21 Abr

El Reinado de Carlos IV y la Guerra de la Independencia (1788-1814)

El Reinado de Carlos IV (1788-1808)

En España, el paso del Antiguo al Nuevo Régimen comenzará con el estallido de la Guerra de la Independencia. A finales del siglo XVIII, el Despotismo Ilustrado había intentado subsanar los defectos del Antiguo Régimen, pero solo consiguió debilitar sus bases.

El estallido de la Revolución Francesa condujo al reinado de Carlos IV a una gran deriva, creando un cordón sanitario frente a estas ideas para minimizar daños. Tras la Guerra contra la Convención (1793-1795), se retomaron los Pactos de Familia en los Tratados de San Ildefonso (1796 y 1800) y la figura de Godoy se fortaleció. Con la derrota de Trafalgar (1805), se creó una conspiración en torno a Fernando que sería desmantelada en el Proceso de El Escorial (1807). El 22 de octubre de 1807 se firmó el Tratado de Fontainebleau, permitiendo la entrada de tropas francesas a España para invadir Portugal.

Sin embargo, una vez en la Península, los franceses comenzaron la toma de las plazas y fortalezas de España. La Familia Real puso rumbo a América, pero, de camino a Sevilla, se produjo el Motín de Aranjuez (17-18 de marzo de 1808) y Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII. Con Fernando como rey, Napoleón los llamó a él y a Carlos a Bayona. Aquí se realizaron las Abdicaciones de Bayona (5 de mayo), que supondrían la llegada de un nuevo rey, José I.

La Guerra de la Independencia (1808-1814)

José I no fue bien recibido por las clases populares ni por algunos sectores del ejército, que protagonizaron en Madrid el levantamiento del 2 de mayo. Su brutal represión (fusilamientos del 3 de mayo) propició el estallido de la Guerra de la Independencia. Esta guerra no enfrentó solo a franceses y españoles, sino que también tuvo tintes de guerra civil, enfrentando a los afrancesados (partidarios de José I y sus reformas) contra la mayoría de los españoles. Se desarrolló en tres fases:

  • Primera fase (junio a noviembre de 1808): Comenzó con victorias españolas como el sitio de Zaragoza o la batalla de Bailén, en la que el general Castaños venció al ejército francés del general Dupont. Los españoles se agruparon en las Juntas de Defensa provinciales y locales y, tras la batalla de Bailén, en la Junta Suprema Central. Esto supuso la asunción de la soberanía nacional al no reconocer a José I. En la Junta estaban presentes los jovellanistas, los absolutistas y los liberales. Su decisión de convocar Cortes en Cádiz provocó la elaboración de la Constitución de 1812, la Pepa.
  • Segunda fase (otoño de 1808 – primavera de 1812): A partir de otoño de 1808 comenzó la etapa de las victorias francesas, cuando Napoleón comandó a la Grande Armée. Logró la caída de Burgos, la toma de Madrid y el segundo sitio de Zaragoza. Solo Cádiz aguantó, por lo que aquí se reunieron las Cortes en 1810. A pesar de las victorias francesas, los españoles siguieron la lucha con la ayuda del ejército británico (duque de Wellington) y empleando la guerra de guerrillas.
  • Tercera fase (primavera de 1812 – diciembre de 1813): Se inició en la primavera de 1812, cuando Napoleón se vio obligado a retirar parte de sus efectivos de España para llevarlos a la campaña de Rusia. Los ejércitos anglo-españoles intensificaron sus ataques, consiguiendo grandes victorias como la de Arapiles (1812) o San Marcial (1813). Finalmente, Napoleón firmó el Tratado de Valençay en diciembre de 1813, lo que supuso la vuelta al trono de Fernando VII, quien encontró a una España en crisis y dividida.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

Convocatoria y Composición de las Cortes

Durante la Guerra de la Independencia asistimos a un intento de paso del Antiguo al Nuevo Régimen con la convocatoria de las Cortes de Cádiz, representantes de la autoridad. Los españoles no aceptaron al nuevo rey y, agrupados en Juntas Locales y Provinciales, asumieron la soberanía nacional.

