12 Jul

La Década Moderada (1844-1854)

Durante este período, España vivió una gran inestabilidad, con 16 gobiernos, siendo Narváez el político más influyente. El primer gobierno, encabezado por González Bravo, adoptó medidas anticipando el liberalismo moderado, como la Ley de Ayuntamientos de 1840, la creación de la Guardia Civil y la supresión de la Milicia Nacional. Con Narváez en el poder, se convocaron elecciones en 1844 para una nueva Asamblea Constituyente, y los moderados obtuvieron una victoria aplastante.

El gobierno de Narváez implementó varias medidas legislativas clave:

  1. Constitución de 1845: Reforzó la monarquía, limitando las atribuciones de las Cortes y estableciendo una soberanía compartida entre la Corona y las Cortes. El Senado se convirtió en una cámara vitalicia nombrada por el rey. La religión católica se estableció como la única oficial, y el Estado asumió los gastos del culto y el clero.

  2. Estado centralizado: Las Leyes de Administración Local y Provincial de 1845 centralizaron el poder, designando a los alcaldes de las grandes ciudades y capitales por la Corona y a los demás por los gobernadores civiles.

  3. Reconciliación con la Iglesia: Se suspendió la venta de bienes eclesiásticos, se devolvieron los no vendidos, y se firmó el Concordato de 1851 con la Santa Sede.

  4. Reforma Fiscal de 1845: Introdujo nuevos impuestos, como la “Contribución de Inmuebles” y el “Impuesto sobre el Consumo” de ciertos productos, lo cual resultó impopular entre las clases populares.

  5. Ley Electoral de 1846: Redujo el número de votantes al exigir mayores requisitos de fortuna, en contraste con la ley progresista de 1837.

Desarrollo Político de la Década Moderada

Respecto al matrimonio de la reina, Francia e Inglaterra procuraron evitar que el candidato elegido fuera contrario a sus intereses. Esto llevó a limitar los candidatos a la propia familia Borbón, casándose Isabel II, en efecto, con su primo Francisco de Asís (octubre de 1846), un matrimonio desgraciado para ambos. Al mismo tiempo, la hermana de la reina, Luisa Fernanda, se casó con Antonio de Orleans, duque de Montpensier, hijo del rey de Francia. El matrimonio de la reina con Francisco de Asís reavivó el enfrentamiento con los carlistas, quienes confiaban en casar a Isabel II con el pretendiente Carlos VI, conde de Montemolín, hijo de Carlos María Isidro, lo cual finalmente fracasó. Esto dio lugar al estallido de la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) o “Guerra dels Matiners”, con centro en Cataluña, donde Ramón Cabrera, que regresó de Inglaterra, se puso al frente de las partidas de guerrilleros. Al último gobierno de Narváez (octubre de 1847 – enero de 1851) le sucedió el encabezado por Bravo Murillo. Durante su mandato se firmó el Concordato con la Santa Sede (marzo de 1851), por el que el Papa reconocía a Isabel II como reina y aceptaba la pérdida de los bienes ya desamortizados. Se reforzaba la confesionalidad católica de la Constitución de 1845, excluyéndose otros cultos; se establecía la supervisión del sistema educativo para adecuarlo a la moral católica; se abría la posibilidad de establecer órdenes religiosas; y se creaba la dotación de “Culto y Clero”, es decir, el Estado era el encargado de mantener a la Iglesia con cargo a los presupuestos. La división interna entre los propios moderados contribuyó a la caída del gobierno de Bravo Murillo, lo que abrió un nuevo periodo de inestabilidad política y un fuerte desgaste para los moderados. El gobierno fue acusado de escándalos administrativos en la construcción del ferrocarril, facilitando negocios ilícitos y enriquecimientos escandalosos. Cuando el Senado decidió votar en contra de las concesiones ferroviarias propuestas por el gobierno, este decidió perseguir a quienes habían votado en contra. El mecanismo destinado a facilitar el acceso al poder de los progresistas se puso en marcha. En efecto, un grupo de militares tomó la iniciativa y decidió pronunciarse contra el gobierno, dando inicio a la “Vicalvarada”.

