28 May

Comparación Filosófica: Tomás de Aquino y René Descartes

La filosofía de Tomás de Aquino (1225-1274) y René Descartes (1596-1650) surgen en contextos históricos y culturales profundamente distintos, lo que determina sus diferencias fundamentales. Tomás de Aquino vivió en la época medieval, cuando la escolástica y el pensamiento de Aristóteles dominaban la filosofía. Aquino defendió la idea de que fe y razón pueden trabajar juntas y que la filosofía debe estar al servicio de la teología.

Fuentes del Conocimiento

En primer lugar, aunque ambos valoran la razón como una herramienta esencial para alcanzar el conocimiento, difieren en su fundamento. Por un lado, Tomás de Aquino considera que el conocimiento tiene dos fuentes: la fe y la razón. La teología parte de la fe, pero puede ser defendida y explicada con la razón. Por otro lado, Descartes, en cambio, rechaza cualquier conocimiento que no pueda justificarse racionalmente. Su método se basa en la duda metódica, comenzando desde la única certeza indudable: el «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo).

La Existencia de Dios y la Realidad

Ambos filósofos buscan demostrar la existencia de Dios a través de la razón, pero lo hacen desde diferentes perspectivas y con diferentes objetivos. Aquino argumenta que la existencia de Dios se demuestra a posteriori, a través de sus efectos en el mundo. Sus cinco vías incluyen:

  • El argumento del movimiento
  • La causalidad
  • La contingencia
  • Los grados de perfección
  • El gobierno del mundo

Descartes, en cambio, parte de la idea innata de un ser perfecto (a priori). Su argumento ontológico establece que la existencia es una propiedad necesaria de la perfección divina, y como tenemos la idea de un ser perfecto, este debe existir. Además, para Tomás de Aquino, Dios no solo crea el mundo, sino que lo mantiene en la existencia en todo momento. La realidad creada es contingente, lo que significa que depende de Dios para existir. Descartes, influido por la ciencia moderna, ve el mundo como un sistema mecanicista gobernado por leyes matemáticas. Dios garantiza la existencia del mundo, pero su funcionamiento es independiente.

Legado e Influencia

Ambas teorías han influido profundamente a lo largo de la historia. Tomás de Aquino sigue teniendo una gran influencia en la teología cristiana y en la ética, especialmente en la doctrina de la Iglesia Católica, donde sus ideas sobre la ley natural y la moral siguen siendo referencia. Su concepción del universo como algo ordenado y con un propósito divino sigue influyendo en debates actuales sobre la relación entre fe y razón, y sobre la ética en cuestiones bioéticas y jurídicas. Por su parte, Descartes influyó en el desarrollo del pensamiento científico y filosófico, impactando en el empirismo de Locke y en el idealismo de Kant, y su dualismo mente-cuerpo todavía es un tema de debate en la neurociencia y la inteligencia artificial.

En definitiva, Tomás de Aquino y Descartes representan dos formas opuestas de entender la realidad: la primera basada en la síntesis entre fe y razón, y la segunda en el uso exclusivo de la razón como fuente de conocimiento. Mientras que Aquino busca demostrar racionalmente las verdades de la fe, Descartes intenta construir un sistema filosófico basado en certezas indudables.


Marx y Nietzsche: Crítica y Transformación del Mundo Moderno

Karl Marx y Friedrich Nietzsche comparten una actitud crítica hacia el mundo moderno, pero desde perspectivas muy distintas. Marx centra su análisis en las estructuras sociales y económicas que generan desigualdad y alienación; Nietzsche se dirige a los valores morales y culturales que, según él, han debilitado al ser humano. Ambos critican el mundo en el que viven, pero mientras Marx lo hace desde la economía y la historia, Nietzsche lo hace desde la filosofía y la psicología.

Crítica a la Alienación y la Moral

Para Marx, el problema central es el sistema capitalista, que convierte al trabajador en una pieza sin valor propio dentro de la maquinaria de producción. El resultado es la alienación, una pérdida de sentido y libertad causada por la explotación económica. Nietzsche también denuncia una forma de alienación, pero cultural: el ser humano moderno vive sometido a una moral de esclavos, basada en la renuncia a la vida, al deseo y a la creatividad. Esta moral, de origen cristiano, impide la afirmación de uno mismo.

