17 May

Filosofía en la Polis: Sócrates y Platón

Contexto Filosófico

En el período presocrático, el pensamiento griego tuvo un marcado carácter cosmológico. Su preocupación principal era explicar la naturaleza y la constitución del mundo. El ser humano era concebido como un ser natural que forma parte del cosmos y al cual se aplica la concepción general que se tiene sobre el mundo. Por ello, los primeros filósofos se asemejaban bastante a lo que hoy consideramos físicos.

Sin embargo, en las últimas décadas del siglo V a.C., la consideración filosófica cambió de orientación: se inició un proceso de giro antropocéntrico. Fue arraigándose la convicción de que el ser humano no puede ser reducido a mera naturaleza, ya que, por él, todo lo demás puede llegar a tener sentido. El pensamiento griego dirigió su atención al ser humano, pero no pensado de forma abstracta, sino en su situación concreta de individuo que despliega una parte fundamental de su naturaleza en la polis. Se resaltó, así, su dimensión política. El objetivo central de la reflexión filosófica fue tratar de resolver los problemas prácticos a los que se enfrentaba el individuo: ¿cómo se distingue el bien?, ¿de qué modo se puede acertar en el gobierno de la ciudad?, ¿cómo se gestiona la «casa»? A esta nueva orientación de la reflexión filosófica contribuyeron no solo las necesidades creadas por el sistema democrático ateniense, sino también el clima de desconfianza al que condujeron las diversas teorías sobre el universo —en ocasiones, contradictorias entre sí— y el contacto con otras culturas.

1. Los Sofistas

La palabra sofista procede del griego sophistés y está emparentada con los vocablos sophia (sabiduría) y sophós (sabio). A medida que pasó el tiempo, el término sofista adquirió tintes peyorativos y se utilizó para referirse a aquellos eruditos más preocupados por el propio éxito y la fama que por la búsqueda de la verdad. Frente a ellos, Sócrates prefirió denominarse filósofo, ‘amante de la sabiduría’. El objetivo principal de los sofistas en ese contexto fue la educación de los ciudadanos en el arte de la oratoria y la política.

La corriente sofística se caracterizó por englobar a pensadores muy distintos entre sí que, sin embargo, compartían algunos rasgos:

  • La convicción de que la oratoria es la principal de las ciencias humanas.
  • La consideración de la educación y la cultura como medios para lograr la excelencia humana.
  • La reivindicación de remuneración por la enseñanza.
  • Afirmaban que el fin último de la actividad intelectual y social no es la verdad, sino el éxito.
  • Los temas relevantes para la vida son los asuntos prácticos que conciernen al ser humano, como el gobierno de la ciudad o el enriquecimiento personal. Iniciaron, así, una etapa del humanismo.

Dos de las principales aportaciones de la sofística son:

  1. El convencionalismo democrático. Los sofistas diferenciaron entre las leyes de la naturaleza (physis), permanentes e inmutables, y las leyes humanas (nomos). Estas últimas son fruto de la convención entre los ciudadanos o gobernantes de las polis y, por tanto, relativas, es decir, su contenido dependerá del momento histórico y contexto geográfico.
  2. El relativismo moral. Consideraban que no existen normas morales objetivas y universales. Lo bueno y lo malo dependen de criterios como la tradición o la cultura de cada sociedad o persona.

1.1 Protágoras

El relativismo es la doctrina que defiende que no hay ninguna verdad absoluta, sino que toda verdad es relativa. Por tanto, cualquier cosa es igual de verdadera que su contraria. Protágoras lo defendió postulando la tesis de la medida: «El ser humano es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son». Con ella quiso decir que cada ser humano tiene su propia verdad, porque él mismo decide qué es verdad y qué no lo es. Sócrates le criticó esta idea por no tener en cuenta que, si se acepta como verdadera la tesis de la medida, entonces lo es para cualquiera: esto implica una contradicción frente al relativismo que el sofista mantenía con esa misma tesis.

En segundo lugar, Protágoras defendió que la justicia es algo que se alcanza por convención. Es decir, las normas y las leyes son fruto de un acuerdo y no existe una justicia natural y universal.

