24 Jun

En la segunda mitad del siglo XVIII, en Inglaterra, se detecta una transformación profunda en los sistemas de trabajo y de la estructura de la sociedad. Se pasa del viejo mundo rural al de las ciudades, del trabajo manual al de la máquina. Los campesinos abandonan los campos y se trasladan a las ciudades; surge una nueva clase de profesionales.

Esta revolución viene a ser un proceso de cambio constante y crecimiento continuo donde intervienen varios factores: la tecnología y descubrimientos teóricos, capitales y transformaciones sociales ( economía), revolución de la agricultura y al ascenso de la demografía. Estos factores se combinan y potencian entre sí, no se puede decir que exista uno que sea desencadenante.

Las enormes transformaciones económicas que conocerá Europa (comenzando estos cambios Gran Bretaña) a partir del siglo XVIII modificarán en gran medida un conjunto de instituciones políticas, sociales y económicas vigentes en muchos países desde al menos el siglo XVI que suelen denominarse como El Antiguo Régimen. El estado en su conjunto (incluyendo sus habitantes-súbditos) no son sino una propiedad personal del Rey.

Se trata de una sociedad formada por grupos muy cerrados: la sociedad estamental.

La sociedad estamental se caracteriza por la desigualdad legal entre los diferentes grupos sociales o estamentos. De un lado distinguimos el grupo de los Privilegiados, constituidos por la nobleza y el alto clero, que poseían enormes riquezas provenientes de las rentas de la tierra y gozaba de exenciones fiscales estaban excluidos del pago de varios impuestos, eran juzgados según leyes distintas a las del pueblo, y se reservaban los cargos más importantes del ejército, la iglesia y el estado.

El tercer estado constituía habitualmente 9/10 de la población, de ellos la mayoría campesinos pobres.

Todavía en el siglo XVII en muchas zonas de Europa esos campesinos tenían prohibido moverse de sus tierras y buscar otro trabajo, obligación que heredaban sus hijos. Sin embargo este sistema señorial se había debilitado con la peste que diezmó la población europea desde fines del siglo XIV: los señores debieron aflojar la presión sobre los campesinos. En los siglos XV y XVI, con la mayor circulación monetaria muchos campesinos cambiaron sus obligaciones por pagos en dinero.

De esta manera, mientras en algunos países del este de Europa el régimen señorial sigue vigente de lleno, en Gran Bretaña ya casi ha desaparecido, lo que es considerado por muchos historiadores como favorable para la modernización de la agricultura y de la economía en general que se producirá en este país a partir el siglo XVIII.

Esta economía agraria atrasada convive en muchas zonas con un importante desarrollo urbano y comercial dinamizado por los grandes descubrimientos geográficos pues, desde mediados del siglo XV, exploraciones portuguesas y castellanas revolucionan el conocimiento geográfico y científico en general, incorporando a la cultura europea nuevas tierras, mares, razas, especies animales y vegetales… Primero serán las costas africanas, luego el descubrimiento de América, posteriormente las tierras del Pacífico, de forma que a finales del siglo XVIII apenas quedaban por descubrir el interior de África y las zonas polares. Pronto algunos países europeos construirán enormes imperios coloniales basándose en su superioridad técnica (armas de fuego) que servirán, inicialmente, para animar el comercio europeo con inmensas cantidades de oro y plata (monedas) y ya desde el siglo XVIII se incorporan enormes plantaciones de tabaco y azúcar, que junto al comercio de especias y a la trata de negros, servirán para enriquecer enormemente a las burguesías mercantiles de algunos países europeos.

Por estas razones los nuevos regímenes liberales prohibirán la existencia de gremios como organismos incompatibles con economías basadas en el progreso tecnológico continuo que deriva de la competencia y el libre mercado.

Factores de la revolución industrial

La denominada Revolución Industrial tuvo su origen en Gran Bretaña desde mediados del siglo XVIII. Se trata por tanto de pasar revista de una forma sucinta a los principales rasgos de este país en los momentos del «despegue» del proceso industrializador.

La insularidad actuó en este sentido como una barrera de protección a la que se unía el desarrollo de una poderosa flota de guerra que mantendrá su hegemonía mundial durante los siglos XVIII y XIX.

Estas condiciones no se darán en otros países europeos hasta finales del siglo XVIII.

Este comercio colonial proporcionaba a Gran Bretaña materias primas y mercados donde vender sus productos manufacturados.