Visión del Ser Humano y Objetivos

En su visión del ser humano, Marx lo concibe como un ser esencialmente social, que se realiza en comunidad a través del trabajo libre y creativo. Nietzsche, en cambio, defiende la individualidad radical: el ser humano debe superar las imposiciones sociales y convertirse en “superhombre”, es decir, creador de sus propios valores. Así, mientras Marx cree en la liberación colectiva, Nietzsche apuesta por la grandeza individual. Ambos, sin embargo, coinciden en que el ser humano puede —y debe— transformarse.

En cuanto a sus objetivos finales, Marx propone una revolución social que elimine las clases y establezca una sociedad más justa: el comunismo. Nietzsche no busca una revolución social, sino una transformación interior profunda: la transvaloración de todos los valores, que permita al ser humano afirmar la vida sin culpa ni miedo. Uno actúa sobre lo externo (las estructuras sociales), el otro sobre lo interno (los valores personales).

Crítica a la Religión y Legado

Ambos critican también la religión, aunque desde enfoques distintos. Marx la considera un “opio del pueblo”, un consuelo que impide a los oprimidos rebelarse. Nietzsche proclama la “muerte de Dios”, símbolo del fin de una moral decadente que niega la vida. En ambos casos, la religión es vista como un freno para la libertad.

A pesar de sus diferencias, ambos han tenido un impacto enorme. Marx inspiró revoluciones y sistemas políticos; Nietzsche, aunque nunca quiso formar una doctrina, ha influido en la filosofía, el arte, la literatura y el pensamiento contemporáneo. Podría decirse que Marx transformó el mundo exterior, y Nietzsche, el mundo interior. Uno puso en cuestión la propiedad y el trabajo; el otro, el sentido y los valores.

Vigencia de sus Ideas

Hoy en día, sus ideas siguen siendo provocadoras y necesarias. En un mundo con desigualdades crecientes, discursos sobre justicia social y críticas al sistema económico global, el análisis de Marx vuelve a cobrar fuerza. Pero también, en una sociedad marcada por el conformismo, la superficialidad o la pérdida de sentido, la voz de Nietzsche resuena como un grito incómodo que nos recuerda la importancia de pensar por uno mismo. Ambos nos desafían a no aceptar el mundo tal como es: uno desde la lucha colectiva, el otro desde la creación individual.

En definitiva, Marx y Nietzsche no solo critican el mundo, sino que nos empujan a imaginar otro. Aunque sus caminos no se cruzan, ambos nos muestran que vivir de forma auténtica implica rebelarse: contra la injusticia o contra el vacío. Y eso los convierte, todavía hoy, en pensadores profundamente actuales.


¿Es Posible Demostrar la Existencia de Dios Mediante la Razón?

¿Es posible alcanzar a Dios desde la razón, sin recurrir a la fe? La búsqueda de una demostración racional de la existencia de Dios ha sido una constante en la historia del pensamiento, pero los límites del conocimiento empírico y lógico parecen cerrarle el paso. Surge entonces la pregunta clave: ¿puede la razón demostrar la existencia de Dios, o estamos ante una creencia que escapa por completo a su alcance?

La Razón y la Existencia Divina

Desde un análisis riguroso, debemos concluir que no, que la razón no puede demostrar la existencia de Dios. Toda demostración racional exige evidencia observable, criterios verificables y ausencia de contradicciones. Sin embargo, las llamadas «pruebas» de la existencia divina —como las propuestas por Tomás de Aquino— descansan sobre supuestos indemostrables, conceptos abstractos y razonamientos circulares. Pretender que algo tan trascendente como Dios pueda ser demostrado racionalmente es sobreestimar el alcance de la razón y malinterpretar su función.

Críticas Filosóficas a las Pruebas de Dios

David Hume ya advirtió que el principio de causalidad, base de muchos argumentos teístas, no es una verdad lógica sino una costumbre mental nacida de la repetición. Por tanto, deducir la existencia de una causa primera (Dios) a partir de esa costumbre no tiene valor demostrativo. A su vez, Kant desmontó en su Crítica de la razón pura todos los intentos de demostrar racionalmente a Dios, mostrando que la razón solo puede operar en el mundo de los fenómenos, no en el de las ideas trascendentes.

