22 Ene

La renovación de la lírica en el fin de siglo: Rubén Darío, Antonio Machado

La crisis social, política y cultural que afecta al último tercio del siglo XIX halla también su reflejo en la poesía con una renovación de la lírica, que en España tendrá su máximo exponente en el Modernismo y en dos poetas que se inician en esta estética, pero que terminan encontrando una voz personal: Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.

Los antecedentes literarios del Modernismo hay que buscarlos en el  Parnasianismo, que aspira a  la belleza pura, y el Simbolismo, que se basa en que  sólo el símbolo es capaz de transmitir los estados de ánimo. El Modernismo aparece en Hispanoamérica y su figura más destacada es Rubén Darío. En España también se entiende como una reacción a los patrones de vida burguesa y también será una actitud vital más que un movimiento literario.

Sus características más notables son: la intimidad del poeta sirve como punto de partida para la creación; una desazón romántica, la melancolía y la angustia son los sentimientos centrales de su poesía; esteticismo, el fin del arte es la búsqueda de la belleza absoluta; escapismo, en el espacio –gusto por los países lejanos y exóticos- o en el tiempo; cosmopolitismo, etc. Supone también el Modernismo una renovación estilística y métrica.

Rubén Darío


Es el poeta más importante del movimiento y evoluciona desde un modernismo absoluto, con una gran influencia del Parnasianismo, hasta un compromiso con el ser humano que le lleva a afirmar que, aunque él es un poeta hermético, culto y de minorías, busca a la mayoría en su tramo final. El otro pilar de su poesía es el amor, pero no un amor concreto y definido hacia una mujer, sino a la mujer como símbolo. Hay una búsqueda de lo amoroso más que del amor, por eso sus versos están salpicados de un erotismo carnal. Sus libros son: Azul, Prosas profanas, plenamente modernista y Cantos de vida y esperanza, en que la preocupación por el hombre alcanza mayor dimensión.

Antonio Machado


Su obra poética se inicia dentro de un modernismo intimista, lejos del mundo colorista y exótico de Darío, y que debe mucho al Simbolismo, y evoluciona hacia actitudes más realistas que culminarán en un compromiso consigo mismo y con la sociedad.

Para Machado la poesía debe dar testimonio del paso del hombre por la porción de vida que a cada uno le toca vivir, pero también de los otros que lo rodean, concepto de “otredad”. Sus temas son el tiempo, el recuerdo y el sueño, la autobiografía, el amor, la muerte, Dios y España.

El conjunto de su obra es breve. Se abre con Soledades que se ampliará con nuevos poemas en Soledades, galerías y otros poemas. Es éste el poemario donde mejor se trasluce la vena modernista-intimista. La aportación más importante es el símbolo –el agua, el sueño, la fuente…- para comunicar el proceso de búsqueda de sí mismo y la permanente reflexión que realiza sobre el tiempo, la vida o la muerte. La melancolía que impregna la obra y un diálogo que el poeta mantiene con elementos personificados –las estaciones, la noche- son también elementos distintivos.

            Campos de Castilla. La evolución más importante que se produce con respecto a su poemario anterior es un mayor empleo de la referencialidad para designar de un modo más directo la realidad que nombra, es decir, el menor uso del símbolo. Es un poemario heterogéneo que comprende desde poemas muy intimistas dedicados a Leonor hasta un romance narrativo “La leyenda de Alvargonzález”. Dos aportaciones pueden señalarse como novedosas: el compromiso del poeta con las ideas regeneracionistas y una descripción apasionada de la belleza del paisaje castellano, belleza que contrasta con el carácter pasivo de sus gentes. Dios y el destino del hombre también ocupan un lugar destacado.

            Nuevas canciones, Canciones a Guiomar y Poemas de Guerra, completan su obra.


