03 Nov

El Contexto de la Burguesía: Realismo y Naturalismo

La segunda mitad del siglo XIX, con la industrialización y el crecimiento de las ciudades, vio surgir la clase media. Esta nueva clase social y sus costumbres se convirtieron en el centro de interés de los escritores. En este contexto aparece el Realismo y el Naturalismo, movimientos literarios que buscan describir la realidad tal como es, dejando atrás el idealismo y lo subjetivo del Romanticismo.

Características del Realismo

El Realismo es un movimiento cultural que se basa en el positivismo y se caracteriza por estudiar las relaciones sociales a través de una observación exhaustiva de la realidad, al igual que lo hacen otras ciencias. En literatura, esto se manifiesta especialmente en las novelas, donde se realizan descripciones muy detalladas y precisas de personajes, escenarios y asuntos cotidianos para retratar la vida tal como es.

  • Narrador omnisciente.
  • Estilo directo.
  • Conciencia de la clase social.
  • Desarrollo personal y social de un individuo.
  • Referencias a las propiedades o materiales.
  • Contemporaneidad y verosimilitud.

(Madame Bovary es considerada la obra más representativa del Realismo).

El Naturalismo: Determinismo y Ciencia

El Naturalismo es una corriente derivada del Realismo que se concibe como un método científico para analizar el comportamiento humano. El escritor actúa como un científico que observa la realidad con minuciosidad. En esta corriente, las personas están definidas por su herencia genética y por el determinismo social (las condiciones y el entorno en que viven), lo que motiva a las novelas a narrar realidades marginales y a analizar las causas de los problemas sociales (como la pobreza o las enfermedades), defendiendo la necesidad de cambiarlas.

En España no hubo una literatura naturalista pura, sino que los autores usaron algunas técnicas del Naturalismo en sus novelas sin estar influenciados directamente por este movimiento. (Émile Zola, escritor francés, inauguró el Naturalismo).

Autores Clave del Realismo Español

Juan Valera

Juan Valera es un autor cuyas novelas se clasifican como realistas porque recrean ambientes contemporáneos (en la Andalucía rural) y personajes verosímiles. Sin embargo, se aleja de las características típicas del Realismo al buscar la creación de obras estéticamente bellas, con finales felices y que superan los prejuicios sociales. Sus obras más conocidas, como Juanita la Larga y Pepita Jiménez, son ejemplos de esto: en ellas, los protagonistas logran el amor y la felicidad a pesar de las diferencias sociales (por ejemplo, una joven viuda con un seminarista). Esto lo distingue de otros realistas, ya que su enfoque es más idealizado y romántico.

Benito Pérez Galdós

Benito Pérez Galdós es un autor realista cuyas novelas reflejan las preocupaciones de su época: la crítica social, la religión y la política, siempre desde una perspectiva liberal y escéptica. Su obra más emblemática en este sentido son los Episodios Nacionales, cuarenta y seis relatos que narran la vida cotidiana de personajes insertos en los acontecimientos históricos más importantes del siglo XIX, desde la visión política del propio autor.

Rasgos distintivos de Galdós:

  • Descripciones minuciosas de los ambientes.
  • Caracterizaciones detalladas de los personajes, tanto psicológicas como en sus diálogos, que están adaptados a su condición social y contexto histórico.

Etapas de su producción novelística:

  1. Novelas de tesis: Marcadas por una gran carga política. En ellas, los personajes suelen ser poco complejos y representan ideales contrapuestos: los progresistas (con los que se identifica el autor) y los conservadores (valores más tradicionales).
  2. Novelas contemporáneas: Analizan la realidad social del momento. Presentan personajes complejos y psicológicamente diferentes clases sociales. Destaca Fortunata y Jacinta, que narra el triángulo amoroso entre dos mujeres de distinta clase social con Juanito Santa Cruz.
  3. Novelas espiritualistas: Centradas en valores como el amor al prójimo y la caridad. Los personajes humildes viven en ambientes pobres y marginales.

Emilia Pardo Bazán

Emilia Pardo Bazán, intelectual gallega, periodista, crítica literaria y escritora de cuentos y novelas, es considerada la difusora del Naturalismo en España. Tomó algunas de sus técnicas, como la observación de la realidad para realizar minuciosas descripciones, pero no aceptó todos los preceptos del movimiento, como el determinismo y la imposibilidad de decisión de las personas. Aunque sí reconocía la influencia que tenían el origen de los personajes y el entorno en el que se desarrollaban. El análisis de su visión del Naturalismo se encuentra en sus artículos llamados La cuestión palpitante.

