09 May

La Europa de la Restauración y las Revoluciones Liberales de 1820, 1830 y 1848

La Restauración

Una vez derrotado Napoleón, las potencias vencedoras se reunieron en Viena para restaurar el absolutismo y devolver a los reyes absolutos los tronos perdidos por la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico. En Francia, los Borbones recuperaron el trono en la persona de Luis XVIII, heredero de Luis XVI; en España, el rey Fernando VII anuló la obra de las Cortes de Cádiz y volvió al sistema de monarquía absoluta. Todos los Estados de Europa enviaron representantes al Congreso de Viena (1814-1815), pero las cuestiones importantes eran decididas por los «cuatro grandes» vencedores de Napoleón (Austria, Rusia, Gran Bretaña y Prusia), a las que se unió Francia. Del Congreso de Viena salieron dos tipos de resoluciones: un nuevo mapa europeo y un sistema político-ideológico (la Santa Alianza), base del régimen restaurado.

Principios Fundamentales de la Restauración

Las ideas sobre las que se fundamentó la Restauración fueron las siguientes:

  • Legitimidad: Este principio, crucial tanto en el orden moral como jurídico, sostenía que la paz no podía existir si al frente de los Estados no se encontraban los soberanos legítimos. La legitimidad se refería, en primer lugar, al titular del poder, como formuló Talleyrand, quien consiguió la aceptación de los Borbones para el trono francés. En segundo lugar, la legitimidad aludía al ejercicio del poder: el rey legítimo no debía estar limitado por una constitución, ya que su poder era de origen divino. Desde esta perspectiva, la soberanía popular era considerada una usurpación, una herejía política. Talleyrand recurrió a la Historia como argumento legitimador: los monarcas legítimos habían gobernado durante siglos, mientras que los soberanos ilegítimos, como Napoleón, se asentaban en la fuerza y no en el derecho, por lo que su permanencia era tan efímera como sus triunfos militares.
  • Responsabilidad del poder político: Se estableció una relación directa entre el ejercicio del poder y la responsabilidad inherente a quienes lo ostentaban, que eran quienes debían ejercer tal mando. Se concluía que la responsabilidad de este mando correspondía a los poderosos. Es decir, la vida internacional debía estar regida por las grandes potencias (término que se acuñó en estos años), ya que existía una relación directa entre el poder de una nación y su papel en el orden colectivo. Ninguno de los políticos de la Europa de los Congresos era aislacionista; incluso Castlereagh y el zar Alejandro I eran convencidos europeístas.
  • Equilibrio de poder: Otra de las ideas fundamentales del sistema. Ante todo, según Metternich, existía un equilibrio interno en los Estados, donde el orden social debía ser defendido contra las fuerzas de la destrucción, homologadas a la revolución burguesa. También existía un equilibrio entre los Estados, ya que estos últimos no debían quedar abandonados a su inspiración particular, sino estar sometidos a una comunidad supranacional. Y si era cierto que «solo el orden confiere el equilibrio», nada resultaría más peligroso para la existencia de esos Estados que el desarrollo de los movimientos liberales y nacionales. Metternich se oponía, por consiguiente, a cualquier transformación del statu quo político. Este equilibrio exigía un concierto europeo, algo superior a los intereses de cada Estado.
  • Intervención: Sostenía que el orden o desorden de un país no era una situación meramente interior, sino una dimensión que afectaba, por su capacidad de contagio, a sus vecinos. De aquí que se considerara lícita y conveniente la intervención de las potencias para restaurar a un soberano que hubiera sido ilegítimamente despojado de sus atributos. Fue el caso de la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en España para reponer en su plenitud absoluta a Fernando VII.

La Santa Alianza

La Santa Alianza fue un pacto firmado por los tres soberanos de Austria (Francisco I), Rusia (Alejandro I) y Prusia (Federico Guillermo III), por iniciativa del zar Alejandro I, con la intención de mantener el orden salido del Congreso de Viena. Sin embargo, el canciller austríaco Metternich supo darle un papel más práctico a la Santa Alianza. Consistió en hacer de ella un brazo armado al servicio del absolutismo, ideando un sistema, que lleva su nombre, de celebración de Congresos para establecer acuerdos de intervención en aquellos países donde triunfaran movimientos liberales y nacionalistas. A partir de 1826, la política de la Santa Alianza entró en una fase de descrédito. Contribuyó a ello el movimiento de Independencia de las colonias españolas en América, las oleadas revolucionarias de 1830, la actitud de Gran Bretaña contraria a la Santa Alianza y, sobre todo, las revoluciones de 1848 que, entre otras consecuencias, llegaron a provocar la caída de Metternich.

Las Revoluciones de 1820

La primera oleada revolucionaria, la de 1820, se vio precedida por una fuerte agitación en Alemania, especialmente en los medios universitarios. El fin era político: se pretendía obligar a los diversos gobiernos alemanes a conceder constituciones. Pero la represión, sabiamente dirigida por Metternich, ahogó el movimiento antes de que este hubiera tomado forma revolucionaria.

En España fue diferente. Aquí, las tropas acantonadas en Cádiz, para ir a

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