14 Abr

3.- La motivación La motivación es la fuerza o estímulo que nos impulsa a actuar de cierta forma para satisfacer una necesidad o lograr un objetivo. Por ella se explica que hagamos unas cosas bien y otras no, que haya cosas que nos gusten más que otras o la energía y persistencia con que las llevamos a cabo. Las motivaciones tienen una serie de carácterísticas: a) Pueden ser intrínsecas y extrínsecas. Las primeras están originadas por necesidades, carencias y deseos del propio sujeto y las conductas que provocan se llevan a cabo por el placer de realizarlas. Esas necesidades pueden ser, a su vez, de dos tipos: primarias o biológicas, que son innatas, es decir, pertenecen a nuestra naturaleza animal, pues son parte de nuestra biología, de manera que están relacionadas con la subsistencia del individuo y de la especie (por ejemplo, dormir, respirar, comer); secundarias o sociales, que son aprendidas, pertenecen a nuestra naturaleza social y están determinados por la sociedad y la cultura, es decir, son necesidades que creamos nosotros mismos y tienen un papel importante en el desarrollo emocional de la persona (por ejemplo, la autoestima, el conocimiento, la seguridad, la afiliación, la autosuperación). Por su parte, las motivaciones extrínsecas son aquellas que proceden de un estímulo externo al sujeto (como puede ser la presión del entorno social o familiar) y, por tanto, la conducta que motivan no tiene interés por sí misma, sino por la recompensa externa asociada a ella. Un ejemplo de motivación extrínseca puede ser la que tenga un trabajador de una fábrica por conseguir dinero o la estima de sus jefes, ya que son agentes externos los que ayudan a realizar la tarea. En cambio, un ejemplo de motivación intrínseca, siguiendo con el mismo caso del trabajador, sería que este lleve a cabo su tarea para sentirse competente o realizarse como persona. B) Se organizan jerárquicamente. Hay motivaciones que están más relacionadas que otras con aspectos básicos de nuestra vida. Así,  satisfacemos necesidades secundarias cuando hemos satisfecho las primarias. C) Pueden ser conscientes o inconscientes. No siempre somos conscientes de la motivación de nuestra conducta y no sabemos por qué actuamos de determinada manera. D) Suelen ser persistentes y fuertes hasta lograr el objetivo. Si la motivación nos lleva a actuar, también podemos hablar de algo que nos lleva a lo contrario, a no actuar. Se trata de la frustración. Esta puede definirse como un estado emocional desagradable, que se produce cuando una necesidad no puede ser satisfecha o unas expectativas no pueden cumplirse y, por tanto, no existe motivación alguna al respecto para actuar. La frustración se debe a la aparición de obstáculos (ocasionales o permanentes), que pueden ser de tres tipos: a) internos, cuando la causa reside en la propia persona, pudiendo ser física o psicológica; b) externos, cuando la causa es ajena al sujeto; y c) de disminución de la motivación, cuando el impulso o el refuerzo para hacer algo se debilita o desaparece. 3.1.- Principales teorías de la motivación Existen numerosas teorías que aspiran a explicar la motivación. Todas ellas pueden agruparse bajo tres perspectivas: biológica25, humanista y cognitiva. Nos ocuparemos de los dos últimos tipos.  La teoría humanista De acuerdo con los principios de la psicología humanista, esta teoría pone el acento en la autorrealización personal para explicar la motivación. Su principal representante es Abraham Maslow (1908-1970). Según él, el ser humano tiende de forma innata a la maduración personal. Este proceso se refleja en una jerarquización de las motivaciones, donde cada nivel o estadio se corresponde con una serie de necesidades. Maslow ordena las necesidades en escalones, como si formaran una pirámide, de manera que solo cuando han sido satisfechas las de un determinado nivel, se pueden atender las del siguiente y así, hasta satisfacer las del último y lograr la propia