Pardo Bazán incluye numerosos elementos realistas en sus obras, como descripciones exhaustivas y la asimilación del personaje a su entorno. Destacan Los pazos de Ulloa y La Tribuna. Esta última es la primera novela que otorga protagonismo a la clase obrera; cuenta la historia de Amparo, una joven trabajadora de una fábrica de tabaco, que se convierte en líder entre sus compañeras para lograr condiciones de trabajo justas. Su futuro se ve truncado cuando se enamora de un joven oficial del ejército.

Leopoldo Alas, Clarín

Leopoldo Alas, Clarín, fue un prolífico autor de crítica literaria que analizaba las tendencias de su época y censuraba obras que juzgaba de menor calidad. Fue autor de artículos periodísticos donde criticaba la hipocresía social y defendía ideales políticos bajo el seudónimo de Clarín. Estuvo influido por el Naturalismo, llegado a España a finales de siglo, y fue autor de varias obras literarias. Sus cuentos, publicados en revistas y periódicos, trataban de forma burlesca temas asociados a la hipocresía social, como la importancia de las apariencias, la mezquindad moral o los problemas de conciencia.

Escribió también La Regenta, una de las novelas más importantes del periodo, que gira en torno al tema del adulterio, común en la literatura de la época. Ana Ozores, la protagonista, está casada con don Víctor Quintanar, un hombre mayor que ella que no sabe amarla, hecho que le supone insatisfacción vital. Ana se debate entre la devoción religiosa obsesiva de don Fermín de Paz y el amor sensual de don Álvaro Mesía. Ana acaba siéndole infiel con Mesía. Cuando don Víctor lo descubre, reta a don Álvaro a un duelo en el que muere don Víctor. La Regenta transcurre en Vetus, ciudad de provincias que cobra vida a través de sus habitantes y aparece como un personaje más: una ciudad corrompida, hipócrita y opresiva, dominada por la doble moral y la vulgaridad.

La Crisis de Fin de Siglo y el Desastre del 98

A finales del siglo XIX, Europa vivía una profunda crisis de fin de siglo marcada por transformaciones sociales, políticas y culturales que pusieron en cuestión los valores del positivismo, la razón y el progreso. En España, esta crisis adquirió una dimensión especialmente aguda durante la etapa conocida como la Restauración (1875–1931), un régimen político de monarquía parlamentaria instaurado tras el regreso de los Borbones al trono con Alfonso XII. Aunque formalmente democrático, el sistema se sustentaba en una práctica corrupta conocida como el turno pacífico, mediante la cual los partidos liberal y conservador se alternaban el poder de forma pactada, manipulando elecciones y marginando a otras fuerzas políticas emergentes como los republicanos, socialistas o nacionalistas.

Paralelamente, el país sufría un atraso económico estructural: la industrialización apenas había arraigado fuera de Cataluña (textil) y el País Vasco (siderurgia y minería), mientras que el resto del territorio permanecía anclado en una economía agraria atrasada, con latifundios en el sur y minifundios en el norte. A esto se sumaba un elevado índice de analfabetismo —superior al 60%—, una clase política desprestigiada y una sociedad profundamente dividida entre un pequeño sector ilustrado y una mayoría rural y desposeída.

La culminación simbólica de esta decadencia llegó en 1898 con la derrota militar frente a Estados Unidos y la consiguiente pérdida de las últimas colonias ultramarinas: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este acontecimiento, conocido como el Desastre del 98, no fue solo un fracaso militar, sino el detonante de una profunda crisis de identidad nacional que llevó a intelectuales, escritores y pensadores a cuestionar la esencia misma de España, su historia, su destino y su capacidad de regeneración. En este clima de pesimismo y urgencia reformista surgieron dos movimientos literarios fundamentales: el Modernismo y la Generación del 98, ambos hijos de la misma crisis, pero con respuestas radicalmente distintas.

El Modernismo: Estética y Evasión

El Modernismo fue, ante todo, un movimiento estético y cosmopolita que se manifestó con fuerza en toda Hispanoamérica y España entre 1880 y 1920. Nacido como reacción contra el Realismo, el Naturalismo y lo que sus autores consideraban la vulgaridad y el utilitarismo de la sociedad burguesa, el Modernismo buscaba refugiarse en un mundo idealizado, exquisito y sensorial. Su máxima figura fue el nicaragüense Rubén Darío, cuya obra —especialmente Azul (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905)— introdujo en la literatura en lengua española una renovación sin precedentes.

