiento no proviene de una conexión metafísica entre causas y efectos, sino de un mecanismo psicológico que nos lleva a esperar que el futuro será similar al pasado.
Sin la costumbre, Hume sostiene que no podríamos confiar en nuestro razonamiento inductivo. No hay una justificación racional para asumir que el sol saldrá mañana, pero la repetición constante de este fenómeno nos hace creer que así será. Esto muestra que gran parte de nuestro conocimiento no se basa en una necesidad lógica, sino en patrones de experiencia.
Esta visión tiene importantes implicaciones epistemológicas y escépticas. Si la causalidad no es más que una construcción mental basada en la costumbre, entonces el conocimiento humano se fundamenta en la probabilidad y el hábito, no en certezas absolutas. Para Hume, la costumbre es el pilar de nuestro conocimiento sobre el mundo. Nos permite hacer inferencias útiles para la vida cotidiana, pero al mismo tiempo pone en duda la validez última de nuestras creencias sobre la realidad. Esta visión abre la puerta a un escepticismo profundo sobre la posibilidad de conocer las relaciones causales con certeza.
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