07 Ago

Las décadas de los 40 y 50 en España coinciden con la denominada “posguerra”, una época durísima no solo desde el punto de vista económico, sino también cultural.Dejando de lado las novelas sobre la guerra y de alabanza del régimen, nos encontramos con dos corrientes: la tradicional y la realista. La corriente tradicional es ajena a los horrores de la guerra, se aleja de los problemas, suele retratar a la burguésía de la época y es contraria a cualquier innovación. Destaca Ay… Estos hijos de J. A. Zunzunegui. En la novela existencial se refleja la vida cotidiana y surge una nueva tendencia: el tremendismo, una variante que incorpora sensaciones brutales y desagradables. Las dos principales novelas de esta corriente son: La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (1942), considerada dentro del tremendismo y Nada, de Carmen Laforet. También destaca
La sombra del ciprés es alargada, de Delibes. En el exilio, un grupo de novelistas presentan la novela de exilio, como Réquiem por un campesino español, de R.J. Sender.
De los años 50 a los 60 tiene lugar el Realismo social, una corriente que surge en 1951 con La colmena, de C. J. Cela. Dentro de esta corriente, que refleja la realidad de la época, hay dos vertientes: el neorrealismo y el Realismo crítico, de compromiso político. En el neorrealismo se aprecia una sutil crítica, ya que continúa la censura. También destaca El Jarama de Sánchez Ferlosio. Los rasgos principales de este tipo de novelas son los personajes colectivos, la estructura fragmentaria sin orden cronológico y con final abierto. Además, los temas más recurrentes son los problemas del día a día, injusticias laborales, condiciones de os mineros o la marginación del campo. Por otra parte, el Realismo crítico se centra en la denuncia de las injusticias sociales, con obras como El camino de Delibes o Entre visillos, de Carmen Martín Gaite.
Finalmente, en la novela de los años 60 se produce una renovación técnica ya que se toma como modelo a novelistas europeos como Kafka y a autores hispanoamericanos como G. G. Márquez o L. Cortázar. La novela Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos, inauguró una etapa de renovación de la narrativa; otras obras como Señas de identidad de Juan Goytisolo, Cinco horas con Mario de Miguel Delibes, Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé confirmaron esta nueva orientación estética de tipo experimental, que prosiguió hasta la década de los setenta. La temática continuó siendo la misma que en etapas anteriores, pero se utilizaron nuevas técnicas. En cuanto al narrador, desaparece casi totalmente y surge el perspectivismo, donde la historia se enfoca, alternativamente, desde distintos personajes. El tratamiento del argumento se reduce al mínimo, se rompe el orden cronológico de la narración mediante flashbacks, saltos temporales, etc., por lo que en ocasiones la estructura de la novela es caótica. Además, normalmente son novelas abiertas, sin desenlace, donde se realiza un análisis de cada personaje, con grandes monólogos y reflexiones interiores. Por último, las descripciones adquieren valor en sí mismas, es decir, los objetos descritos adquieren tanto valor como los personajes y se produce una gran renovación estilística con el uso de lenguaje poético, retórico, con sintaxis compleja, y con diversidad de recursos y niveles.El furor experimental estaba condenado a la extinción y la vuelta a la normalidad llegó en 1975 de la mano de: Eduardo Mendoza, con La verdad sobre el caso Savolta. Se recupera el gusto por la trama argumental, por los personajes nítidos, por el tiempo convencional, etc. No obstante, la experimentación no ha transcurrido en vano y el autor posee una gran libertad de recursos: perspectivismo, inclusión de textos no literarios, ironía, parodias, reivindicación de subgéneros como la novela negra.


Al terminar la Guerra Civil, nuestros dos mejores dramaturgos han muerto, Valle y Lorca, y, entre los demás autores, la mayoría parte hacia el exilio (Casona, Alberti…).Durante los años 40 cabe señalar tres líneas: la comedia burguesa o de salón, el teatro cómico y el teatro de exilio. La comedia burguesa, que se caracteriza por ser evasiva, de mero entretenimiento y carácter didáctico; presenta una amable crítica de costumbres y defiende los valores tradicionales de España. Además, sigue la estela de J. Benavente. Destaca El cóndor sin alas, de Juan Ignacio Luca de Tena. En segundo lugar, el teatro cómico, heredero del astracán, se caracteriza por un humor disparatado, con gran dinamismo escénico en escenas costumbristas. Destacan Jardiel Poncela, con Eloisa está debajo de un almendro y Miguel Mihura, con su humor absurdo, producto de la exageración, en Tres sombreros de copa. En último lugar se encuentra el teatro de exilio, que incluye novedades vanguardistas. Alberti además incluye más cambios, tratando temas políticos y con gran simbología en obras como El adefesio. Por otro lado también se encuentran Max Aub y Alejandro Casona, con La dama del alba.
En el teatro de los años 50, encontramos dos tendencias: el teatro de carácter existencialista y el Realismo social. Por un lado, el teatro existencialista es un teatro grave e inconformista. Destaca el teatro de Antonio Buero Vallejo, que presenta en 1949 Historia de una escalera (en su primera etapa) y que cambia todo el panorama teatral. Es una síntesis de Realismo y simbolismo y trata sobre la frustración por falta de perspectiva vital. Además, plantea la técnica de la inmersión, mediante la que trata de hacer partícipes a los espectadores. La segunda etapa de Buero Vallejo es el teatro con enfoque social, con obras como El tragaluz. Su tercera y última etapa es la del teatro de experimentación, donde trata temas políticos más explícitamente, como en La fundación. Por otro lado encontramos el Realismo social, caracterizado por una mirada crítica, una escenografía más compleja y personajes más profundos. Destaca Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre.En los años 60 encontramos el teatro vanguardista, renovador y experimentalista, donde destacan dos dramaturgos que tuvieron grandes dificultades para representar sus obras en este momento debido a la censura. Por un lado, Fernando Arrabal, muy influido por el teatro de la crueldad europeo, el Surrealismo y el teatro del absurdo, crea el «teatro pánico», con obras como El cementerio de los automóviles. Por otro lado, Francisco Nieva trató de mostrar la esencia del hombre, con obras transgresoras como La carroza de plomo candente. Estas tendencias vanguardistas fueron continuadas por jóvenes dramaturgos como J.Ruibal y L. Riaza.Desde finales de los sesenta, el teatro universitario se transformó en el llamado teatro independiente, que rechaza el espectáculo conservador y que trata de representar fuera de los circuitos comerciales, las obras de los grandes dramaturgos europeos y de los españoles. Destacan grupos como Los Goliardos, y Tábano en Madrid, La Cuadra en Andalucía y los grupos catalanes, Els Joglars y Els Comediants.
Desde 1975 se alternan obras vanguardistas, de teatro independiente, con otras que pertenecen a una comedia burguesa renovada. Y junto a estas corrientes, surge un teatro neorrealista como hace por ejemplo José Luis Alonso de Santos con sus obras La estanquera de Vallecas y
Bajarse al moro. En los años 80 destacó la obra de Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano.Entre los jóvenes autores del teatro de los últimos años del s. XX destacan Juan Mayorga (El chico de la última fila)

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