15 Abr

El Renacimiento en España

En España, el Renacimiento se manifiesta con características propias, coexistiendo la tradición religiosa con la nueva valoración del mundo, y lo nacional con las corrientes europeas. En el ámbito literario, se distinguen dos periodos:

  • Primer Renacimiento (I mitad del siglo XVI): Comprende el reinado de Carlos I de España y V de Alemania (1516-1556). Es una época de esplendor y prosperidad económica, abierta a las corrientes culturales europeas. El poeta más destacado es Garcilaso de la Vega.
  • Segundo Renacimiento (2.ª mitad del siglo XVI): Coincide con el reinado de Felipe II (1556-1598). Este monarca, imbuido por el espíritu de la Contrarreforma, ejerce una fuerte censura con el propósito de evitar el contagio de las ideas protestantes. Los poetas más relevantes son Fray Luis de León y San Juan de la Cruz.

La Poesía del Renacimiento

La lírica culta del Renacimiento nace de la confluencia de dos corrientes: la tradición castellana de los cancioneros y la poesía italianizante. Ambas procedían, en última instancia, de una misma fuente: la lírica provenzal.

Métrica y Lenguaje Poético

El Renacimiento emplea, combinado con el heptasílabo, el verso endecasílabo. Se trata de un metro que, por su flexibilidad rítmica, resulta muy apto para la expresión de ese nuevo lirismo más hondo y conmovedor. Estos dos metros constituyen la base de modelos estróficos desconocidos hasta entonces en la poesía española. Son los siguientes:

Estrofas

La lira (7a-||B-7a-7b-||B), la octava real (I |A-I|B-I 1A-I 1B-I1A-I IB-TIC-I1C), los tercetos encadenados (IIA-||B-IA/ 1IB-IIC-I|B /IIC-IID-1IC/|ID-I|E-||D/ 1IE-IIF-IE/|IF-IIG-I IF..); la estancia (Combinación de versos heptasílabos y endecasílabos distribuidos a gusto del poeta). La rima es consonante.

Poemas Estróficos

La canción (constituida por un número variable de estancias) y el soneto, poema de 14 versos endecasílabos, distribuidos en dos cuartetos (ABBA/ABBA) y dos tercetos (en estos, la disposición de las rimas varía). La rima es consonante.


En cuanto al lenguaje poético, los poetas del Renacimiento siguen el precepto clásico de ajustarse a las leyes de la naturaleza, huyendo siempre de la afectación y el amaneramiento. Ello se traduce en un estilo marcado por la sobriedad expresiva, la naturalidad, la selección y la elegancia. Este ideal clásico persiste a lo largo del siglo XVI y se manifiesta en Garcilaso, Fray Luis o San Juan de la Cruz. Pero en la segunda mitad, y en torno a Fernando de Herrera, los poetas de la escuela sevillana intensifican los recursos formales, iniciando así la ruptura del equilibrio clásico entre expresión y contenido, y dando lugar a una tendencia estilística denominada manierismo, precursora del culteranismo barroco.

Temas y Tendencias Poéticas

Si tenemos en cuenta los temas que cultiva, podemos clasificar la lírica culta del Renacimiento en las siguientes tendencias:

  • La poesía petrarquista: el amor, la naturaleza y la mitología.
  • La poesía ascético-moral: la huida del mundo y el ansia de trascendencia.
  • La poesía mística: la unión del alma con Dios.
  • La poesía patriótica y la épica culta: el ideal patriótico.

La Poesía Petrarquista

Con el petrarquismo culmina el proceso de espiritualización que experimenta el amor cortés de los trovadores provenzales. Ese proceso se inicia con el dolce stil nuovo a finales del Siglo XII. Petrarca, a mediados del siglo XV, incorpora elementos innovadores: el análisis minucioso de las galerías del alma, la fusión lírica con la naturaleza y la sinceridad en la expresión del sentimiento.

Por último, los seguidores italianos de Petrarca de principios del siglo XVI enriquecen esa tradición poética con componentes neoplatónicos.

Varios temas son recurrentes en esta tendencia poética: el amor, el tópico del Carpe diem, la naturaleza y la mitología.

