13 Jul

La Ideología: Concepto y Mecanismos de Dominación

Según Zizek (2003:15), una ideología no es necesariamente «falsa»; en cuanto a su contenido positivo puede ser «cierta». Lo que realmente importa no es el contenido afirmado como tal, sino el modo como este contenido se relaciona con la posición subjetiva supuesta por su propio proceso de enunciación. Estamos en un espacio ideológico en sentido estricto desde el momento en que ese contenido es funcional respecto de alguna relación de dominación social de un modo no transparente; la lógica misma de la relación de dominación debe permanecer oculta para ser efectiva.

Ejemplo: La guerra de Irak. El contenido puede ser cierto, pero la dimensión ideológica surge de la relación entre lo que se dice y quién lo dice. El contenido ideológico puede ser veraz, el problema radica en la posición enunciativa de quien lo expresa.

Hay ideología cuando hay dominación. Un contenido es ideológico cuando sirve para una función social, por ejemplo, la dominación social.

La Escuela del Desenmascaramiento: Crítica y Sospecha

La «Escuela del Enmascaramiento» se refiere a aquellas relaciones sociales que no son igualitarias, sino que una gran parte domina a la otra, sustentadas por un discurso ideológico. (Ejemplo: el discurso ideológico que mantiene el violador).

Para Ricoeur, en su ensayo sobre Freud, «De l’interprétation», se ha impuesto el nombre común de «Escuela de la Sospecha» a la tríada Nietzsche, Freud y Marx. Ricoeur sintetiza una posición bastante difundida en la cultura contemporánea: el nexo que une a pensadores inicialmente lejanos en cuanto a método e intención consistiría en una actividad compartida de «desenmascaramiento».

Esto representa un intento programático y radical de poner al descubierto las mistificaciones presentes en la historia de la filosofía.

Para la «Escuela de la Sospecha», pensar equivale a interpretar. Pero la interpretación sigue un proceso «vertiginoso»: no solo las tradiciones, las ideas recibidas y las ideologías son engañosas y mistificadoras, sino que la misma noción de «verdad» es el efecto de una mistificación histórica, cuyos orígenes son retóricos, emotivos e interesados.

La Escuela de la Sospecha critica la concepción racionalista del sujeto heredada de la Ilustración, un sujeto que se concebía como de una sola pieza, autoidentificado consigo mismo y capaz de decisiones racionales y autoconscientes.

La Tríada Fundacional de la Sospecha

Marx

Las creencias, representaciones e imágenes de las personas están determinadas por su posición en la sociedad de clases, por el conjunto de «relaciones materiales» de que formen parte. Las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante.

Nietzsche

El lenguaje no es transparente, sino siempre retórico; no hay en él «naturalidad» alguna. En él está ya inscrita la doxa (opinión) antes que cualquier episteme (conocimiento). La mayoría de la gente permanece ignorante de esos artificios y de los impulsos, sensaciones, relaciones de fuerza e imágenes que están detrás de los usos del lenguaje.

Freud

Las tendencias y experiencias reprimidas escapan a nuestra conciencia y determinan nuestro comportamiento. El sujeto psíquico es múltiple: junto al «yo» racional que media entre dos instancias, el ello (pulsiones y deseos inconscientes) y el «superyó» (resultado de la interiorización de las normas sociales, una instancia un tanto tiránica y también en gran parte inconsciente).

La Ideología en la Comunicación y la Sociedad

La noción de «ideología» aparece con frecuencia en los estudios sobre comunicación de masas; así, se habla de la «ideología de los medios», las «ideologías profesionales», etc. En cualquiera de esos usos, «ideología» denota un sistema de representaciones sometido al sesgo de una perspectiva y de un interés particular. Para la mayor parte de las teorías críticas, la dimensión ideológica es el núcleo central de la cultura masiva.

