03 May
Hacia los 60
En la tradición anglosajona, aparecen propuestas epistemológicas que comienzan a prestar atención no sólo a la ciencia como producto, sino también a la ciencia como proceso. Este giro en la reflexión epistemológica viene de la mano de lo que algunos llaman los nuevos filósofos de la ciencia y otros, la revuelta histórica (Diez y Lorenzana, 2002). Los mismos autores, seguidores y mentores, señalan que es una verdadera revolución epistemológica de cambio radical con relación a la concepción heredada (CH).
Perspectivas y Relativización del Cambio
Es cierto que se trata de perspectivas, pero hay que relativizar un poco el estatus del cambio producido por varias razones: en primer lugar, porque los autores de la CH y los nuevos filósofos pertenecen a la misma tradición intelectual; y en segundo lugar, porque la CH ha sido un movimiento heterogéneo que se fue modificando a lo largo del tiempo. Incluso algunas de las propuestas de los nuevos filósofos de la ciencia parecen más bien la profundización de problemas ya tratados por la CH. Como quiera que sea, es cierto que se dejan de lado algunos de los tópicos de la agenda instalada por la CH (por ejemplo, el problema del método, la preocupación por la demarcación y el análisis lógico de la estructura de las teorías científicas), se introducen nuevas cuestiones (como la relevancia epistémica del contexto de descubrimiento y las prácticas concretas de la comunidad científica, es decir, los aspectos histórico-sociológicos) y algunas cuestiones, como el lenguaje, se revalorizan. Sin lugar a dudas, el autor más conocido y de más repercusión ha sido Thomas Kuhn, pero, no obstante, es necesario mencionar a otros que lo han precedido: Stephen Toulmin, Norwood R. Hanson y Paul Feyerabend.
Stephen Toulmin y la Ciencia como Proceso
Para Toulmin (1953, 1961), uno de los iniciadores de estos cambios, la ciencia provee de sistemas de ideas acerca del mundo con pretensiones legítimas de realidad, sistemas que proporcionan técnicas explicativas. Su función no es primordialmente la predicción, sino que son consistentes con los datos empíricos y que en un momento dado pueden ser considerados absolutos y del agrado de la mente. Estas explicaciones deben dar cuenta no tanto de lo que se espera que ocurra en la naturaleza, sino de aquello que es inesperado según los ideales de orden natural que especifican cierto curso de los acontecimientos. Las teorías científicas están compuestas por leyes, hipótesis e ideales de orden natural en orden jerárquico. Éstos últimos, en el estrato superior, facilitan la orientación general acerca del tema: negar el principio de propagación rectilínea de la luz, por ejemplo, equivale a dejar de hacer óptica geométrica. Luego están, en el estrato medio, las leyes, es decir, las formas de regularidad cuya fertilidad ha sido establecida. Finalmente, las hipótesis, que son supuestas formas de regularidad cuya fertilidad se halla todavía en cuestión. Para Toulmin, las teorías son reglas que indican cómo realizar inferencias; no son, en sentido estricto, ni verdaderas ni falsas. Son presunciones que constituyen un marco teórico o Weltanschauung (imagen del mundo) que determina las preguntas que el científico se plantea, los supuestos, la base empírica y el significado de los términos utilizados.
Norwood R. Hanson y la Crítica a la CH
Las críticas fundamentales de Hanson a la CH se basan en primer lugar en que ésta acomete la empresa epistemológica atendiendo técnicamente a la ciencia como producto terminado y desatendiendo los procesos racionales por los cuales se llega a la formulación de hipótesis y teorías. Hanson (1958) señala que lo que un científico busca no es un sistema deductivo físicamente interpretado al modo de la CH, sino un patrón conceptual en términos del cual sus datos se ajustarán inteligiblemente a datos mejor conocidos. En suma, una teoría de mayor o menor complejidad que pueda dar cuenta de la mayor parte de la experiencia disponible. Además, niega la existencia de un lenguaje intersubjetivo de observación que posea una interpretación semántica directa, independiente de toda consideración de las diversas teorías que lo utilicen, es decir, un lenguaje teóricamente neutral. Por el contrario, señala la dependencia que toda observación tiene de los marcos teóricos y conceptuales. Su tesis es que el significado de una palabra depende del contexto. Una teoría no se ensambla a partir de fenómenos observados, sino que más bien es lo que hace posible observar que los fenómenos son de cierto tipo y que se relacionan con otros fenómenos.