Incluso filósofos más radicales, como Nietzsche, han señalado que la idea de Dios es una creación humana. Su célebre afirmación «Dios ha muerto» no es una simple negación, sino la constatación de que la cultura occidental ha dejado de necesitar a Dios como fundamento de sentido. Desde esta perspectiva, lo divino no es una realidad a descubrir, sino un símbolo al que la humanidad ha renunciado.

Límites de la Razón y la Fe

Quienes defienden la posibilidad de una demostración racional suelen acudir a argumentos cosmológicos, ontológicos o teleológicos. Sin embargo, todos ellos parten de premisas indemostrables: una supuesta perfección, un diseño universal, o una necesidad lógica. Estas ideas, al no poder ser confirmadas empíricamente, quedan fuera del dominio de la razón y pertenecen más bien al de la fe o la intuición personal.

Desde mi punto de vista, como persona crítica con los dogmas, creo que intentar demostrar a Dios con la razón es un esfuerzo inútil. No porque Dios esté necesariamente ausente, sino porque la razón no tiene las herramientas adecuadas para hablar de lo que está más allá de la experiencia. La demostración racional requiere un objeto claro, y Dios no lo es.

Por tanto, aceptar la existencia de Dios debe considerarse una opción personal, no una conclusión racional. La razón, al no poder demostrar ni su existencia ni su inexistencia, debe reconocer sus propios límites. Como dijo Kant: «Tuve que suprimir el saber para dejar sitio a la fe», pero esa fe no es racional ni demostrable, sino una elección íntima que no puede imponerse como verdad objetiva.


Kant y Hume: Dos Visiones del Conocimiento

David Hume e Immanuel Kant representan dos momentos decisivos en la reflexión filosófica sobre el conocimiento. Ambos se ocupan de una misma cuestión: ¿de dónde procede nuestro conocimiento y qué validez tiene? Sin embargo, sus respuestas son profundamente distintas. Mientras Hume representa el punto culminante del empirismo moderno, Kant construye una síntesis original que intenta salvar a la ciencia y a la metafísica del escepticismo al que Hume había conducido.

Fuentes y Naturaleza del Conocimiento

Para Hume, todo conocimiento procede de la experiencia. La mente humana no posee ideas innatas ni principios a priori. Lo que llamamos conocimiento es, en realidad, una asociación de impresiones sensibles e ideas derivadas de ellas. En este marco, el sujeto es pasivo: simplemente recibe datos de los sentidos y los asocia. El objeto, por tanto, no se conoce como algo en sí, sino como una suma de percepciones.

Kant, por el contrario, sostiene que si el conocimiento fuera solo experiencia, no podríamos explicar ni la ciencia ni la posibilidad de juicios universales y necesarios. Para él, el sujeto ya no es pasivo, sino activo: organiza la experiencia mediante formas a priori (espacio y tiempo) y categorías del entendimiento (como causalidad, sustancia, cantidad…). El objeto no es algo totalmente externo, sino una construcción conjunta entre lo que viene de fuera (materia) y la forma que le da el sujeto (forma). Esta es la gran revolución copernicana kantiana: el conocimiento se adapta al sujeto, y no al revés.

La Causalidad y los Límites del Conocimiento

Esta diferencia se ve claramente en la idea de causalidad. Hume la reduce a una costumbre psicológica: al ver que un fenómeno sigue a otro, esperamos que ocurra siempre, pero no hay necesidad objetiva. Esto lleva al escepticismo sobre las leyes científicas. Kant, en cambio, considera que la causalidad es una categoría del entendimiento: no la vemos en la experiencia, sino que la imponemos para que haya experiencia. Gracias a esto, Kant puede fundamentar la ciencia como un conocimiento válido, universal y necesario.

En cuanto a los límites del conocimiento, Hume es radical: solo podemos conocer lo que se nos da por los sentidos, y por tanto, la metafísica (Dios, alma, mundo como totalidad) no tiene sentido. Kant también limita la razón, pero no por escepticismo, sino para salvar lo que sí puede conocerse: los fenómenos (lo que aparece). Las cosas en sí (númenos) están más allá de la experiencia y, por tanto, no pueden ser objeto de conocimiento científico, aunque sí pueden ser pensadas como ideas reguladoras.

