07 Sep

Diálogo entre Calidoro y Pséudolo: Un Amor en Apuros

Pséudolo: Si, callando de ti, pudiera yo saber con más certeza, amo, de qué miserias te atormentan tan míseramente, gustosamente me habría ahorrado el trabajo de preguntarte y a ti de responderme; ahora, puesto que esto no puede ser, la necesidad me obliga a preguntarte una y otra vez. Respóndeme: ¿cuál es la razón por la que tú, sin aliento desde hace días, llevas contigo estas tablillas de un lado para otro, las lavas con lágrimas y no me haces partícipe de tu pensamiento? Habla, para que lo que ignoro ahora lo sepa contigo.

Calidoro: Soy desgraciado, Pséudolo.

Pséudolo: ¡Que Júpiter te impida esto, Calidoro!

Calidoro: Nada tiene que ver esto con el juicio de Júpiter: soy azotado bajo el reino de Venus, no el de Júpiter.

Pséudolo: ¿Me permites saber qué es esto? Pues hasta ahora me has tenido como consejero de tus confesiones.

Calidoro: Ahora mi ánimo es el mismo.

Pséudolo: Hazme saber qué te ocurre: te ayudaré con dinero, con un servicio o con un buen consejo.

Calidoro: Toma estas tablillas y lee por ti mismo qué desgracia y preocupación me consume.

Pséudolo: Un deseo se acrecienta. Pero, por favor, ¿qué es esto?

Calidoro: ¿Qué es?

Pséudolo: Opino que estas letras se amontonan unas sobre otras.

Calidoro: ¿Te burlas ya con tu broma, Pséudolo?

Pséudolo: ¡Por Pólux! Ciertamente, solo la Sibila podría leerlas; no hay ningún otro que pueda descifrarlas.

Calidoro: ¿Por qué hablas así de unas agradables cartas escritas por una agradable mano en unas agradables tablillas?

Pséudolo: ¿Acaso, por Hércules, tienen las gallinas manos? Pues ciertamente una gallina escribió estas.

Calidoro: Eres odioso para mí. Lee o devuelve las cartas, Pséudolo.

Pséudolo: Sí, pues, por el contrario, las leeré por completo. Pon atención.

Calidoro: No está presente, Pséudolo.

Pséudolo: Tú llámala.

Calidoro: No, por el contrario, no me callaré. Tú llámala desde ahí, de la cera; pues ahí ahora tengo mi ánimo, no en el pecho.

Pséudolo: Veo a tu amiga, Calidoro.

Calidoro: ¿Dónde está ella, por favor?

Pséudolo: Aquí, en las tablillas, extendida: está acostada en la cera.

Calidoro: ¡Que los dioses y las diosas te ayuden en la medida de lo posible, Pséudolo!

Pséudolo: Ciertamente me guarden, Calidoro.

Calidoro: Como hierba de verano fui un momento: nací repetidamente, repetidamente morí.

Pséudolo: Calla, mientras lees las cartas por completo. Así pues, ¿qué lees?

La Carta de Fenicia: Un Grito de Auxilio

Pséudolo (leyendo): «Fenicia a Calidoro, su amante, por cera, cuerda y letras mediadoras, envía salud y anhela tu salvación, llorando con el alma, con el corazón y el pecho vacilante.»

Calidoro: Estoy perdido. No encuentro en ningún lugar salud, Pséudolo, para enviarle.

Pséudolo: ¿Qué salud, Calidoro?

Calidoro: De plata.

Pséudolo: ¿Quieres enviarle una de plata por un saludo de madera? Mira, por favor, qué cosa haces, Calidoro.

Calidoro: Lee inmediatamente: desde las tablillas ya me encargaré de que sepas cuán rápidamente necesito encontrar el dinero, Pséudolo.

