16 Jul

El Modernismo se originó en Hispanoamérica, inspirado en dos escuelas que habían renovado la poesía francesa
en la segunda mitad del Siglo XIX: parnasianismo y simbolismo. Fue una reacción individualista y esteticista contra la
sociedad utilitaria de finales de siglo. Los autores modernistas manifiestan su descontento con la realidad evadiéndose
en sus obras hacia épocas y lugares remotos (Edad Media, la Grecia clásica, Oriente, Escandinavia…). En sus obras,
cuidan mucho la forma, y su lenguaje es refinado y brillante, aunque difícil para el lector común. Su actitud es
cosmopolita, bohemia y aristocrática: buscan siempre la belleza y no se ajustan a las convenciones sociales –se enfrentan
al utilitarismo burgués y lo desafían a través de una vida bohemia y sensual–. Es esencial la figura del dandy.
El padre del Modernismo fue el poeta nicaragüense Rubén Darío. En sus primeras obras (Azul, Prosas profanas)
cultivó la literatura esteticista y sonora, preocupada por la brillantez y la perfección formal en la que abundaban los
elementos ornamentales exóticos –cisnes, princesas, pavos reales– sin conexión directa con la realidad. En Cantos de
vida y esperanza, su obra maestra, evoluciona hacia una literatura menos formalista y más preocupada por lo social y lo
existencial. La influencia de Rubén Darío se percibe claramente en las primeras obras de autores españoles como
Antonio y Manuel Machado, Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez, aunque luego todos abandonarían el Modernismo en
busca de otras opciones estéticas.
Manuel Machado mostró un gran interés por lo popular y el mundo del folclore. En su poesía, cargada de
simbolismo, destacan notablemente dos obras: Alma, donde combina la herencia de la lírica popular andaluza con las
imágenes y motivos modernistas (erotismo, exotismo…), y El mal poema.
Juan Ramón Jiménez partirá de una primera etapa modernista (Arias tristes). Su poesía introspectiva se
muestra obsesionada por el paso del tiempo y por la llegada de la muerte. Su obra cada vez se hace más retórica, pero
nunca excluye los sentimientos.


Un grupo de escritores españoles contemporáneos de Rubén Darío terminó formando la conocida como
Generación del 98. Se consideran una generación porque los separa una escasa diferencia de edad y también porque en
todos ellos influye un acontecimiento histórico generacional –el desastre del 98–. Además, a todos ellos les obsesiona
el tema de la decadencia española y consideran Castilla el alma genuina de España. También buscan en sus obras el
sentido de la vida, y reciben la influencia de filósofos extranjeros como Nietzsche, Kierkegaard o Schopenhauer. Aunque
cada uno tiene su estilo, el lenguaje que utilizan todos es sencillo y sobrio.
Miguel de Unamuno cultivó todos los géneros literarios. Centró sus preocupaciones en los temas relacionados
con la historia y el alma de España (Vida de Don Quijote y Sancho) y con el sentido de la existencia humana (Del
sentimiento trágico de la vida). Sus novelas más influyentes son Niebla y San Manuel Bueno, Mártir. En ellas, las ideas
son mucho más importantes que los personajes, siempre angustiados por asuntos existenciales.
De Pío Baroja, novelista y ensayista, destacan títulos como La busca, El árbol de la ciencia o Zalacaín el
aventurero. Es el gran narrador de la generación, y su prosa destaca por los diálogos vivos y sus ligeras descripciones.
Era un gran pesimista: la vida le parece absurda y carente de sentido.
José Martínez Ruiz, “Azorín”, escribió novelas de poco argumento y carácter casi siempre autobiográfico,
cuyo peso reside en las magníficas descripciones y en las ideas sobre la sociedad, la política y la situación española.
Destacan sus obras Castilla o La voluntad. Comenzó siendo anarquista, pero terminó por defender ideas conservadoras.
Ramón María del Valle-Inclán cultivó el Modernismo en sus Sonatas, cuatro breves novelas de juventud
protagonizadas por el marqués de Bradomín. Evolucionó después hacia el esperpento, un estilo que defiende la crítica
social mediante la deformación sistemática de la realidad (Luces de Bohemia en teatro, la serie de novelas El ruedo
ibérico). Fue también un buen poeta.


