27 Feb

Funcionalidad social de la Historia

¿Por qué enseñar Historia en el aula? Siguiendo a Jorge Santayana, podemos empezar respondiendo a esta pregunta con su famosa máxima: “aquellos pueblos que no conocen su Historia se ven condenados a repetirla”. El conocimiento del pasado era la mejor fórmula para comprender el mundo que nos rodea y, a través de ello, tomar las decisiones más oportunas  y evitar aquellas consecuencias negativas mediante el análisis del pasado. Esta es una máxima que siempre se ha encontrado detrás de la enseñanza de la Historia, con independencia del alumno al que estuvieran dirigidas las  explicaciones. Los reyes eran instruidos en ella para poder ser mejores y, en la medida de lo posible, evitar los errores de sus antepasados.   De un modo similar se impartía la Historia como materia de conocimiento en las universidades a lo largo de la Edad Moderna. La Historia que se enseñaba trataba de transmitir los grandes acontecimientos y las figuras más relevantes del pasado con esa idea de enseñanzas de vida de las que extraer un conocimiento positivo y negativo. Con el paso del tiempo, sobre todo durante el Siglo XIX y la aparición del nacionalismo, se convirtió en un instrumento del poder para la transmisión e instalación de una serie de valores e ideas en la sociedad.  Esta concepción ideológica de una historia al servicio del estado-nacíón perduró durante mucho tiempo e incluso hasta nuestros días. También se utilizaban para legitimar y perpetuar un determinado orden social basado en desigualdades extremas,  limitando tradicionalmente a la mujer a papeles secundarios o únicamente a ámbitos como el de la santidad y la monarquía. La Historia nos aporta un decisivo conocimiento del pasado que nos permite evaluar el desarrollo del presente. Es un elemento fundamental dentro de nuestro curriculum escolar, puesto que desarrolla en buena medida la mente de los jóvenes y les ayuda a entender mejor el mundo que les rodea. El conocimiento de la Historia nos ejercita como ciudadanos y refuerza valores tan importantes como el respeto, la tolerancia y la libertad. Es un garante del bienestar social y de la paz. Pero hace falta que los saberes que se enseñen sean útiles. En este sentido, las ciencias sociales, la geografía y la historia son necesarias e imprescindibles, ya que contribuyen cualitativamente a una ciudadanía de calidad con capacidad de optar con más racionalidad. Este horizonte de utilidad y rentabilidad social no es el único. La historia tiene una rentabilidad directa para los más diversos aspectos de la vida cotidiana puede aplicarse continuamente para valorar y optar. Por otra parte, la cultura se ha convertido en una verdadera industria y en los países, regiones o comunidades con amplio patrimonio histórico-cultural, este se convierte en un activo económico. En la actualidad, hay una serie de problemas que afectan directamente al modo en que acometemos la difusión de nuestro pasado histórico:  – Pérdida de interés y valores entre los ciudadanos;  – deterioro económico en cultura;  – reducción o paralización presupuestaria en educación e investigación;  – sectorización de la oferta divulgativa.  Todos estos elementos tienen un elemento en común, el deterioro progresivo del compromiso social de la Historia. Se ensancha la grieta entre una sociedad que valora muy poco su pasado histórico y una disciplina que no siempre ha sabido adaptarse a las necesidades de una sociedad a la que es necesario instruir en todos sus niveles y no únicamente en determinadas capas: Partiendo de esta situación nace la necesidad de corregir esa situación actual y modernizar nuestra perspectiva. Lo primero de todo es reconocer los beneficios que la Historia produce sobre nuestra sociedad y hacer ver a sus habitantes que dichos beneficios existen y se pueden cuantificar a cierto plazo.Solo si la hacemos visible a los ojos de los demás, conseguiremos que la disciplina se sitúe en un lugar adecuado.  Por otra parte, no hay que desechar la posibilidad de desarrollar un planteamiento interdisciplinar en el proceso de aprendizaje/enseñanza de la Historia, tanto respecto al resto de Ciencias Sociales, como del resto de materias que se enseñen. Los resultados pueden ser más positivos si se establecen relaciones entre los contenidos y metodología de trabajo de la Historia con otras materias. De ese modo, el aprendizaje llega a ser completo y se comprende la diversidad y complejidad del mundo a través de la interrelación de conocimientos de unas materias y de otras. En este sentido, hay que tener en cuenta el factor inclusor de la Historia. Dentro de esa modernización ideológica estaría el alejamiento del paradigma memorístico y el desarrollo de un aprendizaje colaborativo y experimental a través del uso de fuentes de todo tipo en el aula o en la participación asistencia a recreaciones históricas bien fundamentadas, Este último caso presenta una serie de carácterísticas metodológicas que la hacen efectiva: 1) innovación a través del objeto palpable; y 2) impacto visual. En cuanto a la primera, entra en conflicto claro con la enseñanza tradicional, memorística. En el aprendizaje experimental los objetos no son distantes y bidimensionales, sino que son palpables y ofrecen una completa interacción, una enseñanza significativa, tanto para el docente, como para el alumno. Esa capacidad visual ofrece otra ventaja, que no es otra que el consumo de enormes cantidades de información sintetizada de forma simple. Estos objetos y actividades ofrecen una inmersión y una innovación que resulta muy sorprendente y llamativa, que ayuda a captar la atención de las personas y a introducirse mucho mejor en la materia de lo que podría obtenerse a través de un modelo tradicional. El objetivo es sobrepasar lo lúdico para aprovecharse de lo educativo y utilizar esta capacidad para sorprender y llamar la atención para ayudar a las personas a entender mejor cómo era una época.  Los diseños curriculares permiten una amplia gama de posibilidades sobre el papel, pero en la práctica no es tan sencillo. El problema radica en que  en las ciencias sociales se pretende abarcar contenidos máximos con horarios mínimos. Mientras esto sucede, una historia entendida en un sentido abierto, que supere la limitada experiencia tradicional, puede responder con cierta efectividad a las necesidades del momento. Existen importantes elementos comunes en el discurso académico de la historia. Se trata de un discurso elaborado desde cuatro posiciones etnocéntricas. La primera, de rango cultural. La segunda, hace del Estado-nacíón el eje explicativo de la historia. Un tercer factor responde a los valores propios de la clase media.  Y, cuarto, el androcentrismo. El modelo sería el del ciudadano multicultural. Es la plataforma para construir un nuevo sentido de cohesión social que integre tanto las exigencias del individualismo como las del comunitarismo. Hay que desplegar un reconocimiento simbólico de la diversidad desde dos perspectivas: la del carácter complejo y multidimensional de la identidad de cada individuo, y la del carácter plural de las identidades nacionales y culturales

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