10 May

La Filosofía Política de Platón: En Busca de la Sociedad Justa

Platón fue un pensador centrado en la política y su principal preocupación era cómo lograr una sociedad justa. Por eso, en su obra La República, diseña un Estado ideal en el que cada individuo cumple la función que le corresponde según su naturaleza y virtud. Para él, la sociedad está dividida en ricos y pobres, lo que genera conflictos debido al deseo humano de poder y posesiones. Critica la democracia porque considera que favorece a los manipuladores y al populismo, ya que el pueblo, guiado por sus deseos inmediatos, elige a quienes le dicen lo que quiere oír. Frente a esto, Platón propone que gobiernen los sabios, es decir, los filósofos que conocen el bien común y pueden razonar sobre el conjunto del Estado.

El Estado debe estar organizado como el alma, con tres clases sociales que corresponden a sus tres partes:

  • Los productores, que satisfacen las necesidades materiales.
  • Los guardianes, que protegen la ciudad.
  • Los gobernantes-filósofos, que usan la razón para dirigir.

La justicia en el Estado se da cuando cada clase cumple su función sin invadir la de las otras. Para formar a los gobernantes, Platón propone una educación exigente y selectiva desde la infancia, donde solo los más capacitados accedan al conocimiento filosófico y al gobierno, sin propiedades ni intereses personales. Además, critica duramente a los sofistas por enseñar a persuadir sin buscar la verdad y rechaza la presencia de los poetas en el Estado ideal porque distraen al ciudadano con emociones que desvían de la razón.

Conocimiento y Realidad en Platón: La Teoría de las Ideas

Platón se pregunta qué es realmente cada cosa (justicia, igualdad, virtud…) y sostiene que no basta con dar ejemplos: hay que descubrir lo universal común a todos los casos particulares. A eso lo llama Idea o Forma, como la “Idea de Justicia” o la “Idea de Igualdad”. Afirma que el conocimiento verdadero no proviene de los sentidos, que solo nos dan opiniones cambiantes (doxa), sino de la razón (logos), que nos permite captar las Ideas inmutables y eternas, constitutivas de la verdadera realidad (episteme). Por ejemplo, cuando un matemático dibuja un cuadrado, no piensa en ese dibujo concreto, sino en el cuadrado en sí, la Idea de cuadrado.

Platón distingue entre el mundo sensible (el que percibimos con los sentidos, mutable y aparente) y el mundo inteligible (el mundo de las Ideas, accesible solo a la razón, inmutable y verdadero). Las cosas sensibles imitan o participan de las Ideas, pero nunca las igualan en perfección. También propone la Teoría de la Reminiscencia (anámnesis): conocer es recordar lo que el alma ya sabía por haber contemplado las Ideas antes de unirse al cuerpo, pues el alma es inmortal. Así, aprender es despertar ese saber interior.

Platón describe además niveles de conocimiento, relacionados con los grados de ser, a menudo ilustrados mediante el Símil de la Línea:

  • En el ámbito de la opinión (doxa) sobre el mundo sensible, se encuentran la imaginación o conjetura (eikasía), que versa sobre imágenes de las cosas, y la creencia (pistis), que trata sobre los objetos sensibles mismos.
  • En el ámbito del conocimiento científico (episteme) sobre el mundo inteligible, se halla la razón discursiva (dianoia), propia de las matemáticas que parten de hipótesis, y la intuición intelectual o dialéctica (noesis), que es el conocimiento directo de las Ideas y sus relaciones, culminando en la Idea del Bien.

Todas las Ideas están conectadas jerárquicamente y forman un sistema, en cuya cima se encuentra la Idea del Bien, que es la causa del ser y de la inteligibilidad de todas las demás Ideas y del mundo sensible. Platón también usa mitos para ilustrar sus ideas, como el Mito de la Caverna, donde compara el mundo sensible con las sombras proyectadas en una cueva y el mundo de las Ideas con la realidad exterior iluminada por el Sol (símbolo de la Idea del Bien). Salir de la caverna representa el ascenso del alma hacia el conocimiento verdadero usando la razón.