Impacto en la Ciencia y Legado

Ambos coinciden en rechazar la metafísica tradicional, pero difieren en el alcance de su crítica. Hume disuelve los conceptos metafísicos como ilusiones sin base empírica. Kant los reinterpreta, dándoles valor práctico y moral (por ejemplo, como condiciones de posibilidad de la libertad o la ética).

En cuanto a las consecuencias para la ciencia, la teoría de Hume pone en cuestión su validez necesaria: si no hay causalidad real, solo acostumbramiento, ¿cómo sostener leyes científicas? Kant responde fundando la ciencia en estructuras a priori del sujeto, lo que da lugar a una teoría del conocimiento que permite comprender cómo es posible la física de Newton, por ejemplo.

En definitiva, Hume lleva el empirismo hasta el extremo y muestra sus límites. Kant reconoce esa crítica y responde con una nueva propuesta: el conocimiento es posible solo si hay experiencia, pero también si el sujeto aporta formas propias. Esta síntesis le permite superar el enfrentamiento entre empirismo y racionalismo.

Hoy, el legado de ambos sigue siendo clave: Hume nos recuerda los límites de la razón y el peligro de dar por supuesto lo que no se puede probar; Kant nos ofrece un modelo de conocimiento que respeta tanto la experiencia como la estructura racional del pensamiento. Su diálogo sigue vivo en debates actuales sobre ciencia, mente y verdad.


La Libertad de la Razón: Uso Público vs. Uso Privado en la Ilustración

“La idea de progreso creó el mundo moderno” (Johan Norberg) plantea que el avance de la humanidad está directamente ligado a la libertad y la razón. Durante la Ilustración, se promovió la libertad de uso público de la razón, es decir, la capacidad de las personas para pensar y expresarse libremente. Sin embargo, al mismo tiempo, se aceptaban ciertas restricciones en el uso privado, sobre todo en lo relacionado con la acción política y la obediencia a las leyes. Este enfoque sugiere que es suficiente permitir el libre pensamiento, pero limitar las acciones y la política. No obstante, yo no estoy de acuerdo con esta visión, ya que creo que el progreso auténtico depende no solo de la libertad de pensamiento y expresión, sino también de la capacidad de actuar contra lo que es injusto.

La Desobediencia Civil como Motor de Progreso

Un ejemplo claro de esta tensión se ve en la desobediencia civil. Durante el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, figuras como Martin Luther King Jr. desafiaron leyes que, aunque eran legales, eran profundamente injustas, como las leyes de segregación racial. Si solo se hubiera permitido hablar y debatir sobre esas leyes sin tomar acción directa en contra de ellas, el cambio habría sido mucho más lento o quizá nunca habría llegado. Fue la acción, en forma de desobediencia civil pacífica, la que llevó a reformas esenciales para la igualdad.

Este ejemplo muestra que limitar el uso privado de la razón, es decir, restringir la capacidad de las personas para actuar, puede ser un obstáculo para el progreso. La Ilustración defendía que el libre pensamiento sería suficiente para impulsar mejoras en la sociedad, pero en muchos casos, las palabras no son suficientes. Cuando las leyes son injustas, es necesario no solo criticarlas, sino también desobedecerlas si queremos avanzar hacia una sociedad más justa.

Relevancia Actual y Desafíos

Hoy en día, esta idea sigue siendo relevante. En el mundo enfrentamos problemas como la crisis climática, las desigualdades sociales y las injusticias económicas. A menudo, los gobiernos y las leyes no actúan con la urgencia que estas situaciones requieren. En estos casos, la desobediencia civil se convierte en una herramienta necesaria para exigir cambios. Por ejemplo, movimientos como Extinction Rebellion, que realizan protestas pacíficas y a veces ilegales contra la inacción climática, desafían las leyes para llamar la atención sobre la crisis ambiental. Si solo nos limitáramos a hablar sobre el cambio climático, pero no actuáramos, el progreso en esta área sería mínimo.

Además, es importante señalar que la idea de progreso no siempre está garantizada. Como menciona Sergio C. Fanjul, vivimos en una época de incertidumbre, donde las promesas de un futuro mejor ya no son tan seguras. La simple libertad de pensamiento no será suficiente para enfrentar los desafíos actuales si las leyes y políticas que limitan la acción continúan vigentes. Necesitamos la capacidad de actuar para corregir las injusticias que detienen el verdadero progreso.

