25 May

La evolución política de Al-Ándalus

Los musulmanes llegaron a la Península Ibérica en el marco de la expansión del Islam. La expedición liderada por Tariq culminó en la victoria sobre los visigodos en la Batalla de Guadalete (711), iniciando así la conquista de la península. En algunas zonas, la ocupación fue facilitada por los pactos de capitulación, aunque los musulmanes fueron frenados en la Batalla de Covadonga (722) y la Batalla de Poitiers (732). La península se transformó en un emirato dependiente del Imperio Islámico, gobernado por la familia Omeya que residía en Damasco. En el 750, tras la matanza de los Omeyas por los Abasíes, Abderramán I, uno de los pocos supervivientes Omeyas, huyó a Al-Ándalus y en el 756 se proclamó emir independiente (con el poder político), consolidando el poder musulmán en la región. Durante su gobierno, Al-Ándalus se reorganizó y fortaleció, aunque al final de esta etapa comenzó una crisis por la presión de los reinos cristianos. En 929, Abderramán III puso fin a la crisis y proclamó el Califato de Córdoba, quedándose con el poder político y religioso. Este fue el periodo de máximo esplendor de Al-Ándalus, pero tras la muerte del dictador Almanzor, se produjo una crisis que terminó con el califato. Con el colapso en 1031, el territorio se fragmentó en los Reinos de Taifas, pequeñas entidades de base étnica (árabes, bereberes y eslavos) que, debido a su debilidad militar, pagaban «parias» a los cristianos. Tras la conquista de Toledo en 1085 (por Alfonso VI), las taifas pidieron ayuda a los Almorávides, quienes frenarían el avance cristiano e incorporarían a Al-Ándalus a su imperio. Sin embargo, su dominio fue breve debido a la rigurosidad religiosa, los impuestos y el surgimiento de un rival en África, siendo reemplazados por los Almohades en el 1147. Los Almohades dominaron hasta la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), en la que los cristianos los derrotaron, provocando su retorno a África. Finalmente, el Reino Nazarí de Granada (1237-1492) mantuvo su autonomía pagando tributos a los cristianos debido a su rica economía, hasta que fue conquistado por los Reyes Católicos que aprovecharon los problemas internos del Reino.


Al-Ándalus: Economía, sociedad, cultura y legado

Al-Ándalus basó su economía mayoritariamente en la agricultura, en el trabajo de las tierras. Las élites disponían de propiedades que eran trabajadas por los siervos. Destacaría la trilogía mediterránea (trigo, vid y olivo), que contrastaría con la introducción de nuevos cultivos (cítricos) gracias a la implementación de nuevas técnicas (norias, molinos hidráulicos…). Destacaría también el comercio (realizado en zocos y alcaicerías) y la artesanía, que era variada y rica, siendo expertos en el trabajo con seda, la alfarería, las marroquinerías… Los musulmanes conectarían el comercio europeo (ámbar) con el oriental (especias). Poseían una sociedad heterogénea y dividida mediante criterios religiosos. Los musulmanes poseían todos los derechos y no tenían que pagar algunos impuestos. Se dividían en: la aristocracia árabe (minoría poderosa política y económicamente), los muladíes (cristianos que pasaron al Islam) y los bereberes (los conquistadores de la península que fueron apartados y se dedicaban al pastoreo). Los dimmies o no creyentes, no tenían todos los derechos y pagaban tributos. Estaban los mozárabes (cristianos que mantuvieron su religión), los esclavos (trabajaban las tierras) y los judíos (un grupo minoritario que vivía en juderías de las cuales todavía se siguen manteniendo conservadas algunas), se dedicaban mayoritariamente a la medicina, las leyes y al prestamismo, lo que provocó asaltos a las juderías y posteriormente su expulsión en 1492. Destacan en el ámbito científico y el humanístico/social, sobresaliendo Maimónides, que realizó avances en la medicina y la filosofía. También participaron en la escuela de traductores de Toledo. La cultura andalusí se distinguió en la literatura (con “el collar de la Paloma” de Ibn Hazam) y en la filosofía (con Averroes que introdujo la filosofía aristotélica). El arte islámico contó con influencias visigodas y romanas destacando los edificios religiosos (Mezquita de Córdoba) o los edificios civiles (la Alhambra de Granada).


Los reinos cristianos: evolución de la conquista y organización política

Tras la invasión musulmana en el 711, los cristianos se refugiaron en las zonas del norte, donde se formaron pequeños grupos que más tarde iniciaron la conquista de territorios ocupados por Al-Ándalus, comenzando una expansión hacia el sur. Durante la primera etapa (siglos VIII-X), se distinguieron dos franjas: la cantábrica y la pirenaica.

En la franja cantábrica, tras la Batalla de Covadonga (722), se formó el Reino de Asturias, que se expandió ocupando Galicia, La Rioja y llegando hasta el Duero. Más tarde, se produjo el traslado de la capital de Oviedo a León, y surgió el Reino de León. Añadido a esto, Castilla se independizó de León.

En la franja pirenaica, a partir del siglo IX, surgieron núcleos que lograron su independencia de los carolingios, como el Reino de Navarra, bajo la dinastía Jimena (Sancho III el Mayor), el condado de Aragón en el centro pirenaico (en el S. XI se convertirían en un reino) y los condados catalanes, controlado por los condes de Barcelona (como Wilfredo el Velloso).

