28 Jul

La Reproducción y el Rol Femenino

Históricamente, el rol de la mujer en Occidente ha estado vinculado tanto a la reproducción como a múltiples formas de trabajo. En la Edad Media, por ejemplo, las mujeres participaban activamente en tareas productivas como la medicina, la artesanía o el trabajo agrícola. Sin embargo, con el advenimiento del capitalismo industrial, este rol se reconfigura bajo la ética del trabajo moderno. La mujer se ve relegada al ámbito doméstico, destinada a ser madre y esposa. El cuerpo femenino es disciplinado y transformado en una fábrica de reproductores, bajo el control del marido, que actúa como capataz. La virginidad antes del matrimonio y la maternidad como función principal son los pilares de esta moral puritana. Aquellas que se resistían a este control eran etiquetadas como brujas o prostitutas. Silvia Federici argumenta que la caza de brujas fue esencial para el surgimiento del capitalismo, en tanto eliminó saberes femeninos ligados a una visión orgánica de la naturaleza. La revolución científica, lejos de ser neutra, contribuyó a legitimar la explotación de la naturaleza y del cuerpo femenino, presentándolos como objetos a dominar, tal como lo describe Mary Midgley. Este rechazo a lo femenino también se refleja en el paso de una cultura rural agraria a una urbana e industrial. En el medio rural, los hijos eran una bendición económica, pues trabajaban desde jóvenes y cuidaban de sus padres. En la ciudad, por el contrario, criar hijos resulta costoso y poco rentable, transformando la maternidad en una carga. El Estado asume entonces el rol cuidador, desplazando a la familia. La creciente incorporación de mujeres casadas al mercado laboral modificó radicalmente el modelo familiar tradicional. Marvin Harris sostiene que no fue el feminismo lo que llevó a las mujeres al trabajo, sino que fue su participación laboral la que impulsó el movimiento feminista. Las necesidades económicas y la transformación del mercado laboral facilitaron este proceso. Betty Friedan denunció en su obra La mística de la feminidad cómo, tras la Segunda Guerra Mundial, se promovió un modelo de mujer infantilizada y recluida en el hogar para liberar los puestos de trabajo ocupados por ellas durante la guerra. Esta ideología contribuyó a consolidar el papel subordinado de la mujer. Finalmente, aunque el discurso social puede aceptar la conciliación entre trabajo y maternidad, las soluciones prácticas (como las guarderías) no son viables a gran escala. El conflicto entre empleo y reproducción sigue presente, revelando los límites del sistema actual para integrar plenamente a las mujeres en igualdad de condiciones.

La Producción y la Ética del Trabajo

El texto analiza la evolución del trabajo desde sus orígenes hasta la sociedad contemporánea, destacando sus distintas concepciones culturales y transformaciones históricas. Se parte de la idea de que el trabajo ha sido una necesidad básica para la supervivencia humana y, por tanto, una experiencia universal. En la tradición judeocristiana, sin embargo, el trabajo fue interpretado como castigo divino tras el pecado original, lo que le confirió una connotación negativa en la cultura occidental. No obstante, estudios antropológicos revelan que no todas las culturas han visto el trabajo como una carga. Pueblos como los !Kung San del desierto del Kalahari y los Tsembaga Maring de Nueva Guinea organizaban su trabajo de manera eficiente, dedicándole menos tiempo y disfrutando de una buena calidad de vida, desafiando la idea de que las sociedades no industriales eran necesariamente precarias. Con la Revolución Industrial, el trabajo experimentó una transformación radical. Zygmunt Bauman señala que se instauró una ética moderna del trabajo basada en dos principios: que todo tiene un precio y que el descanso es señal de debilidad. Esta visión moralizó el trabajo y convirtió el empleo en norma universal, rompiendo con la autonomía del trabajo artesanal. La fábrica introdujo un sistema disciplinario dominado por la máquina, el reloj y el control jerárquico. Además, el trabajo fue utilizado como mecanismo para disciplinar a los pobres. Pensadores como Carlyle y Bentham defendieron políticas que castigaban la pobreza y promovían instituciones como las «poorhouses», donde el trabajo se imponía como única vía de redención. Bentham incluso propuso una ética del trabajo sin fundamentos religiosos, centrada únicamente en la vigilancia y el control. Al comprobar que esta ética no era suficiente para motivar, se incorporó el consumo como incentivo. Así, la gente aceptó condiciones laborales difíciles a cambio de acceso a bienes, y el trabajo comenzó a perder su vínculo con el sentido, sustituyéndolo por gratificación material. Esta lógica se mantiene hoy en día, donde incluso se intercambian datos personales por servicios digitales.

El Trabajo en la Sociedad Contemporánea

En la actualidad, el trabajo se ha convertido en el eje central de la identidad personal y social. Determina el estatus, el éxito y la organización de la vida cotidiana. Perder el trabajo implica también perder sentido, relaciones y pertenencia. Según Madeleine Bunting, el trabajo provee los cinco pilares del bienestar:

  • Estructura del tiempo
  • Interacción social
  • Esfuerzo colectivo
  • Identidad
  • Actividad regular

Sin embargo, autores como Byung-Chul Han critican que esta visión ha generado una “sociedad del rendimiento”, en la que las personas se autoexplotan bajo la ilusión de libertad, impulsadas por discursos de motivación y autoayuda.

La Desaparición de los Rituales

La sociedad occidental contemporánea atraviesa una profunda crisis simbólica, caracterizada por el rechazo generalizado hacia los rituales y la formalidad. Esto no solo fragmenta los vínculos sociales, sino que altera nuestra experiencia del tiempo y del sentido de comunidad. Según Mary Douglas, el ritual ha llegado a verse como un simple acto vacío de significado, una imposición obsoleta. Sin embargo, su función es estructurar el tiempo y dotarlo de sentido, del mismo modo en que la arquitectura ordena el espacio. Antoine de Saint-Exupéry lo expresa bellamente al afirmar que los ritos hacen habitable el tiempo, permitiendo que nuestra existencia no se diluya como arena entre los dedos. Byung-Chul Han destaca que, con la desaparición de los rituales, la experiencia del tiempo cambia. De un tiempo cíclico y estructurado (que armonizaba lo nuevo con lo conocido), pasamos a un tiempo lineal, acelerado y fragmentado. En este nuevo paradigma, el tiempo no es habitable: se convierte en una sucesión ininterrumpida de presentes sin arraigo ni significado. En lugar de vivir centrados en las cosas, nos enfocamos en las emociones, que son fugaces y no permiten demorarse. Esto genera una percepción «serial», donde el individuo salta de una experiencia a otra sin detenerse ni profundizar en ninguna. El FOMO (miedo a perderse algo) es una manifestación de este fenómeno. Mientras el ritual conecta con la permanencia y el sentido, el consumo emocional constante promueve una cultura narcisista, autorreferencial y acelerada. Ejercicios como la oración o la meditación, por el contrario, recuperan la atención plena y la presencia, resistiendo esta disolución simbólica de nuestra relación con el mundo.

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