En definitiva, no basta con tener libertad para pensar y expresarse si nuestras acciones están restringidas cuando nos enfrentamos a leyes injustas. El progreso depende tanto de la libertad para pensar como para actuar, y la desobediencia civil es una de las formas en que las personas pueden desafiar un sistema que no responde a sus necesidades o que mantiene injusticias. Si nos conformamos con solo pensar y hablar sin actuar, estaríamos renunciando a nuestra capacidad de impulsar cambios significativos en la sociedad.


¿Descargar la Mente en un Ordenador? Transhumanismo y Existencia

“El hombre es algo que debe ser superado”, afirmaba Nietzsche, haciendo referencia a todas las reflexiones que hoy en día resuenan en el transhumanismo. Esta corriente nos plantea una de las preguntas más emocionantes para el siglo XXI: ¿sería posible descargar nuestra mente en un ordenador? Esta idea no solo busca superar las limitaciones biológicas, sino también alcanzar la inmortalidad deseada por siglos como la de la momia de la película de Tadeo Jones. Sin embargo, este salto tecnológico nos obliga a replantearnos cuestiones éticas, existenciales y filosóficas: ¿seguiríamos siendo humanos sin nuestra conexión con el cuerpo físico?

Implicaciones de la Digitalización de la Conciencia

En nuestro día a día podemos observar cómo la tecnología complementa, e incluso reemplaza, algunas funciones de nuestra mente. Los móviles actúan como discos duros de nuestra memoria, guardando recuerdos, ideas y datos que no queremos olvidar. A menudo, confiamos tanto en ellos que llegamos a sentirnos incompletos si los perdemos. Pero ¿qué sucede si esto va más allá? Descargar nuestra conciencia implicaría deshacernos de la conexión directa con nuestro cuerpo y el mundo físico. ¿Podríamos aún experimentar emociones, sensaciones y vínculos de la misma manera?

Dilemas Éticos y Sociales

Este salto no se libra de los dilemas éticos. ¿Quién sería el encargado de controlar las mentes digitalizadas? En un mundo donde los datos ya son utilizados con fines comerciales o políticos, permitir que nuestra conciencia se reduzca a información digital sería exponernos de manera facilitada a posibles abusos. Además, ¿sería justo que solo quienes puedan pagar esta tecnología accedan a una existencia “mejorada”, mientras que otros sigan limitados por la mortalidad biológica o por la clase social a la que pertenezcan? Esto podría aumentar las desigualdades y convertirlo en un privilegio reservado para unos pocos.

El Valor de la Mortalidad

Por otro lado, la posibilidad de vivir para siempre también pone en riesgo nuestro sentido de la vida. La mortalidad, aunque miedo, da valor al presente. Saber que la vida tiene un fin nos impulsa a disfrutar de lo efímero: el sabor de tu plato favorito, un amanecer o el abrazo de un ser querido. Como decía Aristóteles, “el hombre es un ser para la acción, no para la inmortalidad”. Si elimináramos los límites que nos definen, ¿seguiríamos apreciando las pequeñas cosas que hacen significativa nuestra existencia?

En mi día a día, estas reflexiones están presentes de maneras simples. Por ejemplo, al guardar una fotografía en mi móvil para no olvidar un momento especial, me pregunto: ¿esa imagen realmente captura lo que sentí en ese instante? ¿O se convierte en un almacenamiento más de algo que solo tiene sentido en mi memoria? De la misma forma, aunque una mente digital pueda almacenar datos y recuerdos, es probable que pierda la experiencia de lo que significa vivir. El transhumanismo nos invita a replantearnos qué significa ser humano.

Tal vez la clave no esté en buscar la inmortalidad, sino en aprender a vivir plenamente dentro de nuestra condición humana.


La Teoría del Conocimiento de Descartes: Del Método a la Certeza

Contexto: Ruptura con el Pasado

La filosofía moderna surge en paralelo con la revolución científica, marcada por el rechazo a la tradición aristotélica y la necesidad de un nuevo enfoque en la búsqueda del conocimiento. La ciencia medieval, basada en la autoridad y la especulación, había fracasado en su intento de ofrecer certezas. Descartes, testigo de estos errores, decide adoptar una actitud crítica y prudente, buscando un método que garantice un conocimiento firme y seguro, lo que llevará a cabo en su obra: Discurso del Método (1637). Descartes, como creador de la geometría analítica, aplica la matematización a la estructura de la realidad, demostrando que esta es racional y solo puede conocerse por medio de la razón. Decide.