La segunda fase (siglos XI-XII) se caracteriza por la expansión territorial de los reinos cristianos. Castilla se extendió hasta el Tajo con la conquista de Toledo (1085). Aragón se convirtió en reino y llegó hasta el valle del Ebro, mientras que Cataluña se extendió hasta Tarragona.

En la tercera fase (siglo XIII), tras la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), Portugal llegó al Algarve, Castilla conquistó Extremadura, Murcia y Andalucía, y Aragón extendió su dominio a Valencia y Baleares. La conquista finalizó con la Guerra de Granada en 1492.

Predominaron las monarquías feudales, donde el rey ejerce el poder de forma limitada hasta la llegada de los Reyes Católicos. Las instituciones se dividían en la Curia Regia, que asesoraba al rey, las chancillerías, que ejercían la justicia y la contaduría que gestionaba los impuestos. Además existían cargos como Alférez o mayordomo. Surgiría también la burguesía, pertenecientes a un estamento no privilegiado con riqueza que iría acompañado al surgimiento de las Cortes, divididas por estamentos (Nobleza, Clero y Burguesía) que eran convocadas generalmente para la subida de impuestos.


Modelos de repoblación. Organización estamental de los pueblos medievales

Paralelamente a la conquista hacia el sur, se llevó a cabo un proceso de repoblación que consolidó el dominio en los territorios conquistados, aportando recursos económicos y fiscales. Este proceso se dividió en tres fases.

La primera, entre los siglos VIII y X, llegó hasta el Duero y el piedemonte pirenaico. En las presuras, los campesinos “tomaban” tierras vacías, que el rey les concedía a cambio del pago de impuestos, surgiendo así la pequeña propiedad privada.

La segunda fase, en los siglos XI y XII, llegó a los valles del Tajo y del Ebro, con territorios organizados en concejos, donde a través de la Carta Puebla el rey otorgaba privilegios (como casa y reducción de impuestos) a cambio de trabajar, pagar impuestos y defender las tierras. Se daría origen a la mediana propiedad privada.

En la tercera fase, durante el siglo XIII, el rey entregó grandes latifundios a órdenes militares (orden de Santiago), que repoblaron Castilla-La Mancha, Extremadura y el Maestrazgo. En la segunda mitad del siglo, la repoblación alcanzó los valles del Guadiana y Guadalquivir, Valencia, Alicante y Murcia. La nobleza y el clero recibirían donadíos y los caballeros heredamientos (creando la gran propiedad privada) y el resto pequeñas propiedades.

La sociedad estaba dividida en estamentos con desigualdad ante la ley y en los que no había movilidad. Los estamentos privilegiados eran la nobleza y el clero, mientras que el estado llano no gozaba de estos derechos económicos y judiciales. La nobleza, una minoría privilegiada con funciones bélicas, se dividía en alta (con grandes títulos y patrimonio), media (nobleza territorial) y baja (hidalgos con recursos limitados). El clero, beneficiario de la conquista, se dividía en alto clero (obispos y abades, con una vida similar a la nobleza) y bajo clero (sacerdotes y monjes, con menos recursos). El estado llano, mayoritario, incluía campesinos (propietarios, arrendatarios, jornaleros y siervos) y trabajadores urbanos (artesanos, comerciantes…). Los grandes comerciantes y artesanos, una minoría rica, formarían la burguesía que terminaría participando en las Cortes.


La Baja Edad Media en los reinos cristianos

En los reinos cristianos la monarquía ocupaba el vértice del poder pero estaban limitados por los estamentos privilegiados. Estas restricciones provocaron conflictos que dieron lugar a dos modelos de monarquía: el autoritario y el pactista.

En el modelo autoritario, el rey mandaba con pocas limitaciones. En la Corona de Castilla, tras dificultades en el S.XIV gracias a las partidas o el ordenamiento de Alcalá, se logró que el rey gobernase sin muchas limitaciones. Tenían una administración central con un Consejo Real (consultivo), chancillerías (judicial) y la Real Hacienda (impuestos). Las cortes fundadas en León (1188), se convocaban para aprobar impuestos, su relevancia sería menor con el tiempo. El territorio se dividió en merindades y arrendamientos, que se dividieron en concejos que eran vigilados por corregidores enviados por el rey, donde surgirían oligarquías sociales. Otro ejemplo es Navarra, que fue influenciada por Castilla, Aragón y Francia. Su administración central también incluía un consejo real, un tribunal de justicia y la cámara de la moneda. A partir del Fuero General (1238), las cortes limitaron el poder real, y el reino se organizó en merindades, destacando los ultrapuertos, territorios en Francia bajo control navarro.

Aragón representa el modelo pactista, en la confederación de reinos (Aragón, Cataluña y Valencia), el rey veía su poder limitado desde el Privilegio General de 1283 (obligación de convocar las cortes periódicamente). Cada reino tenía sus propias instituciones: consejo real, hacienda y justicia. Las Cortes controlaban al monarca y los impuestos, y la Diputación General se creó para vigilar al rey entre las convocatorias de las cortes. Las oligarquías controlaron municipios como Barcelona y el Consejo de Cien concentró el poder local en Cataluña y Aragón.

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