09 Sep
1. Autodeterminación: Ética, Actos, Libertad y Fines Últimos (Felicidad y Alteridad)
La autodeterminación, entendida como autorrealización, implica la tarea fundamental de construirse a uno mismo. Este proceso se lleva a cabo a través de nuestros actos y el ejercicio de la libertad, constituyendo una labor inherente a todo ser humano. Distinguimos entre actos del hombre (meramente biológicos) y actos humanos o morales. Un acto humano es moral cuando surge del conocimiento y de la voluntad. La repetición de estos actos genera hábitos, y los hábitos, a su vez, forjan el carácter. Nadie se vuelve bueno o malo de un día para otro; es necesario repetir y fortalecer los buenos actos hasta que se realicen con naturalidad, dando lugar a las virtudes como la generosidad, la honradez, la honestidad o la paciencia.
La libertad es el medio esencial de la autodeterminación. Nacemos con una síntesis pasiva (somos seres sociales, afectivos y racionales), lo que implica una libertad situada: no elegimos nacer ni nuestras condiciones iniciales, pero sí cómo responder a ellas. Por tanto, la libertad no es absoluta y siempre se ejerce en relación con otros. Además, cuanto más actos buenos realizamos, más libres somos; por el contrario, los actos malos disminuyen nuestra libertad.
Aquí entra en juego la ética, la ciencia que estudia el comportamiento humano y juzga si los actos son buenos o malos. Se fundamenta en principios universales (como la vida, la dignidad, la justicia, la verdad y el bien común) y ofrece directrices para orientar la libertad y los actos hacia nuestra plenitud, evitando confundir lo que “parece bueno” con lo que realmente nos perfecciona.
Todo este camino apunta al fin último: la felicidad. Este es el deseo natural de todo ser humano, una felicidad no material, sino espiritual, que proporciona plenitud, equilibrio, armonía, sentido de vida y paz, y que exige la verdad para no caer en placeres vacíos. Esta felicidad solo se alcanza en la coexistencia. La alteridad es el reconocimiento de que el otro posee los mismos derechos y debe ser tratado como un fin en sí mismo, no como un medio. Por ello, nuestra libertad debe armonizar el bien propio con el bien del otro y el bien común.
2. La Necesidad de Leyes y Ética en la Sociedad Humana
El ser humano es social por naturaleza. Dada nuestra convivencia, necesitamos leyes que establezcan derechos, deberes y límites para ordenar la interacción y encauzar los actos libres, de modo que no dañen a terceros. Sin embargo, la ley por sí sola no es suficiente; puede limitarse a sancionar lo externo y volverse fría o incluso injusta. Por esta razón, es indispensable la ética, que es la reflexión que fundamenta y orienta esas normas desde principios universales (dignidad, vida, justicia, verdad, igualdad) y nos recuerda que lo legal no siempre es lo correcto.
La libertad transforma nuestras decisiones en actos voluntarios, y con ellos, asumimos responsabilidad. La repetición de estos actos forma hábitos y carácter, construyendo (o rompiendo) la confianza social. La moral, que comprende los valores y costumbres compartidas, “aterriza” lo debido en lo cotidiano, pero requiere la mirada crítica de la ética para no quedarse en un mero “se hace así” o en la presión del grupo.
La afectividad también juega un papel crucial: las emociones motivan y, educadas por la razón, sustentan la empatía, el cuidado y la cooperación, impulsándonos a buscar la justicia con agrado y no solo por miedo al castigo. En síntesis, por ser sociales, requerimos:
- Leyes que aseguren los mínimos de convivencia.
- Ética que inspire, evalúe y corrija esas leyes con principios universales.
- Integración de la moral y la afectividad.
Todo esto eleva nuestros actos hacia la excelencia personal y el bien común, cuidando la dignidad de cada persona, fortaleciendo la confianza y propiciando la autorrealización y la paz social.
3. La Moral Fundamentada en la Ética
La moral se refiere a las normas, reglas y costumbres que una comunidad considera correctas, las cuales varían según el tiempo y la cultura. No obstante, estas normas necesitan un fundamento racional que las justifique más allá del hábito o la imposición. Esta tarea corresponde a la ética, una ciencia teórico-práctica que estudia los actos libres y los orienta hacia el bien.
Basar la moral en la ética evita que “lo bueno” dependa de modas o de la opinión de la mayoría, y previene el error de creer que “si es legal, está bien”, incluso cuando una ley es injusta. La ética nace de la interioridad, interpela a la conciencia y refuerza la responsabilidad personal; además, orienta la formación de virtudes que trascienden el mínimo exigido por la ley.