1.2 Gorgias

Gorgias (siglo V a.C.) era natural de Leontinos (Sicilia). Fue un afamado retórico y orador. Sus principales tesis filosóficas tienen como objetivo explicar la realidad y determinar si podemos conocerla o no. Según este filósofo:

  • Nada es o existe.
  • Si algo existiera, no podría conocerse.
  • Si algo pudiera conocerse, no podría expresarse ni comunicarse a los demás.

2. Sócrates

Frente a aquellos que se creían sabios y evitaban la búsqueda de la verdadera sabiduría, Sócrates proclamó: «Solo sé que no sé nada». Este era, a su juicio, el comienzo del filosofar, puesto que la búsqueda de la sabiduría supone, ineludiblemente, el reconocimiento de la propia ignorancia.

Sócrates se propuso superar el relativismo moral y el convencionalismo de los sofistas mediante la búsqueda del concepto general, que es el mismo para todos y se encuentra en el interior del ser humano, en su razón.

Según Sócrates, el concepto se ha de expresar en una definición que ponga de manifiesto la esencia de las cosas. En efecto, si logramos llegar a la definición de justicia, esta ya no será cambiante ni relativa, sino algo inmutable e igual para todas las personas. Esto significa que la esencia de la justicia, es decir, lo que tienen en común todas las acciones justas, se hace patente mediante su definición.

Pero ¿cómo se puede alcanzar la esencia de las cosas? Según este pensador ateniense, el concepto reside en el alma humana, aunque no somos conscientes de ello. Por eso, propuso un método o camino para ayudar a descubrir la verdad que habita en nuestro interior.

2.2 El Método Socrático

El método que planteó Sócrates se conoce como método dialéctico, ya que se puede acceder a la verdad objetiva a través del diálogo. El lenguaje no es una mera herramienta retórica —como concebían los sofistas—, sino que constituye el camino para descubrir la verdad.

  1. Ironía o fase destructiva. Mediante preguntas sobre una cuestión y la refutación de sus respuestas, Sócrates trataba de eliminar los prejuicios del interlocutor y hacerle reconocer su ignorancia acerca de algo. Entonces, le ofrecía su ayuda para investigar juntos la esencia de aquello.
  2. Mayéutica o fase constructiva. Continuando con las preguntas y respuestas, el filósofo ayudaba a alumbrar las ideas que se encontraban en el alma del discípulo. Al final, este llegaba al descubrimiento de la definición correcta, expresión del concepto universal y válido para todos.

2.3 La Ética

La ética socrática pone en el centro de la reflexión la virtud o excelencia y la felicidad.

El término griego para denominar a la virtud es areté. Para un hablante griego de la época de Sócrates, la areté es lo que sirve para identificar aquello que hace que algo o alguien realice una actividad de modo excelente.

Así como el ser humano es el único que piensa y razona, del mismo modo, solo él puede ser feliz mediante la práctica de la virtud. Sócrates afirma que, mientras que el resto de los bienes son efímeros y ambivalentes, la virtud es permanente y un bien en sí misma. La virtud, por tanto, garantiza la consecución del mejor de los bienes y la felicidad.

Cuando Sócrates se pregunta qué es la virtud, suele responder que es conocimiento. Así, asegura que quien actúa virtuosamente lo hace porque tiene un determinado saber.

La virtud permite el conocimiento del bien verdadero y quien lo conoce no puede dejar de realizarlo. Esta doctrina se conoce como intelectualismo moral socrático.

3. Platón

Recibió influencia de Pitágoras. De Sócrates mantuvo la consideración de la virtud como uno de los bienes por excelencia y la importancia de esta para alcanzar la felicidad. De Pitágoras recogió la alta consideración de las matemáticas y, sobre todo, de la geometría.

3.2 Las Obras de Platón

El filósofo ateniense expuso su pensamiento en forma de diálogo. La elección del género literario dialógico no es azarosa. Sócrates fue un consumado conversador, pero no dejó nada escrito y Platón quiso remediar tal carencia imitando el método socrático.

La mayoría de los diálogos platónicos se caracterizan por dar entrada a personajes de la escena cultural y científica de la época, a los que se hace discutir con Sócrates. A menudo, esos diálogos terminan sin una conclusión definitiva, de modo que la pregunta inicial queda abierta para nuevas investigaciones.