realización. En el escalón más bajo se sitúan las necesidades fisiológicas (sed, hambre, descanso); en el siguiente nivel están las de seguridad (seguridad física, empleo, recursos, propiedades, evitar el dolor); cuando estas necesidades son satisfechas pueden atenderse las de afecto y afiliación (querer y ser querido, amistad, pertenencia y participación dentro de un grupo); encima de este nivel está el de las necesidades de reconocimiento o estima (autoestima, reputación, afirmarse frente a los otros); por último, Maslow sitúa el nivel de las necesidades de autorrealización, cuya satisfacción supondrá el desarrollo integral de la persona (desarrollo de las propias capacidades, satisfacción personal, creatividad, espontaneidad, autonomía moral, conocimiento del mundo, sentido)

En definitiva, la pirámide de Maslow no representa una simple clasificación de las necesidades humanas; también muestra la línea de desarrollo de las personas, de tal modo que no llegar al último escalón, ya sea por causas internas o externas a la persona, significa no completar el proceso de maduración, de crecimiento psicológico, es decir, de autorrealización. La teoría cognitiva Las teorías cognitivas no solo tienen en cuenta la satisfacción de necesidades y sus tipos a la hora de explicar la motivación, sino también una serie de factores y procesos cognitivos que intervienen en ella, como son el miedo al fracaso, la frustración, las expectativas, los tipos de obstáculos, las fuerzas ambientales, la capacidad personal o el control de las circunstancias. Así, según esta teoría, la motivación de un individuo depende de su interpretación de todos estos elementos, de sus expectativas de éxito y de la confianza en sus capacidades. En este sentido, es fundamental para llevar a cabo una acción que creamos en aquello que vamos a realizar, es decir, que desde nuestro punto de vista su realización esté justificada. Por ejemplo, para sentirnos motivados a pasar todo el día encajando tuercas en tornillos debemos autoconvencernos primero de que la actividad es gratificante o beneficiosa en algún sentido, de manera que nuestra interpretación de la realidad y nuestras creencias no choquen con la tarea que vamos a hacer. Este planteamiento también explica que nos sintamos más motivados para realizar aquellas acciones que creemos que dependen de nosotros que aquellas cuyos resultados consideramos incontrolables (por ejemplo, si yo sé que esforzándome voy a aprobar, me sentiré más motivado para estudiar que si creo que el aprobado depende de la suerte o que el profesor me ha cogido ojeriza). Por lo mismo, la gente tiende a atribuirse la causa de sus éxitos, mientras que atribuye a factores ajenos sus fracasos; de modo que en nuestra interpretación de la realidad, hacemos atribuciones de la autoría del éxito y del fracaso que influyen en nuestra motivación para acciones futuras (por ejemplo, podemos decir “aprobé/me aprobaron Filosofía” o “suspendí/me suspendieron Filosofía”, siendo así que dependiendo de una cosa u otra mi motivación será diferente para preparar el próximo examen). Algunos autores representativos de la teoría cognitiva son Edward Chace Tolman (1886-1859), Fritz Heider (1896-1988), León Festinger (1919-1989), John William Atkinson (1923-2003) y Bernard Weiner (1935). 4.- La afectividad A diferencia de los hechos objetivos, que son conocidos por todos de la misma manera (más o menos, pues, en última instancia, cada persona interpreta la realidad a su manera), el mundo de la afectividad corresponde a hechos subjetivos, es decir, a sucesos que solo pueden ser experimentados individualmente. Y es que, aunque varias personas puedan estar alegres o tristes por el mismo motivo, cada cual lo experimenta a su manera, es decir, cada uno siente su propia tristeza o alegría. Además, los afectos no refieren tanto a un hecho exterior como a la actitud del sujeto ante ese hecho o situación. Por ejemplo, si estoy triste porque se acaban las