La Ética Platónica: Virtud, Alma y el Bien Supremo

Platón, influido por su maestro Sócrates, se opuso al relativismo moral de los sofistas, quienes sostenían que los valores dependen del punto de vista de quien se beneficia. En cambio, Platón defendía una ética universalista, según la cual los valores morales son objetivos y universales, fundamentados en la Idea del Bien. Para él y para Sócrates, una acción buena no necesariamente beneficia materialmente al que la realiza, y muchas veces lo racionalmente bueno puede ir en contra del bienestar corporal inmediato.

Sócrates tenía una visión intelectualista de la moral: creía que el mal proviene de la ignorancia del Bien y que nadie hace el mal voluntariamente. El conflicto moral se da, entonces, entre el conocimiento verdadero y la opinión errónea, por lo que alcanzar el conocimiento del Bien es fundamental para actuar correctamente. Esta Idea del Bien se encuentra en la cima del sistema de las Ideas y solo se accede a ella mediante una compleja ascensión dialéctica.

Platón compartía el énfasis en el conocimiento racional, pero matizó el intelectualismo socrático al reconocer que, incluso conociendo lo correcto, una persona puede actuar mal debido a la influencia de las pasiones. Por eso propuso una teoría del alma tripartita:

  • El alma racional (logos), situada en la cabeza, cuya función es razonar y gobernar las otras partes. Su virtud es la sabiduría o prudencia (sophía/phrónesis).
  • El alma irascible (thymós), situada en el pecho, fuente de las pasiones nobles como el coraje y la voluntad. Su virtud es la fortaleza o valentía (andreía).
  • El alma concupiscible o apetitiva (epithymía), situada en el vientre, fuente de los deseos y apetitos corporales. Su virtud es la moderación o templanza (sophrosyne).

La justicia del alma (dikaiosyne) se logra cuando la razón, ayudada por la parte irascible, domina y guía a la parte concupiscible, generando equilibrio interno (armonía) y permitiendo una vida virtuosa. Platón reconocía que cada individuo tiene un predominio distinto entre las tres partes del alma, lo que da lugar a diferentes tipos de carácter, pero todos pueden aspirar a una vida virtuosa si educan correctamente sus inclinaciones.

En el Fedro, Platón ilustra esta teoría mediante la alegoría del carro alado: el auriga (la razón) guía un carro tirado por dos caballos alados: uno blanco, noble y dócil (el alma irascible), y otro negro, rebelde y difícil de controlar (el alma apetitiva). Solo si el auriga controla a ambos caballos podrá el alma elevarse hacia la contemplación del mundo de las Ideas. Si fracasa, el alma caerá al mundo sensible, encarnándose en un cuerpo.

El Ser Humano según Platón: Dualismo y Destino del Alma

Para entender cómo Platón concibe al ser humano, es esencial partir de su reflexión sobre los dilemas morales y su teoría de las Ideas. Influido por Sócrates, quien defendía una concepción intelectualista de la moral —según la cual el mal nace del desconocimiento del bien—, Platón desarrolló una visión más compleja del alma humana.

Para Platón, el ser humano es un ser dualista, compuesto por alma (psyché) y cuerpo (soma). El alma, de naturaleza divina y afín al mundo de las Ideas, tiende hacia el bien, la verdad y la inmortalidad. El cuerpo, material y ligado al mundo sensible, representa una fuente de apetitos, pasiones y limitaciones que pueden alejar al alma de su propósito superior. Por ello, el cuerpo es visto a menudo como una cárcel o tumba (sema) del alma, y la vida virtuosa requiere un camino ascético, de purificación (kátharsis) y renuncia a los placeres corporales para liberar el alma.

Platón sostiene que el alma es inmortal. Argumenta su inmortalidad basándose en su simplicidad (no es compuesta, por lo tanto no puede descomponerse), su afinidad con las Ideas eternas, y su capacidad de reminiscencia. Esta inmortalidad está conectada con la doctrina de la reencarnación (metempsícosis o transmigración de las almas), según la cual las almas migran de un cuerpo a otro tras la muerte, en un ciclo de nacimientos y muertes. Una vida justa y filosófica permite al alma purificarse y, eventualmente, escapar de este ciclo para retornar al mundo de las Ideas; una vida entregada a los placeres sensibles y la ignorancia conduce a reencarnaciones en formas inferiores de existencia.

