10 Abr
Las Regencias
Durante el reinado de Isabel II se produjo el desmantelamiento definitivo del Antiguo Régimen, instalándose en España el Estado liberal. Su reinado se inició en 1833, pero no fue efectivo hasta 1843, cuando alcanzó la mayoría de edad. Durante estos diez años hubo dos regencias: la de su madre, María Cristina de Borbón (1833-1840), y la del general Espartero (1840-1843).
La Regencia de María Cristina (1833-1840)
La Regencia de María Cristina estuvo marcada por la Primera Guerra Carlista y el conflicto entre moderados y progresistas.
- Su primera medida fue confirmar a Cea Bermúdez como Jefe de Gobierno y proclamar una amnistía para los liberales perseguidos por Fernando VII, buscando su apoyo. Aunque recelaban de la Regente, los liberales vieron en ella el mejor medio para acabar con el Antiguo Régimen.
- Cea Bermúdez impulsó tímidas reformas hacia el liberalismo moderado, lo que provocó críticas de los progresistas. Ante las protestas, María Cristina nombró a Martínez de la Rosa, quien promulgó el Estatuto Real de 1834, una carta otorgada conservadora que establecía unas Cortes bicamerales. Estas Cortes no podían legislar ni reconocían derechos individuales, lo que generó la movilización de los progresistas.
- En 1835, María Cristina nombró a Juan Álvarez Mendizábal como Jefe de Gobierno. Este impulsó la desamortización eclesiástica y reformas militares, pero la oposición de la Iglesia y el ejército obligó a la Regente a volver a un gobierno moderado, lo que provocó el Motín de La Granja (1836).
- Tras este pronunciamiento, María Cristina nombró a José María Calatrava, restauró la Constitución de 1812 y redactó una nueva. El gobierno de Calatrava, con Mendizábal como ministro de Hacienda, promulgó la Constitución de 1837, más moderada que la de 1812 y fruto del consenso entre moderados y progresistas. Esta proclamó la soberanía nacional, reconoció derechos individuales y estableció un Parlamento bicameral, aunque la Corona conservaba amplios poderes.
- En 1840, los moderados intentaron aprobar una Ley de Ayuntamientos que eliminaba la elección democrática de sus miembros, lo que provocó protestas progresistas. Ante esta inestabilidad, María Cristina abdicó de la regencia, que pasó al general Espartero, líder progresista y héroe carlista.
La Primera Guerra Carlista (1833-1839)
Carlos María Isidro, hermano del rey Fernando VII y segundo en la línea sucesoria, no aceptó la Pragmática Sanción que permitía reinar a Isabel II y se convirtió en líder del movimiento carlista, apoyado por los defensores del Antiguo Régimen.
Tras la muerte de Fernando VII en 1833, Carlos María Isidro reclamó el trono como Carlos V y publicó dos manifiestos desde Portugal. Así comenzó la Primera Guerra Carlista, que evolucionó de un conflicto dinástico a una guerra civil entre liberales e isabelinos, por un lado, y carlistas y absolutistas, por otro.
El carlismo defendía:
- La monarquía absoluta de origen divino.
- El legitimismo.
- La sociedad estamental.
- La religión con un papel destacado de la Iglesia.
- La conservación de los fueros y privilegios tradicionales.
Este movimiento tuvo gran apoyo en las zonas rurales del País Vasco, Navarra, Cataluña y el Maestrazgo, y en sectores como el bajo clero, la baja nobleza rural, algunos mandos militares y el campesinado. Por el contrario, las clases urbanas, la alta nobleza, la jerarquía eclesiástica, los altos mandos militares y los intelectuales respaldaron a Isabel II.
Etapas de la Guerra:
- Primera etapa (1833-1835): Las partidas carlistas lograron el control de las zonas rurales del País Vasco, Navarra y Cataluña, aunque no las ciudades. El general carlista Zumalacárregui organizó un ejército regular y obtuvo importantes victorias, pero murió durante el fallido asedio a Bilbao.
- Segunda etapa (1835-1837): Carlos María Isidro encabezó la llamada Expedición Real, que llegó hasta las puertas de Madrid en 1837, aunque sin éxito. Mientras, el general Espartero, defensor de Isabel II, ganó prestigio al liberar Bilbao definitivamente.
- Tercera etapa (1837-1839): Las divisiones internas entre los carlistas marcaron esta etapa. Los transaccionistas, liderados por el general Maroto, querían negociar la paz, mientras que los exaltados deseaban continuar la lucha. Tras la victoria liberal en Luchana, Maroto y Espartero firmaron el Convenio de Vergara en 1839, por el cual la mayoría de los carlistas abandonaron las armas. Espartero prometió la incorporación de los oficiales carlistas al ejército nacional con sus grados y sueldos, así como que las Cortes decidirían sobre los fueros vascos y navarros.
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