22 Mar

La lírica y el teatro posteriores a 1936

La Guerra Civil deja una situación desoladora en las letras españolas. La efervescencia de los 30 da paso a unos años en los que los mejores autores están muertos (Lorca, Unamuno) o exiliados (Alberti, Guillén, Cernuda…). A ello hay que sumar el aislamiento internacional, autocensura y censura, no demasiado dura en poesía, pero muy severa en teatro, al considerarse un arma de propaganda.

La primera generación tras la guerra

Conocida como “del 36”, la forman Luis Rosales (“La casa encendida”), Dionisio Ridruejo (“Cuadernos de Rusia”) y otros que surgen en torno a las revistas Escorial y Garcilaso. Son poetas que han luchado en el bando nacional y cultivan una poesía clasicista con España y Dios como protagonistas.

En 1944 se publica “Hijos de la ira”

De Dámaso Alonso que inicia la poesía “desarraigada” con la que expresa angustia existencial por la difícil circunstancia histórica. Poetas desarraigados también son Miguel Hernández y Blas de Otero.

Este último va a ser una figura fundamental

de la corriente iniciada en los 50: la “poesía social” que concibe la poesía como una herramienta dirigida “a la inmensa mayoría” para la denuncia, para transformar el mundo y despertar conciencias. Destaca Gabriel Celaya, autor en “Poemas iberos” del poema “La poesía es un arma cargada de futuro”.

Esta poesía va perdiendo vigencia al final de la década, surge entonces la generación de los 60. La poesía, que se entendía como un mero acto de comunicación, pasa a ser un ejercicio de autoconocimiento del poeta. Hablamos de autores como Ángel González (“Áspero mundo”), Jaime Gil de Biedma (“Poemas póstumos”), Claudio Rodríguez (“Don de la ebriedad”), quienes comparten amistad y algunos rasgos: tono conversacional, anécdotas cotidianas temas y una actitud moral ante la poesía.

Hacia finales de los 60

Surge otro grupo de poetas: “Los novísimos”, por la antología de José María Castellet (1970), “Nueve poetas novísimos”. En ellos se reconocen rasgos comunes como el culturalismo, desdén por la poesía moral, vanguardismo, cosmopolitismo de sus fuentes (de la clásica a la europea más contemporánea), además de otras como cine, mass media y cómics. Autores como Pere Gimferrer (“Arde el mar”), Guillermo Carnero (“Dibujo de la muerte”) o Leopoldo María Panero (“Así se fundó Carnaby Street”).

Las últimas tendencias a partir de los 80 son de difícil descripción por falta de perspectiva y heterogeneidad. Podemos advertir la poesía neovanguardista de Jenaro Talens, la de la experiencia de Gª Montero o el clasicismo de Luis Antonio de Villena.

En teatro encontramos el del exilio

con autores como Max Aub y Alejandro Casona (“La sirena varada”). El panorama de los 40 está protagonizado por dos formas de teatro: “alta comedia”, de influencia benaventina. Obras con mezcla de intriga y sentimentalidad muy del gusto del público. Escenas domésticas de la clase acomodada y temática repetitiva: celos, infidelidades… Además de Jacinto Benavente destaca Joaquín Calvo Sotelo.

Por otro lado

En el “teatro de humor”, Enrique Jardiel Poncela encuentra en situaciones disparatadas y cómicas su cauce de expresión. Éxitos suyos son “Eloísa está debajo de un almendro” o “Los ladrones somos gente honrada”.

Miguel Mihura será quien mejor represente

el humor absurdo y existencialista. En su mejor obra, “Tres sombreros de copa”, plantea el conflicto del hombre: vivir conforme a lo que le conviene o conforme a sus deseos. Su obra posterior se quedó en un humor blando llamado “codornicesco”, por la revista que dirigió: “La codorniz”.

En los 50 surge una generación

que se mantendrá hasta los 70: “La generación realista”. Entienden que el teatro debe hablar de la dictadura franquista con espíritu crítico. Se plantean cuál debía ser su actitud: ¿escribir con libertad condenando así sus estrenos o criticar de modo sutil para sortear la censura? Esto último se llamó “posibilismo” y su autor clave es Buero Vallejo. Buero aparece con “Historia de una escalera (Imposibilidad del hombre llano de prosperar). Crea un teatro ético de mucha calidad, que tocará temas delicados como la pena de muerte (“La fundación”) o la tortura policial (“La doble historia del doctor Valmy”).

Alfonso Sastre reivindicó el otro teatro abiertamente crítico. “Escuadra hacia la muerte” (conflicto de la tiranía), o “La taberna fantástica” (degradación de las clases humildes) que no se estrenan hasta la muerte del dictador.

Otros autores de este grupo

son José Martín Recuerda, Lauro Olmo o Rodríguez Buded. Desde los 60 se desarrolla el “teatro experimental” con el texto como un elemento más del espectáculo y denunciando aún el fascismo, lo que les impidió estrenar bien hasta la muerte de Franco. Sus técnicas son: ruptura de la 4ª pared, efectos especiales, improvisación, participación del público…

A partir de los 70 surge el

“teatro independiente” que suple la modestia de recursos con imaginación y libertad. El grupo Tábano, Els Joglars, Els Comediants… cultivan el “teatro colectivo”, obras en las que participa toda la compañía y no pertenecen a un autor único. Algunos autores que estrenan desde los 80 con éxito son Luis Alonso de Santos (“Bajarse al moro”), José Sanchís Sinisterra (“Ay, Carmela”) o más recientemente Juan Mayorga (“Hamelin”). Por último, hay que mencionar el teatro alternativo, heredero del independiente de los 70, muy variado e irreverente. El panorama actual es bastante heterogéneo. Existe un circuito comercial basado en humor y dramas costumbristas.

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