09 Oct
Las Guerras del Opio: El Comienzo del «Siglo de la Humillación»
Contexto: El Desequilibrio Comercial con Gran Bretaña
A comienzos del siglo XIX, el Imperio chino, regido por la dinastía Qing, mantenía una política comercial muy restrictiva, concentrada en pocos puertos como Cantón y con escaso interés por los productos extranjeros. Gran Bretaña importaba grandes volúmenes de té, seda y porcelana, y debía pagarlos en plata, acumulando un déficit que preocupaba a las autoridades y a los comerciantes británicos. Para equilibrar la balanza comercial, los británicos promovieron la entrada de opio cultivado en la India. Aunque su consumo estaba prohibido en China desde finales del siglo XVIII, el contrabando creció con rapidez y tuvo efectos sociales y económicos devastadores:
- Expansión de la adicción entre la población.
- Corrupción generalizada de los funcionarios.
- Ruina de artesanos locales.
- Salida sostenida de plata que debilitó las finanzas imperiales.
El emperador nombró a un prefecto para reprimir el tráfico, quien confiscó las partidas de opio y ordenó su destrucción arrojándolas al mar. Los comerciantes británicos denunciaron el hecho como un abuso de la autoridad china y como una expropiación contraria a la «libertad de comercio»; alegaron que se les había arrebatado propiedad legítima y exigieron una respuesta firme de Londres. Ese reclamo ayudó a justificar la intervención militar británica.
La Primera Guerra del Opio (1839-1842) y el Tratado de Nankín
La Primera Guerra del Opio (1839-1842) expuso la brecha tecnológica entre ambos Estados: la flota británica, con buques a vapor y artillería moderna, se impuso con rapidez a las fuerzas chinas, mal equipadas y organizadas según criterios tradicionales. La derrota obligó a China a firmar el Tratado de Nankín (1842). Este tratado impuso duras condiciones, como el pago de indemnizaciones, la cesión de Hong Kong a Gran Bretaña, la apertura de cinco puertos al comercio exterior y la extraterritorialidad para los súbditos británicos, que ya no serían juzgados por la ley china. Fue el primero de los llamados «tratados desiguales» y simbolizó una pérdida concreta de soberanía.
La Segunda Guerra del Opio (1856-1860) y la Profundización de la Crisis
Lejos de cerrarse, el conflicto se agravó. En 1856, el incidente del buque Arrow brindó el pretexto para un segundo enfrentamiento. La Segunda Guerra del Opio (1856-1860) contó con la participación conjunta de Gran Bretaña y Francia. Las fuerzas anglo-francesas ocuparon Cantón, avanzaron hacia el norte y, en 1860, saquearon e incendiaron el Antiguo Palacio de Verano en Pekín, un gesto de enorme carga simbólica que humilló profundamente al poder imperial.
Los acuerdos que marcaron el final del conflicto ampliaron las concesiones anteriores: se abrieron once puertos adicionales, se instalaron legaciones diplomáticas permanentes en la capital, se permitió la libre circulación de misioneros y, en la práctica, se legalizó el comercio de opio. Hubo nuevas indemnizaciones y cesiones territoriales. Con ello, el control efectivo de China sobre su comercio exterior, su justicia y sus aduanas quedó severamente limitado. La dependencia respecto de las potencias extranjeras se volvió evidente y difícil de revertir.
Consecuencias a Largo Plazo
Las consecuencias internas fueron profundas y duraderas. El Estado Qing perdió ingresos y capacidad de decisión fiscal, el tejido social se resintió por la difusión del consumo de opio y la autoridad política fue cuestionada por amplios sectores de la sociedad. En ese clima de fragilidad estalló la Rebelión Taiping (1850-1864), una guerra civil devastadora que desangró regiones enteras del sur y mostró la dificultad del gobierno para sostener simultáneamente el orden interno y la defensa frente a las presiones externas.
A partir de estas guerras, la historiografía china identifica el inicio del «siglo de las humillaciones» (1839-1949), un período marcado por tratados desiguales, esferas de influencia extranjeras y constantes recordatorios del atraso militar y administrativo frente a Occidente y, más tarde, frente a Japón. La experiencia dejó dos lecciones centrales para los reformadores: sin modernización institucional, tecnológica y fiscal no había modo de recuperar la soberanía; y sin legitimidad política, la apertura impuesta desde afuera solo profundizaría la dependencia y la crisis social. Las Guerras del Opio fueron, así, un punto de inflexión y no un episodio aislado.
