24 Jun

¡Escribe tu texto aqLAS CATACUMBAS

CON LAS PERSECUCIONES, AL NO PODER PROFESAR ABIERTAMENTE SU FE, LOS CRISTIANOS SE VALÍAN DE SÍMBOLOS QUE PINTABAN EN LOS MUROS DE LAS CATACUMBAS Y, CON MAYOR FRECUENCIA, GRABABAN EN LAS LÁPIDAS DE MÁRMOL QUE CERRABAN LAS TUMBAS.

LOS SÍMBOLOS MÁS IMPORTANTES SON EL BUEN PASTOR, LA ORANTE, EL MONOGRAMA DE CRISTO Y EL PEZ

EL BUEN PASTOR CON LA OVEJA SOBRE LOS HOMBROS REPRESENTA A CRISTO SALVADOR Y AL ALMA QUE HA SALVADO. ESTE SÍMBOLO SE ENCUENTRA CON FRECUENCIA EN LOS FRESCOS, EN LOS RELIEVES DE LOS SARCÓFAGOS, EN LAS ESTATUAS, ASÍ COMO GRABADO SOBRE LAS TUMBAS.

LA ORANTE: ESTA FIGURA, REPRESENTADA CON LOS BRAZOS ABIERTOS, ES SÍMBOLO DEL ALMA QUE VIVE YA EN LA PAZ DIVINA

EL MONOGRAMA DE CRISTO ESTÁ FORMADO POR DOS LETRAS DEL ALFABETO GRIEGO: LA X (JI) Y LA P (RO) SUPERPUESTAS. SON LAS DOS PRIMERAS LETRAS DE LA PALABRA GRIEGA «CHRISTÒS» (JRISTÓS), ES DECIR, CRISTO. ESTE MONOGRAMA, PUESTO EN UNA TUMBA, INDICABA QUE EL DIFUNTO ERA CRISTIANO.

EL PEZ. EN GRIEGO SE DICE «IXTHYS» (IJZÝS). PUESTAS EN VERTICAL, ESTAS LETRAS FORMAN UN ACRÓSTICO: «IESÚS JRISTÓS, ZEÚ YIÓS, SOTÉR» = Jesucristo, HIJO DE Dios, SALVADOR. ACRÓSTICO ES UNA PALABRA GRIEGA QUE SIGNIFICA LA PRIMERA LETRA DE CADA LÍNEA O PÁRRAFO. ES UN SÍMBOLO MUY DIFUNDIDO DE CRISTO, EMBLEMA Y COMPENDIO DE LA FE CRISTIANA.

OTROS SÍMBOLOS SON LA PALOMA, EL ALFA Y LA OMEGA, EL ANCLA, EL AVE FÉNIX, ETC

LA PALOMA CON EL RAMO DE OLIVO EN EL PICO ES SÍMBOLO DEL ALMA EN LA PAZ DIVINA

EL ALFA Y LA OMEGA SON LA PRIMERA Y LA ÚLTIMA LETRA DEL ALFABETO GRIEGO. SIGNIFICAN QUE CRISTO ES EL PRINCIPIO Y EL FIN DE TODAS LAS COSAS.

EL ANCLA ES EL SÍMBOLO DE LA SALVACIÓN, SÍMBOLO DEL ALMA QUE HA ALCANZADO FELIZMENTE EL PUERTO DE LA ETERNIDAD

EL AVE FÉNIX, AVE MÍTICA DE Arabía QUE, SEGÚN CREÍAN LOS ANTIGUOS, RENACE DE SUS CENIZAS DESPUÉS DE UN DETERMINADO NÚMERO DE SIGLOS, ES EL SÍMBOLO DE LA RESURRECCIÓN.

LOS SÍMBOLOS Y LOS FRESCOS SON COMO UN EVANGELIO EN MINIATURA, UNA SÍNTESIS DE LA FE CRISTIANA

LAS CATACUMBAS EN Roma: ORIGEN CEMENTERIOS CRISTIANOS

Las catacumbas son los antiguos cementerios subterráneos usados durante algún tiempo por las comunidades cristianas y hebreas, sobre todo en Roma. Las catacumbas cristianas, que son las más numerosas, tuvieron sus comienzos en el siglo segundo y sus ampliaciones continuaron hasta la primera mitad del quinto.

En su origen fueron sólo lugar de sepultura, pero más tarde se utilizaron para protegerse de las persecuciones de algunos emperadores romanos que los consideraban enemigos del Imperio.
Los cristianos se reunían en ellas para practicar su culto, celebrar los ritos de los funerales y los aniversarios de los mártires y de los difuntos.