vacaciones, mi tristeza tiene que ver menos con un hecho objetivo (el fin de las vacaciones) que con mi disposición de ánimo ante ese hecho. Por eso a veces alguien puede sentirse triste o enfadado sin saber por qué (a diferencia de las percepciones o recuerdos, pues si tengo conocimiento, es conocimiento de algo, y si recuerdo, es un recuerdo de algo). En tal caso, es evidente que la afectividad está más ligada a la actitud que a los hechos. Dentro del mundo de la afectividad hay que distinguir entre varias cosas26: – Apetito. Es el impulso que nos lleva a desear algo. – Sensación. Es la impresión que algo (un estímulo) causa en nuestros sentidos, es decir, la experiencia que estos captan, pero aún sin significado. – Emoción. Consiste en una respuesta o reacción visible (en la cara, en la voz, etcétera) ante un estímulo ambiental o externo. Preceden al sentimiento. Son intensas y pasajeras. Es difícil determinar cuántas emociones hay debido a la complejidad de nuestra mente y a las distintas maneras en que sentimos y somos afectados, de manera que algunas emociones pueden combinarse entre sí para dar lugar a otras. Lo que sí tiene aceptación general es la distinción entre emociones primarias o básicas y secundarias o derivadas. Las primarias son innatas, se desarrollan de forma natural en nosotros y afectan a nuestro estado fisiológico (por ejemplo, la alegría, la tristeza, la ira, el miedo, el asco); además son la base de las secundarias. Estas otras son adquiridas o son fruto de la combinación de emociones básicas (por ejemplo, la culpabilidad, la vergüenza, mezcla de la culpa y el miedo, el orgullo, los celos). Las emociones cumplen un papel importante en nuestra vida. En primer lugar, ayudan a dirigir nuestra conducta y la intensidad de esta, o incluso inhibirla, ya que actúan a modo de motivaciones. Y es que, a veces, las emociones nos mueven a realizar una acción, son señales que nos ayudan a decidir cómo comportarnos. Por ejemplo, ante una situación de peligro que despierta miedo en nosotros, esta emoción puede ayudarnos a responder con éxito y salvarnos; o ante una emoción positiva como la confianza, puedo mejorar mis relaciones sociales o mi situación laboral. En este sentido, las emociones son útiles como mecanismos de adaptación y supervivencia. Las emociones también sirven para adaptarnos al ambiente social, permitiendo comunicarnos de forma no verbal. Además, las emociones pueden estimular nuestro aprendizaje sobre ciertos aspectos de la realidad que hayan despertado en nosotros emociones, ayudando a resolver problemas y lograr objetivos. Por ejemplo, una persona que haya padecido una enfermedad concreta puede sentirse impulsada a investigar sus causas y los medios de curarla; e igual ocurre con cualquier otra actividad que provoque en nosotros emociones positivas, que nos haga sentir bien. En este sentido, las emociones pueden desempeñar un importante papel como estímulo de la iniciativa, la autonomía y el emprendimiento. Resumiendo, las emociones cumplen una función adaptativa, social y motivacional. – Sentimiento. Se trata de una experiencia consciente en la que el sujeto se encuentra implicado e interesado. Influye en el estado de ánimo y puede provocar reacciones psicológicas, no fisiológicas, como hacen las emociones. En este sentido, podemos decir que los sentimientos son privados, no visibles. Los sentimientos se basan en las emociones, pero, a diferencia de estas, son estables, menos intensos y más duraderos. Son ejemplos de sentimientos el amor o el odio. Los sentimientos (y las emociones que los originan) son un instrumento para relacionarnos con la realidad, pero especialmente tienen un importante papel en el comportamiento social, pues, como apunta Antonio Damasio27 , contribuyen de manera determinante en la aparición de comportamientos éticos y altruistas. – Pasión. Se trata de una mezcla de emoción y sentimiento, porque resulta visible a los demás, es intensa y es duradera.