Incremento sostenido de la capacidad para producir alimentos por parte de la agricultura británica que está conociendo un importante desarrollo, la denominada revolución agraria,  desde la aprobación de leyes que permiten el cercamiento de las propiedades.

Parte de esa población en crecimiento emigrará a las ciudades y formará la masa de los trabajadores industriales.

No es casual que fuese un británico, el escocés Adam Smith, autor de La Riqueza de las Naciones, quien hiciese la más destacada e influyente defensa de la libertad económica: para Adam Smith la mejor forma de emplear el capital para crear riqueza es aquella en la cual la intervención de los gobiernos es lo más reducida posible. La mano invisible del mercado asigna siempre de la forma más eficiente los recursos económicos de un país.

Abundancia de emprendedores entre los comerciantes y los grandes propietarios de tierra.

Menor peso de los impuestos al comercio en el mercado interno: en Gran Bretaña el peso de los impuestos interiores era muy reducido comparado con otros países europeos donde era muy común encontrarse aduanas interiores cada pocos kilómetros lo que convertía al comercio en una actividad poco productiva. Puede decirse que en Gran Bretaña existía ya un mercado nacional que en otros países sólo existirá cuando se eliminen las aduanas interiores y se cree una importante red de ferrocarriles.

De hecho, después de tres siglos de explotación, Gran Bretaña sigue teniendo enormes reservas de carbón. En las proximidades de las minas de carbón se concentrará gran parte del potencial industrial británico en especial con el nacimiento de una fuerte industria siderúrgica básica para proporcionar metales baratos para la construcción de máquinas, ferrocarriles, infraestructuras.

La energía hidráulica desempeñará un importante papel en los años previos a la difusión de la máquina de vapor.

Este factor unido a la existencia de muchos ríos navegables (y canales que se construirán) favoreció la creación muy temprana de un mercado nacional con las ventajas que supone contar con un mercado de gran tamaño a la hora de acometer inversiones.

Este segundo anillo –montes y bosque- constituía las tierras comunales, que eran explotadas colectivamente por toda la aldea, de modo que el terreno no estaba parcelado.

Recogida la cosecha de trigo en agosto, se introducía el ganado de la aldea en los campos.

Para completar el circulo, en los campos que habían descansado se sembraba en primavera. Esto permitía por una parte, regenerar el suelo y, por otra, complementar la dieta al añadir productos ganaderos (leche y grasas, sobre todo).

Como consecuencia de este tipo de explotación (rotación trienal) las parcelas estaban situadas de manera dispersa y eran de tamaño reducido tras las sucesivas divisiones de generación en generación. Además, el rendimiento de la tierra era bajo, puesto que cada parcela daba sólo dos cosechas cada tres años.

La reforma agraria y la revolución agrícola

A partir del primer tercio del siglo XVIII, los sistemas de explotación tradicional fueron modificándose como consecuencia de la aparición paulatina de innovaciones técnicas y de cambios en la distribución de la propiedad. Estas novedades se experimentaron por primera vez en el este de Inglaterra (en el condado de Norfolk) y se difundieron después a los países de mediterráneos, las innovaciones fueron más tardías y consistieron, sobre todo, en una mejora, diversificación y ampliación de los regadíos.

De este modo, la tierra se regeneraba sin necesidad de dejar de producir.

Es el caso del maíz, empleado como forraje, o los pimientos, cultivados en huertas.

Éste fue sustituido por la ganadería en establos, alimentada ahora con el forraje cosechado.

En Gran Bretaña, el parlamento aprobó las leyes de crecimiento («Enclosure Acts», por las que se legalizaron múltiples apropiaciones realizadas por los grandes terratenientes («gentry») en las tierras comunales – montes y bosques– para su presunta mejora o puesta en cultivo. Se produjo así una concentración parcelaria, que permitió ampliar el tamaño de las parcelas y hacer rentable de este modo la mecanización de las explotaciones.

Su introducción en los campos ingleses provocó en la década de los treinta una serie de revueltas campesinas que, entre otras ocasiones, llevaron a la destrucción de estas máquinas.

Éste fue el precio de la modernización de las explotaciones.

al norte de Londres.

Por último, la libertad de contratación hizo descender el salario de los jornaleros, en tanto que el importe de los contratos o arrendamiento se debía pagar en metálico y no en especie como antes, con lo que los campesinos se vieron atrapados por la caída de los precios, que les impedía reunir el dinero suficiente para hacer frente a la renta fijada.