El éxito en Bailén provocó que las Juntas se reuniesen en torno a la Junta Suprema Central, depositaria de la soberanía. Esta organizó la resistencia militar y definió el destino político de la nación. Surgieron tres posturas: jovellanistas, absolutistas y liberales. A pesar de sus diferencias, todos coincidían en la necesidad de cambiar el Antiguo Régimen, por lo que se llegó a un acuerdo para nombrar una Comisión de Cortes. La Junta Suprema Central se disolvió y dio paso a un Consejo de Regencia que hizo efectiva la convocatoria a Cortes en 1810.

En la convocatoria se decidió que habría un diputado por cada 50.000 habitantes mayores de 25 años. La imposibilidad de celebrar elecciones en muchos lugares de España obligó a que en algunos casos los diputados fueran sustituidos por otros de procedencia similar residentes en Cádiz. Los diputados se agruparon en tres posturas políticas: absolutistas, jovellanistas y liberales. Fueron estos últimos los que se impusieron.

Labor Legislativa y la Constitución de 1812

La sesión inicial de apertura se celebró el 24 de septiembre de 1810 y se proclamaron representantes de la nación con soberanía nacional. Reconocieron a Fernando VII como rey y llevaron a cabo la reforma de España. Las Cortes pasaron a tener el poder supremo de España. Su labor debe ser dividida en una parte política (Constitución de 1812) y en una parte social y económica (erradicación de la sociedad estamental, etc.). Entre los decretos aprobados se encuentran:

  • La Libertad de Imprenta (1810).
  • La abolición de la Inquisición (1813).
  • La desamortización de bienes de las Órdenes Militares y jesuitas (1813).

La principal obra fue la Constitución de 1812 (La Pepa). Esta fue una de las más progresistas de la época, y en ella se proclamaba la soberanía nacional y la clara separación de poderes (ejecutivo para el monarca, legislativo para las Cortes y judicial para los tribunales). La Constitución además establecía una serie de derechos y libertades como la igualdad de todos ante la ley, la libertad de imprenta o el derecho a la propiedad. Tuvo su primera vigencia desde 1812 hasta 1814, ya que con la llegada de Fernando VII a España, esta fue abolida con el Real Decreto del 4 de mayo de 1814, pues no reconoció los cambios realizados por las Cortes. Volvió a ser vigente entre 1820 y 1823 (Trienio Liberal) y durante la regencia de María Cristina de Borbón, entre 1836 y 1837, mientras se elaboraba una nueva, la de 1837.

El Reinado de Fernando VII (1814-1833)

El Sexenio Absolutista (1814-1820)

Fernando VII llegó a España en marzo de 1814. A su llegada a Valencia recibió un documento respaldado por 69 diputados (el Manifiesto de los Persas) que le pedían el regreso al Antiguo Régimen. Debido a esto y al cariño del pueblo hacia su persona (apodado el Deseado), el 4 de mayo de 1814 firmó un Real Decreto en el que se declaraba nula la legislación de Cádiz, incluyendo la Constitución, comenzando así el Sexenio Absolutista (1814-1820).

El Sexenio Absolutista comenzó con el restablecimiento de la Inquisición, el retorno del señorío y la sociedad estamental, anulando la desamortización. Alrededor del rey se formó una Camarilla Palatina que desprestigió al monarca con sus actos. A su vez, los afrancesados fueron tratados como traidores y muchos liberales se refugiaron en sociedades secretas. A la gran represión social se unió la ruina financiera (aumento del déficit estatal y retorno de los privilegios), por lo que el Estado se declaró en bancarrota en 1818. Además, con la pérdida de las colonias en América, el comercio se contrajo y el campo entró en crisis. Todo esto provocó innumerables levantamientos (Espoz y Mina, Díaz Porlier) que fracasaron.

El Trienio Liberal (1820-1823)

El 1 de enero de 1820, el joven comandante Rafael del Riego se pronunció. Este levantamiento triunfó y el rey Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución, comenzando el Trienio Liberal (1820-1823). La primera decisión fue promulgar de nuevo la Pepa, se volvió a abolir la Inquisición, se retomaron las desamortizaciones y se creó la Milicia Nacional.

