08 Ago
La Familia: Pilar Fundamental de la Sociedad y la Fe
La Sagrada Escritura otorga una gran importancia a la familia, afirmando que no es bueno que el hombre esté solo. Según el designio de Dios, la pareja constituye la comunión primera de las personas humanas. Eva es creada semejante a Adán para formar con él una sola carne, teniendo una misión procreadora que los hace colaboradores del Creador. La familia es considerada el lugar primario de la humanización de la persona y de la sociedad, y cuna de la vida y del amor.
En la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del Señor: los hijos aprenden las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría. Jesús mismo nació y vivió en familia, aceptando todas sus características propias, constituyéndola como un sacramento de la Nueva Alianza.
La Iglesia considera a la familia como la primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios, y la sitúa en el centro de la vida social. La familia, ciertamente, nace de la íntima comunión de vida y de amor conyugal, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer.
La Importancia de la Familia para la Persona
La familia es importante y central en relación con la persona; es la cuna de vida y del amor. El hombre nace y crece en ella. La unión del hombre con la mujer a través del matrimonio crea un ambiente de vida en el cual el niño puede desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse para afrontar su destino único e irrepetible. En la familia se aprenden las nociones de la verdad y el bien, se aprende qué significa amar y ser amado. Las familias actúan por voluntad propia, no por un contrato formal.
La Importancia de la Familia para la Sociedad
En la familia se experimenta la sociabilidad humana. La comunidad nace de la comunión de las personas, de la relación entre el «yo» y el «tú». La familia es la primera comunidad de personas, la sociedad humana.
Sin familias fuertes en la comunión y estables en el compromiso, los pueblos se debilitan. En la familia se inculcan desde los primeros años de vida los valores morales, las responsabilidades sociales y la solidaridad.
La familia tiene prioridad respecto del Estado y la sociedad, al menos en su función procreativa, que es la condición de su existencia.
La familia es un sujeto titular de derechos inviolables; por lo tanto, el Estado y la sociedad están en función de la familia y no al revés.
El Matrimonio: Fundamento de la Familia
El Valor del Matrimonio
La familia tiene su fundamento en la libre voluntad de los cónyuges de unirse en matrimonio, respetando el significado y los valores propios de esta institución, que no depende del hombre, sino de Dios. No es una creación debida a convenciones humanas, sino que su estabilidad se debe al ordenamiento divino. Es el acto por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, un compromiso exclusivo de persona a persona, definitivo, expresado en el consentimiento recíproco, irrevocable y público. Este compromiso debe basarse también en el sentido de la justicia y el respeto de los recíprocos deberes y derechos.
Ningún deber puede abolir el derecho natural al matrimonio ni modificar sus características ni su finalidad. El matrimonio tiene características propias, originarias y permanentes.
El matrimonio tiene varias características, como la totalidad, la unidad, la fidelidad y la fecundidad.
El matrimonio, en su verdad objetiva, está orientado a la procreación y educación de los hijos; sin embargo, no es el único propósito, ya que también pueden adoptar niños abandonados o realizar servicios de beneficencia.
El Sacramento del Matrimonio
Los bautizados, por institución divina, viven la realidad humana y original del matrimonio. El esposo que ama y se da como lavador de la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo, Jesús nos revela la verdad original del matrimonio, liberando al hombre de la dureza del corazón. Esto se da a través del sacramento del matrimonio, cuya gracia conforma el amor de los esposos con el amor de Cristo por la Iglesia. Como sacramento, es una alianza de un hombre y una mujer en el amor, asumiendo la realidad humana del amor conyugal con todas sus implicaciones, comprometiéndolos.
La caridad conyugal hace que, siendo cristianos, los esposos sean testigos de una nueva sociabilidad, inspirada en el Evangelio y por el misterio pascual. Están llamados a ser testigos y anunciadores del sentido religioso del matrimonio, que la sociedad actual reconoce con mayor dificultad.
La Subjetividad Social de la Familia
El Amor y la Formación de la Comunidad de Personas
La familia se presenta como un espacio de comunión, tan necesaria en una sociedad cada vez más individualista. El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede ni comprar ni vender, sino solo regalar libre y recíprocamente. Gracias al amor, el hombre y la mujer son reconocidos, aceptados y respetados en su dignidad; se relaciona con la solidaridad profunda entre ellos.