0.- Introducción. La antropología filosófica La palabra antropología está formada a partir de los términos griegos anthropos, ‘hombre, ser humano’, y logos, ‘razón, discurso’. Luego, literalmente, significa ‘estudio del hombre’. Debido a la complejidad de su objeto de estudio, la antropología se divide en varias ramas. De esta manera podemos hablar de una antropología física o biológica, que se ocupa de la dimensión biológico-evolutiva; de una antropología social o cultural, que estudia las diferentes sociedades y culturas; o de una antropología filosófica (o filosofía del hombre), que busca los rasgos específicos y universales del ser humano, dejando a un lado todo contexto histórico, político o cultural. Por tanto, la antropología filosófica se pregunta qué es el hombre1 , es decir, qué nos define, aquello que tenemos en común todos los seres humanos y que nos distingue del resto de seres. La antropología filosófica tiene en cuenta las aportaciones de otros saberes (antropologías física y cultural, psicología, lingüística, biología, historia, etcétera), interpretándolas e integrándolas. A diferencia de ellos, aborda al ser humano desde una perspectiva global, en su conjunto, donde el todo es más que la suma de las partes. La antropología filosófica no es el estudio aislado de las carácterísticas propiamente humanas. Porque toda aproximación que tratemos de hacer a la realidad, ya sea física, moral, política, metafísica, etcétera, está condicionada por la concepción que tengamos del ser humano y, a su vez, esta idea que tengamos de nosotros mismos se ve afectada por nuestro conocimiento de la realidad. Es decir, el hombre es la condición de posibilidad y el punto de partida de todo conocimiento sobre el mundo e incluso sobre sí mismo (sujeto y objeto de conocimiento coinciden), a la vez que su conocimiento de la realidad retroalimenta la propia imagen que el ser humano tiene de sí. Desde esta perspectiva se entiende que Kant sostenga que toda pregunta que el hombre pueda hacerse refiere, en última instancia, a la antropología2 . La comprensión de la realidad en su conjunto queda articulada, entonces, alrededor del concepto de hombre y viceversa. La filosofía del hombre, como disciplina filosófica, emplea los métodos propios de la filosofía, que la distinguen de las ciencias particulares. También, a diferencia de estas, parte del cuestionamiento de su objeto de estudio3 , de manera que, mientras que el objetivo de las ciencias es explicar los fenómenos de los que se ocupan, la antropología filosófica, debido a la idiosincrasia del ser humano, aspira a comprenderlo (no a explicarlo). En los siguientes apartados se recogen algunas de las aportaciones más relevantes de la antropología filosófica en su intento de comprender al ser humano. 1.- La concepción del ser humano en la filosofía antigua El interés por el ser humano ya se encuentra en el mito. Sin embargo, este no ofrece una reflexión que aspire a comprender la condición humana; solo da explicaciones sobre su origen o modelos de referencia para aspirar al éxito4 . En cambio, el pensamiento filosófico reflexiona sobre el hombre para comprenderlo, para determinar su esencia y su modo de ser en el mundo. A partir del siglo IV a. C., los filósofos antiguos construyeron su filosofía en grandes sistemas que aspiraban a hacer una síntesis del ser del mundo y del hombre, explicando toda la realidad por las mismas leyes y causas. De esta manera, entendieron la realidad humana en términos de alma y cuerpo.
1.1.- El dualismo platónico En la filosofía de Platón (427-347 a. C.) el dualismo ontológico5 se traduce en un dualismo antropológico. El ser humano está compuesto por dos elementos o realidades distintas, el alma y el cuerpo. El cuerpo es la parte material del hombre, es decir, se puede captar por los sentidos. Es corruptible y mortal. El alma es la parte inmaterial, no puede captarse por los sentidos porque su naturaleza es intelectual o espiritual. Además, es la verdadera esencia del hombre y es incorruptible e inmortal. Para Platón el alma tiene más valor que el cuerpo. Atrapada en él como en una cárcel, su función principal es controlar el cuerpo. El alma pertenece al mundo inteligible, que es su destino tras su estancia provisional en el mundo sensible y cambiante. El mundo inteligible es el mundo de las ideas (la verdad), donde el alma las contempla. Estas son los modelos perfectos y las causas de todos los seres y cosas que captamos