Paul Feyerabend y el Antimetodologismo
Feyerabend, seguidor de Popper inicialmente, se fue distanciando de él y publica el núcleo más interesante de su epistemología en 1975, en un libro de título muy sugerente: Contra el método. La tesis básica es que, si se realiza un recorrido por la historia de la ciencia, se observa que, en realidad, el progreso de la ciencia se ha producido, no tanto respondiendo a algoritmos más o menos rígidos, sino rompiendo y violando sistemáticamente las reglas reconocidas. En suma, trabajando contra el método. Feyerabend define su punto de vista como anarquismo metodológico y sostiene: «La idea de un método fijo, o de una teoría fija de la racionalidad, descansa en una imagen demasiado simple del hombre y sus circunstancias sociales». Para aquellos que contemplan el rico material proporcionado por la historia y que no intentan empobrecerlo para satisfacer sus instintos más bajos o sus deseos de seguridad intelectual en forma de claridad, precisión, objetividad o verdad, estará claro que sólo hay un principio que puede ser defendido bajo cualquier circunstancia y en todas las etapas del desarrollo humano. Este principio es: todo vale. (Feyerabend, 1995: 20) En el resto del libro analiza aguda y extensamente, en relación con el modelo copernicano, el caso de Galileo, tratando de mostrar que triunfa no tanto por sus argumentos científicos, sino por su gran poder de persuasión. Más allá de algunas exageraciones, son muy interesantes sus observaciones, sistemáticamente iconoclastas, sobre los especialistas, el lenguaje científico y su supuesta objetividad, mostrando que por detrás de la jerga específica existe un gran juego retórico.
Thomas S. Kuhn: Un Lugar para la Historia
El aporte de Kuhn a la epistemología merece un tratamiento más detallado y extenso por la enorme difusión que sus ideas han alcanzado. Sin embargo, deben hacerse algunas consideraciones fundamentales. La primera es que la mencionada difusión y utilización de sus ideas no necesariamente se encuentra en relación directa con la originalidad, ya que, si bien es cierto que es mérito de Kuhn la revalorización de la historia en la filosofía de la ciencia de la tradición anglosajona, también es cierto que otros autores como Gaston Bachelard, Georges Canguilhem, Alexander Koyré e incluso Ludwik Fleck habían planteado tesis similares. De hecho, Kuhn reconoce explícitamente su deuda intelectual con los dos últimos. También algunas de las tesis filosóficas más generales pueden encontrarse claramente en Willard van Orman Quine y en el llamado «segundo» Wittgenstein, por no hablar de autores más cercanos a la filosofía de la ciencia, como los ya citados Hanson y Toulmin.
El Conocimiento del Mundo
Kuhn niega la neutralidad de la experiencia y afirma que la observación depende del marco teórico con el cual se lleva a cabo en un triple sentido:
- La observación está dirigida por la teoría;
- Son las teorías (o, más exactamente, los paradigmas) las que determinan qué es un hecho científico y paradigmas distintos considerarán diferentes hechos y taxonomías o clasificaciones de los mismos; esta es la base del constructivismo kuhneano;
- El significado de los términos depende de la teoría y es relativo a ella; este significado viene dado por las conexiones del término en el interior de la teoría, por ello, si un término aparece en teorías distintas, su significado puede cambiar.
Todo esto implica, además del constructivismo, un relativismo que afecta no sólo a la experiencia, sino también a los criterios de validación, y una concepción semántica holística de los términos y enunciados de una teoría.