La máquina de vapor del escocés James Watt (1782) se convirtió en el motor incansable de la Revolución Industrial.

La rueda que accionaba la máquina se movía como una hélice, impulsada por un chorro de agua.

Por fin, en 1781, Cartwright aplicó el movimiento de vaivén de la máquina de vapor a vanos telares, con lo cual nació el «telar mecánico».

En 1850 había unos 250 000 telares, y, de ellos, unos 200 000 eran mecanizados.

Además existía algodón abundante y barato en las colonias de Norteamérica debido al trabajo esclavo y, más tarde, en India.

Hasta 1750 la supremacía de las telas de este origen era incuestionable, pero se vendían como productos de lujo para gente rica. Por fin, a principios de la década de 1830, las exportaciones de algodón no sólo superaban cuatro veces a las de lana, sino que además constituían la mitad del total de las exportaciones británicas.

Los talleres artesanales no reunían las condiciones necesarias para albergar las máquinas. Éstas se concentraron en grandes naves destinadas exclusivamente a la producción: las fábricas.

Además, dio lugar a la mecanización industrial, cuyos efectos positivos y negativos se dejaron sentir rápidamente.

La consecuencia inevitable fue el abaratamiento de los precios y la extensión de las ventas.

Sin embargo la supervisión de los telares automáticos, para lo que no se requería fuerza, pasó a ser realizada por niñas, cuyas pequeñas manos podían desenvolverse bien para limpiar y engrasar entre los engranajes de las máquinas. El sonido de la sirena fue otra de las aplicaciones de la máquina de vapor.

La industria algodonera sirvió de motor para el desarrollo de la industria química: blanqueado (lejías, detergentes a base de cal y sales), tinturas, fijadores, no ya de origen vegetal o animal como se utilizaban anteriormente, sino a partir de combinaciones de elementos minerales tratados convenientemente.

La industria textil algodonera se concentraba en el noroeste de Inglaterra, alrededor del condado de Lancaster (Lancashire), en ciudades como Leeds, Manchester o Chester y el puerto y centro comercial de Liverpool, una zona bien comunicada y dotada de ríos, necesarios para mover las hiladoras que se empleaban en el siglo XIX. Mientras que en Inglaterra el telar mecánico se impulso entre 1834-1850, en el resto de las zonas no lo hizo hasta 1870, coexistiendo hasta entonces con el manual.

La Revolución de los transportes: el ferrocarril, el barco de vapor y el desarrollo siderúrgico

El ferrocarril, es decir, los vagones que circulaban sobre unas vías de hierro, eran utilizados ya en el siglo XVIII para la extracción minera.

En 1825 Stephenson aplicó la maquina de vapor capaz de desplazarse (locomotora) como fuerza de tracción para arrastrar

estos vagones. que antes eran tirados por caballos y personas. La idea de desplazarse así por vía terrestre supuso la aparición del ferrocarril moderno, como medio de transporte para mercancía personas.

El volumen de los intercambios se multiplicó.

En Estados Unidos, el final de la Guerra de Secesión, en 1865, marco el punto de gran expansión ferroviaria, que le llevaría a destacarse como la red más extensa del mundo.

Las hélices tenían dificultades para adaptarse al oleaje. Como consecuencia, los vapores de rueda trasera se desarrollaron para la navegación fluvial, mientras que para el tráfico marítimo se empleaban buques mixtos, dotados de dos grandes ruedas laterales movidas a vapor, pero conservaban la estructura de mástiles y velas que les permitía, además, desplazarse impulsados por el viento. No obstante, durante todo el siglo los nuevos barcos a vapor coexistían con los grandes veleros («clippers»).

En cuanto al primero, se consagró como combustible un tipo de carbón, «coque» (hulla refinada), capaz de producir elevadas temperaturas. Mediante el «laminado» (1783), la masa de hierro fundido se transforma en barras al pasar por unos rodillos, lo que facilita su utilización industrial.

Cambios Sociales

Aunque la industrialización va a producir enormes transformaciones en la sociedad británica como el crecimiento de la llamada clase burguesa, o el éxodo rural producto de la revolución agraria, sin embargo quizá los dos fenómenos sociales más dignos de estudio sean el espectacular crecimiento demográfico y el nacimiento de una nueva y masiva clase trabajadora formada por los obreros de las nuevas industrias.