El nuevo sistema estuvo vigente solo hasta 1823 por la oposición de los absolutistas, la división de los liberales (moderados y exaltados) y por la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviados por las potencias absolutistas europeas tras el Congreso de Verona (1822), que acabaron en 1823 con el gobierno liberal.

La Década Ominosa (1823-1833)

Esto señaló el inicio de la Década Ominosa (1823-1833), en la que Fernando VII tomó una postura cada vez más moderada. Intentó mejorar la situación del Estado con burócratas como Cea Bermúdez o el conde de Ofalia. Sus actuaciones provocaron revueltas (malcontents en Cataluña en 1827). Los más absolutistas se reunieron en torno al futuro heredero, su hermano Carlos.

La Cuestión Sucesoria

Hasta 1830, Carlos era el futuro monarca, pero con el embarazo de María Cristina de Borbón, Fernando VII derogó la Ley Sálica y promulgó la Pragmática Sanción para asegurar el reino a su descendiente (fuese hijo o hija). Esto provocó un conflicto sucesorio (carlismo) que enfrentó a isabelinos (liberales) y carlistas (absolutistas).

La Emancipación de la América Española y el Legado Español

Causas y Proceso de Independencia

La emancipación de la América española es otro de los grandes acontecimientos del reinado de Fernando VII. Entre sus causas se puede señalar el descontento de los criollos por la política reformista de Carlos III y la difusión del pensamiento liberal. Fueron los criollos quienes encabezaron las acciones independentistas. El proceso empezó cuando en 1810 las Juntas americanas no reconocieron al Consejo de Regencia. Tras el regreso de Fernando VII al trono, se intentó frenar estos procesos secesionistas por medios militares. Sin embargo, no se pudo sofocar todo y el Virreinato de la Plata permaneció independiente.

A partir de 1816, el conflicto tomó fuerza cuando los españoles no evitaron perder Chile tras las batallas de Chacabuco (1817) y Maipú (1818); Colombia frente a Simón Bolívar, que derrotó a los españoles en Boyacá (1819); y Uruguay, que fue ocupada por los portugueses.

Tras la sublevación de Riego (1820), con España envuelta en problemas internos, se aceleró la independencia de Venezuela y México (1821) y Ecuador (1822). Finalmente, en 1824, tras la batalla de Ayacucho, consiguieron su independencia Perú y Bolivia, quedando solo Cuba y Puerto Rico bajo dominio español.

Consecuencias y Legado Español

Con la independencia de la América continental, España dejó de ser potencia internacional. Además, su crisis económica se agravó al faltarle el comercio americano (fuente fundamental de recursos).

No obstante, la presencia española durante más de tres siglos dejó un amplio legado. El más importante fue el castellano y la escritura fonética, porque hasta 1492 no se constató en ningún lugar del continente la existencia de esta. El castellano fue la lengua que unió a todos los territorios, pero no trajo la desaparición de las lenguas indígenas, con las que convivió. La evangelización también contribuyó a servir de nexo entre los pueblos indígenas.

Las universidades españolas fueron las primeras en el continente y podían asistir españoles, indios y mestizos sin distinción. En este sentido, fueron un ejemplo de la sociedad que dejó la colonización española, donde el mestizaje fue su máxima característica.

Al margen de lo dicho hasta ahora, es evidente que nuestra presencia se ve en cualquier lugar de Hispanoamérica: ciudades, edificios, toponimia, etc.

El Proceso de Independencia de las Colonias Americanas (Revisión)

(Nota: Este apartado reitera información previa sobre la independencia, manteniendo el contenido original.)

Causas Detalladas

La Emancipación de la América española es otro de los grandes acontecimientos del reinado de Fernando VII. Es además una manifestación del conflicto entre liberalismo (representado por los libertadores) y absolutismo (representado por los españoles).

Entre sus causas se pueden señalar, por ejemplo:

  • La fuerte política absolutista del rey.
  • La difusión del pensamiento liberal (influencias de EE. UU. o de la Revolución Francesa).
  • La ruptura de las comunicaciones entre las colonias y la metrópolis después de la batalla de Trafalgar (1805).
  • El descontento de los criollos por las políticas reformistas llevadas a cabo desde Carlos III.
  • La invasión y ocupación de España por las tropas napoleónicas, que provocó un vacío de autoridad y de poder legítimo en los territorios americanos.