Influencias y Temas Modernistas

Inspirado por el Simbolismo francés (Baudelaire, Verlaine), el Parnasianismo (con su culto a la forma perfecta y el lema “arte por el arte”) y el Romanticismo español, Darío propuso una poesía que priorizaba la belleza sonora, visual y sugerente por encima del mensaje político o social. Los temas modernistas giraban en torno a la evasión:

  • Paisajes exóticos (Oriente, el trópico, jardines otoñales).
  • Épocas gloriosas del pasado (Grecia clásica, Edad Media).
  • Figuras mitológicas (ninfas, sátiros, cisnes).
  • Una sensualidad refinada que rozaba lo erótico como forma de rebeldía.

Innovaciones Formales

En el plano formal, el Modernismo innovó profundamente:

  • Introdujo un vocabulario rico en cultismos, arcaísmos, neologismos y préstamos del francés.
  • Utilizó con maestría recursos como la sinestesia (mezcla de sentidos: “dulce fragancia azul”), la aliteración, el símbolo (el cisne como emblema de la poesía pura, el pavo real como símbolo de altivez, lo azul como representación de lo infinito e ideal) y el hipérbaton.
  • Métricamente, rescató el alejandrino (verso de catorce sílabas), incorporó el eneasílabo y el dodecasílabo, y experimentó con nuevas combinaciones estróficas y ritmos cuidadosamente orquestados.

En España, aunque el Modernismo tuvo menor arraigo que en América, influyó en poetas como Juan Ramón Jiménez en sus inicios y, sobre todo, en la primera etapa de Antonio Machado, cuyas Soledades (1903) aún respiran un aire modernista antes de su giro hacia la introspección castellana.

La Generación del 98: Ética y Regeneración Nacional

Frente a esta actitud evasiva, la Generación del 98 —denominación acuñada por Azorín (seudónimo de José Martínez Ruiz)— representó una respuesta ética, histórica y existencial al colapso nacional. Sus integrantes —entre ellos Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado, Azorín y Ramón del Valle-Inclán— compartían una edad similar (nacidos entre 1864 y 1875), procedían en su mayoría de la periferia, pero se instalaron en Madrid o Castilla, y estaban profundamente marcados por el Desastre del 98. A diferencia de los modernistas, no buscaban escapar de España, sino comprenderla, desnudar sus males y proponer caminos de regeneración.

Temas Centrales del 98

Influenciados por el ensayista Ángel Ganivet y el periodista crítico Mariano José de Larra, así como por pensadores europeos como Nietzsche o Kierkegaard, los noventayochistas abordaron temas como:

  • La angustia existencial, la muerte, la fe y la duda religiosa.
  • La decadencia nacional y la crítica al clericalismo.
  • La revalorización del pasado español (especialmente el Quijote).
  • La intrahistoria —concepto acuñado por Unamuno para referirse a la vida silenciosa, cotidiana y anónima del pueblo español, opuesta a la historia oficial de reyes y batallas.

El paisaje castellano —árido, desolado, heroico en su austeridad— se convirtió en un espejo de la identidad española y del alma del poeta.

Estilo y Autores

En cuanto al estilo, rechazaron la ornamentación modernista en favor de una prosa y una poesía sobrias, directas, antirretóricas, con un lenguaje preciso que recuperaba localismos, giros populares y una sintaxis clara.

  • Unamuno, en obras como Del sentimiento trágico de la vida o la “nivola” Niebla, exploró el conflicto entre fe y razón, vida y muerte, con un lenguaje denso y reflexivo.
  • Baroja, en novelas como El árbol de la ciencia, expresó un pesimismo radical y un escepticismo vital a través de personajes inquietos y fracasados.
  • Azorín cultivó una prosa impresionista, llena de sutilezas y observaciones mínimas sobre el paso del tiempo y la decadencia espiritual.
  • Machado, tras su etapa modernista, encontró en Campos de Castilla una voz poética íntima, reflexiva y profundamente arraigada en la tierra.
  • Valle-Inclán, aunque comenzó como modernista en sus Sonatas, evolucionó hacia una crítica feroz de la España caciquil y corrupta, culminando en el esperpento —una deformación grotesca de la realidad para revelar su esencia trágica— en obras como Luces de bohemia o Tirano Banderas.

Conclusión: Ruptura y Renovación

Aunque a menudo se presentan como opuestos, Modernismo y Generación del 98 no son categorías estancas: algunos autores, como Machado o Valle-Inclán, transitaron por ambas sensibilidades, y ambos movimientos compartieron un espíritu de ruptura, una conciencia aguda de la crisis y un deseo vehemente de renovar la literatura española. Mientras el Modernismo abrió las puertas a la experimentación formal y a la internacionalización de la poesía en lengua española, la Generación del 98 sentó las bases del ensayo crítico moderno y de una literatura comprometida con la realidad histórica. Juntos, marcaron el tránsito definitivo del siglo XIX al XX en la cultura hispánica, preparando el terreno para las vanguardias y para una nueva conciencia literaria que ya no podría ignorar ni la belleza ni la tragedia del mundo.


