05 Ago

Biografía y Contexto Histórico

Jean-Philippe Rameau (Dijon 1683 – París 1764). Se formó musicalmente con su padre, el organista Jean Rameau. Hombre muy reservado, las noticias acerca de su vida, especialmente hasta los 50 años, son muy escasas. Contemporáneo de Bach, Händel, Telemann y Vivaldi, fue un gran intérprete de clave, órgano y violín, además de teórico musical. Gran parte de su vida tuvo como mecenas a Alexandre le Riche de la Pouplinière, aficionado a la música y uno de los hombres más ricos de Francia. En su círculo conoció a Voltaire y Rousseau. Reemplazó a Jean-Baptiste Lully como compositor dominante de la ópera francesa. Además de su música instrumental, destacan su ópera-ballet Las Indes galantes y la tragedia musical Hipólito y Aricia. Fue autor de tratados teóricos sobre música, como el Tratado de armonía.

La Controversia Musical: Lullistas vs. Ramistas

En las primeras décadas del siglo XVIII, la música de Rameau fue considerada «bárbara y barroca», «un horrible ruido, un estrépito tal, que deja aturdida a la gente»; una música llena de disonancias y de inútiles artificios. Se dijo de sus óperas que eran incoherentes, ruidosas, desprovistas de concordancia entre música y palabra. Un poco más y Rameau fue acusado de «italianismo»: la más infame acusación que podía imputársele a un músico francés.

Querelle entre les Lullistes et les Ramistes. Los lullistas apelaban todavía a la sencillez, a la ingenuidad y al sentimentalismo. A su juicio, Rameau pretendía convertir la música en ciencia, cuando sucedía que dicho arte no requería más que gusto y sentimiento.» Pese a todo, Rameau no se consideraba a sí mismo un revolucionario. En el encabezamiento de Les Indes Galantes se lee: «Admirador siempre de la bella declamación y del bello canto que reinan en el recitativo de Lully, procuro imitarlo, no como un servil copista, sino tomando como modelo, como él ya hiciera, la bella y sencilla naturaleza».

Rameau fue considerado como el músico de la aristocracia conservadora, portaestandarte del gusto clásico, defensor de la ópera francesa frente a la creciente invasión del bárbaro y popular melodrama italiano. Rameau no fue, efectivamente, un revolucionario como músico, ni pretendió serlo como filósofo y teórico de la música, pero sus teorías sobre la armonía revistieron una trascendencia que rebasó las intenciones iniciales.

Rameau como Teórico Musical y Filósofo

Rameau afrontó la problemática musical desde un perfil físico-matemático. Este modo científico de abordar la música contaba con ilustres antecedentes: Pitágoras, Zarlino, Descartes, Mersenne y Euler. Los filósofos de los siglos XVII y XVIII habían considerado la música como un arte menor, como un «lujo inocente», debido a su carácter «caprichoso» y a su intrínseca carencia de racionalidad; precisamente, contra dichos filósofos Rameau, casi sin saberlo, libró batalla.

El Principio Racional de la Armonía

El músico francés, movido en todos sus estudios por un espíritu fuertemente racionalista de cuño cartesiano, comenzó a escribir su primer tratado animado por una convicción muy firme, que estaría siempre presente en él: la armonía se fundamenta sobre un principio natural y originario y, por lo tanto, racional y eterno. Su máxima era: «La música es una ciencia que debe disponer de unas reglas bien establecidas; dichas reglas deben derivar de un principio evidente, principio que no puede revelarse sin el auxilio de las matemáticas».

Según Rameau, el principio del que habla se halla contenido en cualquier cuerpo sonoro que, al vibrar, produzca el acorde perfecto mayor que se da de forma natural en los armónicos cuarto, quinto y sexto, acorde del que derivarían todos los demás acordes posibles. El modo mayor tendría pleno derecho a la ciudadanía dentro del mundo de la armonía, mientras que el modo menor sería una variedad extraña e imperfecta, pero organizada y determinada, a su vez, por el modo mayor.