La nueva ciencia no solo ofrece una visión renovada del universo, sino que también dota al ser humano de herramientas para dominar la naturaleza y mejorar su bienestar, en contraste con la tradición antigua y medieval, más enfocada en la contemplación.

El Método Cartesiano

Para alcanzar un conocimiento indudable, Descartes busca un método universal válido para todas las ciencias. Lo encuentra en las matemáticas, una disciplina que ofrece certezas mediante la intuición y la deducción. Descartes establece cuatro reglas fundamentales:

  • Regla de la evidencia: Solo se debe aceptar como verdadero aquello que se presente de manera clara y distinta a la razón, sin posibilidad de duda. Esta evidencia es similar a la certeza matemática, donde verdades como «2+2=4» no requieren verificación empírica.
  • Regla del análisis: Consiste en descomponer los problemas complejos en sus partes más simples. Esto permite abordar el conocimiento de manera ordenada, evitando confusiones y errores. Por ejemplo, en geometría, un problema complicado se resuelve descomponiéndolo en pasos básicos.
  • Regla de la síntesis: Una vez divididos los problemas, es necesario recomponerlos gradualmente, avanzando de lo más simple a lo más complejo. Este método garantiza que el conocimiento se construya de manera sólida y progresiva, evitando lagunas o suposiciones infundadas.
  • Regla de la enumeración: Es esencial revisar todo el proceso para asegurarse de no haber omitido ningún paso. La enumeración permite verificar que cada deducción es correcta y que el conocimiento obtenido es seguro.

Descartes concibe las ciencias como un árbol, donde la metafísica es la raíz, la física el tronco y las ramas representan las ciencias aplicadas, como la medicina y la moral. Todas dependen de la razón y deben seguir el mismo método para ser verdaderas.

Aplicación del Método: De la Duda a la Certeza Absoluta (Cogito, ergo sum)

Para demostrar la validez de su método, Descartes inicia un proceso de duda metódica, examinando todas las creencias hasta encontrar una verdad absoluta. Su duda se desarrolla en tres niveles:

  • Duda de los sentidos: Los sentidos pueden engañarnos. Por ejemplo, un palo sumergido en agua parece torcido, aunque en realidad no lo esté. Si los sentidos han engañado alguna vez, podrían hacerlo siempre, por lo que no pueden ser una fuente segura de conocimiento.
  • Duda de la realidad: Descartes plantea la hipótesis del sueño. En muchas ocasiones, soñamos con situaciones que creemos reales hasta despertar. Esto lo lleva a cuestionar si toda su experiencia podría ser un sueño prolongado, sin ninguna garantía de realidad.
  • Duda del entendimiento: Incluso en los sueños, ciertas verdades matemáticas parecen mantenerse. Sin embargo, Descartes introduce la hipótesis del «genio maligno», un ser poderoso que podría engañarnos constantemente, haciéndonos creer en falsedades como si fueran verdades. Esta duda extrema lo lleva a cuestionar incluso los principios lógicos y matemáticos.

Al llevar la duda a su máxima expresión, Descartes descubre una certeza indudable: si dudo, es porque pienso, y si pienso, es porque existo. Esta es la verdad fundamental del racionalismo cartesiano: «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo).

El «Cogito» es la primera evidencia absoluta, pues no puede ser puesta en duda. Incluso si un genio maligno intentara engañarlo, el propio acto de dudar confirma su existencia como sujeto pensante. Esta verdad es clara y distinta, cumpliendo la primera regla del método, y sirve como base para reconstruir el conocimiento.

Problemas y Críticas: El Solipsismo

A pesar de su éxito en encontrar una certeza indudable, Descartes enfrenta un problema: solo ha demostrado la existencia del “yo” pensante. No tiene aún pruebas de que el mundo exterior sea real ni de que existan otras mentes. Esto lo lleva a un posible solipsismo, en el que solo el propio pensamiento es seguro. Para superar esta dificultad, Descartes intentará demostrar la existencia de Dios, quien, como un ser veraz, asegurará la validez del conocimiento y la realidad del mundo exterior.