Alcances del Análisis Epistemológico
La filosofía de la ciencia no puede limitarse al estudio de los productos finales, es decir, de las teorías en su formulación lingüística, sino que ha de considerar toda la actividad científica. Para ello, hay que estudiar las teorías dentro del proceso de desarrollo científico, prestar especial atención a sus aspectos dinámicos y por ello la introducción de ERC reclama ya en el título «Un papel para la historia». Este nuevo enfoque conlleva la disolución de la distinción disciplinar y conceptual entre contextos (véase capítulo 2), dado que los procesos de articulación, justificación y aplicación de las teorías están determinados, en alguna medida difícil de establecer –ese es el trabajo de las nuevas historiografías de la ciencia– por las prácticas y el contexto sociohistórico. Hay que estudiar la actividad científica como un todo y entender la ciencia como un complejo proceso de comunicación. Esto lleva a Kuhn a considerar a la comunidad científica como el sujeto que produce la ciencia (ya muy lejos de la epistemología sin sujeto de la CH o de Popper); un grupo estructurado, interconectado y fácilmente identificable de científicos que comparten un paradigma. El estudio de la ciencia debe prestar especial atención a los aspectos pragmáticos e incluir elementos psicológicos, sociológicos e históricos. Se comprende entonces por qué la filosofía de la ciencia no puede ser normativa, sino descriptiva. Lo que interesa no es tanto prescribir las condiciones formales canónicas que las teorías deberían cumplir, sino describir los procesos psicológicos, sociológicos e históricos reales que constituyen la actividad científica.
Las Categorías del Análisis
El objeto de estudio ya no serían las teorías como entidades aisladas, sino integradas en marcos conceptuales más amplios: los paradigmas. Así, no puede hablarse de las teorías como meros sistemas axiomatizados de enunciados, sino como estructuras conceptuales globales o, si se quiere conservar un enfoque lingüístico, como lenguajes (en el sentido de estructuras o redes semánticas) (Kuhn, 1992). No obstante, la noción de paradigma resulta algo problemática por el grado de imprecisión con que Kuhn la manejó en la primera edición de ERC. Veamos algunos de los sentidos diferentes -aunque complementarios- de este concepto.
Definición de Paradigma
La acepción más general de paradigma refiere a una manera de ver las cosas, es decir, a un conjunto de principios organizativos de la percepción, de modo que es una condición previa, temporal y conceptualmente, a la percepción misma. Los ejemplos de la psicología de la Gestalt explican perfectamente este sentido del término: el famoso dibujo en que a veces vemos un pato y a veces vemos un conejo. En la historia de las ciencias, por ejemplo, Carl von Linneo vio las diferencias entre las especies como la expresión del orden en grandes saltos con que Dios organizó lo viviente, mientras que Charles Darwin hizo una lectura genealógica de esas diferencias y estableció el origen común de los seres vivos. Un paradigma es verdaderamente una «concepción del mundo», un conjunto de valores y creencias que determinan la forma de producir taxonomías, es decir, de estructurar, categorizar y clasificar el mundo. De modo que el paradigma incluye supuestos compartidos, técnicas de identificación y resolución de problemas, valores y reglas de aplicación, elementos específicos como los modelos, las generalizaciones simbólicas, las aplicaciones y los experimentos ejemplares con sus instrumentos. Una investigación histórica profunda de una especialidad dada en un momento dado revela un conjunto de ilustraciones recurrentes y casi normalizadas de diversas teorías en sus aplicaciones conceptuales, instrumentales y de observación. Esos son los paradigmas de la comunidad revelados en sus libros de texto, sus conferencias y sus ejercicios de laboratorio. Estudiándolos y haciendo prácticas con ellos es como aprenden su profesión los miembros de la comunidad correspondiente. Un paradigma es lo que los miembros de una comunidad científica comparten y, recíprocamente, la comunidad científica consiste en hombres que comparten un paradigma.
La Dinámica Histórica de la Ciencia
Los paradigmas (o matrices disciplinares) se inscriben en una dinámica histórica, una teoría del desarrollo científico, articulada en torno a dos nociones básicas: la ciencia normal y la ciencia revolucionaria. El período en que existe una comunidad estable que comparte un paradigma aceptado constituye la ciencia normal, período en el que la investigación se centra en la articulación, el desarrollo y la aplicación del paradigma. Los desajustes y problemas que se producen, los enigmas, intentan resolverse mediante las técnicas compartidas por la comunidad, pero en ningún caso se producen cosas tales como verificaciones o falsaciones (pues el paradigma no se pone en cuestión). A veces, alguno de esos enigmas resulta irreductible y puede llegar a convertirse en una anomalía a medida que la comunidad distraiga más medios y personas para intentar solucionarlo y las distintas técnicas de solución paradigmáticas vayan fracasando. Las actitudes de los científicos frente a las anomalías pueden ser diversas: quizás y llanamente ellos no las adviertan merced al carácter constitutivo y determinante de la percepción del mundo de los paradigmas; puede ocurrir también que minimicen el efecto refutador de tales hechos rebeldes y, finalmente, confíen en que con tiempo se logrará definitivamente ubicar las piezas en el lugar correcto.