LOS CRISTIANOS CONSIDERADOS ENEMIGOS DEL Imperio ROMANO: “Como me han perseguido a Mí, os perseguirán a vosotros”, así lo había anunciado Cristo a los primeros adeptos de su religión, y efectivamente, los primeros cristianos se encontraron frente a la hostilidad del Imperio Romano. Tal actitud hostil de parte de las autoridades del Imperio se debía al hecho de que el cristianismo se opónía en pleno a las concepciones paganas sobre las cuales se basaba el Imperio Romano.

Para los miembros de la sociedad romana, política y religión eran una sola cosa: el emperador, cabeza del Estado, era divinizado y consiguientemente adorado como un Dios.

Para los cristianos, en cambio, el único Ser digno de adoración era el verdadero Dios que está en los cielos, y por lo tanto ellos se negaban de modo absoluto a participar del culto al emperador.

“Dad al César (o sea, al emperador) lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, había dicho Jesús; es decir, una cosa era el respeto y obediencia y pago de tributos al emperador, y otra distinta la adoración a Dios. Era entonces inevitable que los cristianos, puesto que se negaban a seguir lo principios de la religión romana, viniesen a ser considerados enemigos del Imperio y, como tales, sancionados con severísimas penas.

Las catacumbas están formadas por galerías subterráneas, que parecen verdaderos laberintos y que en conjunto alcanzan a medir muchos kilómetros.

En las paredes de toba de este

intrincado sistema de galerías se excavaron filas de nichos rectangulares, llamados lóculos, de diferentes dimensiones, capaces de albergar un solo cadáver, aunque no era raro que contuviesen dos o más.

En Roma, los cristianos celebraban sus ritos en condiciones de clandestinidad. Su condición de religión monoteísta, que no reconocía los dioses tradicionales romanos ni aceptaba el culto al emperador, le supuso la hostilidad tanto del pueblo como de las autoridades políticas. La sencillez de sus ritos y ceremonias, a su vez, fue vista con desdén por los sectores intelectuales romanos.

Las catacumbas fueron primeros lugares de culto, y en la antigüedad el principal lugar de culto de un santo era su tumba.
Los creyentes se esmeraban en recoger sus restos —huesos, cenizas calcinadas, cadáver, objetos, elementos de su tortura, ropa e incluso sangre que había caído y se mezclaba con tierra—, los guardaban en recipientes sellados y los depositaban en las catacumbas o en tumbas secretas.

Se habían construido complicados laberintos bajo el suelo de Roma de la misma forma que en mejor escala se construyeron en París y fueron conocidos con el nombre de catacumbas.

Así, las catacumbas, fueron construidas presuntamente por los primeros cristianos para depositar sus muertos, celebrar su culto y procurarse un asilo temporal en los tiempos de persecución.

Cuando fallecía un santo o mártir no sólo se recogía y guardaban los restos y su sangre, sino también toda una serie de objetos que pertenecían a él y se convertían en reliquias, como podían ser los mismos instrumentos que habían servido para torturarle. También fueron reliquias la cruz en la que murió Jesucristo, los clavos con los que se le clavó, la corona de espinos que se le impuso, etc.

En Roma existen algo más que sesenta, con los nombres de los santos enterrados en ellas. Otras han adquirido su nombre de las localidades donde se ubican o de los poseedores de los terrenos o de los fundadores de ellas, por lo que algunos nombres son completamente desconocidos.

Para descender a las catacumbas se utilizaban escaleras que, en algunos casos se podían retirar. Sus entradas estaban cerca de templos o en lugares de difícil acceso. Incluso había algunas que se entraba por cementerios a través de falsas tumbas. Algunas de estas catacumbas tenían varios pisos con largos pasillos angostos. Los nichos estaban instalados a lo largo de las paredes, y en algunos casos los pasillos se ensanchaban para albergar cámaras sepulcrales.

Algunas llegaban a disponer de pozos y cisternas. En realidad, las catacumbas se convertían en auténticos laberintos y aún hoy se considera peligroso adentrarse en ellas sin la compañía de un guía experimentado. Es de suponer que las tropas romanas no tenían mucho interés en realizar incursiones en estos laberintos, donde se expónían a perderse, moverse con dificultad y atravesar muchos riesgos por la detención de unos cuantos cristianos.

Durante las persecuciones sirvieron, en casos excepcionales, como lugar de refugio momentáneo para la celebración de la Eucaristía. Los cristianos no las usaron como lugar para esconderse; esto es pura leyenda y una ficción en novelas y películas. Terminadas las persecuciones, las catacumbas se convirtieron, sobre todo en tiempo del papa San Dámaso I ( 366-384), en verdaderos santuarios de los mártires, centros de devoción y de peregrinación desde todas las partes del Imperio romano.