La poesía entre el modernismo y la vanguardia: Juan Ramón Jiménez

La renovación poética que trae a finales de siglo el Modernismo abre unos nuevos caminos a la lírica que culminarán con las denominadas Vanguardias. En España, entre los poetas modernistas y las Vanguardias se advierten dos corrientes fundamentales, los llamados “posmodernistas”, que todavía se mantienen dentro de la línea del movimiento, y la “Generación del 14”, ya un intento de renovación en la que sobresale como un referente clave en la poesía española, Juan Ramón Jiménez. Esta generación entronca con el Novecentismo, un movimiento que apuesta por lo intelectual en contra de lo sentimental. Así pues, eliminan de su poesía cualquier atisbo de romanticismo, de sensibilería y sobre todo se afanan en depurar el lenguaje de todos los adornos que caracterizaban la estética modernista.

Para explicar su trayectoria poética suelen distinguirse tres fases: Primera época o época sensitiva (1898 – 1915) en la que los sensaciones, lo sensitivo y lo sensorial, y a veces también los sentimientos, son el camino para aprehender la Belleza. Segunda época o época intelectual (1916 – 1936) en la que la palabra y el conocimiento son el eje que permite alcanzar la Belleza; Tercera época o época verdadera (1937 – 1958) en la que el poeta parece haber alcanzado la Belleza al fundirse el deseo con el poeta.

En Juan Ramón Jiménez la figura del hombre y la del poeta se confunden. Para él la vida es su poesía y su poesía es su vida. Su tarea poética fue una constante búsqueda de la belleza. Esta actitud provoca que su poesía sea, en general, cerrada, hermética, como él mismo siempre dijo: “A la minoría, siempre”, es decir, una poesía para iniciados. Pero no solo la belleza y su búsqueda está en el centro de su poesía, el ansia de “conocimiento” y el ansia de “eternidad” son el fin sobre el que se manifiesta lo bello. El conocimiento se asocia a la inteligencia (“Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas”), la inteligencia, por influencia del Novecentismo, es el camino que conduce a la verdad. De modo que de la mescolanza entre la belleza y la verdad lograda surge la eternidad, entendida esta como posesión de lo “bello” y lo “veraz”. La eternidad para Juan Ramón no tiene un sentido religioso, la eternidad es el modo de poder superar la fugacidad de las cosas y mantenerlas en uno mismo para siempre. Tampoco es religioso el dios de Juan Ramón. Su concepción de la divinidad es panteísta, Dios es la naturaleza, la Belleza e, incluso, la capacidad de creación.

En su trayectoria poética se distinguen tres fases: Primera época o época sensitiva (1898 – 1915); Segunda época o época intelectual (1916 – 1936); Tercera época o época verdadera (1937 – 1958).

Juan Ramón se inicia como poeta dentro del ámbito del Modernismo. Sus primeros poemarios son de corte esteticista y decadentista. Los temas serán la nostalgia, la persecución de lo misterioso, los mundos imposibles y la presencia obsesiva de la muerte. Son poemarios de esta etapa Arias tristes y Jardines lejanos.

La segunda etapa se abre con Diario de un poeta recién casado (1916), en el que el mar y su viaje a Nueva York para casarse con Zenobia son el eje del libro. Con este poemario entra de lleno en la “poesía desnuda”, pues han desaparecido totalmente el léxico modernista, la adjetivación sensorial, los efectos sonoros. Lo anecdótico desaparece para centrarse el poema en lo conceptual, en lo emotivo. Predominan los poemas breves y sin rima, incluso, a veces, el poema en prosa. El otro gran libro de esta etapa es Eternidades (1918).

De la tercera etapa, que corresponde a su exilio, sobresale Animal de fondo (1949), un poemario en que el poeta ahonda más en sí mismo, en que se acentúan y en que sobre todo se intensifica el misticismo, la voluntad de perfección para alcanzar a “dios”, que hay que entender como la conciencia del poeta y del universo. Ese Dios deseado –el Todo, la belleza absoluta- y deseante –la búsqueda de ese todo- que debería ser el título de un libro inconcluso.

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