La familia que vive construyendo cada día una red de relaciones interpersonales, internas y externas, se convierte en la primera e insustituible escuela de socialidad.
El amor se manifiesta en muchos casos a través de los ancianos que viven en familia y unidos; su presencia supone un gran valor. Ellos pueden dar testimonio de distintos aspectos de la vida, como los valores humanos y culturales, morales y sociales, que no se admiten en términos económicos o funcionales. Hay que saber que en la vejez todavía tienen fruto y constituyen una importante escuela de vida; hay que darles toda la atención necesaria sin olvidarse de darles amor.
El ser humano ha sido creado para amar y no puede vivir sin amor. El amor se manifiesta en la complementariedad y no puede limitarse a emociones o sentimientos, y mucho menos a la mera expresión sexual. La verdad del amor y de la sexualidad conyugal se encuentra allí donde se realiza la entrega plena y total de las personas con características de unidad y fidelidad (es fuente de alegría, esperanza y de vida).
Corresponde a cada hombre y mujer reconocer y aceptar su identidad sexual; la diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, que están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar.
La naturaleza del amor conyugal exige la estabilidad de la relación matrimonial y su indisolubilidad. Si alguno de estos falla, trae consigo graves sufrimientos para los hijos. La estabilidad y la indisolubilidad de la unión matrimonial no deben quedar confiadas exclusivamente a la intención y al compromiso de los individuos, sino que deben ser un acto público, social y jurídicamente reconocido.
La Iglesia no abandona a su suerte a aquellos que, tras un divorcio, han vuelto a contraer matrimonio. La Iglesia ora por ellos, los anima en las dificultades de orden espiritual que se les presentan y los sostiene en la fe y en la esperanza.
La reconciliación es el sacramento de la penitencia, que abriría el camino al sacramento eucarístico. Puede concederse solo a aquellos que, arrepentidos, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que ya no esté en contradicción con la indisolubilidad del matrimonio.
La Iglesia profesa su propia fidelidad a Cristo y a su verdad. Podrán obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad.
Las uniones de hecho, cuyo número ha ido progresivamente aumentando, se basan en un falso concepto de la libertad de elección de los individuos y en una concepción privada del matrimonio y de la familia. El matrimonio no es un simple pacto de convivencia, sino una relación con una dimensión social única respecto a las demás, ya que la familia, con el cuidado y la educación de los hijos, se configura como el principal instrumento de inserción social de los hijos.
Un problema particular vinculado a las uniones de hecho es el reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales, objeto de cada vez más debate público. Es incongruente atribuir una realidad conyugal a la unión entre personas del mismo sexo. Se opone a esto, ante todo, la imposibilidad objetiva de hacer fructificar el matrimonio mediante la transmisión de la vida, según el proyecto inscrito por Dios en la misma estructura del ser humano. La persona homosexual debe ser plenamente respetada en su dignidad, pero este respeto no significa legitimación.
Es tarea de la comunidad cristiana y de todos aquellos que se preocupan sinceramente por el bien de la sociedad, reafirmar que la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad.
La Familia: Santuario de la Vida
En la tarea procreadora se revela de forma eminente la dignidad del ser humano. La paternidad y la maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una semejanza con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor.
Cada niño hace de sí mismo un don para hermanos, hermanas, padres y toda la familia. Su vida se convierte en don para los mismos donantes de la vida, quienes no dejarán de sentir la presencia del hijo, su participación en la vida de ellos, su aportación a su bien común y al de la comunidad familiar.
La familia fundada en el matrimonio es verdaderamente el santuario de la vida. La función de la familia es determinante e indiscutible en la promoción y construcción de la cultura de la vida.
Las familias cristianas tienen, en virtud del sacramento recibido, la peculiar misión de ser testigos y anunciadoras del Evangelio de la vida. Es un compromiso que adquiere la sociedad, por lo que las familias deben promover la palabra de Dios.
En cuanto a los medios para la procreación responsable, se han de rechazar como moralmente ilícitos tanto la esterilización como el aborto. Este último, en particular, es un delito abominable y constituye siempre un desorden moral particularmente grave. Se entiende como lícito el recurso a la abstinencia en los periodos de fertilidad femenina.