La deuda contraída con la figura y la enseñanza de Sócrates queda testimoniada en sus diálogos de juventud: Apología, Eutifrón, Critón, Fedón, Cármides, Laques y Menón.

4. Estructura de la Realidad

4.1 La Teoría de las Ideas

A juicio de Platón, hay dos planos de la realidad que se relacionan entre sí, pero que son esencialmente diferentes:

  • El Mundo Inteligible o Plano Ideal. Se trata de la parte fundamental de la realidad y se accede a ella a través de la razón. Las características que lo definen son la estabilidad, la permanencia y la inteligibilidad; por ello, posibilita un saber racional universal y permanente. En el mundo inteligible se hallan las ideas.
  • El Mundo Sensible. Está conformado por las cosas materiales que podemos percibir a través de los sentidos. Los rasgos que lo identifican son la mutabilidad, la inestabilidad y la confusión. Este segundo plano depende intrínsecamente del mundo inteligible y es imperfecto.

La teoría de las ideas es, por tanto, un modelo acerca de la estructura de la realidad (metafísica) y del modo de conocerla (gnoseología).

Como teoría metafísica, la doctrina de las ideas surge para conciliar la experiencia sensible del movimiento de los entes con el que dichas cosas tengan una identidad que permanece a través de los cambios.

La doctrina de las ideas como teoría gnoseológica da cuenta de la diferencia entre dos modos específicos de conocer la realidad: por un lado, a través de la percepción sensible, que ofrece siempre objetos particulares y cambiantes; por otro lado, mediante el intelecto, que se ocupa de objetos universales y permanentes: las ideas.

4.2 La Relación entre los Dos Mundos

  • El Mundo Sensible participa del Mundo Inteligible: Las cosas tienen una esencia unitaria y permanente, porque participan de las ideas. Para Platón, hay ideas de todo cuanto existe en el mundo sensible y cambiante. El hombre es hombre porque participa de la idea de hombre; lo mismo sucede con todas las demás realidades sensibles. Esta participación trasciende el ámbito material, de tal manera que, cuando las cosas participan de las ideas, estas permanecen inmutables a sí mismas.
  • El Mundo Material imita el Mundo de las Ideas: ya que las cosas que percibimos con nuestros sentidos son copias de aquellas, menos perfectas, y sometidas al cambio y la pluralidad. Los seres materiales copian las ideas de manera semejante a como la sombra de un cuerpo copia imperfectamente ese cuerpo.

4.3 Las Ideas y sus Propiedades

Las ideas platónicas tienen mucho que ver con el concepto y la definición que buscaba Sócrates para expresar la esencia de las cosas. Según este autor, los conceptos universales como el de Bien en Sí o la Justicia en Sí pueden ser alcanzados por la razón, que debe descubrirlos y extraerlos del interior del alma.

Pero ¿cómo han llegado hasta allí? Platón respondió con su teoría de las ideas: se hallan en el alma porque existen en un mundo aparte, al que solo ella puede acceder.

Las ideas no existen en las cosas, en la mente ni en las definiciones, sino que tienen una realidad en sí y trascienden lo sensible.

Las ideas son las esencias separadas de lo que existe en el mundo material.

Entre sus propiedades destacan que son eternas, inmutables, únicas, inteligibles, perfectas, y causas y modelos de lo sensible.

Por otro lado, Platón admitió que hay numerosas ideas, tantas como esencias de los objetos sensibles. Existen ideas de todo lo que es; hay ideas de los objetos físicos (como una piedra o un caballo) y hay ideas de valores estéticos o morales (la belleza, la bondad, la justicia, etc.). No obstante, tal multiplicidad compromete la necesaria unidad que ha de reinar en el mundo de las ideas. Para salvar este obstáculo, sostuvo que estas se encuentran ordenadas jerárquicamente, según grados de importancia.

4.4 La Idea del Bien

El conjunto de las ideas forma una figura piramidal. En la base de esta figura se sitúan las más elementales, que son las relacionadas con las cosas materiales; el vértice está coronado por una sola idea suprema, de la que participan todas las demás sin que ella participe de ninguna otra.

