19 Nov
La Primera Guerra Carlista (1833-1840)
En 1830 nació la princesa Isabel, primera hija de Fernando VII. La Corona solo podía transmitirse entre herederos varones, por lo tanto, las mujeres quedaban excluidas de esta transmisión a no ser que faltara un heredero varón. Esta ley fue derogada por Fernando VII mediante la Pragmática Sanción. Esto significó la pérdida de las aspiraciones al trono del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, que estaba respaldado por los absolutistas más inflexibles.
Con el aumento de las protestas de don Carlos, Fernando VII optó a finales de 1832 por aplicar tres nuevas decisiones:
- Obligó a su hermano a marchar a Portugal por negarse a reconocer a su sobrina como legítima heredera.
- Destituyó de sus cargos a los partidarios de don Carlos.
- Ordenó una amnistía política para todos los liberales presos o exiliados fuera del país.
Tras el fallecimiento de Fernando VII en 1833, su hermano reclamó los derechos al trono frente a la pequeña princesa Isabel, que solo tenía tres años de edad. Posteriormente, se produjeron varios levantamientos en distintos lugares de la península a favor de don Carlos y dio comienzo así una guerra civil que enfrentó a carlistas contra isabelinos.
Apoyos de cada bando
A los isabelinos les apoyaba el bando más poderoso: la alta nobleza y los grandes burgueses. También los liberales eligieron la defensa de los derechos dinásticos de la princesa Isabel.
Al infante don Carlos le respaldaban aquellos sectores sociales que contemplaban con temor una victoria liberal, como el bajo clero y numerosos campesinos con pequeñas propiedades. El carlismo tuvo una mayor implantación en Navarra, las provincias vascas y en la zona situada al norte del río Ebro, aunque jamás conquistaron grandes ciudades como Bilbao, Pamplona o Vitoria.
Principios ideológicos del carlismo
Los principios ideológicos más característicos son:
- Defensa del absolutismo regio de origen divino.
- Integrismo religioso y defensa plena de todos los intereses de la Iglesia.
- Mantenimiento de los fueros vascos y navarros.
- Completa oposición a cualquier reforma.
- Fidelidad a la patria.
Los partidarios de don Carlos adoptaron la bandera blanca o la Cruz de Borgoña.
Etapas de la guerra
La guerra civil entre carlistas e isabelinos tuvo tres etapas:
Primera etapa (1833-1835)
El general Tomás Zumalacárregui controló grandes espacios rurales en las provincias vascas y Navarra, aunque murió mientras intentaba tomar Bilbao. Ramón Cabrera dirigió las tropas carlistas en la región valenciano-aragonesa.
Segunda etapa (1836-1837)
Tras su éxito en Bilbao, el general Baldomero Espartero accedió al mando supremo del ejército y tuvo que enfrentar una ofensiva carlista. Estas operaciones fracasaron y los carlistas no encontraron respaldos de importancia.
Tercera etapa (1838-1840)
Los fracasos militares provocaron que los dirigentes carlistas terminaran por escindirse en dos facciones opuestas: los ultras (más duros) y los carlistas moderados, que se mostraban favorables a un pacto con los isabelinos a cambio del respeto de los fueros.
La guerra civil terminó con la victoria de los isabelinos, la huida de don Carlos a Francia y, posteriormente, con la firma del Convenio de Vergara en 1839.
La Constitución de 1812: «La Pepa»
El proyecto fue presidido por Muñoz Torrero y el texto fue aprobado el 19 de marzo de 1812, como resultado de un compromiso entre liberales y absolutistas. Es una constitución extensa y rígida que consta de 10 capítulos y 384 artículos. Establece una monarquía constitucional parlamentaria que se caracteriza por:
- Soberanía nacional: el poder político pertenece a la nación.
- División de poderes: el legislativo pertenecía a las Cortes unicamerales elegidas por sufragio universal; el ejecutivo corresponde al rey, y el judicial, a los tribunales.
- Representatividad nacional: los diputados representan a la nación en su totalidad.
- Garantía de libertades, excepto la de culto.
- Ejército permanente.
- Elección de regidores.
Suprime los fueros e introduce impuestos proporcionales. La potestad del rey queda supeditada al poder de las Cortes; el monarca no podía contraer matrimonio o ausentarse del país sin su permiso. El texto también establece que el monarca no puede disolver las Cortes y que solo poseía un derecho de veto transitorio suspensivo durante dos años.
La Constitución era considerada avanzada, quizás perfecta para una sociedad culta y bien preparada económicamente, pero se percibía como inadecuada para la sociedad española de principios del siglo XIX.
Periodos de vigencia
Tuvo tres periodos de vigencia:
- Marzo de 1812 – marzo de 1814.
- Enero de 1820 – noviembre de 1823 (Trienio Liberal).
- Agosto de 1836 – junio de 1837.
Las Abdicaciones de Bayona y el reinado de José I
Napoleón se negó a reconocer a Fernando VII como rey. En consecuencia, cuando toda la familia real española se encontraba en Bayona, el emperador les forzó a renunciar. Ambos acabaron abdicando y cediendo sus derechos a Napoleón, que nombró rey de España y de las Indias a su hermano, José I Bonaparte.
El 2 de mayo de 1808 comenzaron los levantamientos populares contra los ejércitos franceses. Los combates fueron muy duros, sobre todo alrededor de la Puerta del Sol. En consecuencia, el mariscal Murat reunió 30.000 soldados en Madrid que terminaron sofocando el levantamiento.
Los levantamientos se repitieron entre los días 7 y 10 de mayo, a medida que se iban conociendo las abdicaciones de Bayona y los sucesos de Madrid. Estos levantamientos consistían en saquear los depósitos de armas y obligar a las autoridades a declarar la guerra contra los franceses.
José I recibió muy poco apoyo. Quienes colaboraron con él se denominaban afrancesados; algunos ejemplos son Francisco Cabarrús, Javier de Burgos o Meléndez Valdés.
El gobierno de José I estaba regido por el Estatuto de Bayona, que fue elaborado por el entorno de Napoleón. Este intentó reunir a 150 destacadas personalidades españolas para que difundieran el estatuto, pero solo consiguió reunir a 65. El Estatuto de Bayona nunca llegó a ponerse en práctica en su totalidad y tenía un carácter reformista. Afirmaba la religión católica como la única permitida y dejaba en manos del rey la totalidad de los poderes.
Por último, José I fue un rey itinerante que nunca logró ejercer un gobierno efectivo en España, ya que las decisiones más importantes las tomaba su hermano, Napoleón.

Deja un comentario