Los cambios en la industria, la agricultura y los transportes produjeron un aumento espectacular de la riqueza (que se traduce fundamentalmente en una mejor alimentación) que se reflejó en un crecimiento notable de la población que servirá para multiplicar los habitantes de Europa en muy pocos años e incluso para poblar con emigrantes otros continentes.

La disminución de algunas de las más temibles epidemias que habían azotado Europa durante siglos, ciertas mejoras sanitarias e higiénicas ( como el descubrimiento de la primera vacuna por el doctor Edward Jenner en 1796 que protegía contra la viruela) y, sobre todo,  una mejor alimentación con el fin de las crisis de subsistencia, están entre las causas de ese crecimiento demográfico. Este aumento de la población fuerte y sostenido explica el enorme crecimiento de las ciudades británicas a lo largo de los siglos XVIII y XIX.

Las transformaciones sociales: la sociedad en clases

Hasta el siglo XVIII, la sociedad estaba dividida en estamentos, grupos prácticamente cerrados a los que se accedía por nacimiento. A cada uno le correspondía desempeñar un papel distinto en la sociedad: la defensa militar correspondía a la aristocracia, la función espiritual, que incluía la cultura y la enseñanza, era desempeñada por el clero, y la función de proporcionar la manutención, derivada del trabajo, era atribuida al denominado tercer estado.

Sin embargo, las diferencias de riqueza se hicieron cada vez más acusadas. Entre ambos, un grupo, la clase media, atendía negocios familiares en las ciudades o explotaciones propias en los campos. Así, la nueva sociedad quedaba dividida en tres grandes grupos: clases superiores, medias y bajas.

La nobleza, aun perdiendo privilegios y derechos señoriales, se había visto beneficiada por la consolidación y ampliación de sus propiedades tras las desamortizaciones v cercamientos.

A la alta burguesía pertenecían los grandes banqueros, los constructores del ferrocarril, los empresarios del sector textil, la minería o la siderurgia, los propietarios de compañías navales y de astilleros, los especuladores enriquecidos con la construcción inmobiliaria, etc. Entre aristócratas y burgueses enriquecidos se fue produciendo un acercamiento, cada vez mayor, intensificado por lazos familiares por vía matrimonial y la identificación económica e ideológica: eran partidarios de la defensa de la propiedad, el orden social, una moral conservadora de fundamento católico e, incluso, llegaron a tener gustos y costumbres afines.

Todos ellos componían el bloque con el que se formaban los gobiernos y los restringidos parlamentos del liberalismo moderado.

En las décadas finales de siglo aparecieron, en algunas grandes ciudades como París, los primeros grandes almacenes, que pondrán en peligro la continuidad de los pequeños tenderos. También se incluían en este grupo los propietarios de negocios de tipo familiar, con un reducido número de trabajadores, dedicados sobre todo a objetos de consumo, como pequeñas empresas textiles, de calzado, confección, mueble o alimentarias.

En las zonas rurales, corresponderían también a las clases medias los trabajadores que labran sus propias tierras y que, ocasionalmente, emplean trabajadores agrícolas. A menudo se trata de herederos que se hacen cargo de las tierras familiares mientras que el resto de los hermanos busca trabajo en las ciudades.

Los trabajadores constituían la mayor parte de la población, como había sucedido siempre. La novedad fue, sin embargo, la aparición del proletariado, constituido por los emigrantes rurales convertidos en obreros de las fábricas, las minas o la construcción, y cuyo único sustento proviene de su fuerza de trabajo, alquilada a cambio de un salario. La única seguridad para su futuro es su prole, es decir, el número de hijos, muchos de los cuales trabajaban desde cortas edades. Ante la precaria situación laboral, un accidente, un despido, el cierre de la fábrica o la vejez, podían significar la ruina de las familias.

Estos suburbios surgían muchas veces en torno a una fábrica: estaban formados por los barracones donde vivían los operarios de esa fábrica.

El sistema de fábricas se encuentra por tanto en el origen del movimiento obrero.

Los niños fueron empleados en la industria textil, en las minas, en la industria siderúrgica: durante el siglo XVIII no hubo normas que regulasen el empleo infantil. Para hacerse una idea de las dimensiones alcanzadas por esta explotación basta con citar la existencia de una ley del parlamente británico que en 1833 («The Factory Act», 1833) dejaba la jornada laboral de los niños de nueve a trece años en «sólo» nueve horas diarias, y de trece a dieciocho años el trabajo estaba fijado en diez horas y media (la jornada duraba para ellos doce horas, pero con hora y media reservada para las comidas). Todavía en 1.891, una ley que pretendía luchar contra abusos en la explotación infantil se limitó a elevar la edad mínima de trabajo de los diez a los once años.