Protagonistas y Desarrollo

Fueron los descendientes de españoles nacidos en América (criollos) quienes encabezaron las acciones independentistas. Eran la mayoría entre los blancos (grupo dominante y de mayor riqueza), que a su vez constituían la quinta parte de la población. Aspiraban a controlar el poder político en su provecho, por lo que la emancipación americana se puede considerar como un proceso impulsado por la minoría dirigente que se traduce en un enfrentamiento entre criollos y españoles peninsulares. Si exceptuamos México, donde tanto el cura Hidalgo como Morelos atrajeron a los indígenas hacia el independentismo, en el resto de América la población indígena, los negros y los mestizos se mantuvieron mayoritariamente al margen y, puestos a elegir, preferían la dominación española.

Dada la enorme extensión territorial de América y la escasa relación entre los distintos territorios, la independencia no fue un movimiento unitario ni coordinado de fuerzas, sino que tuvo diferentes centros y actuaciones aisladas.

La Guerra de la Independencia provocó en América una reacción semejante a la que se produjo en la Península, creándose allí también Juntas y proclamando su lealtad al rey Fernando VII. Estuvieron representadas en la Junta Suprema Central, pero después de 1810 no reconocieron al Consejo de Regencia y comenzaron a luchar por su emancipación del poder de España. Se produjeron movimientos secesionistas y declaraciones de independencia a partir de tres grandes focos: Caracas (Venezuela), Buenos Aires (Argentina) y México.

Fases Finales y Consecuencias

Tras el regreso de Fernando VII al trono (1814), se intentó frenar estos procesos secesionistas por medios militares, como fue la intervención del general Morillo en Nueva Granada (Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador). No se pudieron sofocar todos, y el Virreinato de la Plata (liderado por San Martín) se mantuvo independiente.

A partir de 1816, por el apoyo abierto de británicos y estadounidenses, el conflicto tomó nueva fuerza cuando los españoles no evitaron perder Chile tras las batallas de Chacabuco (1817) y Maipú (1818) frente al general San Martín; Colombia frente a Simón Bolívar, que derrotó a los españoles en Boyacá (1819); y Uruguay, que fue ocupada por los portugueses.

Después de la sublevación de Riego (1820), con España envuelta en problemas internos, se aceleró el proceso con la independencia de Venezuela y México (1821) y de Ecuador (1822) (que se incorporó a la Gran Colombia). Finalmente, tras la decisiva batalla de Ayacucho (1824), Perú y Bolivia consiguieron su emancipación y se terminó así el proceso: toda Hispanoamérica continental era independiente, y sólo permanecían fieles Cuba y Puerto Rico.

Con la independencia de la América continental, España dejó de ser potencia internacional. Además, su crisis económica se agravó al faltarle el comercio americano, fuente fundamental de recursos, quedándose la Hacienda Real al borde de la quiebra. Gran Bretaña y EE. UU. llenaron el vacío dejado por los productos españoles, lo que repercutió fundamentalmente en la incipiente industria catalana.

Legado Español en América (Revisión)

No obstante, la presencia española durante más de tres siglos dejó un amplio legado. La más importante fue el castellano y la escritura fonética, porque hasta 1492 no se constató en ningún lugar del continente la existencia de esta. A diferencia de las otras colonizaciones europeas, el castellano fue la lengua que unió a todos los territorios, pero no trajo la desaparición de las lenguas indígenas, con las que convivió (por ejemplo, hoy en día el guaraní es cooficial con el español en Paraguay). La evangelización también contribuyó a servir de nexo entre los pueblos indígenas.

Las universidades españolas fueron las primeras en el continente y se convirtieron en centros de propagación del saber moderno a las que podían asistir españoles, indios y mestizos sin distinción. En este sentido, fueron un ejemplo de la sociedad que dejó la colonización española, donde el mestizaje fue su máxima característica.

Al margen de lo dicho hasta ahora, es evidente que nuestra presencia se ve en cualquier lugar de Hispanoamérica: ciudades, edificios, toponimia, etc.