La Caída del Imperio Chino: De la Dinastía Qing a la República
Factores Externos e Internos del Declive
La caída del Imperio chino fue el resultado de un proceso prolongado en el que convergieron derrotas externas, crisis fiscales, rebeliones internas y la aparición de proyectos políticos modernos que cuestionaron la monarquía. La dinastía Qing, de origen manchú, había consolidado un territorio vastísimo, pero desde mediados del siglo XIX sus fundamentos comenzaron a erosionarse. Las Guerras del Opio y los tratados desiguales impusieron la apertura forzada de puertos, la extraterritorialidad y la injerencia extranjera en ámbitos clave como las aduanas y los ferrocarriles. Varias potencias establecieron esferas de influencia y concesiones en ciudades portuarias, reduciendo de hecho la soberanía efectiva del Estado en zonas estratégicas.
Esta restricción externa se combinó con problemas internos persistentes: una administración ineficiente, atraso militar, presiones demográficas y un profundo malestar social, especialmente en regiones donde los impuestos y las exacciones se volvieron insoportables para campesinos y artesanos. En ese contexto, la Rebelión Taiping (1850-1864) alcanzó dimensiones excepcionales: controló vastas áreas del sur, movilizó a millones de personas y provocó una mortandad catastrófica. Su represión agotó los recursos humanos y financieros del imperio y obligó a las autoridades a pactar con élites regionales, fortaleciendo milicias locales y señoríos provinciales. Hacia finales del siglo XIX, la Rebelión de los Bóxers (1899-1901) expresó un rechazo popular hacia la presencia extranjera y los misioneros. La intervención de una alianza de ocho potencias la derrotó, impuso nuevas indemnizaciones y la presencia militar en Pekín, profundizando el desprestigio de la corte imperial.
La Derrota ante Japón y los Intentos de Reforma
La guerra sino-japonesa (1894-1895) añadió un factor decisivo. Japón, modernizado con rapidez, venció a China y obtuvo la cesión de Taiwán. Quedó claro que, sin reformas profundas, el imperio no podía sostenerse frente a rivales asiáticos y occidentales. Frente a esta acumulación de reveses, surgieron intentos de reforma: modernización del ejército, construcción de ferrocarriles, impulso industrial y proyectos constitucionales. Sin embargo, estos esfuerzos chocaron con las resistencias de la corte y con la falta de coordinación entre el gobierno central y las provincias.
La Revolución de Xinhai y el Fin del Orden Imperial
En ese ambiente crecieron las corrientes nacionalistas y republicanas. La figura de Sun Yat-sen y el Kuomintang (KMT) articuló un programa que combinaba unidad nacional, reforma política y desarrollo económico. En 1911, una serie de levantamientos y adhesiones provinciales desembocaron en la Revolución de Xinhai. En 1912, el último emperador, Puyi, abdicó y se proclamó la República de China.
La Era Republicana y la Guerra Civil
El fin del orden dinástico no resolvió de inmediato los problemas del país. China quedó fragmentada entre señores de la guerra y persistieron las injerencias extranjeras. La consolidación estatal resultó incompleta durante la primera etapa republicana. En 1921 se fundó el Partido Comunista Chino (PCCh). Tras una cooperación inicial con el Kuomintang para unificar el territorio, la alianza se rompió en 1927 y comenzó una larga guerra civil. El PCCh se replegó al campo y realizó la Larga Marcha (1934-1935), que consolidó el liderazgo de Mao Zedong.
Mientras tanto, Japón ocupó Manchuria en 1931 e inició una guerra total en 1937, con episodios tan brutales como la masacre de Nankín. Nacionalistas y comunistas formaron un frente unido contra la invasión, aunque las tensiones internas persistieron. Tras la Segunda Guerra Mundial, el conflicto interno se reanudó. En 1949, los comunistas proclamaron la República Popular China y el Kuomintang se retiró a Taiwán.
