19 Abr
El Giro Copernicano de Kant y la Crítica de la Razón Pura
El llamado «giro copernicano» de Immanuel Kant constituye una revolución en el ámbito de la Filosofía al cambiar el enfoque del conocimiento: en lugar de que este se ajuste a los objetos, Kant establece que son ellos los que se adaptan a las estructuras cognoscitivas del sujeto. Esta idea es el eje central de su Crítica de la razón pura, donde el filósofo analiza las diferentes condiciones que posibilitan el conocimiento.
Tipos de Juicios según Kant
En su estudio, Kant distingue tres tipos de juicios:
- Los analíticos a priori, que no amplían el conocimiento y son verdaderos por el análisis del sujeto y del predicado.
- Los sintéticos a posteriori, basados en la experiencia.
- Los sintéticos a priori, fundamentales para la ciencia, ya que amplían el conocimiento sobre el mundo y no dependen de la experiencia.
El Proceso del Conocimiento: Sensibilidad y Entendimiento
Además, Kant explica que el conocimiento comienza con la sensibilidad, que proporciona datos del mundo que nos rodea. Él supone que la organización de la información sensorial es posible gracias al espacio y al tiempo. Esto significa que, para Kant, estas no son realidades objetivas existentes en el mundo exterior, sino que son el marco que impone nuestra mente dentro del cual percibimos la realidad. Sin embargo, los datos sensoriales carecen de sentido sin el entendimiento, que los estructura mediante los conceptos a priori o categorías, siendo las más importantes la sustancia y la causa. La síntesis de la razón, entonces, consiste en la unión de ambas facultades, haciendo posible el conocimiento del mundo fenoménico.
Ciencia, Metafísica y los Límites del Conocimiento
Por otro lado, de acuerdo con Kant, tanto las matemáticas como la física son consideradas ciencia, puesto que ambas permiten elaborar juicios sintéticos a priori sobre el espacio y el tiempo, así como de las categorías de sustancia y causalidad, respectivamente. Sin embargo, la metafísica como ciencia resulta imposible, puesto que no disponemos de fenómenos relacionados con las tres grandes ideas reguladoras: el mundo, el alma y Dios.
Por último, Kant afirma que existe una gran diferencia entre el fenómeno (la cosa tal y como se nos muestra) y el noúmeno (la cosa en sí). Así, el conocimiento humano solo llega hasta el fenómeno, mientras que el noúmeno es incognoscible.
En conclusión, el giro copernicano de Kant supuso un antes y un después en la filosofía al establecer los límites y posibilidades de la razón humana en la búsqueda del conocimiento.
VERDAD
Desde tiempos antiguos, la humanidad se ha enfrentado al desafío de comprender el mundo en el que vive. ¿Es el conocimiento una capacidad innata que posee el ser humano o estamos condenados a una percepción limitada de la realidad? Muchos filósofos afirman que la realidad se puede alcanzar únicamente gracias a la experiencia sensible. Sin embargo, esta perspectiva no es del todo cierta, ya que la razón constituye el verdadero camino para adquirir un conocimiento coherente, que permite entender la realidad.
René Descartes y el Racionalismo
Uno de los principales defensores de esta última postura es René Descartes. Este establece que la razón es el fundamento de un conocimiento auténtico. Partiendo de la duda metódica, el filósofo busca una verdad segura e indudable, que encuentra en el famoso cógito: «Pienso, luego existo». Según él, la razón permite establecer verdades universales, como las que encontramos en las matemáticas. Además, Descartes sostiene que el conocimiento de la realidad es posible mediante ideas claras, que reflejan las verdades en su esencia al orden del mundo creado por un Dios perfecto e infinito. Esta forma de pensamiento corresponde al racionalismo.
Immanuel Kant: Síntesis de Racionalismo y Empirismo
Por otro lado, Immanuel Kant, en su Crítica de la razón pura, intenta conciliar tanto al empirismo como al racionalismo y propone que el conocimiento surge como fruto de la interacción entre los datos sensibles y las categorías o juicios a priori del entendimiento humano. Así, según Kant, aunque no somos capaces de acceder a la realidad en sí misma (noúmeno), la razón organiza la experiencia sensible en estructuras cognoscitivas. Esto permite que se adquiera un conocimiento seguro y fiable del mundo fenoménico. De esta manera, el filósofo ilustrado demuestra que la razón tiene un papel esencial en la construcción del conocimiento, aunque reconoce ciertos límites intrínsecos.