Sin ética, la moral queda a merced de la presión social; sin moral, la ética carecería de reglas y estructuras para su aplicación práctica. Cuando la moral se apoya en la ética, comprendemos los deberes por su relación con el bien humano, podemos cuestionar costumbres que dañan la dignidad y favorecemos culturas de honestidad, respeto y transparencia. La ética también proporciona criterios para resolver conflictos entre normas y bienes.
En suma, la moral “aterriza” los principios en lo concreto, y la ética la fundamenta y corrige. Por eso, la moral debe apoyarse en la ética: porque nos muestra el porqué y el para qué de nuestras acciones, ordenando el deber hacia la excelencia y la felicidad de las personas y de la comunidad.
4. La Racionalidad: Pensar, Reflexionar y Conocer
La racionalidad es la capacidad de comprender la realidad y orientar nuestras acciones con buenas razones, no por mero impulso. El proceso racional se despliega en varias etapas:
- Pensar: Es el primer paso, que implica ordenar ideas, formular preguntas y explorar alternativas más allá de lo que sentimos.
- Reflexionar: Consiste en revisar lo pensado y nuestros actos para aprender, prever consecuencias y corregir errores.
Este proceso se apoya en el conocimiento intelectivo, que capta lo universal y necesario, trascendiendo lo inmediato. Las palabras son fundamentales, ya que dan forma a las ideas, permiten expresarlas y construir acuerdos, símbolos y teorías para la vida en común. Con este material, formamos juicios —afirmar o negar con fundamento, distinguiendo lo verdadero de lo falso y lo justo de lo injusto— y, al encadenarlos, utilizamos el raciocinio para extraer conclusiones sólidas, basadas en evidencias y sin contradicciones.
La racionalidad no es neutra: debe servir al bien. Por ello, está intrínsecamente unida a la razón práctica y a la ética, que nos ayudan a decidir fines y medios. La libertad necesita de la razón para no extraviarse en caprichos o modas, y la razón educa los sentimientos para que acompañen lo que es bueno, permitiéndonos elegir metas propias, asumir responsabilidad y actuar con prudencia en el aquí y el ahora. Así se sostiene la confianza social y se hacen posibles la ciencia, el derecho y una ética compartida, transformando el conocimiento en una vida mejor y en decisiones responsables.
5. La Autodeterminación del Ser Humano en Diversos Ámbitos
La autodeterminación es el proceso de construirse a uno mismo mediante decisiones libres. No todo acto cuenta; la ética se enfoca en los actos humanos, aquellos que realizamos con conocimiento y voluntad, a diferencia de los meramente biológicos (como la sed o el sueño). Nuestra libertad es “situada”: no controlamos todo lo que nos sucede, pero sí cómo respondemos a ello. Esta autodeterminación se manifiesta en distintos ámbitos de la vida:
- En la empresa: Una organización de personas que busca resolver problemas, satisfacer necesidades y procurar el bien común. Nos definimos al elegir la honestidad y la transparencia en lugar del fraude. Al ser una sociedad de muchos, requiere tanto ética como moral para orientar y establecer reglas.
- En la universidad: Nos construimos al estudiar con seriedad y colaborar, en vez de copiar. Este esfuerzo forma hábitos intelectuales que luego aplicaremos en el ámbito profesional.
- En la familia: Nos forjamos al optar por el diálogo, el cuidado, el perdón y la corrección, en lugar de la indiferencia o el conflicto.
- En la amistad: Nos formamos al ser leales y veraces, resistiendo la presión del grupo y apoyando al otro en las dificultades.
- En el pololeo (noviazgo): Nos autodeterminamos al respetar, decir la verdad y cuidar afectivamente, tratando al otro como un fin y no como un medio.
Lo que repetimos se convierte en hábito: los buenos hábitos se transforman en virtudes, y los malos, en vicios. Para no perder el rumbo, utilizamos principios universales (vida, dignidad, justicia) y educamos los afectos para desear el bien. Así, la ética nos proporciona criterios, la moral establece cauces y nuestra conciencia integra todo. Autodeterminarse en estos ámbitos es anticipar la persona y el profesional que deseamos ser, abriendo el camino hacia una felicidad compartida.