El concepto de ideología fue desarrollado por Karl Marx a partir de las ideas de Hegel sobre la «conciencia desgarrada», «alienada» o «desdichada». Giddens, recuperando los ingredientes básicos de la definición marxiana y de algunas elaboraciones posteriores de la sociología del conocimiento, define la ideología como un conjunto de ideas o creencias compartidas que sirven para justificar los intereses de los grupos dominantes. Existen ideologías en todas las sociedades en las que se producen desigualdades arraigadas entre grupos. El concepto de ideología está estrechamente relacionado con el de poder, puesto que los sistemas ideológicos sirven para legitimar el poder diferencial que mantienen los grupos.

En el pensamiento de Marx, la ideología supone un enmascaramiento de la realidad, sobre todo de la realidad socioeconómica de las relaciones de producción y de los propósitos de la clase dominante, en beneficio de los intereses de dicha clase.

La distorsión ideológica puede producir distintos efectos:

  • Representar como universales los intereses, valores o aspiraciones particulares de la clase dominante.
  • Hacer concebir como naturales u objetivas, y no como convencionales e históricas, las normas sociales.
  • Representar como autóctonos y abstractos los productos del trabajo y de la práctica social.

La «falsa conciencia» no significa simplemente error o percepción distorsionada. Como recuerda Elster, la ideología no expresa un error accidental, sino distorsiones sistemáticas profundamente implantadas y resistentes a la crítica. El psicoanálisis freudiano coincide en este punto con la crítica marxiana: la falsa conciencia responde a razones estructurales. Pero mientras Freud indaga el origen del «autoengaño» en la biografía individual (en la represión de representaciones vinculadas a experiencias vividas por el propio sujeto), Marx busca la génesis de la ideología en la experiencia colectiva, en el marco de un sistema de relaciones sociales definido por la dominación de clase y por el conflicto entre las clases. Ahora bien, la cuestión central, a saber, cómo el interés de la clase dominante puede llegar a configurar la cosmovisión de los grupos sociales dominados, no está resuelta en los escritos de Marx. La configuración no se explica por una manipulación cínica y consciente, que difícilmente tendría éxito.

Autores Clave en la Teoría de la Ideología y la Hegemonía

Diferentes autores intentan responder a esta cuestión mediante conceptos tales como hegemonía, normalización, disciplina, consignas, naturalización, etc. Hablamos de Gramsci, Foucault, Deleuze y Barthes.

Antonio Gramsci (1891-1937)

Había abierto una línea distinta de investigación de lo ideológico, a partir de la noción hegemonía. Esta noción remite a un ámbito de lo simbólico y trata de contribuir a una teoría del poder, cuestiones no elaboradas por Marx.

Gramsci distinguía entre la sociedad civil, compuesta por instituciones privadas (escuelas, sindicatos, iglesia, etc.), y el Estado; y la sociedad política, formada por las instituciones públicas del gobierno (los tribunales, policía, ejército, etc.).

La teoría marxista de la ideología adquiere en la versión gramsciana de la hegemonía una mayor capacidad de adecuarse a los contextos sociales contemporáneos: las sociedades postindustriales manifiestan un alto grado de consenso, y la perspectiva de Gramsci permite relacionar el consenso con la masmediación como operación hegemonizadora. En la sociedad, las clases subordinadas parecen aceptar activamente los valores, objetivos y significantes culturales que las inscriben en la estructura dominante del poder. La apariencia de consenso del control político se alcanza gracias a aquellas instituciones que crean y difunden «estructuras cognitivas y afectivas a través de las que percibimos e interpretamos la realidad social»: no solo los medios de comunicación masiva, sino también la familia, la escuela, la iglesia, los partidos políticos, los sindicatos y, en opinión de los teóricos «culturales» contemporáneos, la música, la televisión, la ropa, la arquitectura, el diseño visual y las expresiones de distintas subculturas.

La dominación de clase no se ejerce solo por la imposición de la fuerza, sino a través de la creación y el mantenimiento de un espacio simbólico, un ámbito de sentidos socialmente compartidos en el que las clases pueden reconocerse sin conflicto. La supremacía de una clase o grupo sobre los otros tiene, así, la forma de «dominio».

