13 Jul

Filosofía de Immanuel Kant

Conocimiento en Kant

Kant, en su obra Crítica de la razón pura, desarrolla una teoría del conocimiento que busca superar la oposición entre el racionalismo y el empirismo. Mientras que los racionalistas defendían que el conocimiento se basa en la razón, y los empiristas en la experiencia, Kant propone una síntesis: el conocimiento surge de la combinación de ambos elementos. Según su planteamiento, “los pensamientos sin contenido son vacíos, las intuiciones sin conceptos son ciegas”, lo que significa que para que haya conocimiento debe intervenir tanto la experiencia sensible como las estructuras racionales del sujeto.

Kant lleva a cabo lo que él mismo llama una «revolución copernicana» en filosofía. Al igual que Copérnico cambió la perspectiva colocando al Sol en el centro del sistema y no la Tierra, Kant propone que no es el sujeto quien se adapta a los objetos, sino que los objetos deben ajustarse a las estructuras del sujeto. En otras palabras, no conocemos las cosas tal como son en sí mismas (los noúmenos), sino como aparecen ante nosotros (los fenómenos), organizadas por nuestras formas de percepción y entendimiento.

Para que exista conocimiento, deben intervenir dos facultades fundamentales: la sensibilidad y el entendimiento. La sensibilidad es la capacidad de recibir datos del mundo exterior, y está estructurada por dos formas puras a priori: el espacio y el tiempo. Estas formas no provienen de la experiencia, sino que son condiciones internas del sujeto que hacen posible cualquier percepción. El entendimiento, por su parte, es la facultad que organiza esos datos a través de las categorías, conceptos puros como causalidad, unidad o pluralidad, también a priori. Así, todo conocimiento se basa en la aplicación de estas estructuras mentales a las impresiones que recibimos del mundo.

Kant distingue además entre tres tipos de juicios: analíticos a priori (el predicado está contenido en el sujeto, como “el todo es mayor que la parte”), sintéticos a posteriori (amplían el conocimiento y dependen de la experiencia, como “la nieve es blanca”) y sintéticos a priori, que son el verdadero pilar de su teoría. Estos últimos amplían el conocimiento sin depender de la experiencia, ya que son posibles gracias a las estructuras del sujeto. Ejemplos de ellos son los principios de las matemáticas y la física, y son fundamentales para explicar cómo es posible el conocimiento científico.

Finalmente, Kant establece los límites del conocimiento humano. Solo podemos conocer los fenómenos, es decir, las cosas tal como se nos aparecen, y no los noúmenos, o la realidad en sí misma. Por lo tanto, conceptos como Dios, el alma o el mundo como totalidad están más allá de la experiencia y no pueden ser objeto de conocimiento, aunque sí de creencia o reflexión moral. Cuando la razón intenta aplicarse a estos ámbitos, cae en contradicciones que Kant denomina ilusiones trascendentales. Por ello, propone una “crítica de la razón” que sirva para delimitar su uso legítimo.

Ética en Kant

La ética de Kant es una ética deontológica y racionalista, lo que significa que su principal foco está en la obligación moral y la razón como fundamentos de la moralidad. A diferencia de las teorías éticas que se centran en las consecuencias de las acciones, Kant considera que una acción es moralmente buena si se realiza por deber y no por inclinaciones personales o deseos. Según Kant, lo único que puede considerarse bueno sin restricción es la buena voluntad, es decir, la voluntad de actuar conforme al deber, por respeto al deber mismo.

El Imperativo Categórico

El corazón de la ética kantiana está en el concepto de imperativo categórico, que es una ley moral universal que debe ser seguida sin ninguna condición. A diferencia de los imperativos hipotéticos (que dependen de deseos o condiciones específicas), el imperativo categórico es absoluto y universal, es decir, manda sin excepciones. Kant lo formula en tres formas, que son equivalentes entre sí:

  • Fórmula de la Ley Universal:

    Esto implica que debemos actuar solo de acuerdo con principios que puedan aplicarse a todos. Si una acción no puede ser deseada como ley universal, entonces no es moral.

  • Fórmula de la Humanidad:

    Kant destaca que cada ser humano tiene dignidad y debe ser tratado como un fin en sí mismo, no como un medio para otros fines. La moral exige respetar la autonomía y el valor de las personas.