En las catacumbas existían criptas en las que se reunían los fieles. En algunos casos no lo hacían sólo por motivos religiosos, sino que también realizaban asambleas en las que discutían otros temas. Todo ello se realizaba iluminándose con lámparas de arcillas colocadas sobre repisas.

Los amigos y los familiares de los fallecidos celebraban reuniones en el aniversario de la muerte del mártir o el santo en torno a sus restos, ya depositados en la catacumba.
Incluso se realizaban inscripciones en la tumba para precisar el lugar donde se encontraban los restos del martirizado o santo.

Las catacumbas: Eran cementerios subterráneos excavados en antiguas canteras, que gozaban de protección legal. Pronto sirvieron de refugio durante las persecuciones adquirieron un valor religioso consagrado por los restos de los muertos. En ellas se desarrolló el primer arte cristiano, con murales y relieves en sarcófagos de estilo tardorromano. Imagen Catacumbas de San Genaro, Nápoles

Cuando terminó la persecución los santos empezaron a ser enterrados en iglesias, ermitas u otros lugares, muchos fueron sacados de las catacumbas y llevados a lugares de más fácil acceso para permitir la peregrinación. En muchas tumbas de santos construidas en descampados se producían importantes peregrinaciones, especialmente, en la fecha de su muerte. En esas fechas se celebraban fiestas y poco a poco se fueron construyendo iglesias sobre las tumbas para albergar las reliquias y asegurar una celebración más digna de los santos patrones de la localidad.

TRIUNFO DEL CRISTIANISMO Las atroces persecuciones no alcanzaron en modo alguno la finalidad que se había prefijado el gobierno romano, es decir, la de impedir la difusión del cristianismo. En realidad, los cristianos fueron cada vez más.

Hacia el siglo IV, la décima parte de la población del Imperio se había convertido al cristianismo: había cristianos en el ejército, en la administración del Estado, y hasta en la propia familia imperial.

El emperador Galerio debíó reconocer que el Imperio Romano había salido plenamente derrotado de la larga lucha contra el cristianismo: en el año 311 publicó un edicto por el cual daba fin a las persecuciones y acordaba a los cristianos la libertad de reuníón. Dos años más tarde, los emperadores Constantino y Licinio promulgaban en Milán un edicto que concedía a los cristianos la más completa libertad para practicar su religión.

Y después de transcurridos unos pocos años más, he aquí el gran triunfo de la religión de Jesús: en el año 380, el emperador Teodosio I declaró que la única religión oficial del Imperio debía ser la cristiana.

ALGO MAS… La excavación de las catacumbas, proceso que se prolongó durante varios siglos, fue obra de un colectivo de fossores o cavadores. Todavía se pueden apreciar las señales de los picos que utilizaban para excavar los pasadizos en la roca blanda.

A mediados del siglo III, cuando la Iglesia sufríó una fuerte persecución, debíó incrementarse el número de fossores, con el fin de ampliar el laberinto de túneles. Se conocen unos 40 conjuntos diferentes de catacumbas, la mayoría de ellos muy cerca de las principales vías de acceso a la ciudad.

Resulta difícil calcular la longitud total de los túneles, ya que se ramifican y desvían por varios niveles, formando un verdadero laberinto, pero desde luego es considerable.

Los fossores que construyeron las catacumbas llevaban una vida triste y lúgubre, recluidos en estrechos túneles sin más compañía que los muertos. No era trabajo para pusilánimes. En ocasiones, se les pedía que excavaran cámaras subterráneas, de 3 metros o más de lado, que servían como criptas para familias enteras. Es muy probable que algunos de ellos obtuvieran ingresos complementarios robando cualquier objeto de valor que hubiera en las tumbas más antiguas y abandonadas.

Más adelante, cuando Roma fue ocupada por sucesivas oleadas de invasores, la existencia de las catacumbas cayó en el olvido, y nadie las visitó durante cientos de años. El responsable de su redescubrimiento, a principios del Siglo XVII, fue un entusiasta llamado Antonio Bosio, que, al parecer, había dedicado la mayor

parte de su vida, desde los 20 años de edad, a la búsqueda de las catacumbas.

Salía a pie por el centro de Roma y dedicaba días enteros a buscar entradas a las catacumbas. Descubríó unas 30, y publicó sus hallazgos en el libro Roma Sotterranea (Roma subterránea). Hasta el Siglo XIX no se realizaron estudios arqueológicos rigurosos.

En 1854, cuando el arqueólogo G. B. De Rossi comunicó al papa Pío IX que se habían encontrado las tumbas de varios antiguos papas, el pontífice al principio se negó a creerlo. Pero las inscripciones no dejaban lugar a dudas: aquéllas eran, efectivamente, las sepulturas de cinco papas del siglo III.uí!

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