Los estudios de inspiración gramsciana subrayan también la multiplicidad y heterogeneidad de sus expresiones.

H. Vidal

Afirma que el universo simbólico trabajado por la hegemonía contiene:

  • Determinadas temáticas de preocupación colectiva. La tematización es una operación simbólica de los medios masivos y presenta las características que Gramsci atribuye a la construcción de la hegemonía.
  • Ciertas metáforas, símbolos y actos rituales que conforman identidades y proporcionan referencias comunes a las colectividades diferenciadas en clases sociales. La hegemonía interviene mediante esos procedimientos en la estructuración simbólica de las diferencias sociales.
  • Los conocimientos sociales capaces de «comunizar la intersubjetividad» de la población, por los que se comparte la memoria histórica y se reelaboran los términos simbólicos para abrirlos a las experiencias implícitas en el proyecto social hegemonizado.

R. Williams

Explica que la hegemonía no es solamente el nivel articulado superior de la «ideología», ni tampoco son sus formas de control solo aquellas que ordinariamente se perciben como «manipulación». Es todo un cuerpo de prácticas y expectativas, en cuanto a la totalidad de la vida. Es un sistema vivido de significaciones y valores los cuales, al ser experimentados como prácticas, aparecen confirmándose recíprocamente.

De la interpretación de Williams se infiere que la hegemonía no se ejerce solo, como ocurriría con la ideología: lo hegemónico, en cuanto forma de «naturalismo social» enclavado en el sentido de la realidad, afecta al conjunto de las experiencias de la vida cotidiana y a todos aquellos actos socialmente regulados que reclaman un sentido compartido y se refuerzan reflexivamente en su ejercicio.

La hegemonía afecta al «sentido común» en las dos acepciones de esta expresión: la capacidad general de juzgar y actuar razonadamente, y la percepción de la realidad y la normalidad generalmente compartida.

Para Gramsci, el sentido común no es tampoco un espacio íntegramente colonizado por los intereses de las clases dominantes. Advertía la complejidad de las relaciones entre pensar y hacer, entre teoría y práctica.

Y advertía la composición históricamente múltiple del sujeto contemporáneo, una especie de personalidad híbrida entre las rémoras inerciales del pasado y los reclamos de un futuro utópico.

M. Baker

Atisba en estas observaciones de Gramsci que la naturaleza fragmentaria del sentido común no es un indicador de la «racionalidad derrotada», sino más bien «un síntoma de hasta dónde un grupo/clase se ha hecho para sí mismo su propia organización y su propia visión del mundo».

La fragmentación, la heterogeneidad y el conflicto son centrales en la teoría de la hegemonía, ya que la cultura hegemonizada es un lugar de resistencia potencial de las clases subalternas y de emergencia de las culturas de oposición. Las teorías de la cultura popular derivadas del pensamiento gramsciano subrayan que lo popular es un espacio de intercambio, de mediación entre las fuerzas de integración promocionadas por las clases dominantes y las fuerzas de resistencia que emergen de las culturas sometidas. La idea de mediación trata de esquivar el maniqueísmo cultural que ha ejercido tanta influencia en la tradición marxista, y según el cual los procesos de la cultura se reducen a una confrontación épica entre las estrategias de dominación de la clase dominante y las estrategias de resistencia de las clases subalternas.

Martín-Barbero

Explica cómo la teoría de Gramsci supera los atolladeros culturales del marxismo: el concepto de hegemonía permite pensar la dominación ya no como imposición desde un exterior y sin sujetos, sino como un proceso en que una clase hegemoniza en la medida en que representa intereses que también se reconocen de alguna manera.

Ni toda aceptación de lo hegemónico es sumisión, ni todo rechazo es resistencia. Contra la concepción del enfrentamiento maniqueo entre la dominación y la resistencia, Martín-Barbero propone la metáfora de una trama.

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