El Amor

El amor es un anhelo de belleza: según la filosofía neoplatónica, Dios, que es la belleza y la bondad supremas, se proyecta sobre todas las criaturas. La amada es, pues, un reflejo de la divinidad: su belleza y su bondad son destellos de la belleza y la bondad divinas. Esa divinización de la amada conduce a la consideración del amor como un acto de adoración, de veneración, de culto casi religioso que impulsa al poeta a proclamar las perfecciones físicas y espirituales de la dama, pero de un modo impreciso, mediatizado por el principio de la discreción cortés.


Ante los requerimientos del poeta, la amada responde con indiferencia: adopta una actitud esquiva, distante. El enamorado, afligido por la condición inalcanzable de su amor y consciente de la imposibilidad de dejar de amar (porque ese es su destino), experimenta un dolor insufrible, pero, al mismo tiempo, gozoso. Reacciona, según las circunstancias, de las siguientes maneras: Entre lamentos, le reprocha a su amada su condición esquiva. Rehúye toda compañía y se refugia en la naturaleza. Se recluye en sí mismo y analiza minuciosamente sus estados de ánimo (introspección amorosa).

La Plasmación de la Belleza

La exaltación de la belleza femenina se plasma en un retrato poético de la amada generalmente circunscrito al busto (cabeza, cuello y hombros) y ajustado a unos cánones estéticos preestablecidos.

  • Se trata de un retrato físico.
  • Se produce la sustitución metafórica de la cualidad aplicada al rasgo corporal por un elemento de la naturaleza (metales o piedras preciosas, luz, flores…); así, los cabellos rubios de la dama son «cabellos de oro».
  • Se trata de metáforas estéticamente ascendentes: el elemento de la naturaleza que sustituye a la cualidad es más hermoso que esta. La repetición incesante de este retrato poético conduce al tópico: los poetas renacentistas no solo describen a la dama de la misma manera, sino que, además, utilizan las mismas imágenes para referirse a la belleza femenina (metáforas lexicalizadas).

El Carpe Diem

Uno de los tópicos más difundidos durante el Renacimiento es el carpe diem ‘aprovecha el día’, que adapta al ámbito amoroso el precepto horaciano del disfrute del momento presente. Su concreción literaria se formula en estos términos: el poeta se dirige a una joven, instándole a gozar de la juventud antes de que el tiempo marchite su belleza.

La Naturaleza

La naturaleza renacentista es apacible, agradable, armoniosa, poéticamente ideada con arreglo a los presupuestos estéticos del neoplatonismo, que ve reflejada en ella la belleza del Creador. Los elementos que conforman ese paisaje estilizado (locus amoenus) son, habitualmente: una espesa arboleda poblada de sauces, pinos, robles y encinas por cuyos troncos trepa la hiedra hasta lo más alto y a cuya sombra crecen las flores, que impregnan con su delicado aroma el paisaje; de una fuente cercana brota un arroyo de agua cristalina que discurre lentamente por el prado produciendo un manso ruido; en esta verde selva, donde apenas penetran los rayos de sol, pasta tranquilamente el ganado, y una brisa fresca y perfumada acaricia las ramas de los árboles; allí se posan las aves que, con sus dulces trinos, inundan de armonía el paraje invitando al ser humano a sumirse en un plácido sueño.


Ese remanso de paz y armonía, cuyos referentes literarios más directos están en las Bucólicas y las Geórgicas del poeta latino Virgilio, se erige en testigo del sufrimiento amoroso del poeta, disfrazado de pastor; en su presencia el enamorado eleva sus quejas por el rechazo y la indiferencia de la amada. La naturaleza se muestra, unas veces, impasible y distante, ajena al dolor humano; otras, en cambio, se conmueve y resulta la confidente ideal de su aflicción.

La Mitología

El mundo fascinante de la mitología clásica impresiona al hombre renacentista por su desbordante vitalismo, su sensualidad y su belleza, y así descubre en las Metamorfosis de Ovidio una fuente inagotable de motivos de inspiración. Los mitos clásicos cumplen, pues, una función estética, ornamental, pero no solo eso: cuando acude a ellos para inspirarse, el poeta escoge aquellos episodios cuyo significado mantenga alguna relación con su propio conflicto sentimental (función simbólica). Así la historia de Dafne, transformada en laurel cuando el dios Apolo, enamorado de ella, la perseguía, simboliza el amor inalcanzable; el viaje del músico Orfeo a los Infiernos en busca de su amada esposa Eurídice, muerta por mordedura de una serpiente, representa la inquebrantable fidelidad amorosa, que es capaz de vencer a la muerte.