por los sentidos o por la razón6 . El alma sufre reencarnaciones; encerrada en el cuerpo, olvida lo que conoce del mundo de las ideas. Por ello, para Platón todo conocimiento verdadero es recuerdo del alma de esas ideas perfectas que conocíó cuando moraba junto a ellas en el mundo inteligible7 . Para Platón el alma humana tiene tres partes: – Concupiscible o sensual. Está relacionada con el cuerpo y sus necesidades. Es la fuente de los malos impulsos, es decir, los deseos y pasiones “no nobles” (por ejemplo, la avaricia, el ansia, la venganza). – Irascible. También está relacionada con el cuerpo, pero en ella residen los impulsos nobles (por ejemplo, el valor, la ambición, la esperanza). – Racional. Se identifica con la razón (logos, nous) y la voluntad. A diferencia de las dos anteriores es inmortal. Su función es el conocimiento (de las ideas y de la verdad) y guiar las otras dos partes del alma. Platón compara el alma racional con el auriga de un carro, mientras que los caballos serían las almas irascible y concupiscible (cf. Fedro, 246a-b y 253c-254e). Según Platón, todos los seres humanos poseen las tres partes del alma, aunque en cada uno predomina una de ellas. En función de esto organiza el Estado: aquellos individuos en los que prevalezca el alma concupiscible deberán asumir las tareas de producción de bienes materiales (alimento, vivienda, vestido, herramientas, etcétera); aquellos en los que predomine el alma irascible serán los encargados de la defensa; y aquellos en los que sobresalga el alma racional se encargarán del gobierno de la polis (el gobierno de los sabios o del filósofo rey). 1.2.- El hilemorfismo de Aristóteles Aristóteles (384-322 a. C.) fue discípulo de Platón. Pero a diferencia de su maestro sostiene que lo único realmente existente es el individuo concreto, pues argumenta que solo a los individuos se les puede atribuir cualidades, no pudiendo existir estas con independencia de aquellos8 . Ahora bien, Aristóteles dice que los individuos o sustancias9 están compuestos de dos elementos inseparables: la materia y la forma. Este planteamiento es conocido como teoría hilemórfica10 . La materia es aquello a partir de lo cual está hecho algo11. Por sí sola la materia no dice qué es una cosa, es indeterminada y necesita de algo que la saque de la indeterminación y la haga algo concreto12. La forma es la estructura u orden que adopta la materia para que un individuo o sustancia sea lo que es y no otra cosa. La forma proporciona la esencia de la cosa en cuestión, lo que verdaderamente es13, pero necesita de la materia, de algo a lo que dar orden, algo de lo que pueda ser su forma. Por tanto, materia y forma son interdependientes. En los seres vivos el cuerpo es la materia y el alma, la forma. Los dos están indisolublemente unidos y se necesitan mutuamente14. El alma es principio de vida y movimiento, que hace desarrollarse al cuerpo en lo que realmente es; un cuerpo sin alma es un cadáver. Al mismo tiempo, el alma no puede realizar sus actividades o funciones (hablar, pensar, desear) sin un cuerpo. Luego para Aristóteles el alma es mortal, porque no puede existir sin el cuerpo; perece con este15 . El alma es el principio de vida. Según Aristóteles hay diferentes formas de vivir, por tanto, también habrá distintos tipos de alma, dependiendo de las funciones vitales que necesite cada ser vivo: – Vegetativa. Se encarga de las funciones básicas para vivir (alimentarse, respirar, crecer, reproducirse). Es propia de todo ser vivo (plantas, animales, humanos). – Sensitiva. Su función es la percepción sensible y el desplazamiento. Es carácterística de los animales y los humanos. – Racional. Proporciona capacidades intelectuales como el pensamiento, el entendimiento, la volición o la comunicación, por tanto, también capacita para la vida en sociedad. Es exclusiva del ser humano. Esta teoría no debe interpretarse en el sentido de que el ser humano tiene tres almas, los animales dos y los vegetales una. Para Aristóteles todo ser vivo tiene solamente un alma (forma), pero esta le permite desarrollar tanto las actividades que le son específicas como las de otros seres inferiores en la escala biológica. En conclusión, el planteamiento aristotélico rechaza el dualismo platónico. No obstante, en la concepción del ser humano Aristóteles coincide con Platón en poner el acento en el elemento racional. Para Aristóteles el ser humano es un animal racional y social por naturaleza.  2.