Antonio Machado es el gran poeta de la generación. Comenzó cultivando un Modernismo moderado e intimista
(Soledades, galerías y otros poemas) y trató a fondo el tema de la identidad y la decadencia española en Campos de
Castilla. La búsqueda de Dios y el paso del tiempo forman parte también de sus temas predilectos. Evolucionó hacia
posturas de izquierdas que le hicieron apoyar activamente al bando republicano durante la Guerra Civil.
El Modernismo supone el intento de reivindicar la belleza y la elegancia por sí misma y el deseo de trascender
la cruda realidad cotidiana para alcanzar un reino de fantasía. La Generación del 98 abordan los temas que siguen
manteniendo su absoluta vigencia: el de la esencia de España y el del sentido de la vida.

Bajo este rótulo se conoce un movimiento cultural formado por autores nacidos en los años 80 del siglo
XIX, que buscan reafirmar lo propio del nuevo Siglo XX rechazando lo característico del anterior: el Romanticismo,
el Realismo e incluso el Modernismo. Varios acontecimientos políticos van a protagonizar las primeras décadas del
siglo. En Europa, la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa; en España, el final de la Restauración, la dictadura
de Primo de Rivera y el advenimiento de la Segunda República.
La generación del 14, como también se conoce a los autores novecentistas, está compuesta por escritores
con formación universitaria y un claro espíritu científico; muchos destacan en la medicina (Ramón y Cajal o Gregorio
Marañón), en la filología (Menéndez Pidal y María Goyri) o en la lingüística (Zenobia de Camprubí). Su elevada
formación cultural imprime en sus obras un cierto carácter elitista, ya que defienden la existencia de una minoría
selecta que pueda guiar a la “masa”, concepto que desarrolla Ortega y Gasset en su ensayo La rebelión de las
masas. A diferencia de la Generación del 98, los novecentistas se muestran optimistas ante el futuro de España y
encuentran en los países europeos un modelo.
Una de las figuras más influyentes de este periodo es sin duda el filósofo y escritor José Ortega y Gasset,
cuyos ensayos (Meditaciones del Quijote y La España invertebrada) ponen por escrito los nuevos valores culturales.
Así, en La deshumanización del arte defiende un arte puro, deshumanizado, depurado de excesos, autónomo y
válido por sí mismo, idea que se difunde entre sus coetáneos y alcanza también a los autores de la generación del
27.


En cuanto a la poesía, es imprescindible mencionar a Juan Ramón Jiménez, quien tras una primera etapa
modernista (Arias tristes, La soledad sonora), evoluciona hacia una poesía pura intelectual, sin anécdota, estilizada
y perfecta, más cerca del verso libre, de la austeridad de recursos y de las innovaciones vanguardistas (Diario de un
poeta recién casado). En su última etapa, tras la guerra, cultiva una poesía de carácter metafísico, hermética y
personal, que él denomina “suficiente”, en títulos como La estación total o Dios deseado y deseante.
También hay algunos grandes novelistas en esta generación. Mencionar a Gabriel Miró, quien cultivó la
novela en títulos como Nuestro padre San Damián o El obispo leproso, lo que se llamó novela lírica: obras en las
que la trama cede terreno a una elaborada descripción de ambientes y a un exquisito tratamiento de la psicología
de los personajes. También fue importante Ramón Pérez de Ayala, cuyo afán innovador dio lugar a la llamada
novela intelectual (Belarmino y Apolonio), donde lo más importante son los diálogos y las ideas que en ellos se
defienden, así como el carácter alegórico de sus personajes.
Por otro lado, frente al Racionalismo novecentista, las vanguardias plantean otro camino de transformación
cultural. Herederas del Modernismo y del simbolismo, se caracterizan por una voluntad de ruptura y de
escandalizar, a la vez que defienden un distanciamiento de la moral y el arte precedentes, para construir un arte
autónomo y total, en el que tienen cabida todas las disciplinas artísticas. Europa es el centro y el origen de muchas
vanguardias. En París nacen el Cubismo, cuyo principal exponente es Apollinaire creador de los caligramas, que
pretende plasmar la realidad desde diferentes puntos de vista simultáneos o el Surrealismo, fundado por el André
Bretón que utiliza la escritura automática, que supone la transcripción en bruto de ideas y palabras que pasan por
la cabeza del escritor y es la vanguardia más fecunda en nuestro país,