La Idea del Bien es la más excelente de todas las ideas. Su función es irradiar sobre el resto de los objetos, tanto sensibles como ideales, de la misma forma que el sol irradia su luz sobre todos los seres. La Idea del Bien permite, así, que las restantes ideas sean conocidas.

Platón describe la Idea del Bien como aquel objeto que está más allá del ser y que, por consiguiente, constituye el fundamento de toda la realidad, otorgando su esencia a las demás ideas.

5. El Ser Humano

5.1 Alma y Cuerpo

Platón describe al individuo humano como un ser compuesto de alma y cuerpo. Por ello, se afirma que sostiene un dualismo antropológico.

El alma es la parte más alta y digna, porque es semejante a lo divino, es decir, a las ideas. Por su superioridad, el alma debe regir el compuesto humano.

El cuerpo, por el contrario, debe ser gobernado por el alma, ya que es imperfecto. Además, el cuerpo supone un obstáculo para el alma en su anhelo por alcanzar la contemplación de la verdad y el bien. Siguiendo la opinión de los pitagóricos, Platón consideró que el cuerpo es como una cárcel para el alma, de la que desea salir para vivir junto a las ideas.

La asociación de alma y cuerpo no es completa, sino que se trata de una unión temporal y accidental. Es temporal porque no dura siempre, pues se deshace tras la muerte. Es accidental porque ambos elementos nunca pierden su identidad dentro del compuesto; en la antropología platónica, alma y cuerpo están unidos, pero siguen siendo dos cosas distintas, como el piloto y la nave o como el jinete y el caballo.

El cuerpo humano, al pertenecer al mundo sensible, siempre ha estado en este mundo en el que vivimos, pero ¿dónde ha estado el alma humana antes de unirse al cuerpo? ¿Cuál es su origen? Este filósofo consideró que el alma preexistió en el mundo de las ideas antes de unirse al cuerpo, y esto lo sabemos por su afinidad con ellas. Si el alma tiene que ver con el mundo inteligible, es porque preexistió en él con anterioridad.

Para aclarar este razonamiento, expuso en Fedro el mito del carro alado. Según este mito, el alma es como un carro tirado por dos caballos: uno representa las inclinaciones o impulsos nobles, y el otro simboliza los apetitos y los deseos. El auriga o conductor es la razón, que debe dirigir a ambos. Todo va bien mientras la razón gobierna a la persona, pero cuando el deseo de placeres se desboca, la razón pierde el control, se quiebra la unidad del alma y esta queda sujeta al mundo sensible.

5.2 La Naturaleza Tripartita del Alma

A través de la imagen del carro alado, Platón muestra que el alma consta de tres partes o funciones:

  • La Racional, representada por el conductor del carro, que debe gobernar a todo el ser humano y conducirlo al conocimiento de las ideas. Los sujetos en quienes destaque esta parte del alma serán los amantes del saber.
  • La Irascible, simbolizada en el caballo bueno. En ella se encuentran los impulsos nobles, como la valentía. Aquellos que sean gobernados por el alma irascible serán los amantes del poder y los honores.
  • La Concupiscible o Apetitiva, por la cual el ser humano busca y desea el placer sensible, y es arrastrado hacia lo material. Si domina este aspecto del alma, el individuo será amante del placer y el dinero.

Esta división tripartita del alma humana ocupó un lugar destacado en el pensamiento del filósofo, porque la empleó para explicar las diversas virtudes y la organización de la sociedad ideal.

5.3 La Inmortalidad del Alma

Otra cuestión importante es saber si el alma permanece cuando se separa del cuerpo tras la muerte y este se corrompe. Al igual que los pitagóricos, Platón sustentó que el alma es inmortal. No obstante, a diferencia de ellos, trató de razonar esta tesis, alegando que el alma humana es semejante a las ideas, porque ha vivido junto a ellas y las ha contemplado antes de introducirse en un cuerpo; por consiguiente, es afín a lo divino y es imperecedera.

Es decir, pertenece a su esencia perdurar, aun cuando el cuerpo desaparezca. En el diálogo Fedón escribe:

«El alma es lo más semejante a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme, indisoluble y que está siempre idéntico consigo mismo».

Al igual que las ideas, carece de partes materiales y, por tanto, no puede morir, pues no puede descomponerse ni corromperse.