Apéndice: Detalle del Contexto Sociopolítico (1875-1931)

A finales del siglo XIX, Europa atravesaba una profunda crisis de fin de siglo marcada por el cuestionamiento de los ideales ilustrados, el auge del irracionalismo, la crisis de las certezas científicas y un clima generalizado de pesimismo que, en España, adquirió dimensiones dramáticas durante la etapa conocida como la Restauración (1875–1931), un régimen político de monarquía parlamentaria instaurado tras el regreso de los Borbones con Alfonso XII, pero que en la práctica se sustentaba en un sistema corrupto y excluyente basado en el llamado turno pacífico entre el Partido Liberal, liderado por Práxedes Mateo Sagasta, y el Partido Conservador, encabezado por Antonio Cánovas del Castillo, quienes se repartían el poder mediante elecciones amañadas, caciquismo y fraude electoral, marginando a fuerzas emergentes como republicanos, socialistas, anarquistas y nacionalistas catalanes y vascos.

Paralelamente, el país sufría un atraso económico estructural, ya que la industrialización —limitada a Cataluña (industria textil) y el País Vasco (minería y siderurgia)— no lograba transformar una economía predominantemente agraria, caracterizada por latifundios improductivos en el sur y minifundios sobrepoblados en el norte, lo que generaba pobreza rural, emigración masiva y tensiones sociales crecientes. A esto se sumaba un índice de analfabetismo superior al 60%, una enseñanza pública deficiente y una sociedad profundamente dividida entre una minoría urbana, culta y burguesa, y una mayoría rural, analfabeta y desposeída, lo que alimentaba un sentimiento de decadencia nacional que se agudizó con el Desastre del 98 —la derrota militar frente a Estados Unidos en la Guerra Hispano-Estadounidense y la consiguiente pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas—, un acontecimiento que trascendió lo meramente territorial para convertirse en un símbolo de la quiebra moral, política y espiritual de España, desencadenando una profunda crisis de identidad que llevó a intelectuales y escritores a diagnosticar al país como un “enfermo terminal” que requería una “terapia generalizada”, expresada a menudo mediante metáforas médicas y un discurso regeneracionista impulsado por figuras como Joaquín Costa (con su célebre llamado a “escuela y despensa”) o Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza.

Detalles Adicionales sobre Modernismo y 98

En este contexto de angustia colectiva surgieron dos movimientos literarios fundamentales: el Modernismo y la Generación del 98, ambos reaccionando contra la misma crisis, pero con enfoques radicalmente distintos. El Modernismo, de raíz estética, cosmopolita y refinada, se manifestó principalmente en la poesía como una huida de la realidad vulgar y desoladora hacia mundos ideales, exóticos y sensoriales, inspirado en corrientes europeas como el Parnasianismo (con su culto a la perfección formal y el lema “arte por el arte”) y el Simbolismo (que concebía la poesía como vía de acceso a lo misterioso, lo onírico y lo subconsciente), además de beber en fuentes hispánicas como el Romanticismo y la poesía medieval; su figura central fue el nicaragüense Rubén Darío, cuya obra —especialmente Azul (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905)— introdujo una renovación sin precedentes en la literatura en lengua española, caracterizada por una temática evasiva que incluía paisajes orientales, jardines otoñales, mitología clásica (ninfas, cisnes, sátiros), épocas gloriosas del pasado (Grecia, Edad Media), erotismo refinado y una melancolía íntima proyectada sobre objetos y paisajes; en el plano formal, el Modernismo innovó con un vocabulario exquisito que combinaba cultismos, arcaísmos, neologismos inventados, americanismos y préstamos del francés, además de una adjetivación altamente evocadora y sugerente; utilizó con maestría recursos retóricos como la sinestesia (“un verde olor”, “dulce fragancia azul”), la aliteración, el símbolo (el cisne como emblema de la poesía pura y la belleza, el pavo real como símbolo de altivez y elegancia, la mariposa como metáfora de la libertad, lo azul como representación de lo infinito, lo ideal y lo etéreo) y el hipérbaton; métricamente, rescató el alejandrino (verso de catorce sílabas en desuso desde la Edad Media), incorporó versos de origen francés como el eneasílabo y el dodecasílabo, experimentó con nuevas combinaciones estróficas (sonetos con serventesios, quintetos dodecasílabos) y desarrolló un ritmo cuidadosamente orquestado mediante la distribución de acentos, pausas y encabalgamientos, además de utilizar tanto rima consonante como asonante, e incluso versos libres; en España, aunque el Modernismo tuvo menor arraigo que en Hispanoamérica, influyó profundamente en poetas como Juan Ramón Jiménez en sus inicios y, sobre todo, en la primera etapa de Antonio Machado, cuyas Soledades (1903) aún respiran un aire modernista antes de su giro hacia la introspección castellana.

