09 May
La Concepción del Ser Humano en Rousseau
El Hombre Natural frente al Hombre Social
Rousseau, en su obra Discurso sobre las ciencias y las artes, plantea una reflexión profunda sobre el problema del ser humano, centrado en la distinción entre el hombre natural y el hombre social. Rousseau sostiene que, aunque el progreso científico y técnico ha aumentado, este no ha conllevado un progreso moral ni de felicidad, sino que ha exacerbado la injusticia y la infelicidad. Según él, los seres humanos vivimos obsesionados con nuestras propiedades y en constante competencia, lo que nos lleva a una insatisfacción y sufrimiento constantes. Sin embargo, Rousseau no considera que estos defectos sean inherentes a la naturaleza humana, sino que son el resultado de la influencia de la sociedad. Rousseau defiende la bondad natural del ser humano, una idea que se inspira en su visión de los «buenos salvajes«, los indígenas de América, quienes, según él, vivían en una armonía más natural y libre de las corrupciones que produce la civilización. No obstante, Rousseau no idealiza su vida, reconociendo que la visión europea de los pueblos indígenas es distorsionada. Lo esencial de su argumentación es que la maldad y la infelicidad de la sociedad no son naturales ni inevitables, sino que tienen causas históricas y culturales. Por lo tanto, el mal del hombre social es corregible, y se puede restaurar la bondad natural si se eliminan las distorsiones de la sociedad.
El hombre natural, según Rousseau, es libre, independiente y feliz. Vive guiado por dos pasiones: el amor de sí, que lo impulsa a cuidar de su vida y bienestar, y la piedad, que le permite sentir empatía por el sufrimiento ajeno. Este hombre es capaz de vivir en armonía con los demás, ya que no tiene deseos egoístas ni competencia con ellos. Por el contrario, el hombre social está marcado por el amor propio, una pasión que lo lleva al egoísmo, la competencia y la insatisfacción. Este amor propio lo convierte en un ser infeliz, en constante lucha con sus semejantes, siempre buscando más y más, lo que le impide encontrar paz o felicidad.
La Educación como Vía de Reforma
Rousseau propone una solución a este problema, que pasa por una reforma en la educación y la organización política. En su obra Emilio, Rousseau desarrolla una visión pedagógica que busca liberar al niño de las influencias corruptoras de la sociedad. La educación debe ser un proceso que respete la naturaleza y las inclinaciones del niño, fomentando su desarrollo en libertad, sin imponerle reglas externas. El niño debe aprender a través de la experiencia directa con la naturaleza y sus semejantes, en lugar de aprender saberes eruditos que no tienen relación con su vida diaria. La educación debe centrarse en lo que es útil para el bienestar del niño y debe alejarse de los conocimientos abstractos o innecesarios. De esta manera, Rousseau cree que se puede formar al ser humano para que no se vea impulsado por deseos insaciables de superioridad y competencia, sino que reflexione libremente sobre lo que es más conveniente para su bienestar y el bien común.
En resumen, el problema del ser humano según Rousseau es que, al vivir en una sociedad que ha corrompido su naturaleza, el hombre ha perdido su bondad natural y felicidad. La solución está en restaurar una educación basada en la libertad y en el respeto a la naturaleza humana, para que los individuos puedan vivir en armonía con ellos mismos y con los demás.
La Filosofía Política de Rousseau
Del Estado de Naturaleza al Contrato Social
Rousseau sostiene que la educación no es suficiente para resolver los problemas fundamentales de las sociedades, donde las personas se explotan mutuamente. A pesar de que una educación perfecta podría hacer a las personas libres y autónomas, una mala organización social obligaría a los individuos a buscar su propio beneficio a costa de los demás. La solución ideal sería formar una sociedad, pues el «estado de naturaleza«, en el que las personas son libres pero ineficientes, no garantiza la supervivencia ni el bienestar colectivo. Para Rousseau, un Estado legítimo debe garantizar la mayor libertad posible para sus ciudadanos. Un poder legítimo debe ser fundado en un contrato social, un acuerdo colectivo en el que todos los miembros ceden su poder a la «voluntad general«, que representa el bien común.