El Reinado de Isabel II (1833-1868)

Las Regencias (1833-1843)

El reinado de Isabel II constituye una etapa decisiva en la historia de España, puesto que supone la transición del Antiguo al Nuevo Régimen, de la antigua monarquía absoluta a otra parlamentaria. Su reinado se puede dividir en dos etapas: Regencias (1833-1843) y Reinado Efectivo (1843-1868).

Regencia de María Cristina (1833-1840)

Después de la muerte de Fernando VII, María Cristina de Borbón tuvo que asumir el poder en nombre de su hija desde 1833 hasta 1840. Debido al conflicto carlista, María Cristina se acercó a los liberales. Al principio le dio el gobierno a un político más reformista que liberal, Cea Bermúdez. En 1832 estuvo en el poder y, sin ser un político liberal, trató de acercarse a ellos.

Durante el conflicto carlista, María Cristina buscó el amparo en los partidarios del liberalismo. Al principio se apoyó en los más moderados, y eligió como jefe de Gobierno a Martínez de la Rosa en 1834. Este realizó nuevas reformas, como la promulgación del Estatuto Real de 1834 (una carta otorgada). Las reformas emprendidas no satisficieron a los liberales exaltados quienes, tras los gobiernos de Mendizábal e Istúriz, en el Motín de los Sargentos de La Granja (1836), consiguieron la derogación del Estatuto Real y la elaboración de una nueva Constitución (de carácter progresista) que vio la luz en 1837 en tiempos de Calatrava (la Constitución de 1837, que incluía: soberanía nacional, división de poderes, etc.).

Regencia de Espartero (1840-1843)

En 1840, a raíz de los levantamientos por la Ley de Ayuntamientos, María Cristina de Borbón abandonó España y el general Espartero se hizo con la regencia (1840-1843). Esto supuso la irrupción del ejército en la política. Su programa de gobierno progresista (desamortización, política librecambista y supresión de parte de los fueros vascos y navarros) chocó con su talante autoritario y poco dialogante (bombardeo de Barcelona, ejecución de Diego de León), lo que condujo a la formación de una coalición antiesparterista (moderados, progresistas) que lograron su derrocamiento y huida a Londres en 1843. Meses después, Isabel II fue declarada mayor de edad (con trece años) y acabó así la etapa de regencias.

Las Guerras Carlistas

El carlismo, además de ser un problema sucesorio, tiene otras dimensiones (política, social, religiosa, foralista). De todas estas, es el enfrentamiento político (absolutismo frente a liberalismo) el que adquirió la mayor relevancia, dando lugar a tres guerras. Su origen se remonta a 1713, cuando Felipe V promulgó la Ley Sálica, que impedía heredar el trono a las mujeres. Más adelante se aprobó una Pragmática Sanción, que no se promulgó hasta 1830, cuando Fernando VII quería asegurar el trono a su hija.

Primera Guerra Carlista (1833-1840)

La Primera Guerra Carlista (1833-1840) es la más importante. Después de la muerte de Fernando VII, Don Carlos, exiliado en Portugal, publicó el Manifiesto de Abrantes, por el que no reconocía a Isabel II ni renunciaba a sus derechos sobre la corona, iniciando así la guerra. Desde 1833 a 1834, los carlistas consiguieron victorias iniciales al mando del general Zumalacárregui, pero su muerte durante el sitio de Bilbao significó un cambio en el rumbo de la guerra. Entre 1835 y 1837, los carlistas iniciaron una serie de expediciones, siendo la más importante la Expedición Real de Don Carlos en 1837. Finalmente, el desgaste de ambos bandos condujo a la paz con el Abrazo de Vergara (1839) entre Espartero (liberal) y Maroto (carlista), aunque no finalizó hasta que Cabrera fue derrotado en Morella (1840).

Segunda y Tercera Guerra Carlista

El conflicto se reanudó en 1846 con la Segunda Guerra Carlista tras la boda de Isabel II con Francisco de Asís de Borbón y no con Carlos Luis (el pretendiente carlista). Aunque teóricamente acabó en 1849, los enfrentamientos se prolongaron hasta 1860. La tercera y última guerra (1872-1876) comenzó en el Sexenio Democrático y acabó al principio del reinado de Alfonso XII, y supuso el declive del carlismo hasta la Guerra Civil.