Como se mencionó en su ética, en La República, Platón describe al alma con tres partes o funciones: la racional, la concupiscible (deseos) y la irascible (ánimo o voluntad). La vida moral y el desarrollo pleno del ser humano dependen del equilibrio y la armonía entre estas partes, donde la razón debe gobernar con la ayuda del ánimo para controlar los apetitos. Cada parte tiene su virtud específica: sabiduría para la razón, moderación para los deseos, y fortaleza para el ánimo. La justicia en el individuo consiste en esta armonía interna.

En el Fedro, Platón ilustra esta dinámica con el mito del carro alado, en el que la razón (el auriga) debe conducir dos caballos: uno blanco y noble (el ánimo) y otro negro y díscolo (el apetito). Solo con el control adecuado y la guía de la razón se puede ascender hacia el mundo de las Ideas, que es el verdadero hogar del alma.

La Existencia de Dios en Tomás de Aquino: Las Cinco Vías Racionales

Tomás de Aquino, filósofo y teólogo cristiano del siglo XIII y figura clave de la escolástica, buscó conciliar la fe cristiana con la razón filosófica, especialmente con el pensamiento de Aristóteles, a quien llamaba “el Filósofo”. Sostenía que algunas verdades se alcanzan solo por la fe (misterios revelados), otras solo por la razón (verdades naturales), y otras, llamadas preámbulos de la fe, pueden ser conocidas tanto por la fe como por la razón. Entre estas últimas se encuentra la existencia de Dios, que Tomás consideraba demostrable racionalmente.

Rechazó los argumentos a priori para demostrar la existencia de Dios (como el argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury) porque parten de la esencia de Dios, que no nos es conocida directamente, y por tanto no son evidentes para todos. En su lugar, defendió los argumentos a posteriori, que parten de los efectos observados en el mundo sensible para remontarse a su Causa Primera. Su método consistía en observar hechos del mundo (efectos) y aplicar el principio de causalidad para llegar a la existencia de un Ser Supremo (Causa).

A partir de este método, en su obra Suma Teológica, elaboró sus célebres cinco vías (quinque viae) para demostrar la existencia de Dios:

  1. Primera vía (Vía del movimiento): Constatamos en el mundo que hay cosas que se mueven. Todo lo que se mueve es movido por otro. Como una cadena infinita de motores es imposible, debe existir un primer Motor Inmóvil, que mueve sin ser movido por nada ni nadie: este es Dios.
  2. Segunda vía (Vía de la causa eficiente): Observamos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Nada puede ser causa eficiente de sí mismo, pues tendría que ser anterior a sí mismo, lo cual es imposible. Tampoco es posible una serie infinita de causas eficientes. Por lo tanto, debe existir una Causa Eficiente Primera, no causada por nada: esta es Dios.
  3. Tercera vía (Vía de lo contingente y lo necesario): Encontramos en la naturaleza seres contingentes, es decir, que pueden existir o no existir (nacen y perecen). Si todos los seres fueran contingentes, hubo un tiempo en que nada existió y, por tanto, nada existiría ahora, lo cual es falso. Por lo tanto, debe existir un Ser Necesario por sí mismo, que no tenga la causa de su necesidad en otro, sino que sea causa de la necesidad de los demás: este es Dios.
  4. Cuarta vía (Vía de los grados de perfección): Observamos en los seres diferentes grados de perfección (bondad, verdad, nobleza, etc.). Estos grados implican la existencia de un referente máximo, un ser que posea toda perfección en grado sumo, que sea la causa de toda perfección en los demás. Debe existir, pues, un Ser Sumamente Perfecto: este es Dios.
  5. Quinta vía (Vía de la finalidad o del gobierno del mundo): Vemos que los seres irracionales (naturales) actúan con un fin, tienden a un orden y persiguen lo que es mejor para ellos, como si estuvieran dirigidos por una inteligencia. Este orden y finalidad no pueden provenir del azar. Por lo tanto, debe existir una Inteligencia Ordenadora Suprema que dirige todas las cosas naturales a sus fines: esta es Dios.