El Ascenso Progresista: La Vicalvarada (1854)

En junio de 1854, un grupo de militares liderados por los generales O’Donnell y Dulce se sublevaron en Madrid contra el gobierno de Isabel II, en lo que se conoce como la “Vicalvarada”. Aunque el enfrentamiento con las tropas gubernamentales en Vicálvaro fue indeciso, las fuerzas sublevadas no recibieron el apoyo esperado en la capital y decidieron retirarse hacia el sur. En Manzanares, el general Serrano se unió a la sublevación y persuadió a O’Donnell para que se orientara hacia el progresismo. Esto llevó a la redacción del “Manifiesto de Manzanares” por Cánovas del Castillo, que prometía una serie de reformas progresistas. O’Donnell firmó el manifiesto el 7 de julio, y su difusión permitió que la sublevación adquiriera un carácter más popular y progresista, con la formación de Juntas Revolucionarias en Madrid y otras ciudades. Ante estos eventos, la reina Isabel II no tuvo más opción que formar un gobierno encabezado por el principal líder progresista, el general Espartero, quien asumió el cargo a finales de julio, con O’Donnell como Ministro de la Guerra.

El Bienio Progresista (1854-1856): Reformas y Constitución de 1856

Durante el Bienio Progresista (1854-1856), se celebraron elecciones para unas nuevas Cortes Constituyentes, donde ganó la Unión Liberal, liderada por O’Donnell, que intentaba unir a progresistas y moderados. A pesar de su victoria, las Cortes seguían siendo dominadas por progresistas, moderados y demócratas; estos últimos defendían el sufragio universal masculino y políticas populares.

Se aprobaron reformas importantes, como la Constitución de 1856, que, sin embargo, nunca se promulgó. Esta reflejaba ideales progresistas, como la soberanía nacional, la creación de la Milicia Nacional, la libertad de imprenta y religiosa, y un sistema bicameral. En lo económico, se aprobó la Ley de Desamortización de 1855 (Ley de Madoz), que favoreció a la burguesía con la venta de bienes de la Iglesia y municipales, y se impulsó la expansión ferroviaria mediante la Ley de Ferrocarriles de 1855, atrayendo capital extranjero. También se creó la Ley de Bancos de Emisión de 1856, que facilitó el financiamiento de los ferrocarriles.

Crisis y Fin del Bienio Progresista

Sin embargo, el clima de conflictividad social y económica comenzó a generar tensiones. En Barcelona, los trabajadores reclamaban mejoras sociales y, en Castilla, las revueltas por la carestía del pan provocaron motines de subsistencia. La represión de estos motines creó divisiones dentro del propio gobierno progresista. Ante la creciente crisis, el Ministro de la Gobernación dimitió, y el propio Espartero presentó su renuncia. La reina Isabel II aprovechó la situación para llamar a O’Donnell, quien formó un nuevo gobierno en julio de 1856, marcando el fin del Bienio Progresista.

El Retorno al Moderantismo y la Unión Liberal (1856-1868)

Tras la caída del gobierno progresista, España volvió a un sistema político dominado por los moderados. En 1856, O’Donnell fue destituido por la reina Isabel II y reemplazado por Narváez, quien asumió la presidencia con un enfoque conservador y autoritario. Durante su gobierno, se suprimió la Milicia Nacional, se disolvieron las Cortes y se restableció la Constitución de 1845, con un Acta Adicional que ampliaba ligeramente las libertades. En 1858, O’Donnell regresó al poder al frente de la Unión Liberal, liderando un gobierno que se mantuvo hasta 1863. Este período estuvo marcado por un importante crecimiento económico, impulsado por la expansión ferroviaria, la mecanización de la industria textil (especialmente en Cataluña) y las reformas en el sector agrario, como la desamortización, que aumentaron los ingresos del Estado. Además, O’Donnell adoptó una política exterior activa, participando en la Guerra de Cochinchina (Vietnam) entre 1858 y 1862 y en la Guerra de África (1859-1860) para proteger Ceuta de los ataques marroquíes. A pesar de estas victorias, las expectativas sobre los beneficios territoriales fueron limitadas, lo que generó desilusión en ciertos sectores del país.

La Crisis Final del Reinado de Isabel II (1863-1868)

Desde 1863, el reinado de Isabel II entró en una profunda crisis, con un gobierno autoritario y represivo que provocó conspiraciones progresistas. La represión de una manifestación estudiantil en 1865 empeoró la situación, y el gobierno de O’Donnell cayó. En 1866, los progresistas firmaron el Pacto de Ostende para derrocar a Isabel II. La muerte de O’Donnell y Narváez dejó a España sin líderes estables. En 1868, una sublevación culminó con la caída de Isabel II, quien se exilió, abriendo paso a una nueva etapa política.