En suma, la caída del imperio no fue un derrumbe súbito, sino la etapa culminante de un proceso de pérdida de soberanía mediante tratados, desgaste fiscal y social, superioridad militar de rivales externos (incluido Japón) y la emergencia de fuerzas políticas modernas. El sistema dinástico fue reemplazado por un Estado que buscó reconstruir la unidad y la independencia sobre nuevas bases ideológicas e institucionales acordes con los desafíos del siglo XX.
El Gran Salto Adelante (1958-1962): La Utopía Industrial de Mao Zedong
Objetivos y Modelo Soviético
En la URSS se utilizaban frecuentemente los planes quinquenales, es decir, se establecían objetivos ambiciosos que debían cumplirse en un plazo de cinco años. Los ciudadanos debían trabajar duro para lograrlos por el bien de la nación, ya que si no se cumplían, la reputación del país se veía perjudicada. Esto generaba una gran desorganización y desesperación en la población. Una de las políticas más importantes de Mao, implementada para industrializar China, se organizó siguiendo este mismo sistema. Su objetivo era que en cinco años China se convirtiera en una potencia. En aquel momento, era un país muy pobre, por lo que se trataba de una política sumamente ambiciosa.
Mao puso especial énfasis en la industria pesada; no buscó desarrollar la industria de consumo (televisores, heladeras, etc.), sino que pretendía que China se convirtiera en uno de los mayores productores de acero, a la par de la URSS y Estados Unidos, e incluso que llegara a superar a la Unión Soviética. Para lograrlo, Mao decidió cooperar con la URSS, que proveería a China de maquinaria y técnicos especializados. A cambio, China debía enviar trigo para alimentar a la población soviética. Por lo tanto, no solo era necesario aumentar la producción de acero, sino también la de trigo. Este ambicioso plan se denominó el Gran Salto Adelante, y Mao se identificó plenamente con él. Sin embargo, llevarlo a cabo no fue sencillo y pronto surgieron numerosos problemas que condujeron a su fracaso.
El Fracaso Agrícola: La Campaña contra los Gorriones
Uno de los mayores problemas estuvo relacionado con la producción de trigo. En China existían gorriones que se alimentaban de los granos sembrados. Mao los designó como una plaga y ordenó su exterminio. Quien matara un gorrión recibiría una recompensa, por lo que la población se volcó con entusiasmo en la tarea. Se emplearon diversos métodos para acabar con ellos: algunos los cazaban con hondas, mientras que otros los mantenían en vuelo mediante ruidos constantes hasta que, exhaustos, morían. La campaña resultó en la eliminación masiva de gorriones, pero no se previó una consecuencia clave: estas aves también se alimentaban de insectos que atacaban los cultivos. Sin gorriones, las cosechas quedaron expuestas a plagas que devoraban mucho más grano del que antes consumían los pájaros. Para combatirlas, se recurrió a plaguicidas que exterminaban indiscriminadamente tanto insectos dañinos como abejas, lo que obligó a las personas a polinizar manualmente, con un esfuerzo enorme. Finalmente, Mao se vio obligado a importar gorriones desde la URSS.
La Gran Hambruna y el Desastre Industrial
Como resultado, la producción de trigo disminuyó drásticamente, a pesar de que el objetivo era aumentarla. Para mantener la moral y estimular la competencia entre pueblos, el gobierno difundía fotografías trucadas que mostraban falsas cosechas abundantes. Al reunirse con Mao, los líderes locales, temerosos de dañar la reputación de sus aldeas, se comprometían a producir cantidades irreales de grano. Alcanzar esos niveles era imposible, pero también temían las represalias de Mao si no cumplían con lo pactado. En las aldeas, la producción era comunal. Como incentivo, se otorgaba más comida a quienes más producían. Todo lo que se generaba por encima de las cuotas exigidas por el Estado servía como alimento adicional para la comunidad.
Sin embargo, el resultado fue una hambruna devastadora en la que murieron entre 20 y 30 millones de personas. Los más afectados fueron los ancianos, las mujeres embarazadas, los niños y, en general, quienes menos producían. Para sobrevivir, muchas personas se vieron forzadas a actos desesperados, incluida la prostitución a cambio de comida.
