16 May

Transformaciones Económicas en la España del Siglo XIX

La economía española del siglo XIX y principios del XX se caracterizó sobre todo por su atraso y lento crecimiento con respecto a los países industrializados europeos, Estados Unidos y Japón. Entre los factores que contribuyeron a ello estuvieron la falta de capitales para financiar las innovaciones técnicas en la industria; la difícil orografía de España; el lento crecimiento demográfico; la escasez y dispersión de materias primas y fuentes de energía; y la inestabilidad política del país, que se vio inmerso en diferentes conflictos militares.

La Agricultura Española del Siglo XIX

Durante el siglo XIX España siguió siendo un país esencialmente agrario. El sector agrario se caracterizó por el estancamiento de la producción, el atraso tecnológico y la existencia de una propiedad que no se podía vender. A esto hay que añadir que la actividad ganadera presentaba una mayor importancia y limitaba la libertad de los cultivos. Para intentar solucionar esta problemática, y tomando como referencia el modelo de la Francia revolucionaria, en España se inició un proceso desamortizador consistente en nacionalizar los bienes de la Iglesia o de los municipios, para posteriormente ponerlos a la venta mediante subasta pública. Este proceso se convirtió en la pieza fundamental de la transformación agraria española del siglo XIX.

Los primeros intentos desamortizadores tuvieron lugar desde 1798 durante el gobierno de Godoy, afectaron a los bienes de la iglesia, y sanearon en parte la Hacienda real. Posteriormente se continuó este proceso durante el reinado de José I, con tierras del clero regular y de la aristocracia contraria a la ocupación francesa. También las Cortes de Cádiz aprobaron un decreto desamortizador, que no llegó a ponerse en práctica por la llegada de Fernando VII, aunque sí llegó a aplicarse durante el Trienio.

Tras la muerte de Fernando VII en 1833 y la formación de los primeros gobiernos liberales durante la Regencia de María Cristina, España vivió una profunda transformación en la agricultura en el que se modificó el régimen de propiedad de la tierra y se introdujeron las primeras innovaciones técnicas. El régimen de propiedad de la tierra se modificó a través de las desamortizaciones eclesiásticas y civiles realizadas sobre todo por Mendizábal (1836) y Madoz (1855), en el que miles de propiedades salieron al mercado, el problema es que éstas fueron compradas mayoritariamente por los que ya las tenían, evitando que muchos campesinos pudieran hacerse con ellas.

A pesar de esto, la reforma agraria liberal trajo consigo un aumento de la superficie cultivada y un incremento de los rendimientos y de la productividad, en el que destacaron los cultivos del trigo, la vid y el olivo. También aumentó la especialización regional con la patata y el maíz en el norte, los cultivos arbustivos de la franja mediterránea y los cereales de las dos mesetas. Los productos más exportados fueron el vino, el aceite y los cítricos.

En el último cuarto del siglo XIX, el todavía escaso nivel técnico, los bajos rendimientos y la mejora de las comunicaciones (abarataron las importaciones de cereal) terminaron por afectar al sector agrícola y motivaron una gran crisis. Para intentar frenarla, en el año 1891 se aplicó una política proteccionista (tarifa arancelaria), que lo único que hizo fue tapar aún más los verdaderos problemas del sector agrario español. Hasta comienzos del siglo XX no se inició una lenta transformación de los modos de producción, que aceleraron la especialización, bajaron los costes y aumentaron enormemente la productividad agrícola.

La Industria Española del Siglo XIX

La industrialización española durante el siglo XIX fue bastante tardía con respecto al Reino Unido y el resto de países europeos. Desde finales del siglo XVIII, la producción manufacturera española fue de carácter artesanal y de ámbito local (fábricas de indianas en Cataluña). Fue a partir de 1833, con las primeras medidas liberales moderadas, cuando comenzó a darse un despegue industrial fruto de la compra de tecnología extranjera. Si analizamos el desarrollo de la industria española por sectores, esta presentó como rasgo fundamental su concentración en áreas geográficas concretas:

  • Sector Textil Algodonero Catalán

    Fue el único que había iniciado la industrialización hacia el año 1830, gracias al importante desarrollo comercial y manufacturero que ya había vivido en el siglo XVIII. Este hecho fue posible por la protección arancelaria y las innovaciones tecnológicas (máquinas de hilar y telares mecánicos movidos por vapor). Durante la primera mitad del siglo XIX, el aumento de la producción, rendimientos y mejora de las comunicaciones, hicieron que Barcelona se convirtiera en el principal centro de la industria textil algodonera española. A esto contribuyó su buena situación para la entrada de carbón y la concentración financiera, ya que las nuevas técnicas requerían mayores inversiones de capital. Sin embargo, en la década de 1860 se produjo una recesión motivada por la desviación de capital hacia otras inversiones como el ferrocarril, la banca o las minas, a la que se unió la Guerra de Secesión en EE.UU., el mayor productor de algodón. El sector volvió a vivir un impulso desde el año 1882, sin embargo, la pérdida de las últimas colonias españolas en 1898 (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) supuso un duro impacto para la industria textil, que no se recuperaría hasta las primeras décadas del siglo XX.

  • Sector Siderúrgico Vasco

    La siderurgia española estuvo condicionada por la existencia de carbón y hierro, necesarios para su desarrollo, y de ahí que la explotación minera también tuvo mucho que ver. Ya desde la Antigüedad, España se caracterizó por su gran riqueza mineral, sin embargo, a pesar de esta riqueza de yacimientos, la minería española estuvo estancada durante casi todo el siglo XIX. Este hecho se produjo por la falta de demanda provocada por el atraso económico, la falta de capitales y tecnología necesarios y el fuerte intervencionismo del Estado que frenaba la inversión extranjera. Durante el Sexenio, la Ley de Bases de la Minería impulsó el sector minero, unido a la expansión del ferrocarril, la arquitectura del hierro, los nuevos aceros y la mecanización.

    En cuanto a la industria siderúrgica, a pesar de que tuvo su origen en Málaga y se desarrolló posteriormente en Asturias, en las últimas décadas del siglo XIX el principal foco siderúrgico español se desarrolló en el País Vasco. A esto contribuyó la utilización del sistema Bessemer para la producción del acero, que supuso una importante concentración de capitales en la que participaron socios británicos. De esta forma, los barcos que llevaban el mineral de hierro a Inglaterra, regresaban con un carbón galés más barato y de mejor calidad que el asturiano. A partir del año 1880 el sector siderúrgico vasco vivió una gran expansión, con la creación de varias empresas de gran nivel tecnológico y capacidad productiva, que más tarde se fusionaron y formaron los Altos Hornos de Vizcaya. El País Vasco, además, se convirtió en pionero de las nuevas formas de industrialización, a través de la concentración empresarial, la participación bancaria y el proteccionismo estatal.

  • Otros Sectores Industriales

    Además de la industria siderúrgica y textil, existieron también otros sectores en España, aunque con producción menor. En la industria agroalimentaria destacaron las fábricas de harina en Aragón y Castilla o las empresas productoras de vinos y alcoholes en Andalucía y Cataluña. En la industria papelera, durante el siglo XIX destacaron las de Guipúzcoa y Burgos. La industria minera, complementaria de la siderúrgica, vivió un importante crecimiento tras la Ley de Bases Mineras de 1868 y permitió la entrada de capital extranjero, destacando los yacimientos de Riotinto en Huelva (cobre) o Almadén (mercurio). También se produjo el desarrollo de nuevas fuentes de energía como la electricidad o el petróleo, aunque ya entrado el siglo XX.

El Desarrollo de los Transportes y Comunicaciones

España siempre se caracterizó por su complicada orografía, que dificultó el abastecimiento dentro del mercado nacional. Hasta finales del siglo XVIII el transporte peninsular fue caro y lento, limitándose únicamente a la red de caminos de ruedas. Esta situación cambió durante el Bienio Progresista (1854-1856), etapa en la que se dio un gran impulso a la construcción del ferrocarril. A partir de la Ley General de Ferrocarriles de 1855, se concedieron importantes ventajas para la construcción de líneas de ferrocarril, las cuales facilitaron la entrada de capital extranjero, permitieron una desgravación fiscal y otorgaron subvenciones en el coste de construcción. El resultado de esto fue que la red de ferrocarril español se consolidó y se construyeron las principales líneas, de tal forma que a finales del siglo XIX la red básica superaba ya los 13.000 km de vía. El ferrocarril supuso una auténtica revolución en los transportes y favoreció el intercambio de personas, abarató el transporte de mercancías y aumentó el comercio interior. No obstante, el ancho de vía del ferrocarril español fue mayor que en el resto de Europa, lo que fomentó el aislamiento.