Frente a esta actitud evasiva, la Generación del 98 —denominación acuñada por Azorín (seudónimo de José Martínez Ruiz) en 1913— representó una respuesta ética, histórica y existencial al colapso nacional; sus integrantes —entre ellos Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864), Pío Baroja (San Sebastián, 1872), Antonio Machado (Sevilla, 1875), Azorín (Monóvar, 1873) y Ramón del Valle-Inclán (Vilanova de Arousa, 1866)— compartían una edad similar (diferencias menores de 15 años), procedían en su mayoría de la periferia española pero se afincaron en Madrid o Castilla, y estaban profundamente marcados por el Desastre del 98, al que consideraban un punto de inflexión histórico; influenciados por el ensayista Ángel Ganivet (Idearium español), el periodista crítico Mariano José de Larra y pensadores europeos como Nietzsche, Kierkegaard o Schopenhauer, los noventayochistas abordaron temas como la angustia existencial, la muerte, la fe y la duda religiosa, la decadencia nacional, la crítica al clericalismo (consideraban a la Iglesia como obstáculo al progreso), la revalorización del pasado español (especialmente el Quijote, visto como símbolo de la esencia española) y la intrahistoria —concepto acuñado por Unamuno para referirse a la vida silenciosa, cotidiana y anónima del pueblo español, opuesta a la historia oficial de reyes y batallas—; el paisaje castellano —árido, desolado, heroico en su austeridad— se convirtió en un espejo de la identidad nacional y del alma del poeta, un espacio donde proyectar reflexiones sobre el destino de España; en cuanto al estilo, rechazaron la ornamentación modernista en favor de una prosa y una poesía sobrias, directas, antirretóricas, con un lenguaje preciso, depurado y cercano al habla popular, aunque profundamente cuidado, recuperando localismos, giros idiomáticos y una sintaxis clara y funcional; Unamuno, en obras como Del sentimiento trágico de la vida (1913) o la “nivola” Niebla (1914), exploró el conflicto entre fe y razón, vida y muerte, inmortalidad y nada, con un lenguaje denso, dialogado y lleno de paradojas; Baroja, en novelas como El árbol de la ciencia (1911), expresó un pesimismo radical y un escepticismo vital a través de personajes inquietos, fracasados y solitarios que luchan contra un mundo absurdo; Azorín cultivó una prosa impresionista, llena de sutilezas, observaciones mínimas y una sensibilidad aguda ante el paso del tiempo, la decadencia espiritual y la fugacidad de la existencia, como en La voluntad (1902); Machado, tras su etapa modernista, encontró en Campos de Castilla (1912) una voz poética íntima, reflexiva, profundamente arraigada en la tierra y en el alma colectiva, donde el paisaje se funde con la meditación ética; Valle-Inclán, aunque comenzó como modernista en sus Sonatas (1902–1905), evolucionó ideológica y estilísticamente hacia una crítica feroz de la España caciquil, corrupta y retrógrada, culminando en la creación del esperpento —una deformación grotesca y sistemática de la realidad para revelar su esencia trágica y absurda— en obras como Luces de bohemia (1920) o Tirano Banderas (1926); aunque a menudo se presentan como opuestos, Modernismo y Generación del 98 no son categorías estancas: algunos autores, como Machado o Valle-Inclán, transitaron por ambas sensibilidades, y ambos movimientos compartieron un espíritu de ruptura, una conciencia aguda de la crisis y un deseo vehemente de renovar la literatura española; mientras el Modernismo abrió las puertas a la experimentación formal, la internacionalización de la poesía en lengua española y la liberación del lenguaje poético, la Generación del 98 sentó las bases del ensayo crítico moderno, de una literatura comprometida con la realidad histórica y de una reflexión profunda sobre la identidad española; juntos, marcaron el tránsito definitivo del siglo XIX al XX en la cultura hispánica, preparando el terreno para las vanguardias, la Generación del 27 y una nueva conciencia literaria que ya no podría ignorar ni la belleza ni la tragedia del mundo.

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