Cuestión 1: La Primera Verdad en las Meditaciones Metafísicas
En este fragmento de Descartes, extraído de su obra Meditaciones metafísicas, la tesis expone la primera verdad descubierta mediante la aplicación de la duda metódica: la existencia del yo como sustancia pensante (res cogitans). La célebre frase “pienso, luego existo” (cogito ergo sum) significa que el sujeto se reconoce como una realidad cuya esencia es el pensamiento; el propio acto de pensar (incluso dudar) confirma irrefutablemente su existencia. Descartes afirma que, al someter todo a duda, la única certeza indubitable es esta, ya que la duda misma presupone un sujeto que piensa y, por ende, existe.
De forma secundaria, se argumenta que este yo pensante es distinto e independiente del cuerpo y de cualquier realidad externa, puesto que los sentidos, fuente de conocimiento sobre lo material, pueden engañarnos. Por ello, en la segunda parte del texto, Descartes sostiene que el yo no es algo material —como “un viento sutil, una llama, un vapor…”—, ya que todas estas entidades son imaginables y, si pueden ser imaginadas, también pueden ser puestas en duda.
El problema filosófico abordado es de naturaleza ontológica (¿qué somos?) y epistemológica (¿cómo podemos conocer con certeza?). Descartes busca fundamentos sólidos para el conocimiento utilizando la duda como método. La primera verdad que emerge de este proceso es el cogito: pensar es la prueba irrefutable de existir. Así, su concepción del ser (ontología) y del saber (epistemología) están intrínsecamente conectadas.
En síntesis, la primera verdad del sistema cartesiano es “pienso, luego existo”. Se trata de una intuición tan clara y distinta que ni siquiera la hipótesis de un genio maligno podría refutarla, ya que al dudar, el sujeto constata su propia existencia. Cuanto más se duda, más evidente resulta que hay alguien que duda; incluso si todo fuera un sueño o un engaño, seguiría siendo “mi” sueño o “mi” engaño.
A partir de aquí, Descartes establece otras certezas fundamentales:
- El yo es una “cosa que piensa” (res cogitans).
- Existe un criterio de verdad (la claridad y la distinción).
- Dios existe y es garante de la verdad.
La segunda gran idea, “soy una cosa que piensa”, define la esencia del yo, no solo constata su existencia. Con ella, Descartes se pregunta por la naturaleza de ese “yo” que duda, siguiendo el modelo clásico que distingue entre la existencia (el hecho de ser) y la esencia (lo que algo es).
Por último, en cuanto a los términos clave, son fundamentales “verdad” y “duda”. La duda se define como la falta de certeza o seguridad. Puede manifestarse como duda vital (incertidumbre ante decisiones), duda escéptica (negación de la posibilidad de conocimiento) o duda metódica (instrumento para alcanzar la verdad). La duda cartesiana es metódica: una herramienta utilizada deliberadamente para encontrar certezas indubitables. Para Descartes, la verdad es aquello que la mente percibe con claridad (presencia y manifestación ante la mente) y distinción (separación nítida de otras ideas), pues solo tales ideas resisten cualquier intento de duda.
Cuestión 2: Sustancia, Criterio de Verdad y Tipos de Ideas
Descartes estableció tres conceptos fundamentales para su metafísica: sustancia, atributo y modo.
- La sustancia es aquello que existe por sí mismo y no necesita de otra cosa para existir (en sentido estricto, solo Dios; en sentido derivado, el alma y la materia).
- El atributo es la característica esencial que define a una sustancia (el pensamiento para el alma o res cogitans, la extensión para la materia o res extensa).
- El modo es una modificación o variación concreta de la sustancia a través de su atributo (dudar, querer, sentir son modos del pensamiento; la forma o el movimiento son modos de la extensión).
Así, el yo es una sustancia pensante, cuyo atributo principal es el pensamiento.