Así, los científicos conviven en relativa armonía con las anomalías sin pensar en abandonar el paradigma. Puede ocurrir que la actividad científica normal logre articular adecuadamente estas anomalías como se esperaba, lo que constituirá sendos éxitos que consolidan y dan fuerza al paradigma vigente; pero también puede ocurrir lo contrario, es decir, que estas anomalías sean persistentes en el tiempo y quizás aparezcan nuevas.
La Crisis del Paradigma
La persistencia de las anomalías o la acumulación de ellas pueden llevar, según Kuhn, a una crisis del paradigma, aunque no hay regla sobre la calidad o cantidad de anomalías que pudieran conducir a una crisis y todo dependerá de la ponderación que la comunidad científica haga de la cuestión. Es importante destacar que no es la mera existencia de anomalías la que conduce a una crisis, sino que, en algún momento, puede ocurrir que surja una crisis que rompa la unidad de la comunidad alrededor del paradigma, y que se pierda la confianza en su capacidad para resolver las anomalías. Estos períodos de crisis se caracterizan por la proliferación de teorías alternativas enfrentadas, escuelas en lucha o surgimiento de herejías, cada una de las cuales pretende erigirse en nuevo paradigma y núcleo de la comunidad científica. Cuando alguna lo consigue, se instaura un nuevo período de ciencia normal: el nuevo paradigma, o un indicio suficiente para permitir una articulación posterior, surge repentinamente, a veces en medio de la noche, en la mente de un hombre sumergido profundamente en la crisis. (Kuhn, 1992: 146)
Inconmensurabilidad y Progreso Científico
El pasaje de un paradigma a otro da lugar a lo que Kuhn llama revolución científica, episodios de desarrollo no acumulativo en que un antiguo paradigma es reemplazado, completamente o en parte, por otro nuevo e incompatible. Las revoluciones se inician cuando, a la par del problema con las anomalías, aparecen nuevos descubrimientos o planteos teóricos que vienen a resolverlas de modo satisfactorio, por ejemplo, el descubrimiento del oxígeno por Antoine Lavoisier, el de los rayos X por Roentgen, la teoría darwiniana de la evolución, la teoría de la relatividad, etc. Entonces llega un período de aflojamiento de las reglas normales de la investigación y se pasa de la ciencia normal –tradicional y acrítica– a un período de la tradición y profundamente crítico. Después de una revolución científica, los libros de texto con los cuales se forman a los futuros científicos tienen que volver a escribirse. Kuhn establece una analogía entre revolución científica y revolución política. Las revoluciones políticas tienden a cambiar las instituciones políticas en modos que esas mismas instituciones prohíben. Por consiguiente, su éxito exige el abandono parcial de un conjunto de instituciones en favor de otro y, mientras tanto, la sociedad no es gobernada completamente por ninguna institución. Inicialmente, es la crisis sola la que atenúa el papel de las instituciones políticas, del mismo modo, como hemos visto ya, que atenúa el papel desempeñado por los paradigmas. En números crecientes, los individuos se alejan cada vez más de la vida política y se comportan de manera cada vez más excéntrica en su interior. Luego, al hacerse más profunda la crisis, muchos de esos individuos se comprometen con alguna proposición concreta para la reconstrucción institucional. En este momento, la sociedad se divide en campos o partidos enfrentados, uno de los cuales trata de defender el cuadro de instituciones antiguas, mientras que los otros se esfuerzan en establecer otras nuevas. Como la elección entre instituciones políticas que compiten entre sí, la elección entre paradigmas en competencia resulta una elección entre modos incompatibles de vida de la comunidad. (Kuhn, 1992: 151-152)
La Inconmensurabilidad
El problema de la inconmensurabilidad. El punto de vista tradicional concibe las teorías como conmensurables, lo cual permitiría la acumulación a lo largo del tiempo y la subsunción de teorías en otras teorías posteriores, más abarcativas. Kuhn (una posición también defendida por Feyerabend) sostiene la tesis contraria: la inconmensurabilidad entre teorías. En un cambio de paradigma, un cambio de mundo en palabras de Kuhn, no sólo se abandona una teoría que hasta ahora se tenía por verdadera y a partir del cambio se la considera falsa, sino que el cambio va acompañado de un fenómeno semántico más profundo: la inconmensurabilidad entre ambos marcos teóricos. Ocurre una verdadera ruptura entre los marcos conceptuales de una y otra teoría, de modo que no hay manera de correlacionar semánticamente los conceptos básicos de una teoría con los de la otra. Cada teoría se vuelve ininteligible para la otra en la medida en que el paradigma estructura la percepción y determina que los hechos ya no son los mismos. Literalmente se inauguran nuevos hechos, una nueva base empírica. En el nuevo paradigma, los términos, los conceptos y los experimentos antiguos varían sus relaciones y se establece que no existían. El concepto de inconmensurabilidad ha generado polémicas. Si se la acepta en un sentido fuerte, la adopción de un paradigma u otro en momentos de crisis es un acto prácticamente irracional en términos científicos y la elección se haría según criterios externos a la actividad científica misma. Los científicos de distintos paradigmas viven en mundos distintos; como cuando se salta de la astronomía ptolemaica a la copernicana.