6. La Empresa: Necesidad de Moral y Ética para un Desarrollo Sostenible
La empresa es una organización de personas con un impacto social significativo y, para funcionar adecuadamente, necesita tanto de la moral como de la ética. La moral establece los mínimos: traduce los valores en políticas, códigos, controles y sanciones, moldeando las costumbres internas y la cultura organizacional. De este modo, previene el fraude, que destruye la confianza y la reputación.
La ética, por su parte, proporciona el “porqué”: ofrece criterios para tomar decisiones que van más allá del mero cumplimiento, alineando las acciones con la dignidad de las personas y el bien común. Además, fomenta virtudes como la honestidad, el respeto, la veracidad, la generosidad y la transparencia. Sin ética, la moral se reduce a un puro formalismo; sin moral, la ética carece de aplicación práctica.
Con ambas, la gobernanza empresarial reduce riesgos, fortalece la colaboración y la reputación, y crea valor sostenible sin instrumentalizar a nadie. La justicia se convierte en una condición de supervivencia y legitimidad. Así, la empresa no busca solo la ganancia a corto plazo, sino también el empleo digno, la responsabilidad social y el cuidado del entorno. En síntesis, con ética y moral, la empresa adquiere sentido y se convierte en un verdadero agente de desarrollo humano y social.
7. La Importancia de Comprender al Ser Humano para el Estudio de la Ética
La ética estudia los actos humanos libres, por lo que es fundamental comprender primero qué es el ser humano. Somos seres racionales, libres, afectivos y sociales; poseemos dignidad y somos responsables. No nacemos “completos”, sino que nos vamos construyendo a través de nuestros actos y el ejercicio de nuestra libertad. Por ello, la ética no es un mero conjunto de órdenes o castigos, sino una ciencia que ofrece razones claras para juzgar el bien y el mal de las acciones.
Sus criterios se apoyan en principios universales —dignidad, vida, justicia, verdad y bien común— que son válidos para todos y evitan que la ética se reduzca a modas o a pura utilidad. Al mismo tiempo, la ética educa las virtudes (honestidad, veracidad, respeto, generosidad, transparencia), porque nuestros actos, al repetirse, crean hábitos, y los hábitos forman el carácter. Entender que existen actos libres y otros meramente biológicos nos ayuda a centrarnos en lo que realmente nos define.
Dado que somos seres sociales, la ética nos enseña a no utilizar al otro como medio y a cuidar del prójimo. Como somos afectivos, nos insta a educar los sentimientos para que acompañen lo que es bueno. Y como somos racionales, exige pensar y reflexionar con prudencia antes de actuar. Con esta base, podemos aplicar principios a la familia, la universidad, la empresa, el derecho y la política, y criticar y corregir leyes o costumbres que dañan la dignidad. Así, a lo largo de todas las etapas de la vida, la libertad es el medio con el que nos vamos haciendo verdaderamente humanos, y la meta es la felicidad, entendida como plenitud, paz y armonía.
8. La Relación Fundamental entre Libertad y Ética
La libertad es la capacidad de elegir y dirigir la propia vida; sin ella, no existiría la moralidad ni la ética. La ética, precisamente, estudia esos actos libres y voluntarios para distinguir lo bueno de lo malo y aprender a vivir bien. La libertad es “situada”: no elegimos lo que nos sucede, pero sí cómo respondemos, y de ahí surge la responsabilidad de nuestros actos y de la persona que vamos siendo.
La ética funciona como una guía interior: no impone órdenes, sino que ofrece razones para elegir mejor cuando las órdenes externas, las costumbres o los caprichos no son suficientes. La voluntad concreta la libertad en decisiones y, al repetirse, estas decisiones forman hábitos. Los buenos hábitos se convierten en virtudes que estabilizan la libertad (honestidad, respeto, veracidad, transparencia). Así, la libertad no es “hacer lo que quiero”, sino preferir lo que verdaderamente conviene a la persona.
Además, la ética establece principios universales (dignidad, vida, justicia, verdad) que orientan la elección y demuestran que lo legal no siempre es lo bueno, ayudando a corregir costumbres injustas. Como somos seres sociales, la ética ordena la libertad al bien común y al respeto de cada persona, integrando también la afectividad para que los sentimientos acompañen el bien conocido. Cuando la libertad se guía por la ética, evitamos el capricho y la obediencia ciega: la libertad se vuelve creativa y fecunda, no destructiva ni meramente reactiva. El horizonte de todo esto es la felicidad: una vida lograda, con plenitud y sentido.
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