como se puede apreciar en la obra poética
de la Generación del 27; en Zurich nace el Dadaísmo, de Tristan Tzara, que pretende romper con el arte y la
literatura de la corrompida sociedad burguesa para recuperar la falta de lógica y la inocencia de la infancia; en
Alemania surge el expresionismo que tiende a la deformación sistemática de la realidad para proyectar sobre ella
la atormentada visión del mundo del artista. El mundo hispánico aporta a esta nómina el ultraísmo (aúna Cubismo,
Futurismo y Dadaísmo) con Guillermo de Torre, que se difundió a través de la revista Ultra o Grecia y sus autores
pretendían ir más allá de la realidad con una visión lúdica y humorística, y el creacionismo, fundado por Vicente
Huidobro, que pretende crear el mundo con las palabras del poeta. Hablar de vanguardia es hablar de Ramón
Gómez de la Serna, agitador cultural y figura puente entre el Modernismo y las vanguardias. Además de su vocación
de transformar las novelas (Seis novelas falsas) y de sus acercamientos al teatro (Los medios seres), su mayor
aportación han sido las greguerías (Gollerías, El Rastro), una combinación de “metáfora más humor”, con las que
se anticipa al Surrealismo y a su visión irracional.
En definitiva, podemos considerar el novecentismo como un movimiento inaugural de lo específico del
Siglo XX, que, a caballo entre el 98 y el 27 y un poco oscurecido por ambas, sentó las bases de lo que será nuestra
época contemporánea. Las vanguardias culminan el grito de rebeldía que comenzó con el Romanticismo y se lanzan
a la búsqueda de un arte que rompa con el Realismo, con la lógica, con el sentimentalismo y con toda norma.

La Generación del 27 –considerada la edad de plata de la literatura española– está formada por un conjunto de
escritores nacidos a finales del XIX y principios del XX. Se llaman así por el homenaje a Luis de Góngora –el poeta
Barroco– en el tercer centenarios de su muerte, al que acudieron casi todos ellos. Aunque cada autor de este grupo es
un mundo diferente, podemos hablar de una evolución general de su poética: en sus primeros libros se ven muy
influenciados por un Romanticismo becqueriano con un deje modernista; se entusiasman después por las vanguardias y
la idea del arte puro y deshumanizado, mezclado – curiosamente– con la recuperación de las formas y el estilo de la
lírica tradicional española. En los años 30 la tendenciadel grupo evoluciona hacia una rehumanización de la poesía e
intentan reflejar en sus obras los tormentosos problemas sociales y políticos de la España de la época. El estallido de la
Guerra Civil dinamita el grupo: García Lorca es asesinado, y otros se exilian, algunos para siempre.
Una de las grandes virtudes de la poesía de la Generación del 27 es su capacidad de unificar tendencias
contrarias: les apasionan tanto las vanguardias como la lírica popular; en ocasiones escriben una literatura de enorme
dificultad y otras veces conciben poemas de gran sencillez; combinan el intelectualismo propio del novecentismo con
un sentimentalismo Romántico propio de finales del XIX; saben modernizar la literatura sin renunciar a los poetas
anteriores, ya sean modernos, como Juan Ramón Jiménez o Bécquer, o clásicos, como Garcilaso de la Vega o Luis de
Góngora; grandes defensores de la tradición española –muchos de ellos eran grandes aficionados a los toros, y a la
música popular, por ejemplo– supieron también ser cosmopolitas.
Pedro Salinas comienza escribiendo bajo la influencia de la poesía pura (Presagios), pero evoluciona hacia una
literatura más intimista, de tono sentimental (La voz a ti debida, Razón de amor). Sus versos, de gran sencillez formal,
revelan una gran profundidad de ideas.