El Reinado Efectivo (1843-1868)

En 1843, tras el derrocamiento de Espartero, se declaró a Isabel II mayor de edad con apenas 13 años. Comenzó así su reinado efectivo, que supuso la institucionalización del régimen liberal. De las dos opciones de los liberales existentes, triunfó en líneas generales el moderantismo frente al progresismo, lo que supuso la instauración de principios como la doble soberanía, el sufragio censitario o la restricción de derechos.

La Década Moderada (1844-1854)

Después de un breve periodo de gobierno de transición en el que participaron personalidades de la coalición antiesparterista, en 1844 el general Narváez fue nombrado jefe de Gobierno y comenzó la Década Moderada (1844-1854), iniciándose la institucionalización del Estado liberal.

Para conjugar ley y orden, se suprimió la Milicia Nacional y en su lugar se creó la Guardia Civil (1844) y se creó la Constitución de 1845. Reflejó el triunfo del moderantismo y proponía la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, establecía una separación de poderes y España quedaba definida como un Estado confesional católico sin libertad de culto. Estuvo vigente desde 1844 hasta 1854 y desde 1856 hasta 1868 (con el añadido del Acta Adicional de O’Donnell). Se tomaron medidas de carácter moderado como la reforma de la Hacienda pública, la reorganización de la Instrucción Pública y la elaboración del Código Penal (1851). En 1851, la firma de un Concordato con la Santa Sede restableció las relaciones diplomáticas.

El Bienio Progresista (1854-1856)

Los favoritismos y las corruptelas condujeron en 1854 a la Vicalvarada de O’Donnell (respaldada por el Manifiesto de Manzanares) y al comienzo del Bienio Progresista (1854-1856) con Espartero. Derogaron la Constitución de 1845 y entró en vigor la de 1837 hasta finalizar una más acorde con su ideología (la Constitución “non nata” de 1856). El progresismo intentó imponerse:

  • Desamortización General de Madoz de 1855.
  • Ley de Ferrocarriles de 1855.
  • Creación del Banco de España en 1856.

Pero estas reformas chocaron con los carlistas, la Iglesia y el campesinado, produciéndose revueltas y motines populares agravados por la carestía de alimentos, por lo que Isabel II acudió a O’Donnell, quien formó un nuevo gobierno para restablecer el orden público, impidió la promulgación de la “non nata” y puso en vigencia la Constitución de 1845 con un Acta Adicional.

La Unión Liberal y el Final del Reinado (1856-1868)

Tras un breve periodo moderado (1856-1858) de Narváez, con nuevas leyes como la de Instrucción Pública del ministro Moyano (Ley Moyano), la centrista Unión Liberal de O’Donnell llegó al poder e inició su Gobierno Largo (1858-1863). Fue un periodo de expansión económica (ferrocarriles, industria) y de mantenimiento del orden público (aplastamiento de la Ortegada carlista en 1860, represión del anarquismo en Andalucía). También se desarrolló una política exterior de prestigio: Guerra de Marruecos (1859-1860), restablecimiento del dominio en Santo Domingo (1861) y expediciones militares a la Conchinchina (1858-1863), México (1862), Perú y Chile (1863-1866).

El agotamiento del programa de la Unión Liberal y su acercamiento a posturas moderadas provocaron la vuelta del moderantismo al poder en 1863, manteniéndose hasta que en 1868 Isabel II fue depuesta. En este tiempo, el descrédito político de la reina, la oposición política (progresistas, demócratas y la Unión Liberal, firmantes del Pacto de Ostende de 1866) y la crisis de subsistencia desembocaron en la Gloriosa Revolución del 19 de septiembre de 1868 (pronunciamiento del almirante Topete en Cádiz al grito de ¡Viva España con honra!). Esta revolución dio fin al reinado de Isabel II y al comienzo de una nueva etapa histórica conocida como el Sexenio Democrático.

