24 Nov

4.1. La Guerra de Sucesión española y el sistema de Utrecht. Los Pactos de Familia

La muerte sin descendencia en 1700 del Carlos II “El Hechizado” supone una disputa internacional entre las dos potencias que se disputaban la hegemonía continental: Francia y el Sacro Imperio de la Casa de Austria. Los dos posibles pretendientes al trono español eran el Archiduque Carlos de Austria, que supondría la continuidad de la casa de Habsburgo en el trono peninsular, y Felipe de Borbón, que supónía un cambio total de dinastía y de política. Carlos II nombra como heredero en su testamento a este último, lo cual provocó un grave problema en el equilibrio de poder entre las potencias europeas, al favorecer la influencia de Francia en Europa. Gran Bretaña, Holanda y Portugal apoyan a Carlos (Alianza de la Haya), y Francia a Felipe.

En España también hay divisiones: Castilla apoya a Felipe, a excepción de una parte de la nobleza, temerosa de perder su poder ante los Borbones. En la Corona de Aragón, especialmente en Cataluña, se apoya a Carlos. El enfrentamiento derivaría en una Guerra Civil de casi diez años, que se inicia con victorias austriacas pero cuyo signo cambia cuando los Borbones reducen a los Habsburgo a Cataluña. Es entonces cuando el Archiduque Carlos se convierte en emperador a la muerte de su padre. Esto supónía que el peligro para el equilibrio europeo lo constituía un Austria en el trono español. Por ello se inician las negociaciones de paz. Se firma el Tratado de Utrecht, en el que se reconoce a Felipe como rey de España a cambio de la renuncia a sus derechos a la corona francesa, así como importantes acuerdos comerciales y territoriales a Austria (Milanesado, Nápoles, Cerdeña…) y Gran Bretaña (Menorca y Gibraltar).

Desde ese momento se inicia una nueva política exterior basada la alianza con Francia y que cristaliza en los “Pactos de Familia”, en los que apoya a Francia en guerras exteriores, se enfrenta a Gran Bretaña buscando la recuperación de Menorca y Gibraltar, y busca el establecimiento de príncipes Borbones en los territorios italianos perdidos.

4.2. La nueva Monarquía Borbónica. Los Decretos de Nueva Planta. Modelo de estado y alcance de las reformas

La llegada de Felipe V supuso la introducción en España de un nuevo modelo de gobierno, el absolutismo monárquico, en el cual todos los poderes se concentraban en el rey, que era gobernante, legislador y juez. Para ello se realizaron amplias reformas con el fin de centralizar el estado. Los Consejos fueron sustituidos por secretarios de despacho, que el rey nombraba o destituía libremente.

Felipe V impone los Decretos de Nueva Planta, que establecen un nuevo orden territorial: se aplican a Valencia, Aragón, Mallorca y Cataluña, y suprimían no solo los fueros y las instituciones de estos reinos, sino que impónían las leyes, las instituciones y los cargos de Castilla. El País Vasco y Navarra conservan sus fueros y aduanas.

Se establece una nueva división territorial en provincias, al frente de cada una de las cuales había un capitán general, con el mando de las tropas de dicha demarcación y poderes políticos y administrativos. Aparece también la figura del intendente, de inspiración francesa, encargado de la recaudación de impuestos. La reorganización de la Hacienda era imprescindible, y por ello, aprovechando el derecho de conquista, se intentan nuevos modelos de recaudación en la Corona de Aragón, que incluyen a los privilegiados. Aunque se intentó extender a toda España, en Castilla fue imposible su aplicación. El marqués de la Ensenada intentaría realizar un catastro que, debido a estos problemas, quedaría incompleto.

4.4. Ideas fundamentales de la Ilustración. El despotismo ilustrado: Carlos III

A la muerte de Fernando VI sube al trono Carlos III, que venía de Nápoles, donde había impulsado numerosas reformas ilustradas. Carlos III lleva a España la experiencia del despotismo ilustrado: utiliza el poder absoluto para llevar a cabo algunas reformas propugnadas por la Ilustración. Los ilustrados no eran revolucionarios, pero sí quieren mejorar la situación del pueblo, fortaleciendo al mismo tiempo el poder real. El despotismo ilustrado, por tanto, no se cuestiona los principios básicos del Antiguo Régimen. Sigue la máxima “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Carlos III se enfrenta a la resistencia del pueblo frente a algunas reformas; es el caso del Motín de Esquilache, contra una serie de medidas sobre limpieza urbana, prohibiciones sobre el juego y el uso de las armas, los sombreros de ala ancha y las capas largas. Tras sofocar la revuelta, expulsa a los jesuitas, acusándolos de instigadores de la misma. Esto

entra dentro del contexto de la tendencia regalista ilustrada: se defiende la autoridad del rey frente a la Iglesia. Carlos III reclamó el control de la Inquisición y el derecho al nombramiento de los cargos eclesiásticos.

En la cuestión social, declaró honestas todas las profesiones e inició una reforma educativa que impulsaba la obligatoriedad de los estudios primarios y la fundación de Academias de Ciencias y Letras. En el terreno económico impulsa las manufacturas reales, las reformas agrarias y la creación de Sociedades Económicas de Amigos del País.

Sin embargo, estos intentos reformistas fueron muy limitados, sobre todo por la negativa de la nobleza a aceptarlos.

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