Influencia en la Modernidad

Su concepción de la razón como única fuente de conocimiento influyó en la Ilustración y en filósofos como Leibniz y Spinoza, pero al subestimar el papel de la experiencia y los sentidos será criticado por el empirismo (Locke, Hume) y por Kant, quien combinará razón y experiencia.


La Metafísica Cartesiana: La Concepción de la Realidad

Contexto

René Descartes (1596-1650) vivió en una época de profundos cambios intelectuales marcados por la crisis del pensamiento medieval y el auge de la ciencia moderna. Durante siglos, el saber estuvo dominado por la escolástica aristotélica, que combinaba razón y fe. Sin embargo, la revolución científica, impulsada por Copérnico, Galileo y Kepler, mostró que el universo seguía leyes matemáticas, debilitando la autoridad de Aristóteles y generando dudas sobre el conocimiento tradicional. Esta crisis llevó al resurgir del escepticismo, representado por Montaigne, que negaba la posibilidad de alcanzar certezas absolutas. Frente a esto, Descartes buscó un método que garantizara un conocimiento firme y seguro. Inspirado en las matemáticas, propuso la razón como única fuente fiable de verdad e inauguró el racionalismo moderno.

Su metafísica surge de la necesidad de reconstruir la realidad tras la duda metódica. Partiendo de una única certeza indudable (Cogito, ergo sum), intentará demostrar la existencia de Dios y del mundo externo, superando el solipsismo. Su pensamiento marcará el inicio de la modernidad filosófica e influirá en figuras como Spinoza, Leibniz y Kant.

Justificación Deductiva de la Realidad desde el Cogito

Para abrir el «yo» al mundo, Descartes analiza el pensamiento y distingue tres tipos de ideas:

  • Ideas adventicias: Provienen de la experiencia externa. No son fiables porque los sentidos pueden engañar.
  • Ideas facticias: Son construcciones mentales a partir de ideas adventicias, como la idea de un centauro. Tampoco son seguras.
  • Ideas innatas: No provienen de la experiencia, sino que la razón las posee por sí misma, como las ideas de «infinito» y «perfección».

A partir de las ideas innatas, Descartes formula tres pruebas para demostrar la existencia de Dios:

  1. Primera prueba: En nuestra mente existe la idea de un ser perfecto e infinito. Si somos seres finitos, no podríamos haber generado esa idea por nosotros mismos. Por lo tanto, debe haber un ser real que corresponda a esa idea: Dios.
  2. Segunda prueba: Yo existo, pero mi existencia es contingente, es decir, no es necesaria. Para que yo exista, debe haber un ser cuya existencia sea necesaria y que sea la causa de mi ser: Dios.
  3. Tercera prueba (argumento ontológico): Si Dios es el ser más perfecto que puede pensarse, la existencia debe formar parte de su perfección, ya que un ser perfecto sin existencia sería una contradicción. Por lo tanto, Dios existe.

Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes concluye que este no es engañador, pues la perfección incluye la veracidad. Así, si usamos correctamente nuestra razón, podemos confiar en que el mundo exterior es real. La existencia de Dios garantiza que no estamos siendo constantemente engañados por un «genio maligno».

La Realidad según Descartes: Tres Sustancias

Para Descartes, la realidad se compone de tres tipos de sustancias, entendidas como aquello que existe de manera independiente:

  • Sustancia pensante (res cogitans): Es el yo, la conciencia, el alma. Su atributo fundamental es el pensamiento, y su modo de manifestarse son las ideas.
  • Sustancia infinita (res infinita): Es Dios, un ser eterno, omnisciente y perfecto. Su existencia garantiza la validez del conocimiento.
  • Sustancia extensa (res extensa): Es el mundo material, caracterizado por la extensión y regido por leyes mecánicas.

Cada sustancia tiene atributos propios que la distinguen. La res cogitans es inmaterial y libre, mientras que la res extensa está sometida a las leyes del movimiento. Dios, como sustancia infinita, es el fundamento de todas las demás.

Consecuencias de la Metafísica Cartesiana

1. Física Mecanicista

Descartes concibe el mundo físico como una gran máquina regida por leyes matemáticas. Influido por Galileo, sostiene que la naturaleza puede explicarse mediante principios mecánicos y deterministas. Según esta visión, si conociéramos todas las leyes del universo, podríamos predecir cualquier evento futuro con total certeza.