Toda la riqueza de la música, sus infinitas posibilidades, derivan de este principio único y se basan en la propiedad del corps sonore (cuerpo sonoro) de contener en sí mismo, en sus armónicos, el acorde perfecto.

Naturaleza, Razón y Sentimiento en la Música

Rameau se mantuvo siempre fiel en sus numerosos escritos a este principio sencillo. En sus últimas obras, su pensamiento se tiñó de vetas místicas y religiosas, sin descartar ni los derechos del oído ni una relación entre la música y el sentimiento. La música nos deleita, experimentamos placer al oírla, precisamente porque expresa, a través de la armonía, el divino orden universal, la naturaleza en sí misma. Lo que Rameau entendía por naturaleza pura era un sistema de leyes matemáticas, no los cuadros idílicos y pastoriles a los que se referían, generalmente, los filósofos de la época. Debido a su austera e inflexible concepción de la naturaleza, Rameau no congenió con la estética de su tiempo.

Un concepto fundamental se halla en la base del pensamiento de Rameau: no hay contraposición alguna entre razón y sentimiento, entre intelecto y sensibilidad, entre naturaleza y ley matemática; sino que lo que hay, de hecho —y, sobre todo, de derecho—, es una concordancia perfecta. No basta con sentir la música, sino que también es necesario que esta sea inteligible, objetivo que deben alcanzar las leyes eternas que rigen su construcción. Gracias a esta actitud, Rameau se colocó por encima de las posturas adoptadas por sus contemporáneos, situándose a nivel ideal, al margen de las polémicas en las que, sin embargo, aunque le desagradaran, se encontraba de alguna manera inmerso. Él no sufrió el apremio de tomar partido por la música francesa o italiana, puesto que la música es, ante todo, mera racionalidad y, también —por naturaleza—, el más universal de los lenguajes existentes.

La Primacía de la Armonía y su Legado

La prioridad de la armonía sobre la melodía en el pensamiento de Rameau es principalmente de orden ideal; se funda en el hecho de que no se pueden dar «reglas seguras» para la melodía, aun cuando esta posea tanta fuerza expresiva como la otra. Sin embargo, la armonía simboliza el primum (supremo u óptimo) ideal del que derivarían todas las demás cualidades de la música, incluso el ritmo. De ahora en adelante, la melodía y la armonía serían los temas de las nuevas disputas musicales. Su obra como teórico no fue comprendida por sus contemporáneos; Rameau, de carácter taciturno y esquivo, fue acusado de ser un árido intelectual y de querer convertir la música en ciencia, al negarle a la melodía el valor que se le reconocía. En realidad, nadie como Rameau en su tiempo supo discernir con tanta clarividencia acerca del poder expresivo del lenguaje musical y de la autonomía de este frente a los restantes lenguajes artísticos. Dar el privilegio a la armonía no significaba otra cosa que otorgar la primacía a los valores más esenciales de la música, encaminándose hacia un reconocimiento de la música instrumental pura (como la denominarían más tarde los románticos).

Como compositor, Rameau demostró poseer asimismo una inspiración más lograda en el terreno de la música instrumental que en el de la vocal. Aun cuando participó de la mentalidad iluminista, Rameau apareció como figura aislada dentro del contexto imperante en el siglo XVIII. Esto lo demostró su propia vida. Pasados los años del éxito despertado por sus obras compositivas y la primera oleada de interés suscitado por sus tratados teóricos, Rameau se encontró, en la vejez, solo frente a todo el mundo.

Rameau y los Enciclopedistas: Un Pensador Aislado

Después de que rechazara el encargo de ampliar las voces musicales de la Encyclopédie, comenzó, en 1754, a disentir de los enciclopedistas, sobre todo de Rousseau y D’Alembert, con quienes no dejaría de sostener un abundante intercambio de pamphlets (libelos o folletos) polémicos hasta su muerte. Rameau se opuso a la concepción iluminista de la música como lujo inocente; en consecuencia, devino un importante punto de referencia para todo el pensamiento romántico, en cuanto que anunció con bastante antelación la futura concepción de la música como lenguaje privilegiado, expresión no solo de las emociones y de los sentimientos, sino incluso de la divina y racional unidad cósmica.

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