El sujeto constata su existencia a través del acto de pensar, ya que puede dudar de la existencia de su cuerpo, pero no de la actividad de su pensamiento. Con esto, Descartes retoma el dualismo platónico (distinción radical entre alma y cuerpo), a pesar de las críticas aristotélicas. Para él, el alma (mente) y el cuerpo son sustancias distintas y pueden existir independientemente. El cuerpo es concebido como una máquina compleja (mecanicismo), mientras que el alma es inmaterial y libre. Esta separación radical plantea el problema de la interacción: ¿cómo se comunican e influyen mutuamente el alma inmaterial y el cuerpo material? Aunque Descartes sugirió la glándula pineal como punto de conexión, muchos críticos señalan que no ofreció una explicación satisfactoria de esta interacción.
En cuanto al criterio de verdad, Descartes establece que una idea es verdadera si la percibimos con claridad y distinción. Esta evidencia intelectual proporciona certeza. Sin embargo, antes de confiar plenamente en este criterio, es necesario asegurarse de que esta claridad no sea ilusoria. Aquí interviene la hipótesis del Genio Maligno: ¿y si una entidad superior y engañadora nos hiciera creer como verdadero aquello que percibimos claramente, cuando en realidad es falso? Para superar esta duda hiperbólica, Descartes parte de la única verdad indubitable: pienso, luego existo (el cogito). Esta certeza fundamental sirve como punto de partida seguro. Posteriormente, busca demostrar la existencia de un Dios bueno y veraz, cuya naturaleza divina garantizaría la fiabilidad de nuestras ideas claras y distintas, eliminando así la sospecha del engaño radical.
Antes de abordar la demostración de la existencia de Dios, Descartes clasifica las ideas según su origen:
- Ideas adventicias: Aquellas que parecen provenir de la experiencia externa, a través de los sentidos (ej. la idea de árbol, sol, piedra). Son dudosas.
- Ideas facticias (o ficticias): Aquellas que la mente construye combinando otras ideas (ej. la idea de sirena, unicornio). Son producto de la imaginación.
- Ideas innatas: Aquellas que no provienen de la experiencia ni son construidas por la mente, sino que se encuentran en nosotros desde el nacimiento, puestas por Dios o inherentes a la propia razón (ej. la idea de pensamiento, existencia, infinito, perfección, Dios). Solo estas pueden ser punto de partida para la metafísica.
Las ideas pueden ser verdaderas (si representan adecuadamente una realidad) o falsas (si no lo hacen). Según el criterio de verdad, pueden ser claras y distintas (indudables) o confusas y oscuras. Este análisis es crucial para determinar la correspondencia de nuestras ideas con la realidad, especialmente mientras persiste la duda sobre un posible engaño sistemático.
Cuestión 1: El Método Cartesiano en el Discurso del Método
En este fragmento de Descartes, extraído de su obra el Discurso del método, la tesis principal expone la necesidad imperiosa de aplicar un método riguroso para conducir correctamente la razón, alcanzar la verdad y evitar errores en el entendimiento, considerándolo fundamental para construir un conocimiento cierto y bien fundamentado. Para ello, propone cuatro reglas básicas diseñadas para guiar el pensamiento de manera clara, ordenada y segura, asegurando así el progreso correcto del conocimiento, pues sin un orden metódico, este resulta falible.
Secundariamente, argumenta, mediante una analogía política, que al igual que un Estado funciona mejor con pocas leyes claras y bien aplicadas, el pensamiento avanza más eficazmente con pocas reglas fundamentales bien comprendidas, pues un exceso de normas puede obstaculizar y confundir el proceso intelectual. A continuación, presenta las cuatro reglas del método: evidencia, análisis, síntesis y enumeración.
El problema filosófico central es de naturaleza epistemológica: el autor busca establecer reglas fundamentales y universales para examinar críticamente los conocimientos y opiniones heredados, discernir lo verdadero de lo falso y dirigir adecuadamente la razón en la búsqueda de la certeza. Solo mediante un método seguro se puede alcanzar una comprensión verdadera y sólida.
En síntesis, las cuatro reglas son:
- Regla de la Evidencia: No aceptar jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda.