2. Antropología Dualista

El ser humano está compuesto por dos sustancias distintas: el alma (res cogitans) y el cuerpo (res extensa). El alma es libre y racional, mientras que el cuerpo funciona como una máquina sujeta a leyes físicas. Descartes admite que hay interacción entre ambas sustancias y la sitúa en la glándula pineal, una hipótesis que ha sido muy criticada.

Influencia en la Modernidad

La metafísica cartesiana representó un intento ambicioso por reconstruir el conocimiento desde bases seguras, que influyó en la ciencia moderna con su visión mecanicista del mundo. Sin embargo, dejó cuestiones abiertas (la demostración de la existencia de Dios, la interacción mente-cuerpo) que serán debatidas por filósofos posteriores, como Spinoza, Leibniz o Kant.


Existencialismo y Feminismo: El Legado de Simone de Beauvoir

Contexto Histórico y Biografía

Beauvoir vivió en el siglo XX, en un periodo marcado por la Segunda Guerra Mundial, la ocupación nazi de Francia, la reconstrucción del país y el auge del comunismo. También fue testigo y participante del Mayo del 68 y del surgimiento del feminismo moderno. En ese contexto, muchas mujeres empezaron a cuestionar su papel en la sociedad, y Beauvoir ofreció una base filosófica sólida para esta lucha, mostrando que la opresión no era «natural», sino producto de estructuras culturales y sociales.

Simone de Beauvoir (1908–1986) fue una filósofa, novelista y ensayista francesa, figura clave del feminismo contemporáneo y vinculada al existencialismo de Jean-Paul Sartre, con quien mantuvo una estrecha colaboración personal e intelectual. Fue una autora comprometida, tanto en la teoría como en la práctica, con la lucha por la libertad, la igualdad y los derechos humanos, especialmente de las mujeres. Su obra más influyente es El segundo sexo (1949), en la que analiza la situación de la mujer en la historia y en la sociedad.

Fundamentos Filosóficos: Existencialismo y Marxismo

El pensamiento de Beauvoir se apoya en el existencialismo de Sartre, especialmente en la idea de que el ser humano no tiene una esencia fija, sino que se construye a través de sus actos y decisiones: «la existencia precede a la esencia». Ella aplica esta idea a la condición de las mujeres: las mujeres no nacen siendo mujeres, sino que llegan a serlo en función de los roles que la sociedad les impone. También asume ideas del marxismo, como la importancia de las condiciones materiales, aunque sin abandonar la libertad individual como centro del análisis. En su pensamiento confluyen la libertad existencial, la crítica social y una mirada feminista profunda.

El Segundo Sexo: La Construcción de la Feminidad

En El segundo sexo, Simone de Beauvoir expone que “no se nace mujer: se llega a serlo”, afirmando que la feminidad no es una esencia natural, sino una construcción social. A lo largo de la historia, la mujer ha sido definida como “lo Otro” respecto al hombre, quien se ha situado como medida de lo humano (universal, autónomo, activo) y ha relegado a la mujer a una posición subordinada, pasiva y dependiente (esposa, madre). Beauvoir analiza cómo los mitos, la educación, la religión y la ciencia han contribuido a mantener esta situación de opresión. Propone que la mujer asuma su libertad y se libere de los roles impuestos, convirtiéndose en sujeto autónomo. Esta liberación no es solo individual, sino que requiere una transformación profunda de las estructuras sociales, económicas y culturales, para lograr relaciones igualitarias entre los sexos, en las que ambos se reconozcan como sujetos y como alteridad recíproca. Así, El segundo sexo no es solo una obra filosófica, sino también un llamamiento político que anticipa las luchas del feminismo de la segunda ola.

Legado e Influencia

La influencia de Beauvoir ha sido enorme: abrió el camino al feminismo contemporáneo, especialmente a las teorías de género que profundizan en cómo se construye socialmente la identidad. Autoras como Judith Butler han ampliado sus planteamientos, mientras que pensadoras del feminismo interseccional han criticado que El segundo sexo se centrara en un modelo de mujer blanca y occidental. Aun así, su obra sigue siendo una referencia imprescindible para comprender la opresión patriarcal y reivindicar la libertad femenina. Su pensamiento mantiene plena vigencia en los debates actuales sobre igualdad, cuerpo, sexualidad, educación o trabajo.

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