Al mismo tiempo, la producción de acero también presentó graves problemas. Aunque se logró fundir grandes cantidades, la calidad era pésima. En las aldeas se construyeron hornos improvisados en los que la población fundía utensilios de hierro para transformarlos en acero. El resultado fue un material inútil, que no podía emplearse en la industria, mientras que los objetos originales, de gran utilidad en la vida cotidiana, se perdieron para siempre.
Consecuencias Políticas
En conclusión, aunque el Gran Salto Adelante permitió aumentar la producción de acero y promover cierta industrialización, también provocó la muerte de millones de personas. Mao se negó a admitir el fracaso de su política, ya que hacerlo habría significado reconocer un error personal. Los líderes, por miedo a represalias, tampoco se atrevieron a contradecirlo. Cuando finalmente se comprendió la magnitud del desastre, Mao fue apartado del poder. No fue ejecutado debido al fuerte apoyo popular con que contaba, pero quedó relegado a un papel simbólico. No obstante, su figura siguió siendo presentada como la de un gran héroe, lo que más adelante le permitió volver al poder gracias al respaldo de los jóvenes.
El Viaje de Nixon a China en 1972: Un Giro en la Guerra Fría
Contexto: Aislamiento Chino y Estrategia Estadounidense
Richard Nixon fue presidente de Estados Unidos entre 1969 y 1974, en plena Guerra Fría. Su gobierno estuvo marcado por la rivalidad con la Unión Soviética, la continuación de la guerra de Vietnam y también por el famoso escándalo Watergate, que finalmente lo obligó a renunciar en 1974. A pesar de ese polémico final, uno de los mayores logros de su presidencia fue el acercamiento diplomático con la República Popular China, un hecho histórico que cambió el rumbo de las relaciones internacionales.
Desde 1949, cuando Mao Zedong proclamó la República Popular China tras la victoria comunista en la guerra civil, Estados Unidos se había negado a reconocer a Pekín como el gobierno legítimo. En cambio, apoyaba al Kuomintang, el partido nacionalista que se había refugiado en Taiwán después de su derrota. Durante más de veinte años, Washington consideró a Taiwán como la «verdadera China», mientras que la China continental quedaba aislada de casi todos los organismos internacionales. Sin embargo, hacia finales de los años sesenta, esta postura ya no era sostenible. La población y el territorio de la República Popular eran demasiado importantes para ignorarlos. Además, la relación entre Pekín y Moscú estaba completamente rota, al punto de que en 1969 se produjeron enfrentamientos militares en la frontera. Para Nixon, ese conflicto entre los dos gigantes comunistas abría una oportunidad estratégica: si lograba acercarse a China, podía debilitar a la Unión Soviética y, al mismo tiempo, reducir el apoyo que Mao daba a Vietnam del Norte, en plena guerra contra Estados Unidos.
La Realpolitik de Nixon y Kissinger
La decisión sorprendió a muchos porque Nixon siempre había sido un fuerte anticomunista, pero él y su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, aplicaron lo que se conoce como Realpolitik, una forma de hacer política exterior de manera pragmática. En lugar de dejarse guiar por cuestiones morales o ideológicas, la Realpolitik busca lo que más conviene en términos de intereses nacionales. Para Nixon, seguir ignorando a China era un error: aunque fuese una dictadura comunista, era preferible negociar y abrir relaciones, ya que había demasiado en juego en lo político, lo económico y lo militar.
El Acercamiento Diplomático y el Comunicado de Shanghái
En 1971, Kissinger viajó secretamente a Pekín y se reunió con Zhou Enlai, primer ministro chino, para comenzar a negociar. El tema más delicado era Taiwán. Para Mao, la cuestión no era negociable: solo existía una China, y su capital estaba en Pekín. La solución fue deliberadamente ambigua: Estados Unidos aceptó la política de «una sola China», aunque mantuvo vínculos no oficiales con Taipéi. Ese mismo año, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó a favor de retirar a Taiwán de su asiento y entregárselo a la República Popular, que desde entonces pasó a ocupar un lugar permanente en el Consejo de Seguridad, con derecho a veto. Fue un golpe durísimo para el gobierno de Chiang Kai-shek en Taiwán, que a partir de ese momento quedó mucho más aislado internacionalmente.