Tras la muerte, el destino del alma es alcanzar y contemplar nuevamente el mundo de las ideas.

Sin embargo, siguiendo a los pitagóricos, Platón afirmó que no todas las personas lo consiguen, pues el alma que no se libera plenamente de los impulsos que la atan al mundo sensible pasará (transmigrará) de un cuerpo a otro después de la muerte; ese otro cuerpo podrá ser humano o animal, dependiendo de lo racional o irracional que haya sido su vida.

Solo podrá lograr su objetivo cuando esté enteramente purificada de lo terreno mediante una vida virtuosa.

6. El Conocimiento

6.1 Conocer es Recordar

Por otro lado, en la primera parte de Menón, Sócrates trata de mostrar a un esclavo de Menón que el conocimiento consiste en una cierta anamnesis o reminiscencia. Mediante un ejemplo, consigue que el esclavo, sin haber estudiado geometría, sea capaz de hacer una demostración geométrica. ¿Cómo es eso posible? Es posible porque, en cierto sentido —dice Platón—, todo conocimiento es un recordar algo ya sabido.

Conocer es una vuelta a re-conocer o recordar las ideas que el alma ya ha contemplado en el pasado.

El alma habría estado en contacto con las ideas o formas de las cosas, pero, al quedar prisionera en el cuerpo, se olvida de todo ello. Como las cosas materiales son una imitación o copia de las ideas, al entrar en contacto con ellas es posible que el alma racional las recuerde.

6.2 Los Grados de Conocimiento

En el diálogo La República, Platón aborda el problema del conocimiento a partir del célebre símil de la línea. A juicio de este filósofo, cuando se trata de explicar cómo conocemos los seres humanos, es necesario distinguir diferentes niveles y tipos de conocimiento.

En primer lugar, pone de manifiesto que hay una relación entre la estructura de la realidad y el tipo de conocimiento. Así como dividió el modo de ser de las cosas, los modos de saber acerca de ellas también se diferencian en dos regiones: la sensible y la inteligible. El conocimiento sensible da lugar a la opinión (doxa), mientras que el conocimiento inteligible es lo que permite el conocimiento verdadero (nous).

Con la percepción sensible (oír, ver…), se llega a saber la apariencia de una cosa, pero no lo que esta es propiamente. Con la opinión se muestra lo que se cree conocer de una determinada cosa, de tal modo que puede ser falso o verdadero, aunque no hay forma de averiguarlo. Con el conocimiento se afirma lo que una cosa es en sí misma y lo que se afirma es verdadero. Solo hay conocimiento de objetos ideales o ideas, que se conocen con el intelecto o razón.

6.3 La Educación

Platón llama educación al proceso mediante el cual la persona se aleja de las apariencias y la opinión para alcanzar la sabiduría y el conocimiento.

Lo característico de esta ascensión de lo aparente a lo real es el abandono de las opiniones, al someterlas a crítica, con el objetivo de llegar a saber verdaderamente. A juicio de este filósofo, varias disciplinas ayudan a la educación del ser humano: las matemáticas, la lógica y la gimnasia. Todas ellas permiten formar a auténticos amantes de la sabiduría o filósofos.

7. La Ética

7.1 El Intelectualismo Moral

El pensador ateniense sostenía que todos los seres humanos desean las cosas buenas y la felicidad. Sin embargo, es frecuente que no se sepa distinguir los bienes verdaderos de los bienes aparentes; muchas veces, se desconoce en qué consiste el bien y se confunde el objeto de la verdadera felicidad con realidades imperfectas, como los placeres sensibles, las riquezas o los honores.

Platón considera que la felicidad solo se puede encontrar en la contemplación de las ideas, especialmente, de la Idea más elevada: la Idea del Bien. Solo quien la conoce puede realizar el bien y ser feliz.

Para alcanzar la felicidad y la visión de las ideas, solo hay un camino: el cultivo de la sabiduría y de la virtud, que, en el fondo, se identifican. En este sentido, fue continuador del intelectualismo moral socrático, según el cual, quien conoce el verdadero bien no puede dejar de practicarlo y, por el contrario, quien se deja llevar por el vicio, lo hace por ignorancia.