  • Fórmula del Reino de los Fines:

    Esta fórmula nos invita a imaginar una comunidad ideal en la que todos los individuos actúan como si sus principios pudieran ser leyes universales aplicables a todos, donde cada persona es tratada como un fin y no como un medio.

El Reino de los Fines

El reino de los fines es una concepción moral en la que todos los seres racionales son considerados como fines en sí mismos. Este reino ideal está formado por personas libres, autónomas e iguales que se respetan mutuamente. En este contexto, las leyes morales son dadas por la razón y deben ser seguidas por todos, ya que se basan en principios universales que podrían ser aceptados por todos los seres racionales. La ética kantiana, por lo tanto, promueve una sociedad en la que cada individuo actúa de acuerdo con los principios que podrían ser aceptados universalmente, respetando la dignidad de los demás.

Los Tres Postulados de la Razón Práctica

Aunque Kant sostiene que la moralidad no depende de la religión ni de la metafísica, introduce tres postulados necesarios para que la ética sea coherente y tenga sentido:

  • Libertad:

    La libertad es un postulado necesario de la ética kantiana. Si no somos libres, no podemos actuar moralmente. La moral requiere que podamos actuar de acuerdo con nuestra voluntad racional, y esto solo es posible si somos libres de actuar según nuestra razón, sin estar determinados por factores externos.

  • Inmortalidad del Alma:

    Kant cree que la moral requiere la inmortalidad del alma. Esto se debe a que el ser humano, a pesar de seguir la ley moral, no logra alcanzar la summum bonum (el bien supremo, donde virtud y felicidad se unen) en esta vida. Para que esto sea posible, el alma debe ser inmortal y tener la oportunidad de seguir perfeccionándose en una vida futura.

  • Existencia de Dios:

    Aunque Kant no hace de Dios una condición de la moralidad, postula que la existencia de Dios es necesaria para garantizar que la virtud y la felicidad se correspondan finalmente, es decir, que los seres humanos encuentren la recompensa a su esfuerzo moral en una vida futura. Dios sería el garante de la armonía moral en el mundo.

La ética de Kant se basa en la razón y en el deber moral, considerando que lo moralmente correcto es lo que se hace por respeto al deber, y no por los efectos que se puedan obtener de la acción. El imperativo categórico es la clave de su ética, pues establece un principio moral universal y absoluto que debe ser seguido por todos. Además, Kant introduce la idea del reino de los fines, una comunidad ideal donde cada persona es tratada como un fin en sí misma, y postula tres condiciones fundamentales para la moral: libertad, inmortalidad e existencia de Dios. Estas ideas forman la base de una ética racional, autónoma y universal, que tiene como objetivo crear una sociedad justa y respetuosa con la dignidad humana.

El Problema del Ser Humano en Kant

El problema del ser humano en la filosofía de Kant radica en la tensión entre los impulsos naturales y la capacidad moral de actuar según la razón. Kant considera que el ser humano, aunque tiene una naturaleza egoísta e inclinaciones hacia el placer, posee también una razón moral que lo impulsa a actuar de acuerdo con principios universales y el deber. Este conflicto entre deseos y moralidad genera una lucha interna constante.

Para Kant, la libertad es clave, ya que solo a través de ella el ser humano puede actuar conforme al deber sin ser arrastrado por sus impulsos. Sin embargo, la libertad moral se ve limitada por los condicionamientos de la naturaleza humana. Esta autonomía es lo que permite superar el conflicto, pero siempre está presente la contradicción entre la razón (que conoce lo moral) y los impulsos naturales.

El problema de la perfección moral también está presente, ya que, aunque el ser humano busca cumplir con la ley moral, sus limitaciones impiden alcanzar una moralidad perfecta, lo que genera insatisfacción constante. En resumen, el ser humano vive en una lucha entre sus deseos naturales y su capacidad de actuar racionalmente según la ley moral, un conflicto que nunca se resuelve por completo.

Filosofía de René Descartes

Conocimiento en Descartes

Descartes, considerado el padre de la filosofía moderna, inicia su pensamiento con una profunda preocupación por encontrar un conocimiento absolutamente seguro. Para lograrlo, desarrolla un sistema racionalista que sitúa a la razón como única fuente válida de conocimiento, rechazando la confianza ciega en los sentidos o en la tradición.