- Regla del Análisis: Dividir cada una de las dificultades que examinase en cuantas partes fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
- Regla de la Síntesis: Conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos; e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.
- Regla de la Enumeración (o Revisión): Hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.
Por último, en cuanto a los términos clave, destacan verdad y error. La verdad, para Descartes, se identifica con el conocimiento evidente, es decir, aquello que se presenta a la mente con claridad y distinción, conforme a las exigencias de la razón. Solo lo evidente es indudable y, por tanto, verdadero. El error, por el contrario, no proviene directamente del entendimiento (que es limitado pero no falaz en sí mismo), sino de un uso inadecuado de la voluntad (que es infinita y libre). Surge de un juicio precipitado, donde la voluntad asiente o niega algo sin que el entendimiento posea la evidencia suficiente (claridad y distinción), excediendo así los límites del conocimiento cierto.
Cuestión 2: La Duda Metódica como Punto de Partida
Descartes consideró que la aplicación rigurosa de su método exigía, como punto de partida radical, la suspensión de todas las opiniones y creencias recibidas o adquiridas previamente. El objetivo era liberar la mente de prejuicios y prepararla para acoger únicamente verdades absolutamente indudables, que constituirían los cimientos firmes del nuevo edificio del saber. Este era, para él, el único camino hacia un conocimiento cierto y libre de error.
El camino elegido para esta depuración inicial fue la duda, entendida como una aplicación estratégica y radical de la primera regla del método (la evidencia). Dicha regla exige encontrar verdades tan claras y distintas que resulte imposible hallar motivo alguno para dudar de ellas, pues la certeza absoluta solo se logra en ausencia total de duda. La duda cartesiana es, por tanto, una duda metódica, no un fin en sí misma (como en el escepticismo), sino un instrumento para alcanzar la certeza. Posee unas características específicas:
- Es libre y voluntaria: El sujeto decide activamente poner en cuestión todos sus conocimientos y creencias, incluso los más arraigados.
- Es teórica y fingida: No se trata de una duda existencial o escéptica real, sino de un ejercicio intelectual, un instrumento filosófico para hallar certezas. Se finge dudar de aquello que habitualmente se acepta como cierto.
- Es universal y radical (o hiperbólica): Se aplica a todo aquello susceptible de la más mínima duda y considera provisionalmente como falso todo lo que no supere esta prueba rigurosa.
La aplicación de la duda metódica es progresiva y abarca niveles de conocimiento cada vez más fundamentales:
- El conocimiento sensible: Se duda de la información proporcionada por los sentidos, dado que la experiencia demuestra que a veces nos engañan (ilusiones ópticas, errores perceptivos). Descartes argumenta que, si nos han engañado alguna vez, no es prudente confiar plenamente en ellos.
- La realidad del mundo externo (distinción vigilia-sueño): No parece existir un criterio absolutamente seguro para distinguir con certeza el estado de vigilia del sueño. Por tanto, la realidad que experimentamos podría ser una mera ilusión onírica.
- Los razonamientos matemáticos y lógicos: Incluso en las demostraciones aparentemente más rigurosas, podemos cometer errores de cálculo o razonamiento (paralogismos). Por consiguiente, no podemos estar absolutamente seguros de la validez de las verdades matemáticas o lógicas.
- La hipótesis del Genio Maligno: Para llevar la duda a su máxima expresión (duda hiperbólica), Descartes plantea la posibilidad de que exista un ser sumamente poderoso y astuto, un “genio maligno”, que emplee toda su inteligencia en engañarnos sistemáticamente, haciendo que nos equivoquemos incluso en aquello que consideramos más evidente (como 2+3=5). Este ser podría manipular nuestra mente y nuestra percepción de la realidad. De este modo, la duda se extiende hasta las propias intuiciones racionales, cuestionando la fiabilidad misma de nuestra razón.