Además, Tomás de Aquino considera que, aunque no podemos conocer la esencia de Dios directamente en esta vida, podemos conocer algo de Él a través de sus efectos mediante:

  • La vía de la negación (via negationis): Consiste en negar de Dios todas las imperfecciones propias de las criaturas (limitación, mutabilidad, composición, etc.).
  • La vía de la afirmación o causalidad (via affirmationis o causalitatis): Consiste en atribuir a Dios las perfecciones que vemos en las criaturas (bondad, sabiduría, poder, etc.), pero entendiendo que Él las posee de un modo eminente y como causa de ellas.
  • La vía de la eminencia (via eminentiae): Consiste en reconocer que las perfecciones atribuidas a Dios se dan en Él en un grado infinitamente superior al que se dan en las criaturas.

Finalmente, afirma que en Dios esencia y existencia se identifican: Dios es el “ipsum esse subsistens” (el mismo ser subsistente). Solo Él es acto puro, sin mezcla de potencialidad, y por ello es eterno, inmutable, simple y absolutamente necesario. En los seres creados, en cambio, la esencia (lo que son) es distinta de su existencia (el hecho de ser), la cual es recibida y participada de Dios.

La Teoría del Conocimiento en Karl Marx: Materialismo, Ideología y Praxis

Karl Marx desarrolló una teoría del conocimiento profundamente ligada a su concepción materialista de la realidad (materialismo histórico y dialéctico) y a su crítica radical del capitalismo. A diferencia de las posturas idealistas tradicionales que priman la conciencia o el espíritu, Marx sostiene que el conocimiento no surge de una conciencia autónoma o de la pura contemplación, sino que está determinado por las condiciones materiales de existencia y la práctica social.

Según su famosa tesis, “no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Esto significa que las ideas, valores, creencias, y el conocimiento en general que conforman la superestructura de una sociedad (formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, filosóficas) dependen y son, en última instancia, un reflejo de su base económica y social, es decir, la infraestructura (las fuerzas productivas y las relaciones de producción).

En este contexto, Marx introduce el concepto crucial de ideología. Para él, la ideología no es simplemente un conjunto de ideas, sino un sistema de representaciones e ilusiones que, en una sociedad de clases, sirve para enmascarar las verdaderas relaciones de poder y explotación, legitimando y perpetuando los intereses de la clase dominante. La ideología opera como una “falsa conciencia”, una distorsión sistemática de la realidad que impide a las clases oprimidas comprender su situación y luchar por su emancipación. Un ejemplo central de esta distorsión es el fetichismo de la mercancía, descrito en El Capital, donde las relaciones sociales de producción entre personas se presentan engañosamente como relaciones objetivas entre cosas (mercancías y dinero), ocultando la explotación del trabajo humano que subyace al valor.

A pesar de estas distorsiones ideológicas, Marx no considera el conocimiento como una herramienta inevitablemente condenada a la alienación. A través de la crítica rigurosa de la ideología y el análisis materialista de la historia y de la economía política, es posible desvelar las contradicciones del sistema capitalista y alcanzar una conciencia de clase revolucionaria. Esta conciencia permite a la clase trabajadora comprender su papel histórico y las condiciones de su propia liberación. De esta forma, el conocimiento adquiere un carácter emancipador y transformador.

Para Marx, el criterio de verdad del conocimiento no reside en la mera coherencia lógica o en la contemplación pasiva, sino en la praxis. Conocer no es simplemente interpretar el mundo de diversas maneras, sino transformarlo. El conocimiento está intrínsecamente ligado a la actividad práctica y, fundamentalmente, a la praxis revolucionaria: debe ser una herramienta activa para superar la alienación, derrocar el capitalismo y construir una sociedad comunista, sin clases y más justa.

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