La Poesía Ascético-Moral

Durante el segundo Renacimiento (segunda mitad del siglo XVI) se produce, favorecida por el clima de espiritualidad que vive la época, la cristianización de las tendencias paganizantes que habían inspirado las creaciones literarias de la primera mitad del siglo. Como consecuencia de ello, aparecen dos manifestaciones poéticas de carácter religioso: la mística (de la que hablaremos luego) y la poesía ascético-moral.

En esta última confluyen, cristianizadas, una amalgama de corrientes filosóficas (el platonismo, el epicureísmo horaciano, el estoicismo y el pitagorismo) cuyo tratamiento literario se centra en la huida del hombre de este mundo y su deseo de trascender y de fundirse con la eternidad. El hombre vive encarcelado en la prisión del mundo, donde imperan el caos y la discordia, los vicios y los bienes engañosos, la inquietud y el desasosiego. Para evadirse de la cárcel terrenal debe iniciar un recorrido purificador a través de:

  • La práctica de la virtud (fortaleza, prudencia, templanza).
  • La dedicación al estudio y al trabajo intelectual, en busca del conocimiento último de las cosas (el otium sanctum, como diría Fray Luis).
  • El contacto directo con la naturaleza, que constituye el refugio acogedor para aquel que, huyendo del mundanal ruido, busca en ella el sosiego y la paz espiritual. La fuente literaria de esta interpretación hay que buscarla en Horacio


, autor de una Oda en la que exalta la aurea mediocritas de quien, apartándose de las intrigas y ambiciones mundanas, se recluye en el campo, donde disfruta de una vida placentera y sosegada.

La expresión beatus ille, con la que el poeta latino inicia esa conocida obra, y cuyo significado es ‘feliz aquel’, ha dado nombre a un motivo que cobró rápidamente gran auge en la España del siglo XVI: Garcilaso, en su Égloga I, recrea el tópico y, más tarde, Fray Luis de León vuelve a tratarlo en su famosa Oda a la vida retirada. Y, por último, la percepción del arte musical, que, según los pitagóricos, purifica el espíritu, como la medicina purga el cuerpo.

La Poesía Mística

La poesía mística describe la experiencia, difícilmente expresable, de la unión del alma con Dios. Esa experiencia mística:

  • Exige un proceso previo de purificación (ascética), a través del cual el alma, con la renuncia y la penitencia, se desentiende del mundo y busca la perfección moral.
  • No depende de la voluntad humana: es una gracia divina; solo unos cuantos elegidos están llamados a vivir la unión mística con Dios.
  • Es extática (de éxtasis): el alma, al fundirse con la divinidad, se sumerge en un estado de arrobamiento, de embelesamiento en el que cesa la actividad de los sentidos y se desconecta del mundo circundante.
  • Es inefable: el poeta es incapaz de encerrar en palabras el cúmulo de sensaciones vividas en ese estado de enajenación mística. Para describirlo, recurre al símbolo, la alegoría, la paradoja y la antítesis.

Las grandes figuras de la mística son Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. La obra poética de Santa Teresa de Jesús (1515-1582) se reduce a unas breves composiciones que no son lo más logrado de su actividad. Su consagración literaria la alcanza, sin embargo, con la prosa. La mayor parte de sus obras en prosa responde a un contenido religioso divulgativo y dirigido al pueblo llano. Su estilo sencillo, cercano a la oralidad, se caracteriza por su espontaneidad y ausencia de artificios. Entre su producción hay que destacar El libro de su vida, que es una biografía espiritual, y Camino de perfección, libro de avisos y consejos cristianos dedicados a sus hermanas, las monjas. El castillo interior o Las Moradas es la obra más cercana al misticismo: en ella describe los siete grados de oración que corresponden a las siete moradas que debe atravesar el alma hasta llegar a la séptima, donde se alcanza la unión con Dios.

Deja un comentario