De hecho, apenas se detectan preocupaciones sociales durante la segunda mitad del siglo XVIII pues estas condiciones se aceptan como normales. Ya en el siglo XIX investigaciones parlamentarias, protestas sindicales o conocidos relatos como los de Dickens en «Tiempos Difíciles», pusieron de manifiesto la dureza de la vida de los obreros industriales.

Las Guerras Napoleónicas de años posteriores hicieron saltar en varias ocasiones nuevas protestas luditas.

Cartismo

El llamado Movimiento Cartista supone una versión más organizada del Movimiento Obrero y que se desarrolla entre 1837 y mediados del siglo XIX. En definitiva, revelaba el deseo de democratización del sistema político británico: el movimiento obrero desea participar en el juego político y desde ahí mediante la presentación de leyes en el Parlamento, mejorar las condiciones de vidas de los obreros industriales. Desde mediados de siglo el movimiento irá perdiendo fuerza progresivamente, aunque paradójicamente, en años posteriores, el Parlamento Británico adoptará la mayor parte de las peticiones recogidas en la Carta del Pueblo.

Pero a pesar de estos obstáculos legales surgieron diversas formas de asociacionismo obrero sostenidas por las cuotas que pagaban los trabajadores y que pretendían, ante todo, ofrecer protección para los asociados en caso de accidente o enfermedad. En los años treinta esas asociaciones profesionales y locales se irán uniendo entre sí hasta formar enormes asociaciones que a mediados de siglo agrupaban a cientos de miles de obreros británicos de todos los oficios. La huelga, la negociación colectiva pacífica y, cuando lo permitan las leyes electorales, la participación en política, serán los instrumentos de los que se valdrá el sindicalismo británico para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.

Marxismo

Este temprano desarrollo del sindicalismo en Gran Bretaña es el causante probablemente del escaso éxito que tendrán las nuevas ideologías obreras revolucionarias (el marxismo y el anarquismo) que están naciendo a mediados del siglo XIX. Cuando Marx (líder del socialismo) y Bakunin (líder anarquista) funden la Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.) en Londres, ésta tendrá un éxito importante en países como Francia y Alemania, mientras que en Gran Bretaña (país donde se fundó) nunca pudo competir con las Trade Unions.

Leyes fabriles y obreras

Durante mucho tiempo, mientras el capitalismo estuvo en su mayor auge, las leyes fueron opuestas a toda sindicalización y a toda protección efectiva de la clase trabajadora. Se pensaba que cualquiera intervención gubernamental o legal era opuesta a la libre empresa y a la libre contratación, que eran las bases socioeconómicas que entonces admitían los Estados capitalistas.

En Inglaterra, las asociaciones de dicho tipo también fueron disueltas en el siglo XVIII, y aún más, los excesos ocurridos durante la Revolución Francesa hicieron que en Inglaterra se dictaran, en 1799 y 1800, las «Combination Laws» (Leyes sobre Asociaciones) que prácticamente consideraban criminal todo sindicalismo. Las leyes contra conspiradores, por otra parte, podían ser esgrimidas contra las agrupaciones de trabajadores, y en tal caso las penas a los que se considera como violadores del orden, eran mayores.

En 1906 se dictó la «Ley sobre Conflictos Industriales», en virtud de la cual los sindicatos no podían ser sujetados a proceso judicial.

Pero los efectos que el texto de la ley tenía impidieron que pudiera aplicarse realmente.

La ley no provocó entusiasmo entre los obreros, que siguieron insistiendo en que el trabajo no debía ser demasiado prolongado. Posteriormente, el 8 de junio de 1847 aprobó el Parlamento una nueva norma en virtud de la cual la jornada máxima de trabajo, para mujeres y niños, no podría ir más allá de 10 horas diarias. Poco más tarde, la jornada de 10 horas se hizo efectiva para todo mundo, incluso hombres.

Las nuevas teorías económicas: el liberalismo

Mercantilismo

El mercantilismo era una doctrina de pensamiento económico que prevaleció en Europa durante los siglos XVI, XVII y XVIII y que promulgaba que el Estado debe ejercer un férreo control sobre la industria y el comercio para aumentar el poder de la nación al lograr que las exportaciones superen en valor a las importaciones. Así mismo la explotación de las colonias era un método considerado legítimo para obtener metales preciosos y materias primas para sus industrias.