- La introspección en Agustín de Hipona Agustín de Hipona (354-430) es el primer gran pensador cristiano. En su filosofía se fusionan cristianismo y platonismo17. Agustín, al igual que Platón, tiene una concepción antropológica dualista, el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma. Pero el elemento cristiano de su pensamiento le lleva a entenderlos de otra manera. Coincide con Platón en que el cuerpo está sometido al alma, que le da vida y rige sobre él; pero este no es su cárcel ni es malo en sí, pues es creado y querido por Dios y es un instrumento para acercarse a Él (o alejarse). Además, de acuerdo con la doctrina cristiana de la resurrección, tampoco muere definitivamente. Por su parte, el alma no es eterna, sino creada y, como en Platón, es la parte inmaterial y más noble del ser humano. Pero Agustín no hace una clasificación tripartita del alma, solo distingue el alma racional, aunque provista de tres facultades: memoria, entendimiento y voluntad. La principal aportación de Agustín a la filosofía del hombre reside en su idea de introspección o autoconciencia. Su propuesta enlaza con la tradición socrática18 y es un precedente de las antropologías filosóficas actuales. Agustín destaca en el ser humano un “sentido interior” o capacidad para volverse sobre sí mismo, que llama introspección. Por medio de ella observa su interior, su subjetividad o intimidad y se conoce a sí mismo. En este proceso de interiorización y autoconocimiento Agustín descubre una triple verdad irrefutable sobre el ser humano, que le sirve para rebatir el escepticismo: 1) Somos, porque es evidente que cometo errores; si no existiera no podría cometerlos. 2) Conocemos, porque, aunque las cosas que conozco fueran falsas, es innegable que las conozco, aunque sea de forma equivocada. Luego, al menos, puedo afirmar que conozco cosas falsas (Sócrates: «Solo sé que no sé nada»). 3) Amamos (amar en el doble sentido de ‘amor’, sentimiento amoroso, y ‘querer’, como acto de la voluntad19) , porque puedo equivocarme en lo que amo o quiero, es decir, que lo amado o querido no responda a mis expectativas, pero el hecho de amarlo o quererlo sigue siendo auténtico y verdadero. Por tanto, para Agustín, al igual que para Sócrates, la verdad se encuentra en el interior del alma y hay que sacarla al exterior20. La verdad absoluta, eterna, inmutable (que conduce a Dios) no puede hallarse en los acontecimientos externos que percibimos a nuestro alrededor (esta realidad empírica es cambiante y contingente). Es preciso, por tanto, que la conciencia reflexione sobre sí misma, que se vuelva autoconciencia. Al hacerlo el hombre descubre en su alma verdades que por su condición limitada y contingente no pueden proceder de él21. Por tanto, concluye Agustín, estas verdades deben proceder de Dios. La búsqueda de uno mismo conduce a encontrar a Dios22, pues el ser humano está hecho a su imagen. Ahora bien, el hallazgo de Dios en la interioridad del alma lleva a Agustín a otro descubrimiento importante para la antropología filosófica. Se trata de la libertad interior, presente en el conflicto interno de la voluntad, por un lado, apegada a lo mundano y, por otro, deseosa de Dios. Este conflicto entre querer y no-querer era desconocido para la filosofía griega. En conclusión, la importancia del planteamiento antropológico de Agustín radica en que no apunta a una idea abstracta o genérica del ser humano, sino al “yo concreto”, a la conciencia de sí mismo, el individuo irrepetible que somos cada uno. 3.- La sustancia pensante de Descartes El giro subjetivista y epistemológico de la modernidad llevó a un replanteamiento de la concepción del ser humano. René Descartes (1596-1650), considerado el padre de la filosofía moderna y del Racionalismo, elaboró una antropología filosófica que rompía con el paradigma aristotélico-tomista, que había predominado desde el Siglo XII y se basaba en la idea de teleología o finalismo y en un concepto de hombre como unidad sustancial de cuerpo y alma. Frente a este paradigma, Descartes, partidario de la nueva ciencia de Galileo, propone un modelo mecanicista, según el cual la naturaleza, de la que forma parte el ser humano, es concebida como si fuera una máquina, de modo que todos los procesos y cambios naturales son concebidos como producto de la acción necesaria de unas causas que actúan como si fueran los distintos mecanismos de cualquier máquina. El mecanicismo es determinista, puesto que sostiene que