El Sexenio Democrático (1868-1874): Intentos Democratizadores

La Gloriosa Revolución y el Gobierno Provisional (1868-1869)

El Sexenio Democrático es el periodo histórico en el que se intentó implantar un liberalismo democrático, es decir, extender la participación política a las clases medias y populares. Los partidos marginados del poder (progresistas, demócratas y, a partir de 1867, la Unión Liberal) se unieron en el Pacto de Ostende (1866) y conspiraron para acabar con la monarquía isabelina hasta que el 19 de septiembre de 1868 el almirante Juan Topete se pronunció en Cádiz, secundado por Serrano y Prim.

Con este pronunciamiento estalló la Gloriosa Revolución, que llevó al poder a los generales Serrano y Prim (Gobierno Provisional). En este se realizaron numerosas reformas, como el reconocimiento de la libertad de culto, de asociación, de reunión y de expresión, además de la expulsión de los jesuitas. De todas las medidas tomadas, destacó la convocatoria de elecciones por sufragio universal masculino para enero de 1869 de Cortes Constituyentes. En ellas se elaboró la Constitución de 1869, que exaltaba el liberalismo democrático y definía a España como una monarquía democrática frente a los partidarios de la república.

La Monarquía de Amadeo I (1871-1873)

Al declararse una monarquía como forma de gobierno y no tener aún rey, se estableció una regencia en la persona del general Serrano mientras se elegía un monarca (1869-1870). Prim se encargó de la búsqueda; este tenía que ser católico, liberal y no Borbón. Finalmente, se eligió en votación en las Cortes a Amadeo de Saboya el 16 de noviembre de 1870.

El nuevo monarca juró la Constitución el 2 de enero de 1871. Desde el principio encontró múltiples obstáculos, siendo el primero el asesinato de su principal valedor, el general Prim. Sus teóricos partidarios estaban envueltos en luchas internas y sus opositores aumentaron (carlistas, republicanos, alfonsinos, Iglesia). Estalló la III Guerra Carlista (1872) y se enquistó la Guerra de Cuba (que había comenzado tras el Grito de Yara en 1868).

Ante tantos contratiempos, con escasos apoyos y abundante oposición, el 11 de febrero de 1873, Amadeo abdicó por él y sus descendientes y abandonó España.

La Primera República (1873-1874)

Su marcha produjo un vacío de poder que las Cortes intentaron cubrir proclamando la I República el 11 de febrero de 1873. Los problemas existentes se aumentaron con la división de los propios republicanos (federalistas y unitarios). Durante los once meses que duró la República se sucedieron cuatro presidentes:

  1. Estanislao Figueras: Además de hacer frente a revueltas y disturbios, realizó numerosas medidas de carácter democrático (abolición de la esclavitud en Puerto Rico), pero lo más importante fue la convocatoria, en mayo, de elecciones para Cortes Constituyentes. Ganaron los federalistas.
  2. Francisco Pi y Margall: Tras la huida de Figueras, accedió al poder. Defendía la elaboración de una constitución federal similar a la de los EE. UU. La malinterpretación de este proyecto provocó la división de los republicanos federalistas en benévolos e intransigentes. Estos últimos originaron el movimiento cantonalista, que agravó la situación interna de España. Pi y Margall dimitió.
  3. Nicolás Salmerón: Unitario, sucedió a Pi y Margall. A pesar de arreglar en mayor o menor medida el problema cantonal, Salmerón dimitió por un problema de conciencia (se negó a firmar sentencias de muerte).
  4. Emilio Castelar: Gobernó por decreto-ley, por mandato de las Cortes, bajo el lema de orden y autoridad.

En este clima de inestabilidad, el general Pavía disolvió las Cortes el 3 de enero de 1874. El general Serrano volvió al poder e instauró una especie de República Presidencialista. Mientras se luchaba para sofocar el conflicto carlista, el cubano y el cantonalista, en el interior del país creció la oposición alfonsina en torno a Antonio Cánovas del Castillo. Alfonso XII publicó el Manifiesto de Sandhurst, por el que se ofrecía a tomar el trono español y, el 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto y proclamó a Alfonso XII rey de España, dando inicio a la Restauración Borbónica.

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