La utilización de las colonias como proveedoras de recursos y su exclusión de los circuitos comerciales dieron lugar, entre otras razones, a acontecimientos como la guerra de la Independencia estadounidense, porque los colonos pretendían obtener con libertad su propio bienestar económico. Al mismo tiempo, las industrias europeas que se habían desarrollado con el sistema mercantilista crecieron lo suficiente como para poder funcionar sin la protección del Estado. Este nuevo planteamiento se reflejaba sobre todo en el libro «a riqueza de las naciones»(1776) del economista escocés Adam Smith.

La riqueza de las naciones dependía de la capacidad productiva total de cada país entendida como la suma de los trabajos y esfuerzos individuales de los habitantes en todas las parcelas productivas: agricultura, industria y comercio. La formación de capital procedía del ahorro y de los beneficios obtenidos de la diferencia entre el precio de costo (materia prima, trabajo, energía…) y el precio de venta.

Tanto estas relaciones como las de producción entre capital y trabajo debían ser libres y basadas en el mutuo acuerdo, resultado de la búsqueda del propio interés de cada parte. El Estado no debía intervenir en la economía, sino que su función estaría dirigida a garantizar el orden jurídico y los derechos individuales, la defensa del país y e1 mantenimiento de las estructuras básicas de transporte y comunicaciones mediante la realización de obras publicas.

Incluso debía permitirse el librecambio entre las naciones.

Esto provocaría una mayor competencia entre la mano de obra, de lo que generaría una baja salarial, ya que en un sistema económico liberal, la abundancia siempre supone un descenso, bien de precios, bien de salarios.

Las coincidencias entre liberalismo económico y liberalismo político eran totales. Ambas concepciones imaginaban el Estado o las naciones como una suma de individuos (sin tener en cuenta las clases). Dueños de los medios de producción y representados en las instituciones públicas, los burgueses dominaron la vida social imponiendo sus valores (orden, libertad, progreso).

A finales de siglo, los teóricos del movimiento obrero señalaban lúcidamente que el Estado liberal no representaba a la nación, sino tan sólo a la burguesía.

Se trata de una nueva organización de la vida económica, que se extiende al ámbito de lo social y político.

Durante todo el entramado de operaciones, el comerciante permanecía como propietario de la pieza, que luego almacenaba y, finalmente, vendía. Este sistema de producción era común también en otros sectores, como el metal y la madera. Su evolución durante el siglo XVIII originaría la primera acumulación de capital procedente de la manufactura.

Si bien en los primeros momentos de la Revolución Industrial los cambios técnicos se realizaron con muy bajos costos para mantener y aumentar el ritmo de crecimiento y beneficio, pronto fue necesario incrementar la cuantía de las inversiones, pero éstas resultaban difíciles de asumir por una persona, por lo que se hizo necesaria la creación de grandes compañías en las que pudiera afluir dinero de varios inversores.

Ya desde el Renacimiento existían sociedades mercantiles de tipo familiar. Los vínculos familiares favorecían la estabilidad de estas sociedades, que se mantenían, incluso hereditariamente, durante generaciones. Desde el siglo XVII, la creación de colonias europeas en América, Asia o África y el aumento de volumen del comercio internacional favorecieron la creación de grandes compañías mercantiles (como la Compañía Inglesa de las Indias Orientales) que se ocupaban de acondicionar puertos, armar navíos, compraventa de mercancías, almacenaje, e incluso llegaron a propiciar la intervención militar para defender sus intereses.

El lugar donde se realizan estas transacciones se denomina bolsa o mercado de valores.

Las sociedades anónimas, sin embargo, no se generalizarán hasta la segunda mitad del siglo XIX. En Gran Bretaña. En Francia no se aprobaron hasta 1863.

Esta nueva fórmula se ideó para atraer a pequeños inversores, más temerosos ante operaciones de riesgo. Este tipo de financiación será muy importante en la expansión del ferrocarril.

Se destacan «Société Générale de Belgique» (Bruselas, 1822), «Société Générale du Crédit» (París, 1852), «Darmstädter Bank» (Darmstadt, 1853).

Desarrollo Comercial: el comercio se intensificó, tuvieron los países industrializados de vender mercancías y adquirir materia


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