7.2 Las Virtudes

Platón no llegó a dar una definición de virtud, si bien, al revisar sus obras, es posible hacer una aproximación a este concepto:

  • La virtud es algo interior del alma que le proporciona armonía y salud. No es una habilidad técnica que se pueda enseñar en un sentido externo, sino que ha de brotar del alma de aquel que la busca (aunque requiera el apoyo de quien ya ha transitado ese camino).
  • La virtud es un saber acerca del bien. Ser virtuoso consiste en ser capaz de distinguir los bienes verdaderos de los aparentes. Si actuamos mal, es debido a la ignorancia, que impide al alma desvincularse de lo sensible y material.
  • La virtud es una purificación para el alma que le permite liberarse del cuerpo y retornar al mundo de las ideas tras la muerte. Platón entendía que el alma debe convivir con el cuerpo mientras permanece unida a él y por eso necesita cierta satisfacción sensible. No obstante, si esta se sobrevalora, impide al ser humano
  • La virtud es el dominio de la razón. Con ella, cada una de las partes del alma y del cuerpo cumple su función adecuadamente.
  • La sabiduría o prudencia (sofía) radica en la parte racional del alma y proporciona a las otras partes el conocimiento de lo que es conveniente para ellas y para el conjunto del alma. Sabio es quien dirige sus acciones de acuerdo con la ciencia y no con la opinión.
  • La valentía o fortaleza (andreía) se asienta en el alma irascible, y regula los impulsos y las pasiones nobles para distinguir lo que se debe temer de lo que no se debe temer.
  • La moderación o templanza (sofrosine) es la virtud propia del alma concupiscible y modera los deseos para que el ser humano haga uso de los placeres sensibles con medida y equilibrio.
  • La justicia (dike) consiste en «hacer lo que corresponde a cada uno de modo adecuado». En el caso del individuo, esta virtud lo capacita para que cada parte del alma realice bien la función que le corresponde.

8. La Sociedad

8.1 La Organización de la Polis

La vida en sociedad (la polis) surge, según Platón, por las ventajas materiales que esta aporta a los individuos mediante la división del trabajo y el logro de la convivencia pacífica con sus semejantes. Sin embargo, la sociedad también tiene como finalidad facilitar a los seres humanos una vida virtuosa y feliz por medio de la educación.

Platón no aceptó ningún sistema político concreto, sino que se planteó la búsqueda de la organización social perfecta —modelo para todas las polis—, que aproximara a las personas al bien y a la justicia.

Con este planteamiento, comenzó la primera utopía social de Occidente. Las utopías posteriores, siguiendo el ejemplo platónico, nacieron como una crítica a la situación política de su época y como una propuesta del modo en que debía constituirse la comunidad para alcanzar la justicia y la felicidad.

En La República se afirma que la polis ideal ha de estar compuesta de tres clases o grupos de ciudadanos, de manera semejante al alma, que está formada por tres partes diferentes. El Estado será bueno y justo en la medida en que cada una de esas clases se ocupe eficazmente de su cometido, sin que unas interfieran la labor de las otras:

  • Los Filósofos, dedicados al gobierno de la polis, constituyen el grupo más reducido, pero también el más importante. El adecuado desarrollo de su cometido exige que sean educados en la virtud de la sabiduría o prudencia, propia del alma racional. Ellos estarán en condiciones de conocer el Bien y la Justicia en Sí mismos, por lo que podrán tomar decisiones buenas y justas pensando en el bien de la ciudad, y olvidándose de sus intereses particulares y egoístas.
  • Los Guardianes, un grupo más numeroso, deberán velar por la paz social interna y externa, cultivando especialmente la virtud de la valentía, asentada en el alma irascible.
  • Los Productores son la clase más numerosa, constituida por campesinos, artesanos y comerciantes, quienes han de trabajar para todos y no solo para sí mismos, ya que los restantes tienen que dedicarse a otras tareas. Su virtud es la templanza, que regula los deseos del alma concupiscible, pues han de usar los bienes que producen con medida, pensando en la comunidad en su conjunto.