Pséudolo (leyendo): «Un rufián me ha vendido a un soldado extranjero por 20 minas, cariño mío. Antes de que saliera de aquí, le había dado 15 minas; ahora me retienen solo 5 minas. Por esta causa, el militar dejó aquí su contraseña, la imagen representada de su anillo en la cera, para que quien trajera una contraseña similar a la suya me soltara al instante. Pues este hecho se ha determinado para este día, las próximas Dionisiacas.»

Calidoro: Estas son mañana, Pséudolo. Cerca tengo mi ruina si no encuentro ayuda en ti.

Pséudolo: Deja que lea, Calidoro.

Calidoro: Te dejo, pues me parece que hablo con ella. Lee, ahora mezclas lo dulce y lo amargo, Pséudolo.

Pséudolo (leyendo): «Ahora nuestros amores, costumbres, hábitos, bromas, juegos, charlas, suaves besos, abrazos apretados de los cuerpos enamorados, los dulces mordiscos de los tiernos labios, nuestras orgías, los apretoncillos de las tetillas erizadas… de todos estos placeres para mí llega el desgarramiento, el alejamiento y la devastación, si no hay alguna solución para mí en ti o para ti en mí. He procurado que supieras estas cosas que yo sé en su totalidad; ahora yo te probaré hasta qué punto amas y hasta qué punto finges. Adiós.»

Calidoro: La carta es mísera, Pséudolo.

Pséudolo: ¡Oh, muy mísera, Calidoro!

Calidoro: ¿Por qué no lloras, Pséudolo?

Pséudolo: Tengo los ojos de piedra pómez: no puedo conseguir que expulsen una lágrima, Calidoro.

Calidoro: ¿Por qué así, Pséudolo?

Pséudolo: Nuestro linaje siempre fue de ojos secos.

Calidoro: ¿Acaso no deseas ayudarme, Pséudolo?

Pséudolo: ¿Qué puedo hacer por ti, Calidoro?

Calidoro: ¡Ay!

Pséudolo: ¿Ay? ¡Eso, por Hércules, no lo ahorres: te lo daré, Calidoro!

Calidoro: Soy desdichado; nunca, en ningún lugar, encuentro dinero prestado, Pséudolo.

Pséudolo: ¡Ay!

Calidoro: Y ningún dinero tengo dentro, Pséudolo.

Pséudolo: ¡Ay!

Calidoro: Aquí va a llevarse a la chica.

Pséudolo: ¡Ay!

Calidoro: ¿De ese modo me ayudas, Pséudolo?

Pséudolo: Te doy lo que tengo. Pues un tesoro inagotable tengo en nuestra casa, Calidoro.

Calidoro: Estoy perdido. Pero ¿puedes ahora darme un dracma prestado que te devolveré mañana, Pséudolo?

Pséudolo: ¡Por Hércules! Creo que sí, si me entregara como garantía. Pero ¿qué quieres hacer con este dracma, Calidoro?

Calidoro: Quiero comprarme una soga, Pséudolo.

Pséudolo: ¿Por qué razón, Calidoro?

Calidoro: Para hacerme un colgante. Estoy decidido: antes de las tinieblas, en las tinieblas me hundiré, Pséudolo.

Pséudolo: ¿Quién me devolverá el dracma si te lo doy? ¿Acaso quieres colgarte por esta razón para engañarme, si te doy un dracma, Calidoro?

Calidoro: Ciertamente, bajo ningún pacto puedo vivir si ella es apartada y separada de mí, Pséudolo.

Pséudolo: ¿Por qué lloras, pichoncito? Vivirás.

Calidoro: ¿Cómo no voy a llorar si una moneda de plata no ha sido preparada para esto y no existe la esperanza de un céntimo en alguna parte del mundo, Pséudolo?

Pséudolo: Según escucho este discurso de la carta, si no llorases con lágrimas monetarias, aquello que tú deseas demostrar con esas lágrimas no tiene más valor que si viertes agua en un tamiz. Pero no tengas miedo, no te abandonaré a ti, que estás enamorado. Espero que de algún lugar hoy voy a encontrarte una ayuda monetaria con esta buena obra mía. Y no sé cómo diré que esto va a suceder, excepto que se cumplirá así.