Jorge Guillén es quien más se acerca a la poesía pura y al intelectualismo novecentista. Escribe poemas sobre
realidades cotidianas y reflexiona sobre ellas con enorme profundidad. Su lenguaje, muy elaborado –le obsesionaba
corregir sus textos– es sencillo y desnudo, muy denso de conceptos. Cántico, una de sus obras principales, es una
celebración optimista de las maravillas de la existencia.
Gerardo Diego es un poeta capaz de escribir poesía clásica de gran altura –como su famosísima “Oda al ciprés
de Silos”– y también textos vanguardistas de gran modernidad, influidos sobre todo por el Creacionismo y el Ultraísmo.
Su libro Manual de espumas es un buen ejemplo de esto último.
Rafael Alberti es un poeta de gran versatilidad. Su Marinero en tierra es uno de los mejores ejemplos de
poesía de raíz popular –en él, canta al mar de Cádiz desde Madrid–, y también cultiva con gran éxito el Surrealismo en
Sobre los ángeles, un libro oscuro y difícil, de fascinantes imágenes. Fue militante comunista, algo que reflejaen libros
como El poeta en la calle.
Luis Cernuda agrupó toda su obra bajo el título de La realidad y el deseo. Es un poeta de tendencia melancólica,
a quien le cuesta confiar en el ser humano y considera la vida un ámbito hostil en el que es difícil encontrar el amor y la
felicidad. Estuvo muy influenciado por Bécquer en un primer momento y por el Surrealismo después.
Vicente Aleixandre es el poeta de la generación en cuya obra la influencia del Surrealismo es más profunda y
duradera. Sus imágenes son siempre sorprendentes y sus versos suelen ser largos y sonoros. El amor y la muerte están
presentes en casi toda su obra, de entre la que destaca Espadas como labios. Ganó el premio Nobel en 1977.
Dámaso Alonso escribió su mejor libro tras la Guerra Civil. Hijos de la ira es el mejor ejemplo del llamado exilio
interior (aquellos autores que permanecieron en España tras la guerra pero que no comulgaban con las ideas
franquistas): de contenido existencial, muestra con crudeza una imagen del mundo marcada por el dolor, la angustia y
la desesperanza. Sus imágenes, influidas por el Surrealismo, son enormemente violentas.


Federico García Lorca fue un poeta trágico además de un gran dramaturgo. De su producción poética destacan
el Romancero Gitano, en el que consigue unificar una métrica popular y sencillísima con imágenes vanguardistas de
radical modernidad para reivindicar al pueblo gitano, y Poeta en Nueva York, en el que hace un genial retrato de la
ciudad americana vista desde una óptica surrealista. Murió asesinado al comienzo de la guerra.
Manuel Altolaguirre destaca como poeta por su calidad formal y sus tonos humanísimos e íntimos. Su obra
poética es cálida, cordial y transparente. Su obra más destacada es Las islas invitadas.

Importantes son también las Sinsombrero, un grupo de mujeres intelectuales -escritoras, pintoras, filósofas-
que por edad pertenecen a la Generación del 27 y que, a pesar de su calidad literaria -en el caso de las poetas-
desaparecieron de los manuales durante mucho tiempo. Entre ellas están Concha Méndez (Inquietudes), Ernestina de

Champourcín (La voz en el viento), Josefina de la Torre (Poemas de la isla) y Carmen Conde (Poemas de niños, rosas,
animales y vientos) que fue la primera mujer en la Real Academia de la Lengua. El nombre responde al gesto de
quitarse el sombrero en público que protagonizaron Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Lorca en la Puerta
del Sol ante los insultos de los transeúntes como protesta frente a la marginación que sufrían las mujeres.
En definitiva, se trata de un grupo de poetas de enorme talento (solo hemos podido detenernos en los más
importantes, aunque hay otros interesantes como Juan Larrea o Emilio Prados), que vivieron con igual pasión el
deslumbramiento por las novedades vanguardistas como el culto por la poesía clásica. Entre todos ellos llevaron a la
poesía española a una de sus más altas cimas.