El momento clave llegó en febrero de 1972, cuando Nixon viajó oficialmente a China. Fue recibido por Mao Zedong y se firmó el Comunicado de Shanghái, donde ambos países establecieron las bases de una relación más cercana. Estados Unidos reconocía la política de «una sola China» y la República Popular se comprometía a abrir relaciones diplomáticas y comerciales con Washington. El impacto fue enorme: nadie esperaba que un presidente republicano y conocido por su anticomunismo se reuniera cara a cara con Mao. La visita fue transmitida en todo el mundo y dejó claro que el tablero de la Guerra Fría estaba cambiando.
Impacto y Consecuencias Globales
El acercamiento tuvo consecuencias importantes. Para China, fue la oportunidad de salir del aislamiento y empezar a ser reconocida como una potencia mundial. Para Estados Unidos, significó dividir al bloque comunista y ganar ventaja frente a la Unión Soviética, que de pronto debía preocuparse tanto por Washington como por Pekín. Además, abrió un camino de relaciones comerciales que con los años se volvería fundamental. El viaje de Nixon a China fue, en definitiva, un punto de inflexión en la historia del siglo XX. Rompió con más de veinte años de enemistad y transformó el equilibrio global al formar un nuevo triángulo estratégico entre Estados Unidos, la URSS y China. Para Nixon fue el mayor logro de su presidencia, aunque poco después su carrera se viera opacada por el Watergate. Para Mao fue la oportunidad de reforzar su liderazgo y darle a China un lugar de prestigio en el escenario internacional. Lo interesante es que todo esto demuestra que, incluso en plena Guerra Fría, lo que más pesaba no eran las ideologías, sino los intereses prácticos, y que a veces un movimiento inesperado puede cambiar por completo la historia.
Deng Xiaoping y la Modernización de China
El Fin de la Era Maoísta y el Ascenso de Deng
En 1976 murió Mao Zedong, el líder que había gobernado China durante casi treinta años. Su fallecimiento abrió una etapa de incertidumbre, porque nadie tenía claro quién iba a continuar al mando de un país tan grande y complejo. Durante los últimos tiempos de Mao había surgido un grupo de dirigentes radicales conocido como la Banda de los Cuatro, liderado por Jiang Qing, la viuda de Mao. Este grupo tenía una fama oscura, pues había sido responsable de muchas de las persecuciones, prisiones y muertes de la Revolución Cultural. Apenas murió Mao, gran parte del Partido Comunista se unió en su contra y los acusaron por los crímenes cometidos. Fueron juzgados públicamente y condenados: algunos a muerte y otros a largas penas de prisión. Jiang Qing recibió cadena perpetua, aunque años más tarde se suicidó en la cárcel. Con la derrota de la Banda de los Cuatro se cerró definitivamente la etapa más violenta del maoísmo y apareció una nueva figura que marcaría la historia moderna de China: Deng Xiaoping.
Deng había tenido varios enfrentamientos con Mao y en distintos momentos de su vida había sido apartado del poder. Sin embargo, tras la muerte del líder, consiguió imponerse dentro del Partido gracias a su habilidad política y a la necesidad de iniciar cambios profundos. A diferencia de Mao, que veía el comunismo como una especie de religión que debía practicarse sin desviaciones, Deng era mucho más pragmático. Su objetivo principal era sacar a China de la pobreza extrema en la que se encontraba, aunque para eso tuviera que admitir ciertas ideas capitalistas. Una de sus frases más conocidas fue: «No importa de qué color sea el gato, lo importante es que cace ratones». Con esto quería decir que lo relevante no era si una medida era comunista o capitalista, sino si servía para mejorar la economía y la vida de la gente.
Las Reformas Económicas: «Socialismo con Características Chinas»
Con esta mentalidad, Deng empezó un proceso de reformas que cambió completamente el rumbo del país. Por un lado, permitió la creación de pequeñas empresas privadas, algo que durante el maoísmo estaba terminantemente prohibido. También autorizó que empresas extranjeras, especialmente de Estados Unidos, se instalaran en China. Para atraerlas, creó zonas económicas especiales, donde no se pagaban impuestos y las condiciones laborales eran muy flexibles. A las compañías estadounidenses les convenía mucho producir allí porque los salarios eran bajísimos y no existían leyes laborales estrictas. A China también le convenía, porque esas inversiones generaban empleos y reducían el desempleo. Además, los chinos empezaron a aprender cómo funcionaban las industrias modernas. Muchas veces copiaban los productos o directamente espiaban la tecnología de las empresas extranjeras, en lo que se conoce como espionaje industrial.