Guillermo de Ockham y el Nominalismo
En contraposición a la perspectiva mencionada anteriormente se sitúa Guillermo de Ockham, precursor del nominalismo. Este argumenta que la experiencia ofrece la única forma válida de conocer la realidad que nos rodea. Según él, la razón no puede trascender lo particular para alcanzar verdades universales acerca de la realidad, ya que estas son meras construcciones conceptuales que utilizamos para hacer referencia a varios individuos particulares semejantes entre sí. Además, la propuesta ética propuesta por Ockham insiste en el carácter contingente de las normas morales, que podrían haber sido distintas por completo si Dios lo hubiera deseado. Por esta razón, el filósofo niega la existencia de una ley natural, comprensible de manera racional, ya que condiciona y limita la absoluta omnipotencia divina.
Conclusión sobre la Verdad y la Razón
En conclusión, a pesar de las limitaciones de la razón, señaladas por Guillermo de Ockham, esta sigue siendo una herramienta esencial para conocer la realidad, tal como afirman las teorías de Descartes y Kant. La interacción entre la experiencia y el razonamiento permite construir una visión coherente acerca del mundo. Sin embargo, queda abierta una pregunta importante: ¿existen algunos aspectos de la realidad que permanecerán siempre inaccesibles a la razón humana? Para abordar esta cuestión, se podría fomentar un enfoque interdisciplinario que combine la filosofía con áreas como la neurociencia o la inteligencia artificial. Estas disciplinas podrían intentar explorar los límites cognitivos del ser humano y desarrollar herramientas tecnológicas para intentar ampliar nuestra capacidad de comprensión.
JUSTICIA
La prioridad de la sociedad ha sido un tema bastante recurrente en la historia de la filosofía, dividiendo a los diferentes pensadores entre quienes consideran que esta es fruto de un pacto racional y aquellos que defienden que el hombre es un ser sociable por naturaleza. Sin embargo, las estructuras sociales requieren acuerdos concretos y explícitos para superar los conflictos y establecer el orden colectivo, de manera que el papel de un pacto social se convierte en uno fundamental.
Thomas Hobbes y el Contrato Social
Entre los principales defensores de esta teoría, también conocida con el nombre de «contractualismo«, se encuentra Thomas Hobbes. En su obra Leviatán establece que en el estado de naturaleza, los seres humanos vivían en constante conflicto, motivado por el egoísmo y el miedo. Según su interpretación, el individuo compite con los demás para obtener lo que necesita en una cruel lucha de todos contra todos, donde no existe ningún límite establecido a lo que se puede hacer o no. Para poner fin a esta guerra eterna, los individuos deciden firmar un convenio, denominado «contrato social«, en el que es necesario que todos renuncien a utilizar la fuerza como arma contra los demás.
Sin embargo, este acuerdo solo es eficaz si existe alguna figura lo suficientemente poderosa como para aplicar lo tratado. Este poder centralizado le corresponde al soberano, total y absoluto. Por tanto, este contrato social, según Hobbes, constituye la base de una sociedad y no surge de forma natural, sino que es una solución racional de un conflicto.
Jean-Jacques Rousseau y la Voluntad General
Por otro lado, el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau refuerza esta perspectiva propuesta por Thomas Hobbes al argumentar que la sociedad es el resultado de un acuerdo entre sus individuos, que buscan la igualdad y la libertad.
No obstante, es necesario llevar a cabo un pacto social diferente: en lugar de entregar el poder a alguien en concreto, Rousseau propone que cada uno ceda su libertad al colectivo.
El Ilustrado propone este nuevo planteamiento debido a que la civilización había corrompido al ser humano, pero no era viable volver a su estado de naturaleza. Así, la sociedad, entendida como un trato, permite a los ciudadanos preservar su libertad al someterse a la «voluntad general«, expresión del sentir de los individuos en la medida en que tienen como objetivo el bien común. Este concepto, indivisible e inalienable, regula el interés colectivo y asegura la justicia en una sociedad.
Aristóteles y la Sociabilidad Natural
En contraposición a esta visión, Aristóteles, en su obra Política, afirma que el ser humano es social por naturaleza. Vivir con las demás personas forma parte de nuestra condición humana ya que los seres humanos no somos autosuficientes, sino que necesitamos formar parte de una sociedad para sobrevivir y para ser humanos, porque el lenguaje y la razón se desarrollan en contacto con otros humanos. Para el filósofo, el individuo encuentra su realización en la vida comunitaria, sin necesidad de establecer un pacto formal para justificar y regular la convivencia.
Conclusión sobre la Justicia y el Pacto Social
En conclusión, aunque la perspectiva aristotélica subraya la importancia de la sociabilidad humana, las visiones de Hobbes y Rousseau evidencian el papel de un acuerdo racional con el objetivo de superar desigualdades y permitir una convivencia pacífica en una sociedad. Esta diversidad de posturas plantea una cuestión bastante interesante: ¿cómo deben estructurarse los pactos sociales contemporáneos para garantizar tanto la justicia como la libertad en sociedades cada vez más complejas? Para llegar a obtener la respuesta más adecuada y avanzar en este sentido, sería necesario fomentar un diálogo interdisciplinario.
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