La Voluntad General y la Ley
Rousseau distingue entre la voluntad general y la voluntad de todos. La voluntad general no es simplemente la suma de las voluntades particulares, ya que puede ocurrir que la mayoría no actúe en beneficio del bien común. La voluntad general debe reflejar el interés colectivo de la comunidad, no los intereses particulares de un grupo o individuo. Para determinar esta voluntad general, se requiere una deliberación pública en la que todos los ciudadanos se expresen no solo en función de sus propios intereses, sino considerando lo mejor para la comunidad. De esta manera, las leyes legítimas provienen de la voluntad general y no de la voluntad de un individuo o grupo. El ciudadano, como individuo particular, puede no estar de acuerdo con una ley. Si cree que la ley no se ajusta a la voluntad general, puede recurrir a la deliberación pública para cambiarla. Sin embargo, si el desacuerdo es solo por razones egoístas, es decir, si no le conviene la ley a nivel personal, su actitud representa una voluntad particular y no la voluntad general. Rousseau señala que en una República, la libertad natural (la que se tenía en el «estado de naturaleza«) se pierde parcialmente, pero se gana lo que llama libertad civil, que es la libertad dentro de una estructura política que respeta el bien común.
El Poder Coactivo del Estado y la Libertad
Rousseau afirma que un Estado republicano debe tener poder coactivo para imponer las leyes, ya que, sin este poder, las leyes serían solo sugerencias sin fuerza. Sin embargo, este poder no debe verse como una opresión de la libertad, sino como una garantía de que los ciudadanos respeten las leyes que han decidido colectivamente. La imposición de la ley por parte del Estado asegura la verdadera libertad, pues previene que los más fuertes impongan su voluntad sobre los demás. En resumen, para Rousseau, el contrato social es la base de un orden político legítimo en el que los individuos, al ceder parte de su libertad natural, crean un sistema que preserva su libertad civil dentro de un marco de leyes que representan el bien común. Las leyes deben surgir de la voluntad general, y el Estado tiene la autoridad para imponerlas, asegurando así que la libertad de todos los ciudadanos sea respetada.
Rousseau y la Cuestión de la Religión
La Necesidad de una Religión Civil
Rousseau reconoce que el contrato social solo es posible si los ciudadanos respetan las leyes y se sienten comprometidos con la colectividad. Para lograr esto, propone la creación de una religión civil, una creencia colectiva que sea capaz de unir a los ciudadanos y fortalecer el vínculo social. Esta religión civil debe ser simple y contener unos pocos principios esenciales:
- La felicidad de los justos.
- El castigo de los malvados.
- La santidad del contrato social y las leyes.
Según Rousseau, estos principios deben ser aceptados por todos los miembros de la República para garantizar la cohesión social. El propósito de esta religión civil no es convertir a los ciudadanos a una fe dogmática, sino fomentar un sentimiento de sociabilidad. De esta manera, Rousseau señala que la fe civil no es un asunto religioso tradicional, sino una fe práctica en el bien común, que ayuda a asegurar la obediencia a las leyes y el respeto por la justicia. Aquellos que no compartan estos principios pueden ser desterrados del Estado, no por ser impíos, sino por ser insociables, es decir, incapaces de amar sinceramente las leyes y la justicia.
El Dogma Negativo: La Prohibición de la Intolerancia
Rousseau también se refiere a un dogma negativo fundamental para esta religión civil: la prohibición de la intolerancia religiosa. Considera que uno de los mayores peligros para la estabilidad de la República es la intolerancia religiosa, donde los creyentes afirman que solo en su iglesia se encuentra la salvación, excluyendo a los demás. Para Rousseau, la República debe permitir cualquier religión que sea compatible con los principios del contrato social y que no promueva la intolerancia. Si una religión enseña que fuera de su iglesia no hay salvación, entonces se convierte en una amenaza para la cohesión social y el buen funcionamiento del Estado.
La Religión Natural
Además de la religión civil, Rousseau expresa en su obra Emilio su creencia en una religión natural. A través de la introspección, el ser humano puede llegar a la convicción de que existe un Dios como explicación del orden del universo. Para Rousseau, esta relación con Dios es natural e interior, y no debe ser mediada por las instituciones religiosas. Las iglesias, según él, corrompen esta relación directa con la divinidad al imponer doctrinas y dogmas que desvirtúan la pureza de la conexión personal con Dios.
En resumen, Rousseau plantea que, para una República legítima y estable, es necesaria una religión civil que promueva la unidad y la obediencia a las leyes sin caer en la intolerancia religiosa. Esta religión civil debe ser una base común para todos los ciudadanos, independientemente de su religión personal. Al mismo tiempo, Rousseau defiende la religión natural como un vínculo directo entre el individuo y Dios, libre de las instituciones religiosas que interfieren en la relación espiritual personal.
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