Cuestión 3: Crítica de Nietzsche a Descartes y la Tradición Occidental
Friedrich Nietzsche, figura clave de la filosofía contemporánea, emprende una crítica radical de la cultura occidental, a la que considera decadente y dogmática. Rechaza la tradición filosófica inaugurada por Sócrates y Platón, a quienes, junto con el judeocristianismo, señala como responsables principales de esta decadencia, caracterizada por la negación de la vida y la invención de trasmundos ideales.
Descartes, como heredero prominente de esta tradición racionalista y metafísica, es también objeto de la crítica nietzscheana. Nietzsche rechaza frontalmente la metafísica dualista y la pretensión de alcanzar certezas absolutas y verdades objetivas.
En el plano ontológico, Nietzsche critica el “platonismo”, entendido como toda filosofía que postula una dualidad entre un mundo verdadero (ideal, suprasensible, inmutable) y un mundo aparente (sensible, material, cambiante). Descartes encarna esta visión al establecer una distinción radical entre la res cogitans (sustancia pensante, el yo, el alma) y la res extensa (sustancia material, el mundo físico), priorizando la primera y concibiendo la segunda en términos matemáticos y mecánicos. Nietzsche rechaza esta escisión y afirma el valor único del mundo sensible, caracterizado por el devenir constante, la multiplicidad y la vida. Considera que el dualismo cartesiano perpetúa la invención platónica de un “mundo verdadero”, nacido del miedo, la debilidad y la incapacidad de aceptar la realidad terrenal tal cual es. Esta invención conduce, según Nietzsche, a una vida alienada y resentida contra la propia existencia. Propone “filosofar a martillazos” para destruir los ídolos de la metafísica tradicional.
En el ámbito epistemológico, la tradicional oposición entre sentidos y razón es central en la crítica. Para Descartes, los sentidos son engañosos y solo la razón, operando metódicamente (con claridad y distinción), puede acceder a la verdad. Nietzsche, por el contrario, reivindica el valor del conocimiento sensible, ligado a la perspectiva individual, al cuerpo y a la multiplicidad cambiante de la vida. Desconfía de la razón abstracta y conceptual, a la que acusa de momificar la realidad. De ahí su valoración de la metáfora, el arte y la intuición como formas más adecuadas de aprehensión del mundo. Frente a la búsqueda cartesiana de una Verdad única, objetiva y universal, Nietzsche afirma el perspectivismo: no existen hechos, solo interpretaciones; la verdad es siempre una perspectiva ligada a intereses vitales.
Finalmente, la crítica se extiende al plano axiológico y vital. Nietzsche diagnostica que con Sócrates y Platón triunfa lo apolíneo (razón, orden, medida) sobre lo dionisíaco (instinto, caos, embriaguez vital), despreciando lo corporal y sensible como obstáculo para alcanzar la Verdad y el Bien. El cristianismo hereda y acentúa esta hostilidad hacia la vida terrenal, situando el valor supremo y la felicidad en un “más allá” trascendente. Descartes, con su dualismo alma-cuerpo, su énfasis en el control racional de las pasiones y su esfuerzo por demostrar la existencia de Dios como garante último del conocimiento y la moralidad, se inscribe plenamente en esta línea de pensamiento antivital. Mientras Descartes postula el dominio del alma (razón) sobre el cuerpo (pasiones), considerado una máquina, Nietzsche denuncia esta moral como contranatural, una moral de esclavos que reprime los instintos vitales y obstaculiza la afirmación plena de la vida. La proclama nietzscheana “Dios ha muerto” simboliza el derrumbe de todos los trasmundos, valores suprasensibles e ideales ascéticos inventados por la metafísica y la religión judeocristiana. Esta “muerte” abre la posibilidad de una transvaloración de todos los valores, afirmando lo instintivo, lo corporal, lo terrenal y la voluntad de poder como expresión de la vida ascendente. Su crítica se resume en el llamado de Zaratustra: “¡Permaneced fieles a la tierra!”, una exhortación a valorar este mundo sensible y afirmar la vida en todas sus dimensiones, aceptando su carácter trágico y creador.
Etiquetas: Descartes, Discurso del metodo, Meditaciones Metafísicas, Racionalismo
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