En sus trabajos de fines de los 80, Kuhn modificará algo su idea acerca de la inconmensurabilidad y la comparará con el proceso que tiene lugar cuando se realiza una traducción de un idioma a otro: por más fiel que sea la traducción, siempre las palabras y expresiones tienen en los idiomas originales un resto de significado que no poseen en el otro. Las teorías científicas serían traducibles, entonces, en el mismo sentido y con las mismas limitaciones que las traducciones entre idiomas. Si bien la traducción nunca es absolutamente fiel, queda en pie la posibilidad cierta de que haya personas (científicos) que sean bilingües, es decir, que sean capaces de pensar con las categorías y taxonomías de ambas lenguas (paradigmas). También se ha criticado la noción de inconmensurabilidad porque anularía el progreso de la ciencia. Pero Kuhn no niega el progreso, sino sólo que éste lleve a un conocimiento más profundo de la naturaleza de las cosas, a una mejor ontología. Las teorías científicas posteriores son mejores que las anteriores para resolver enigmas en los medios a menudo distintos a los que se aplican.
En este sentido, es indiscutible que hay un progreso de Aristóteles a Newton, y de éste a Einstein (Kuhn, 1992: 314). La epistemología tradicional entiende el progreso científico como un proceso acumulativo de conocimientos, cuya meta es la verdad. Kuhn, en cambio, distingue dos formas de desarrollo de la actividad científica: un desarrollo progresivo dentro de la ciencia normal (paradigma), acumulativo en el sentido de que se va armando progresivamente el rompecabezas; y otro tipo de desarrollo no progresivo, es decir, no acumulativo, entre un paradigma y otro. Este último tipo de desarrollo se da en la forma de rupturas, de discontinuidades, por la inconmensurabilidad de los paradigmas. Casi al final de ERC, Kuhn llama la atención sobre el hecho de que no se ha referido en ningún momento a la verdad científica, algo bastante llamativo para un libro de epistemología. Propone, entonces, entender el desarrollo de las ciencias como un proceso no hacia algo (en este caso, a la verdad), sino como un proceso desde lo que conocemos. Y el criterio para elección entre teorías sería interno a la comunidad científica en función de la experiencia y las soluciones disponibles para esos enigmas.
La Historia y la Sociología de la Ciencia Después de Kuhn
El reclamo de Kuhn por otorgar un papel para la historia (tal el título de la Introducción de ERC) queda claro ya desde las primeras páginas, y reviste no sólo un interés historiográfico, sino también epistemológico: si consideramos la historia como algo más que un depósito de anécdotas o cronología, puede producir una transformación decisiva de la imagen que tenemos actualmente de la ciencia. (Kuhn, 1992: 21) Kuhn reclama una historiografía diferente, con peso epistemológico, no acumulativa y diversa de la llamada historiografía whig, definida por Herbert Butterfield (1931) como la tendencia de muchos historiadores a recibir el punto de vista de los protestantes y del partido whig, a la ciencia como prueba, ensalzar las revoluciones siempre que hayan triunfado, a hacer hincapié en ciertos principios del progreso en el pasado, y a reconstruir la historia como ratificación, si no glorificación, del presente. Se trata de aquellas historiografías políticas en las cuales los personajes se dividen en héroes y villanos: los primeros serán los que contribuyeron al presente glorioso que se pretende valorizar y los villanos serán los que pretendieron seguir otras líneas. Son las historias oficiales y heroicas de los países que se produjeron hacia fines del siglo XIX y primeras décadas del XX. Se trata, en realidad, de historias anacrónicas y ahistóricas, por así decir, ya que tienen más objetivos didácticos e ideológicos que la intención de producir una historia científica. Aplicada a las ciencias, también se trata de una historia mitológica de los héroes que contribuyeron al estado actual de la ciencia y los villanos que han seguido líneas luego abandonadas y habrían retrasado su avance.