Junto al ferrocarril, también se dieron otros avances en los transportes y comunicaciones durante el siglo XIX, en el que cabe destacar la extensión de la navegación de vapor (sobre todo en el País Vasco), la modernización de correos (utilización del sello) y el uso de la telegrafía eléctrica. Todo ello contribuyó a unificar el mercado nacional.

Las Reformas de la Hacienda y el Sector Financiero

Durante el siglo XIX, al igual que ocurrió en otros países de Europa, el Estado español asumió un fuerte protagonismo al intervenir en las decisiones económicas y fiscales, elementos clave de la transformación económica que se vivió en el país. Los problemas fiscales heredados del Antiguo Régimen trajeron consigo numerosos problemas, y a pesar de los intentos reformadores, todos acabaron fracasando. Sin embargo, la reforma fiscal de Mon-Santillán (1845) marcó un antes y un después en la Hacienda española, gracias a la introducción de dos tipos de impuestos: directos e indirectos, el establecimiento de unos Presupuestos Generales del Estado y la adopción de medidas para reducir la deuda pública.

También durante este siglo, el sistema financiero español vivió una etapa de transición hacia su modernización, que tuvo lugar en el siglo XX. En 1856 cabe destacar la creación del Banco de España, que tras la crisis financiera de 1866, asumió el monopolio de emisión de billetes, mientras que la banca privada fue desmantelada (solo quedaron cuatro bancos). A todos estos cambios se unió la implantación de la peseta como unidad monetaria en 1868, que venía a facilitar las transacciones económicas en el interior del país.

Contexto Político y el Manifiesto de Manzanares (1854)

Naturaleza del Texto y Contexto Histórico

Se trata de una proclama de naturaleza política que contribuyó a poner fin a la Década Moderada y a permitir el acceso al poder de los progresistas, durante un periodo corto, dos años, el llamado Bienio Progresista, que no dio tiempo para promulgar una nueva Constitución, pero sí para aprobar un conjunto de leyes de gran importancia para el desarrollo económico del país:

  • Ley de desamortización de Madoz de 1855
  • Ley General de Ferrocarriles de 1855
  • Ley de Bancos de emisión de 1856
  • Ley de Sociedades de crédito de 1856

La Década Moderada venía siendo monopolizada por los moderados, divididos, sin embargo, en grupos o facciones; al final, curiosamente, los enfrentamientos por controlar el poder no tuvieron lugar con el partido de la oposición, los progresistas, sino entre ellos mismos. Cuando el conde de San Luis (Sartorius) preside el último gobierno de la Década, las acusaciones de inmoralidad en la política ferroviaria llegan a su máximo. El gobierno responde recortando las pocas libertades. El descontento moviliza a un sector del ejército, con generales perseguidos por el gobierno de Sartorius. El mecanismo a favor del cambio se pone en acción. Es el pronunciamiento militar de los generales O’Donnell y Dulce, que fracasa tras un enfrentamiento contra las tropas del gobierno en Vicálvaro (la «Vicalvarada»). Las fuerzas pronunciadas, al no poder hacerse con la capital, se retiran hacia el sur y, en Manzanares, el entonces joven Cánovas del Castillo redactó un manifiesto, que firmó O’Donnell (7 de julio de 1854), cuya difusión permitió que la sublevación militar se transformara en una revolución popular. En Madrid se prendía fuego a las viviendas de Sartorius, José Salamanca, al palacio de María Cristina… La revolución de julio estaba en marcha. En distintas ciudades los progresistas formaban Juntas revolucionarias, organizaban la milicia nacional… La reina Isabel II solo tenía un camino: formar un gobierno dirigido por un progresista. En efecto, Espartero era el encargado de presidirlo, con O’Donnell como ministro de la guerra.

Idea Principal

El Manifiesto de Manzanares es una proclama cuyo contenido permitió unir a los progresistas al movimiento de repulsa contra el gobierno moderado, posibilitar el triunfo de la sublevación y permitir la constitución de un gobierno progresista. El reinado de Isabel II pasaba de la Década Moderada (1844-1854) al Bienio Progresista (1854-1856).

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