Calidoro: Ojalá los hechos de los que hablas estén a la altura de tus palabras, Pséudolo.

Pséudolo: Ciertamente, por Hércules, tú sabes de qué manera y cuán grande ajetreo suelo dar si estableces tus planes.

Calidoro: En ti están ahora todas las esperanzas de mi vida, Pséudolo.

Pséudolo: ¿Es bastante si te proporciono hoy a esa mujer para que sea tuya, o si te doy 20 minas, Calidoro?

Calidoro: Si sucede, es suficiente, Pséudolo.

Pséudolo: Pídeme 20 minas, para que sepas que voy a llevar a cabo lo que he prometido. Pídemelas, por Hércules. Estoy impaciente por prometértelas.

Calidoro: ¿Me darás hoy 20 minas de plata, Pséudolo?

Pséudolo: Te las daré. Para que no me seas ahora ya molesto. Y esto lo diré antes, para que no niegues que te lo he dicho: si a ningún otro podré estafar, estafaré a tu padre, Calidoro.

Calidoro: ¡Que los dioses te ayuden siempre para mí! Pero si es posible, por causa de la piedad, incluso también a mi madre, Pséudolo.

Pséudolo: Sobre este asunto, duerme sobre cualquiera de los dos ojos.

Calidoro: ¿Acaso sobre la oreja, Pséudolo?

Pséudolo: Pero esto es menos divulgado. Ahora, para que no niegue que lo digo a todos los que están presentes en la asamblea: y a todos mis amigos y conocidos les anuncio que se protejan de mí durante este día y que no me crean.

Calidoro: Calla, te lo ruego, por Hércules, Pséudolo.

Pséudolo: ¿Qué ocurre? / ¿Qué pasa?

Calidoro: La puerta del lenón ha crujido, Pséudolo.

Pséudolo: Preferiría que le hubieran crujido las piernas, Calidoro.

La Irrupción de Balión: El Rufián

Calidoro: Y él mismo sale al exterior, cabecilla de perjurios, Balión.

Balión: ¡Salid, vamos, salid, perezosos, mantenidos y comprados para mi desgracia! A ninguno de estos se le ocurre actuar bien; a estos, si no les doy un escarmiento, no puedo sacarles provecho. Nunca he visto hombres más brutos que estos. Así endurecen sus costillas a base de golpes: cuando los golpeas, te haces más duro por ellos mismos. De esta condición son esos rompelátigos. Estos tienen estos consejos: cuando se dé la ocasión, roba, hurta, ten, engancha, come, bebe, huye. Esta es su obra, de modo que preferirías dejar a los lobos entre las ovejas como guardianes antes que a estos como guardianes de tu casa. Y cuando miras su aspecto, no parecen malos: fallan en los actos. Ahora, a no ser que prestéis atención a esta orden, si no removéis el sueño y la pereza del pecho y de los ojos, haré con látigos vuestras espaldas para que sean muy coloridas, y para que ni siquiera las colchas de Campania sean iguales, ni los tapices de Alejandría, cortadas y decoradas con bestias. Y ayer ya os di órdenes a todos y os entregué las tareas, pero vosotros sois tan descuidados, malvados, sois de un mal ingenio, que me obligáis a recordaros vuestro trabajo con un castigo; sin duda estáis vosotros así animados: venced con dureza a este y a mí. Mira eso, por favor, cómo hacen otras cosas. Haced esto, prestad atención a esto, aplicad las orejas aquí a lo que yo hablo, ¡zurrado género de hombres! Nunca, ¡por Pólux!, será más duro vuestro cuero que esta correa mía. ¿Qué ahora? ¿Duele? Mirad, así se da, si algún siervo desprecia a su amo.

Deja un comentario