Son moralmente condenables, como atentados a la dignidad de la persona y de la familia, los programas de ayuda económica destinados a financiar campañas de esterilización y anticoncepción o subordinados a la aceptación de dichas campañas.
Son evidentes los derechos de quien no ha nacido, a quien se deben garantizar las mejores condiciones de existencia, mediante la estabilidad de la familia fundada sobre el matrimonio y la complementariedad de las dos figuras paterna y materna.
Es necesario reafirmar que no son moralmente aceptables todas aquellas técnicas de reproducción como la donación de esperma o de óvulos, la maternidad sustitutiva o la fecundación artificial heteróloga. El hijo aparece más como el resultado de un acto técnico que como fruto natural del acto humano de donación plena y total de los esposos.
La Tarea Educativa
Con la obra educativa, la familia forma al hombre en la plenitud de su dignidad, según todas sus dimensiones, incluida la social. La familia constituye una comunidad de amor y de solidaridad, indispensable para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad. Cumpliendo con su misión educativa, la familia contribuye al bien común y constituye la primera escuela de virtudes sociales.
El amor de los padres se transforma de fuente en alma y, por consiguiente, en norma que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de la dulzura, constancia, bondad, servicio y desinterés, que son el fruto del amor.
Los padres tienen el derecho y el deber de impartir una educación religiosa y una formación moral a sus hijos: derecho que no puede ser cancelado por el Estado, sino que debe ser respetado y promovido, ya que es un deber primario y no se puede descuidar o delegar. Los padres son los primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos.
La familia tiene que ofrecer una educación integral: al diálogo, al encuentro, a la sociabilidad, a la legalidad, a la solidaridad y a la paz, mediante el cultivo de las virtudes fundamentales de la justicia y de la caridad.
En la educación de los hijos, las funciones materna y paterna son igualmente necesarias; por lo tanto, los padres deben obrar siempre conjuntamente. Ejercerán la autoridad con respeto y delicadeza, pero también con firmeza y vigor. Debe ser una autoridad creíble, coherente, sabia y siempre orientada al bien integral de los hijos.
Dignidad y Derechos de los Niños
En la familia debe reservarse una especial atención al niño, teniéndole un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Los derechos de los niños deben ser protegidos por los ordenamientos jurídicos.
El primer derecho que tiene el niño es nacer en una familia verdadera, un derecho cuyo respeto ha sido siempre problemático y que hoy conoce nuevas formas de violación debidas al desarrollo de las técnicas genéticas.
La Familia: Protagonista de la Vida Social
Solidaridad Familiar
En las familias se manifiesta la solidaridad entre sus integrantes, de forma mutua, fundada en el amor. Naciendo del amor y creciendo de él, la solidaridad pertenece a la familia como elemento constitutivo y estructural.
Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos viven en la pobreza y en la indigencia: a los huérfanos, a los enfermos, a los ancianos; una solidaridad que se abre a la tutela y a la adopción.
Las familias pueden ser sujeto de la actividad política para procurar que las leyes y las instituciones del Estado no solo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia. Las familias deben adoptar un papel de transformación para lograr entre todos una mejoría.
Familia, Vida Económica y Trabajo
La relación que se da entre la familia, el trabajo y la vida económica es particularmente significativa, ya que a través del trabajo se hace posible la subsistencia de los medios necesarios para mantener la familia. El salario familiar tendría que ser suficiente, que permita mantener y vivir dignamente a los integrantes de la familia. Este salario también debe permitir un cierto ahorro que favorezca la adquisición de alguna forma de propiedad, como garantía de libertad.
La Sociedad al Servicio de la Familia
La sociedad no deberá dejar de cumplir su deber fundamental de respetar y promover la familia. La sociedad, en especial los organismos estatales, están llamadas a garantizar y favorecer la genuina identidad de la vida familiar y a evitar y combatir todo lo que la altera y daña.
De la identidad de la familia, sociedad natural fundada sobre el matrimonio, este reconocimiento establece una nítida línea de demarcación entre la familia, entendida correctamente, y otras formas de convivencia que por su naturaleza no pueden merecer ni el nombre ni la condición de familia.
El reconocimiento por parte de las instituciones civiles y del Estado de la prioridad de la familia sobre cualquier otra comunidad y sobre la misma realidad estatal.
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