todos los fenómenos naturales están causalmente determinados, de manera que no podrían ser de un modo diferente y podrían predecirse con exactitud los estados siguientes. Además, el mecanicismo excluye las cualidades secundarias, es decir, aquellas que no pueden ser traducidas a ecuaciones matemáticas. Ahora bien, Descartes se encuentra con un problema, pues si el hombre es parte del universo y, como tal, está sometido a las mismas leyes y causas que todos sus seres, no hay lugar para la libertad humana ni para la disparidad. Para resolver este problema de la libertad sin salirse del paradigma de la física moderna, Descartes distingue tres tipos de sustancias23 o realidades: sustancia infinita (Dios)24, sustancia pensante (alma)25 y sustancia extensa26. En consecuencia, Descartes se acoge al dualismo y sostiene que el ser humano es un compuesto de las sustancias pensante y extensa. Como sustancia extensa, está sometido a las leyes físicas y funciona como una máquina (un autómata), al igual que los animales. Como sustancia pensante, es libre, capaz de pensar y dar órdenes al cuerpo-máquina. Al diferenciar estos dos ámbitos en el ser humano, Descartes salva el problema de la libertad; sin embargo, surge otro, que es el de la comunicación o relación entre alma y cuerpo27. Descartes creyó encontrar la solución en la glándula pineal o epífisis, donde, según él, tendría lugar el contacto entre ambas sustancias, que posibilitaría su interacción. De la antropología filosófica de Descartes cabe destacar su concepción del ser humano como fundamentalmente alma, mente, pensamiento. Esto es así porque considera que lo primero de lo que tenemos conciencia clara y segura es de que somos seres o sustancias pensantes. Según él, podemos dudar de los conocimientos relativos a nuestro cuerpo e incluso de la realidad exterior, pero lo que es indudable es que pienso; y aunque el contenido de esos pensamientos sea dudoso, es absolutamente verdadero que estoy pensando. En consecuencia, existo, aunque solo sea como ser pensante: «Pienso, luego existo».  4.- El mecanicismo materialista del Siglo XVIII En el Siglo XVIII, con la aparición de las ideas ilustradas, el dualismo cartesiano29 fue puesto en duda. Surgíó entonces una teoría alternativa basada en el materialismo, que sosténía que el ser humano estaba constituido por una única realidad, el cuerpo. De ahí su nombre, monismo materialista. Esta teoría aceptaba el mecanicismo de Descartes, es decir, que los animales y el cuerpo humano son máquinas, pero rechazaba la existencia de una sustancia pensante o alma. Entre sus defensores destacó J. O. De La Mettrie (1709-1751)30. Según este, el cuerpo, como única realidad material y sensible, tiene en sí un principio de movimiento por el que se explicarían todos los fenómenos psíquicos correspondientes a las funciones corporales. Por tanto, la sustancia alma y la sustancia cuerpo son una misma cosa sin necesidad de distinguir entre ellas ni recurrir a ninguna clase de paralelismo31 . Con este planteamiento La Mettrie resolvíó el problema de la comunicación entre sustancias (pensante y extensa). Sin embargo, es insuficiente para explicar la conciencia32 o algunos sentimientos y emociones. En cualquier caso, se adelantó a las tesis desarrolladas posteriormente por el evolucionismo (Darwin), según las cuales entre el ser humano y los animales no habría una diferencia cualitativa, es decir, de naturaleza, sino solamente de grado. 5.- Voluntad frente a mecanicismo La principal objeción contra el mecanicismo materialista se encuentra en la voluntad. Si admitimos su existencia, las personas no pueden ser solo máquinas biológicas. La voluntad es la facultad o capacidad humana para querer, en el sentido de desear o preferir. Para que tal acto de elección tenga lugar es necesario que exista otra alternativa equilibrada, es decir, una contravoluntad; de lo contrario, nuestra elección estaría determinada, decantada en una dirección, y no podríamos hablar de querer o no querer tal o cual cosa. Además, la voluntad está ligada a la conciencia: una acción voluntaria es una acción consciente, requiere de la colaboración expresa de la persona que la lleva a cabo. Por tanto, la idea de voluntad choca directamente con el determinismo que caracteriza al mecanicismo, es decir, con la conexión causal y necesaria de los acontecimientos. (Ni el reloj más perfecto ni la planta más evolucionada tienen capacidad para querer). En cambio, la voluntad está estrechamente relacionada con la libertad, que es lo opuesto a la necesidad, es decir, lo que no puede ser de otra manera. La libertad es la capacidad humana de la espontaneidad, de iniciar algo nuevo, de crear. Por tanto, está fuera de toda determinación. La libertad está relacionada con la posibilidad del error (Descartes) y hace posibles la moral33 y la dignidad humana. Por ello, la libertad (y la voluntad) es un elemento definitorio de lo humano. 