20 Ene

Tras el fallido intento de instaurar un régimen democrático durante el Sexenio (1868-1874), se restauró la monarquía borbónica y España volvíó al liberalismo conservador.

La Restauración borbónica fue posible gracias al pronunciamiento en Sagunto del general Martínez Campos a finales de 1874, proclamando a Alfonso XII, rey de España, obteniendo el apoyo de la mayor parte del ejército, pero también a las inteligentes maniobras de Cánovas del Castillo, líder del partido alfonsino, que buscaba el apoyo de los sectores moderados, apelando a la necesidad de dar estabilidad  política a la nacíón. Se iniciaba una etapa de la historia conocida como Restauración, etapa que se prolongará desde 1874 a 1931, con una importante inflexión en 1898. Durante este largo período, que abarca los reinados de Alfonso XII (1875-1885), la regencia de María Cristina (1885-1902), y el reinado de Alfonso XIII (1902-1931), se consolidó un régimen constitucional y parlamentario. 
El 14 de Enero de 1875, el rey Alfonso XII hacía su entrada triunfal en Madrid. Cánovas no pretendía el regreso a los tiempos de Isabel II, sino la construcción de un nuevo modelo político que superase algunos de los problemas de la etapa precedente: el intervencionismo de los militares en la vida política, mediante los pronunciamientos; las luchas partidistas entre moderados y progresistas, especialmente por la inclinación de la Corona hacia los conservadores; pero también evitar la revolución social. Para conseguir este propósito, se propuso dos objetivos: el bipartidismo, y pacificar el país poniendo fin a la guerra de Cuba y al conflicto carlista.
La primera medida fue la convocatoria de elecciones a unas Cortes Constituyentes, que fueron por sufragio universal masculino según lo determinaba la legalidad vigente (Constitución de 1868), a pesar de que Cánovas no era partidario del mismo. 


La Constitución de 1876



Esta carta Magna es un reflejo del liberalismo de carácter conservador e inspirada en los valores históricos de la monarquía, la religión y la propiedad.
Se consideraba a la monarquía como una institución superior, incuestionable y al margen de cualquier decisión política. Tenía un poder moderador que debía ejercer como árbitro, garantizando el buen entendimiento y la alternancia entre los partidos políticos. Por ello, se le daban amplios poderes, como la soberanía compartida entre el rey y las Cortes; el derecho a veto, nombramiento del ejecutivo (Gobierno), así como la posibilidad de convocar las Cortes, suspenderlas y disolverlas sin la autorización del gobierno.
Las Cortes eran bicamerales (Congreso y Senado), siendo el Parlamento de carácter electivo, sin que se fijase el tipo de sufragio, sino mediante leyes posteriores. Esta indefinición permitíó a Cánovas aprobar el sufragio censitario, mientras estuvo en el poder, pero varíó cuando gobernaron los liberales, introduciendo el sufragio universal masculino en 1890. 
En el Senado, la mitad de los senadores eran por derecho propio o vitalicios, lo que daba opción al rey y al gobierno a nombrar directamente a los senadores.
La Constitución proclamaba la confesionalidad católica del Estado, aunque se toleraba otras creencias siempre y cuando no se manifestasen públicamente. El Estado volvíó a financiar el culto y el clero de la Iglesia católica. Asimismo, citaba una serie de derechos, pero sin concretar, ya que los remitía a leyes posteriores, por lo que la tendencia fue restringirlos durante los gobiernos conservadores, especialmente, los de imprenta, expresión, reuníón y asociación, y a permitirlos durante los mandatos liberales. 


El bipartidismo y turno pacífico



Cánovas del Castillo introdujo un sistema de gobierno basado en el bipartidismo y en la alternancia del poder de los dos grandes partidos, el conservador y el liberal, que renunciaban a los pronunciamientos para acceder al poder. Se aceptaba, que habría un turno pacífico de partidos que aseguraría la estabilidad institucional mediante la participación de las dos familias del liberalismo, poniendo fin a la intervención del ejército en la vida política española. 
 El partido conservador estuvo dirigido por Cánovas del Castillo hasta su muerte en 1897. Malagueño de nacimiento, se trasladó a la capital donde formó parte de la vida política desde joven. Principal dirigente del partido alfonsino durante el Sexenio, promovíó la vuelta de Alfonso XII. Transformó este partido en el Partido Conservador, pero su proyecto necesitaba otro partido más progresista, y él mismo propuso a Práxedes Mateo Sagasta  su formación, dando lugar al Partido Liberal.
Ambos partidos debían unir las diferentes facciones, aceptando la monarquía y la alternancia en el poder, de ahí que se les conozca como partidos dinásticos. 
Estos partidos coincidían ideológicamente en lo fundamental, pero diferían en algunos aspectos, de ahí que asumieran de forma consensuada dos papeles complementarios. Ambos defendían la Monarquía, la Constitución, la propiedad privada, la consolidación del Estado liberal unitario y centralista. Su extracción social era parecida, ya que procedían de las élites económicas y de la clase media acomodada. Eran partidos de minorías, de notables que contaban con sus periódicos, centros y comités distribuídos por todo el territorio español.
En cuanto a su actuación política, los conservadores más inclinados al sufragio censitario y la defensa de la Iglesia y el orden social. Los liberales defendían el sufragio universal masculino, y estaban más inclinados a un reformismo social más progresista y laico. Sin embargo, en lo esencial no diferían, ya que existía un acuerdo de no promulgar una ley que forzase al otro partido a derogarla cuando regresase al gobierno.
El objetivo de esta alternancia era asegurar la estabilidad institucional. Cuando el partido en el gobierno sufría un proceso de desgaste político y perdía el apoyo de las Cortes, el rey llamaba al jefe del partido de la oposición a formar gobierno. El nuevo jefe de gobierno convocaba elecciones para obtener el número de diputados suficiente para formar una mayoría parlamentaria que le permitiese gobernar.

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