Al principio, los productos fabricados en China tenían fama de ser de mala calidad. Sin embargo, eran tan baratos que resultaban convenientes, incluso si duraban menos. Con el tiempo, la calidad fue mejorando, y poco a poco China pasó de ser un país pobre y atrasado a convertirse en una potencia industrial capaz de producir de todo: desde electrodomésticos hasta aviones, autos eléctricos e incluso tecnología espacial. Deng fue clave en este proceso, porque supo abrir el país al mundo sin abandonar completamente la ideología comunista.
La Política del Hijo Único y su Impacto Social
Otro aspecto muy importante de su gobierno fue la política del hijo único, implementada a finales de los años setenta. China era en ese momento el país más poblado del mundo y, además, uno de los más pobres, por lo que el crecimiento demográfico era un gran problema. Para controlarlo, se estableció que cada pareja podía tener solo un hijo. El gobierno lo promocionaba con campañas donde se mostraba la idea de que las familias con un solo hijo eran modernas y felices. Incluso ponían estrellas en las puertas de las casas para distinguir a quienes cumplían con la norma, como si fueran ciudadanos ejemplares.
Sin embargo, detrás de esa propaganda también había medidas muy duras. Si una familia tenía más de un hijo, debía pagar fuertes multas, y en algunos casos el segundo hijo no tenía derechos legales, no podía ir a la escuela o ni siquiera era registrado. Hubo abortos forzados, esterilizaciones obligatorias y hasta casos en que los bebés eran enviados a orfanatos. En el campo, muchas familias escondían a sus hijos, y dado que en la cultura china tradicional se valoraba más tener hijos varones, muchas niñas fueron víctimas de abortos selectivos, abandono o incluso venta. Para evitarlo, el gobierno prohibió las ecografías, aunque algunos médicos las hacían en secreto.
Con el paso de los años, esta política generó consecuencias graves. Se produjo un desequilibrio entre hombres y mujeres, sobre todo en las zonas rurales. También apareció el problema de una población que envejecía rápidamente, con pocos jóvenes para mantener a una enorme cantidad de ancianos. Para obligar a los hijos a cuidar a sus padres, se estableció una ley que prohibía abandonarlos. Aunque la política del hijo único ayudó a reducir la pobreza, a largo plazo complicó la economía. Por eso, en los años siguientes se fue flexibilizando, primero con la política de dos hijos y después con la de tres.
Legado Político y la Masacre de Tiananmén
Durante su gobierno, Deng también buscó normalizar la imagen de Mao. Admitió que había cometido errores, pero reconoció que había sido fundamental para fundar la República Popular China. Se puso fin al culto a la personalidad de Mao, aunque el Partido Comunista mantuvo su poder absoluto y no permitió que se abrieran espacios de democracia. El socialismo siguió siendo la base política del país, pero la economía dio un giro hacia la apertura. En 1984 se firmó el Tratado anglo-chino con el Reino Unido, por el cual se acordó que Hong Kong, que todavía estaba bajo dominio británico, volvería a China en 1997. Se estableció que tendría autonomía bajo la fórmula «un país, dos sistemas», aunque con el tiempo esa autonomía se fue reduciendo.
Las reformas de Deng despertaron grandes expectativas entre los jóvenes, que pensaban que tarde o temprano también habría más libertades políticas. Esto llevó a las protestas de 1989 en la plaza de Tiananmén, donde miles de estudiantes reclamaban democracia. El gobierno respondió con una brutal represión: mandó al ejército a desalojar la plaza y hubo cientos de muertos. Ese hecho dejó claro que, a pesar de las reformas económicas, en lo político el Partido Comunista no iba a permitir cambios profundos. En conclusión, Deng Xiaoping transformó a China con una mezcla de socialismo y apertura capitalista. Logró sacar al país de la pobreza extrema, lo integró a la economía mundial y lo puso en el camino de convertirse en una superpotencia. Pero, al mismo tiempo, mantuvo un control político estricto y no permitió que las reformas alcanzaran al sistema de gobierno.

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