Los ciudadanos se situarán en una u otra clase de acuerdo con sus cualidades naturales, no atendiendo a su familia ni a sus riquezas. Quienes, por naturaleza, estén mejor dotados en la parte racional de su alma, deberán ser gobernantes; quienes sean más capaces en la parte irascible, serán guardianes; aquellos en quienes domine la parte concupiscible, serán productores.

Precisamente, la virtud de la justicia aplicada a la polis consiste en que cada ciudadano cumpla correctamente la función que le corresponde sin interferir en otras. Así, se logrará la polis ideal, en la que reinará el orden y las personas alcanzarán la felicidad.

En contraste con la mentalidad de su época, Platón defendió el acceso de las mujeres a la educación. Sostuvo que ellas poseen la misma naturaleza que los varones respecto al cuidado del Estado. Por tanto, independientemente de su sexo, quien tenga cualidades naturales para una determinada función, deberá desempeñarla. Si las mujeres pueden realizar las mismas tareas que los varones, entonces, se les debe proporcionar idéntica educación.

8.2 Formas de Gobierno

La forma de gobierno ideal para Platón es la monarquía o gobierno del filósofo. Del mismo modo que el individuo es virtuoso cuando la parte racional de su alma domina a las demás, así también una ciudad será perfecta si gobierna el verdadero filósofo. La monarquía decae si el gobernante no tiene cuidado de que unas clases no interfieran en otras. Si esto ocurre, el orden y la armonía social se desintegran.

Tras los intentos fallidos de aplicar su Estado ideal en Siracusa, Platón se volvió más realista. Sustituyó al rey-filósofo por un cuerpo de magistrados que se controlaban mutuamente y se sometían a unas leyes inmutables. En este nuevo enfoque, la familia y la propiedad privada recobraron su lugar en la sociedad.

9. Estética

Platón aborda el asunto del arte y la belleza como si fueran realidades opuestas.

A su juicio, mientras que la belleza es una de las ideas principales —incluso, en algunas ocasiones, la identifica con la Idea del Bien—, el arte es algo peligroso que debe ser desterrado de cualquier polis.

Como ya se ha explicado, Platón considera que hay determinadas propiedades de las cosas u objetos que no se reducen a su manifestación en tales objetos, sino que tienen una existencia independiente: tal es el caso de las ideas.

Según el filósofo ateniense, todas las cosas que se dicen bellas lo son porque participan de la Belleza en Sí misma de alguna manera. La Idea de Belleza solo puede ser contemplada intelectualmente y es el fruto de un esfuerzo de purificación de la mirada. En un célebre pasaje del diálogo El Simposio, habla de los cuerpos bellos, las almas y los conocimientos bellos como escalones para llegar a la Belleza en Sí.

La Idea de Belleza ocupa un lugar peculiar en el mundo inteligible. Mientras que el resto de las ideas no precisan su manifestación sensible para su existencia, la Idea de Belleza parece darse siempre encarnada de alguna forma. Esto es así porque lo bello —como dirán más tarde los filósofos medievales— es aquello que place a la vista y, en general, a los sentidos. Sin embargo, no cualquier forma de arte se ocupa de igual modo de la belleza.

A juicio de Platón, artes como la pintura, la poesía o la dramaturgia se quedan lejos de reflejar la auténtica belleza. Con sus imágenes y relatos, distraen del auténtico objeto de la estética.

Los productos de tales artes son meras imitaciones de lo genuinamente real y, por tanto, más que acercar a la belleza, hacen creer a quien los disfruta que con ellos basta para alcanzar la belleza.

La caracterización que hace Platón de la inspiración y, sobre todo, de la inspiración divina o enthousiasmós, es sustancialmente diferente. El contacto directo con la fuente de la belleza genera, en el que se relaciona de ese modo con ella, la capacidad de engendrar la belleza, ya sea con la creación de objetos bellos o con la práctica de virtudes en la propia vida.

Además, aunque Platón es consciente de la búsqueda que las diferentes artes y técnicas hacen de la belleza en sus objetos, se muestra crítico con la mayoría de ellas, en especial, con las que tienen como principal función la imitación, en cuanto a su capacidad de reproducir lo bello. En cambio, es más optimista con la capacidad de engendrar belleza que tiene el alma que purifica su mirada y se distancia de la influencia del mundo sensible (engañoso).

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