6.- El ser humano como proyecto Una corriente filosófica que pone el acento en la libertad como carácterística principal del ser humano es el existencialismo. Sus principales representantes son Karl Jaspers (1883-1969), Martín Heidegger (1889-1976) y Jean-Paúl Sartre (1905-1980). Para estos filósofos el ser humano carece de esencia, es decir, no tiene unas carácterísticas o cualidades predeterminadas que digan qué o quién es. Por ello su esencia debe ser construida durante su vida. Es decir, su existencia precede a su esencia. El ser humano es «arrojado al mundo» (Heidegger), a través de su existencia debe hacerse a sí mismo y para ello se ve obligado a elegir constantemente. De ahí la importancia de la libertad. Como dice Sartre, «Estamos condenados a ser libres». Eso significa que el ser humano es un proyecto abierto, que su esencia está por determinar. Desde su nacimiento el hombre es un ser independiente, pero todavía no se ha definido; por ejemplo, no es ni valiente ni cobarde, ni sincero ni mentiroso, ni sociable ni retraído, ni artista, ni comerciante, etcétera. Solo es un proyecto por hacer, una posibilidad siempre abierta, mediante el cual debe comprenderse, encontrar un sentido y lograr una existencia auténtica, su esencia, y para eso cuenta con su libertad. Resumiendo, para el existencialismo el ser humano construye su propia esencia a través de las elecciones que libremente hace a lo largo de su vida. 7.- El papel de la afectividad en la antropología filosófica Tradicionalmente la filosofía dio más importancia a la razón que a los afectos, incluso los consideró un obstáculo para la actividad intelectual35. Sin embargo, esta opinión ha ido cambiando con el paso del tiempo, sobre todo, desde el Siglo XIX. La causa de este cambio hay que buscarla en la valoración del papel de la afectividad en la comprensión del hombre. Se trata de otra dimensión más de la compleja realidad humana, que también nos define e incluso interactúa con la razón. Y es que las emociones y los sentimientos desempeñan un papel notable en los procesos intelectuales: – Influyen en la toma de decisiones. La razón se ve afectada por ellos hasta el punto de que no reflexionamos o juzgamos igual cuando estamos afectados por algún sentimiento o emoción que cuando no lo estamos. Por ejemplo, si me siento muy optimista, puedo subestimar el riesgo en determinadas situaciones. – Las emociones y sentimientos pueden ser reacciones a la interpretación que hacemos de hechos y situaciones. Un mismo hecho puede provocar emociones diferentes. Por ejemplo, si creo que alguien me ha empujado deliberadamente, me enfadaré, pero si creo que no lo ha hecho a propósito porque ha tropezado, no me enfadaré. – Pueden influir directamente en nuestras acciones o inhibirlas. Por ejemplo, si siento vergüenza delante de un grupo de personas puedo permanecer callado y no dar mi opinión. – Las emociones y sentimientos positivos y agradables pueden convertirse en fines de nuestra conducta, de manera que buscaremos que se repitan los comportamientos o situaciones que nos los proporcionen. Por ejemplo, si la compañía de una persona me hace sentir a gusto, trataré de que esto vuelva a suceder. No obstante, a propósito de esta última idea, algunos autores sostienen que no hay afectos positivos o negativos, sino personas que saben hacer un uso adecuado de ellos y otras que no. Es el caso de Daniel Goleman (1946-), quien con su concepto de «inteligencia emocional» se refiere a la habilidad de reconocer los propios sentimientos y emociones, así como los de los otros, y saber gestionarlos para adaptarnos a una situación o lograr un objetivo. Por tanto, se rompe con la tradicional concepción de la inteligencia, que la reducía a las capacidades cognitivas y a la resolución de problemas (razón instrumental), a la vez que se pone de manifiesto el papel de la afectividad en las relaciones sociales, un elemento clave para comprender al ser humano.

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