En España no se produce la renovación del género como en el resto de Europa porque los autores
teatrales de nuestro país desconocían cómo el teatro había evolucionado en el resto de Europa. Aquí se da
una continuidad del drama posromántico y la alta comedia del Siglo XIX, debido a que el público mayoritario
era burgués y de mentalidad conservadora. Por eso, los cambios que experimenta el género no se llevarán a
cabo hasta mucho tiempo después. Para clasificar mejor el teatro de la época lo dividiremos en dos tendencias
principales:
El teatro comercial o conservador se adaptó a los gustos del público burgués. Su objetivo principal es
el entretenimiento y no intenta incorporar innovaciones estéticas. Existen diferentes corrientes dentro del
teatro comercial, como la comedia burguesa, de tono ligero y escasa o nula crítica social, cuyo autor más
destacado es Jacinto Benavente (Los intereses creados), premio Nobel en 1922. Gustan mucho también los
dramas históricos, de fondo Romántico, ambientados en el pasado, como Las hijas del Cid, de Eduardo
Marquina. Pedro Muñoz Seca parodia este tipo de teatro en la divertidísima La venganza de don Mendo. Los
hermanos Machado hacen obras más populares y sencillas, como La lola se va a los puertos. Por último,
siempre dentro del teatro comercial, hemos de mencionar la comedia costumbrista de los hermanos Álvarez
Quintero, de temática generalmente andaluza (Mariquilla) y a Carlos Arniches, que ambienta sus obras en el
Madrid popular, como en El santo de la Isidra.
El teatro renovador trató temas menos comerciales y apostó por formas teatrales nuevas. Son varios
los autores que destacan.


Alejandro Casona, maestro de profesión, hizo un teatro de intención educativa, forma muy cuidada y
gran hondura poética. Su obra más conocida es La dama del alba.
Enrique Jardiel Poncela escribe un teatro de raíz absurda, y situaciones inverosímiles, en el que mezcla
tramas llenas de intriga con un genial sentido de lo cómico. Su lenguaje es ingenioso y agudo, y algunas de sus
obras principales son Cuatro corazones con freno y marcha atrás y Eloísa está debajo de un almendro.
Valle-Inclán nos muestra, en sus Comedias bárbaras, el mundo rural gallego, de personajes oscuros y
violentos que se dejan llevar por sus peores pasiones. En Divinas Palabras comienza a desarrollar la estética
del esperpento, que propone una deformación sistemática de la realidad para criticar con crudeza la
vulgaridad y el patetismo de la situación española –su corrupción, su incultura, su violencia–, y alcanza su
cumbre con Luces de Bohemia. En ella se nos cuentan él último paseo por Madrid de Max Estrella, un poeta
ciego y genial pero sin éxito literario que termina muriendo en un portal, no sin antes hacer una despiadada
revisión de la sociedad de su época.
Federico García Lorca, que fundó La Barraca, un grupo teatral para recorrer los pueblos y representar
teatro clásico ante la gente humilde que no tenía acceso a la alta cultura, escribió obras de muy diferentes
tipos: farsas (La zapatera prodigiosa), teatro surrealista (El público), o magníficos dramas como Mariana
Pineda, basada en la vida de una mujer ejecutada en el Siglo XIX por sus ideas progresistas.

Sin embargo, sus
grandes obras son las tragedias, en las cuales los personajes –generalmente femeninos y pertenecientes al
mundo rural–, se enfrentan a un mundo opresivo y autoritario en el que no pueden ser libres y felices; siempre
terminan encontrando destinos violentos. Bodas de sangre nos cuenta la historia de una novia que se fuga
tras su boda con un antiguo novio. Cuando el marido lo descubre, se enfrenta a él a navajazos y ambos acaban
muriendo. En Yerma la protagonista es una mujer casada que desea ser madre y no es capaz de concebir un
hijo. En La casa de Bernarda Alba, que terminó dos meses antes de morir y nunca vio representada, se cuenta
la historia de una viuda que impone riguroso luto a sus cinco jóvenes hijas, que se consumirán dentro de la
casa, sin poder salir de ella. Un conflicto amoroso –la hija menor mantiene relaciones secretas con el
prometido de la mayor, y otra de las hermanas, que siente celos, la delata– terminarán desencadenando una
muerte trágica.
En definitiva, el teatro español anterior a la Guerra Civil se mueve entre extremos: por un lado obras

fáciles y ligeras que pretenden entretener, y por otro obras que responden a un gran afán de innovación. Valle-
Inclán y Lorca escriben el que probablemente sea el mejor teatro español desde el Siglo de Oro.

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