Su punto de partida es la duda metódica, una herramienta que utiliza para eliminar cualquier creencia que pueda ser puesta en duda. Descartes duda de los sentidos, que a veces nos engañan; de la existencia del mundo exterior, que podría ser un sueño; e incluso de las verdades matemáticas, pues cabe la posibilidad de que exista un genio maligno que nos haga errar incluso cuando creemos razonar con lógica. Esta duda, sin embargo, no es escéptica, sino metodológica: su objetivo no es negar todo conocimiento, sino encontrar una verdad firme e indudable sobre la cual edificar el resto del saber.

Esa primera verdad es el famoso «Cogito, ergo sum«: «pienso, luego existo». Incluso si todo lo demás fuese falso, el hecho de dudar prueba que hay un sujeto que piensa. El cogito se convierte así en el fundamento del conocimiento, una certeza absoluta que no puede ser puesta en duda.

A partir del cogito, Descartes clasifica las ideas en tres tipos: adventicias (provienen de los sentidos), facticias (creadas por la mente combinando otras ideas) e innatas (presentes en la razón por naturaleza). Solo las ideas innatas, como la de Dios, el yo o las verdades matemáticas, pueden ser consideradas verdaderas, ya que no dependen de la experiencia, que puede ser engañosa.

Descartes establece como criterio de verdad que una idea debe ser clara y distinta para ser verdadera. Una idea clara es evidente por sí misma, y una idea distinta es aquella que no se confunde con ninguna otra. El cogito cumple con estas condiciones, y por tanto, permite aplicarlas como norma general del conocimiento.

No obstante, para que este criterio sea válido de forma universal, Descartes necesita garantizar que no estamos siendo constantemente engañados. Por eso, demuestra la existencia de Dios, quien, por ser un ser perfecto, no puede engañarnos. Lo hace a través de dos argumentos: el ontológico (la idea de un ser perfecto implica su existencia, ya que existir es una perfección) y el causal (una idea tan perfecta como la de Dios no puede haber sido creada por un ser imperfecto como el ser humano, por lo que debe haber sido puesta por Dios mismo).

Una vez asegurada la existencia de un Dios veraz y no engañador, Descartes puede confiar en la realidad del mundo exterior y en las ideas claras y distintas que percibimos. El conocimiento sensible vuelve a ser válido, pero siempre subordinado a la razón.

Finalmente, Descartes propone un método racional para guiar el pensamiento, expuesto en su Discurso del método. Este método consta de cuatro reglas: aceptar solo lo evidente (claridad y distinción), dividir cada problema en partes, ordenar el pensamiento desde lo simple a lo complejo, y revisar todo con atención. Es un método universal, aplicable a todas las ciencias, que busca alcanzar un conocimiento tan firme como el de las matemáticas.

El Problema de Dios en Descartes

En la filosofía de René Descartes, el problema de Dios es esencial para superar la duda metódica y alcanzar certezas indudables sobre el conocimiento. Descartes considera a Dios como un ser perfecto y necesario para garantizar que nuestras percepciones sean fiables. A través de su razonamiento, Descartes plantea que la existencia de Dios es fundamental para asegurar que la mente humana no sea engañada y pueda acceder a la verdad.

La Idea de Dios como Innata

Descartes sostiene que la idea de Dios es innata en el ser humano, lo que significa que esta idea está presente en la mente desde el nacimiento. La idea de un ser infinito y perfecto no puede ser producto de la experiencia, ya que la experiencia humana está limitada. Descartes argumenta que si los seres humanos tienen una idea clara y distinta de Dios, entonces debe existir un ser que haya puesto esa idea en su mente.

El Argumento Ontológico

Descartes utiliza un argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios. Según este argumento, la existencia es una perfección, y dado que Dios es concebido como un ser perfecto, debe necesariamente existir. Si Dios no existiera, no sería el ser perfecto que concebimos.

La Garantía del Conocimiento

En su obra Meditaciones metafísicas, Descartes afirma que Dios garantiza la verdad. Si Dios es perfecto y no puede engañarnos, entonces las ideas claras y distintas que tenemos en la mente son verdaderas. De esta manera, Descartes puede confiar en la razón como fuente de conocimiento, ya que Dios no permitiría que la mente humana estuviera engañada en las percepciones evidentes y claras.

La Solución al Engaño

Descartes también aborda el problema del engaño a través de la existencia de Dios. Aunque los sentidos pueden engañarnos, la razón, guiada por las ideas claras y distintas, es infalible si se usa correctamente. El hecho de que Dios no sea un engañador garantiza que nuestras percepciones racionales sean confiables y que el conocimiento humano pueda ser cierto.

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