El Principio Empirista y su Regla Crítica
La afirmación humeana de que todas las ideas son copias de las impresiones, a partir de las cuales se constituyen, aporta el fundamento de una regla crítica universal: queda privada de significado real aquella idea de la que no puedan establecerse las correspondientes impresiones constituyentes. Pues bien, Hume, que distingue entre una metafísica verdadera y otra que es falsa y adulterada, va a definir como una de las tareas de la metafísica verdadera la aplicación de esta regla al estudio de las ideas que, después de Descartes, han pasado a definir el campo de la metafísica: el mundo, el yo y Dios.
El Principio de Causalidad bajo la Lupa
Dicha aplicación se realiza a través del tratamiento crítico de la base misma del edificio metafísico: el principio de causalidad y, a partir de él, el concepto fundamental de sustancia. El principio de causalidad, para Hume, se reduce a la idea según la cual la relación entre la causa y el efecto se funda en una conexión necesaria que establece la razón. Es tarea de la metafísica “verdadera” mostrar que dicho principio se fundamenta en un sentimiento, que Hume llama creencia.
Cuando nos preguntamos por la impresión de la que deriva la idea de causa, observamos que las únicas impresiones que percibimos en dos hechos relacionados como causa y efecto son:
- Una relación de contigüidad en el espacio.
- Una relación de sucesión en el tiempo.
Sin embargo, de la tercera relación que se le atribuye, la conexión necesaria entre la causa y el efecto, no tenemos ninguna impresión. Esta es una idea que forja la imaginación, la cual, apoyada exclusivamente en la costumbre o el hábito psicológico inducido por la regularidad con que se repiten las relaciones de contigüidad y sucesión, asocia invariablemente sus objetos en la mente. Cuantas veces revive la memoria la impresión o idea del fuego, la costumbre evoca en ella el recuerdo del calor, haciéndonos imaginar que están necesariamente unidas. En definitiva, el principio de causalidad, para Hume, tiene un valor subjetivo o psicológico (el de una creencia), pero no ontológico (el de una realidad), como en la metafísica clásica: está en nuestro entendimiento, pero no en las cosas.
La Demolición de las Sustancias Metafísicas
Una vez que Hume sostiene el estatuto meramente psicológico del principio de causalidad, puede desfondar el alcance ontológico de las tres ideas cartesianas. Si la causalidad solo está en nuestra mente, no puede servir para afirmar que el mundo material, el alma humana y Dios sean realidades sustanciales.
La Idea del Mundo Exterior (Sustancia Extensa)
En cuanto a la existencia de un mundo exterior a la conciencia, una verdadera metafísica no puede afirmarla si se toma en serio que la experiencia es el origen del conocimiento, pues eso significa, metafísicamente, la imposibilidad de salir de la propia conciencia. La noción de una realidad sustancial exterior se reduce, una vez que se despoja al principio de causalidad de toda pretensión de alcance ontológico, a una idea compleja elaborada por nuestra imaginación de acuerdo con las leyes de asociación. Tal idea suscita, movida por el hábito de su regular coincidencia, la creencia de que la asociación de impresiones de repetidas cualidades semejantes en una idea común remite a la existencia de un algo desconocido —la sustancia— que causa (en un supuesto valor ontológico) la unificación de dichas cualidades. Sin embargo, toda la experiencia que puedo tener de una rosa se agota en sus propiedades perceptuales o fenoménicas (veo su color, tamaño, forma, componentes; siento la suavidad de los pétalos y la textura del tallo; huelo su aroma…). Todas ellas se sitúan en el nivel de los atributos y no de la sustancia. Es ilegítimo, por tanto, el uso del término «rosa» para referirse a una realidad distinta de la suma de dichas propiedades, aunque puede emplearse a modo de cómodo compendio del conjunto de ideas simples reunidas por la imaginación.
La Idea del Yo (Sustancia Pensante)
La idea de sustancia pensante no se rige por un esquema distinto al de la realidad exterior. Tampoco tenemos una impresión de nosotros mismos como una sustancia simple —como había sostenido Descartes—, sino que lo único que experimentamos es un conjunto o haz de percepciones en constante movimiento, que se suceden unas a otras. La imaginación crea la ficción de una causa permanente que las sustenta y unifica en el tiempo, a la cual llamamos alma o yo. Es, pues, injustificada la idea sostenida por la metafísica “falsa” de que el yo es una sustancia en la que se dan las percepciones. La identidad personal no es, por tanto, sino un caso particular del problema general de la identidad de la sustancia. Del mismo modo que el término «sustancia» carece de significado por faltarle una impresión correspondiente al aplicar la regla crítica, tampoco hay experiencia que justifique suponer la existencia de una realidad invariable llamada «yo».
La Idea de Dios (Sustancia Infinita)
En cuanto a la idea de Dios, Hume consideró imposible cualquier proceso probatorio (sea ontológico, cosmológico o teleológico) que no fuera dependiente de la noción de causa, ya desfondada por su fenomenismo. Una metafísica verdadera nos muestra que se trata de argumentos inciertos e inútiles, y que el origen de las creencias religiosas debe buscarse en el sentimiento de temor a la desgracia y en la esperanza de no vivir en un mundo en el que estemos abandonados a nuestra suerte.
Conclusión: El Legado del Fenomenismo y el Escepticismo
Así pues, el fenomenismo humeano nos impide salir del ámbito de nuestra experiencia sensible o saber si existen cosas distintas de nuestras ideas. Las limitaciones de nuestro conocimiento truncan toda aceptación racional de la existencia de un mundo exterior distinto de nuestras percepciones, de un sujeto pensante que fuera el sustrato de estas, o de un Dios que explique la realidad del mundo y del yo, quedando el escepticismo como saldo final.
Etiquetas: David Hume, empirismo, escepticismo, Metafísica, principio de causalidad, sustancia
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