La Revolución de 1868: La Gloriosa

La caída de Isabel II fue el resultado de la concentración de poder en el partido moderado, que ignoró a otros grupos políticos, generando un profundo descontento. En 1866, progresistas y unionistas firmaron el Pacto de Ostende, buscando derrocar a la reina. En 1868, Juan Prim y otros líderes militares se sublevaron en Cádiz, logrando la victoria en la Batalla de Alcolea. Isabel II huyó a Francia y surgieron Juntas Revolucionarias que pedían reformas como el sufragio universal y la abolición de los consumos.

Gobierno Provisional y Constitución de 1869

Tras la revolución, se formó un Gobierno Provisional encabezado por Serrano y compuesto por progresistas y unionistas. En 1869, se celebraron elecciones con sufragio universal masculino y se aprobó una nueva Constitución que proclamaba una monarquía democrática y limitaba el poder del rey. También se reconocían derechos como la libertad de expresión y la libertad de culto, aunque la Iglesia mantenía su protección. La Constitución fue rechazada por republicanos y la Iglesia.

La Regencia de Serrano y la Inestabilidad Política

Tras la aprobación de la Constitución de 1869, el general Serrano asumió la Regencia el 15 de junio y Prim la jefatura del gobierno. España enfrentaba varias crisis, como la Guerra de Independencia en Cuba y sublevaciones republicanas por el federalismo, además de problemas económicos y una Hacienda endeudada. La situación empeoró con la necesidad de encontrar un nuevo rey, y finalmente, el gobierno de Prim eligió a Amadeo de Saboya, quien aceptó la Corona. El 16 de noviembre de 1870, las Cortes proclamaron a Amadeo como rey.

El Reinado de Amadeo I de Saboya (1870-1873)

Amadeo de Saboya asumió el trono en 1870, pero tras la muerte de su principal apoyo, el general Prim, enfrentó una gran inestabilidad política, con divisiones internas y conflictos como la Guerra Carlista y el levantamiento en Cuba. No logró el apoyo de sectores clave y la presión de la guerra y el movimiento obrero lo llevaron a renunciar en febrero de 1873.

La Primera República Española (1873-1874)

La renuncia de Amadeo de Saboya llevó a la proclamación de la Primera República Española el 11 de febrero de 1873, en un contexto de inestabilidad económica, social y política, marcado por la Guerra Carlista y la Guerra de Independencia en Cuba. El gobierno republicano, presidido por Estanislao Figueras, enfrentó huelgas, movilizaciones y divisiones internas entre republicanos unitarios y federales. La Revolución Cantonalista de julio de 1873 agravó la situación, y tras la dimisión de varios presidentes, Emilio Castelar asumió el gobierno, buscando restaurar el orden con el apoyo del ejército. Sin embargo, su giro hacia la derecha y su relación con el ejército generaron oposición. Finalmente, el 2 de enero de 1874, tras perder una moción de confianza, Castelar dimitió y el general Pavía disolvió las Cortes con un golpe de Estado, poniendo fin a la Primera República.

La República de Serrano y la Restauración Borbónica

Tras el golpe de Estado de Pavía, se instauró una «República» controlada por el general Serrano, pero sin Cortes ni Constitución, estableciendo un período autoritario que duró hasta diciembre de 1874. Durante este tiempo, Serrano logró estabilizar el país, sofocar la insurrección cantonalista y frenar la rebelión carlista. Sin embargo, el movimiento alfonsino, liderado por Cánovas del Castillo, ganó fuerza. El 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos proclamó al príncipe Alfonso como rey, lo que fue respaldado por amplios sectores del país. Ante la derrota, Serrano se exilió, y el 31 de diciembre se formó un gobierno presidido por Cánovas, lo que marcó el regreso de los Borbones. El 9 de enero de 1875, Alfonso XII desembarcó en Barcelona, y el 14 de enero entró triunfalmente en Madrid, iniciando la Restauración Borbónica.

Causas del Fracaso Republicano

El fracaso de la Primera República se debió a las divisiones internas entre los republicanos, la Guerra Carlista y las tensiones sociales y políticas. La burguesía, que inicialmente apoyó la revolución, adoptó una postura más conservadora debido al desorden y la radicalización de los movimientos obreros. Esto, junto con las dificultades económicas y políticas, facilitó el regreso de los Borbones y el establecimiento de la Restauración.