En este modo tradicional de hacer historia subyace el supuesto de que la ciencia reconoce un proceso lineal y acumulativo. Ya en la primera mitad del siglo XIX, Auguste Comte sostenía que en toda ciencia confluyen un aspecto dogmático y un aspecto histórico, correspondiendo al primero el estadio actual y maduro de la ciencia, mientras que la exposición histórica corresponde a los estadios primitivos de la evolución disciplinar en el marco del progreso de la humanidad en su conjunto. Solidariamente con este optimismo propio del positivismo, para Comte la historia de la ciencia puede ser reconstruida una vez alcanzado el estadio de la madurez o dogmático, de modo que el sistema es entonces condición de posibilidad de la historia. Esta premisa tendrá largas consecuencias, pues significa que el estado de la ciencia contemporánea al momento de escribir la historia es el patrón a partir del cual se narra ésta. Así, la historia de las ciencias debería ser escrita –y de hecho lo fue durante casi un siglo– desde el punto de vista de la ciencia contemporánea, que se erige en juez, canon y criterio de su propio pasado. La historia de la ciencia está, no inevitable sino intencionalmente, al servicio del presente, del cual depende (De Asúa, 1993: 14).
Un análisis algo más detallado de los procesos históricos muestra cuán diferentes son de esta imagen ingenua, y que los elementos contextuales parecen jugar papeles preponderantes, otorgándoles cierta especificidad que no se comprende si se abordan con categorías extemporáneas (actuales). Los elementos contextuales resultan siempre un ingrediente de la formación de las creencias sostenidas por una comunidad científica, y las disputas entre escuelas no resultan de ningún modo de que unos fueran científicos y otros no. Kuhn describe así el trabajo del historiador: «Hasta donde es posible, el historiador debe deshacerse de la ciencia que sabe. Su ciencia debe aprenderla de los textos y demás publicaciones del período que estudia, y debe dominar éstos, así como las tradiciones intrínsecas que contienen, antes de abordar a los innovadores cuyos descubrimientos o invenciones cambiaron la dirección del progreso científico. Al tratar a los innovadores, el historiador debe esforzarse por pensar como ellos lo hicieron. Al reconocer que los científicos son famosos a veces por resultados que no pretendieron obtener, debe preguntarse por los problemas en los que trabaja su sujeto y de qué manera aquéllos se volvieron problemas para él. Reconociendo que un descubrimiento histórico rara vez es atribuido a su autor en los textos posteriores, el historiador debe preguntarse qué es lo que su sujeto pensaba haber descubierto y en qué se basó para hacer el descubrimiento. El historiador debe poner especial atención a los aparentes errores de su sujeto, no por el gusto de encontrarlos, sino porque ellos revelarán mucho más de la mentalidad activa de su personaje, que los pasajes en los cuales el científico parece registrar un resultado o un argumento que la ciencia moderna retiene todavía.» (Kuhn, 1983: 134)
El clima epistemológico que impone Kuhn, al revalorizar empíricamente la práctica científica en tanto actividad cultural sujeta a la posibilidad de análisis sociológico, abre a una serie de posibilidades nuevas. En la medida en que el producto de la comunidad científica, lejos de ser sólo analizable en tanto conjunto de reglas, principios y métodos, es un producto de un grupo específico y peculiar, las barreras inexpugnables del contexto de justificación comienzan a crujir y se abre la posibilidad para el análisis sociológico, al tiempo que comienza a desdibujarse la división social del trabajo entre la epistemología y las otras áreas que toman la ciencia como objeto.
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