Economía y Sociedad en la España del Siglo XIX

Durante el siglo XIX, España experimentó un proceso de modernización similar al de Europa occidental, impulsado por la Revolución Industrial y los cambios liberales, aunque la industrialización fue limitada y la agricultura siguió siendo el sector principal. A finales de siglo, destacaron la industria textil en Cataluña y la siderurgia en el País Vasco, además de la explotación minera y la mejora de las comunicaciones con el ferrocarril.

En la agricultura, la tierra estaba concentrada en manos de la Iglesia, los municipios y la nobleza. Tras la Revolución Liberal, se implantó la propiedad privada a través de desamortizaciones, la supresión de mayorazgos y la abolición de los señoríos. Sin embargo, la desamortización favoreció el latifundismo, concentrando la tierra en manos de terratenientes, mientras que los campesinos sin recursos fueron excluidos. Esto empeoró sus condiciones de vida y mantuvo una agricultura tradicional sin avances tecnológicos, lo que fomentó el descontento social y la propagación de ideologías anarquistas.

En el siglo XIX, la agricultura española creció gracias a la mejora de los transportes, el aumento de la población y la política proteccionista. Se destacaron cultivos como la patata, el maíz, el trigo, el olivo y la vid. A finales de siglo, la política proteccionista se intensificó para proteger los cereales nacionales. La vid vivió un auge debido a la filoxera en Francia, pero este auge terminó con la expansión de la plaga en España en 1892. También aumentó el cultivo del olivo y, al final del siglo, los frutales y cultivos de regadío se expandieron.

Industria y Minería en el Siglo XIX

En el siglo XIX, la industria española se centró en la textil y la metalurgia.

Industria Textil Algodonera

La industria textil algodonera fue la primera en mecanizarse en España, especialmente en Cataluña, reduciendo costos y sustituyendo a la británica en el mercado nacional. Sin embargo, la Guerra de Secesión estadounidense y la independencia de Cuba y Puerto Rico afectaron negativamente su desarrollo.

Industria Siderúrgica

La industria siderúrgica enfrentó dificultades debido a la separación de los recursos de hierro y carbón. Tras una fase de producción en Andalucía, Asturias y, a partir de 1880, el País Vasco se consolidaron como centros clave de la industria, gracias a la calidad del mineral y al capital acumulado por la exportación.

Minería

En el siglo XIX, el sector minero español creció considerablemente, convirtiéndose en uno de los más importantes debido a la creciente demanda de recursos minerales como plomo, cobre, mercurio y hierro por parte de las industrias europeas. A partir de 1868, la exportación de minerales se convirtió en una de las principales fuentes de comercio exterior de España. En 1877, España fue el líder en Europa en la producción de minerales de plomo, hierro y cobre, atrayendo además inversiones de capital extranjero.

Evolución y Desarrollo del Ferrocarril en España

La modernización económica de España en el siglo XIX dependía de la creación de un mercado nacional, lo que requería mejorar el transporte y eliminar barreras comerciales. El ferrocarril fue crucial para esto y para consolidar la industrialización. Su construcción se aceleró a partir de la Ley de Ferrocarriles de 1855, dividiéndose en tres etapas principales:

  1. Periodo 1844-1855

    Bajo la Real Orden de 1844, se construyeron 476,9 km de vías, pero con poca iniciativa y lentitud debido a la falta de capital y planificación. Destacaron la línea Barcelona-Mataró (1848) y el tramo Madrid-Albacete. El ancho de vía era mayor al europeo, lo que dificultó la integración.

  2. Periodo 1855-1865

    Con la nueva Ley de Ferrocarriles de 1855, la construcción se aceleró, alcanzando 4300 km. La ley promovió la formación de compañías anónimas, subvenciones estatales y atrajo capital extranjero, especialmente francés. Se destacaron compañías como MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante) y Ferrocarril del Norte.

  3. Crisis de 1866 y Crecimiento Posterior

    La crisis económica de 1866 ralentizó la construcción debido a la falta de capital extranjero y problemas internos. A pesar de ello, el ferrocarril siguió teniendo efectos positivos, como la mejora en el intercambio de mercancías y personas. Tras la crisis, la red se expandió rápidamente durante la Restauración, duplicando su tamaño, con mayor participación de capital español. El ferrocarril también impulsó la industria siderúrgica y metalúrgica nacional.

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