02 Jul

  1. Los efectos de la guerra.

La primera guerra mundial tuvo efectos económicos muy profundos y duraderos. Las bases de funcionamiento del capitalismo decimonónico se alteraron a partir de agosto de 1914. Todos los países suspendieron inmediatamente el patrón oro, y las transacciones financieras pasaron a estar controladas por los gobiernos y los tipos de cambio fueron fijados administrativamente. Se añadieron grandes barreras arancelarias por la intensificación del proteccionismo.

La profunda alteración que trajo consigo la primera guerra mundial, desencadenó múltiples efectos demográficos, económicos y políticos.

Los efectos demográficos.

        La enorme amplitud del enfrentamiento armado durante la primera guerra mundial ocasionó millones de víctimas. Destacan los países como Alemania, Rusia, Francia, Austria-Hungría, Reino Unido e Italia

Además de los fallecidos, unos siete millones de hombres quedaron incapacitados permanentemente y otros quince millones más o menos seriamente heridos.

Las mayores pérdidas absolutas se produjeron en Alemania y Rusia.

        La pérdida ocasionada por la guerra tuvo una gran importancia porque afectó, sobre todo, a jóvenes que representaban una significativa parte de la población trabajadora.

        A las bajas militares habría que añadir las bajas civiles.

Aldcroft considera que las muertes civiles inducidas por la guerra se elevaron hasta los cinco millones en Europa, excluyendo a Rusia.

Asimismo, habría que tener en cuenta el déficit de nacimientos a causa de las condiciones del tiempo de guerra.

El caso de Rusia es singular. Las bajas militares en la gran guerra estricta fueron relativamente pequeñas, pero murieron millones de personas en la revolución y en la guerra civil que vinieron a continuación. El número total de víctimas no estuvo muy lejos de los 16 millones, a los que habría que añadir el déficit de nacimientos estimado en unos diez millones: en total, 26 millones de personas.

        A esta enorme cifra habría que sumar víctimas por causas que se produjeron en el periodo posterior al armisticio.

        En total, la suma de las pérdidas demográficas entre 1914 y 1921 se situaría entre cincuenta y sesenta millones de personas, de los que Rusia sumaría aproximadamente la mitad. En definitiva, estamos ante una enorme tragedia humana.

Destrucción física y pérdidas de capital.

  El valor del stock de capital de Europa se deterioró durante la guerra, como consecuencia del daño físico, la venta de activos extranjeros, el freno a la inversión y el descuido en el mantenimiento. Se calculó que la guerra destruyó el crecimiento normal de unos tres o cuatro años de las rentas derivadas de la propiedad en Europa, excluida Rusia, o una trigésima parte de su valor original, y a esto debe añadirse una cantidad desconocida por el deterioro del stock de capital existente, debido al descuido o falta de mantenimiento.

        Globalmente las pérdidas de capital no fueron desastrosas, la incidencia por países fue muy desigual.

El daño físico fue máximo en los principales teatros bélicos, especialmente en Francia y Bélgica, aunque Italia, Rusia y algunos países de Europa oriental también sufrieron de forma notable.

Bélgica sufrió una devastación generalizada ya que todo el país fue invadido. En el caso de Francia, las pérdidas se concentraron en la parte más rica y avanzada del país y fueron muy severas.

        También en términos relativos, las pérdidas tuvieron una gran significación en países como Polonia, Serbia, o algunas zonas de Austria y Rusia, aunque en el caso de este país una gran parte del daño se produjo en la posterior guerra civil.

En consecuencia, tras la guerra, la tarea de reconstrucción era de grandes dimensiones y tuvo que afrontarse en unas difíciles circunstancias determinadas por otras secuelas económicas de la guerra (la deuda acumulada y la inflación) y por los acuerdos políticos recogidos en los tratados de paz.

El legado financiero de la guerra.

Aldcroft estima que el coste de la guerra fue grande, unos 260.000 millones de dólares si se incluyen todos los beligerantes. Los mayores gastos correspondieron a Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Francia, Austria-Hungría e Italia, en este orden.

Además del enorme volumen del gasto bélico, un problema añadido fue la forma de financiarlo. Los gobiernos abandonaron precipitadamente la ortodoxia financiera del siglo XIX, lo que significó el abandono del patrón oro y el recurso a la financiación con déficit. Las operaciones de crédito de una u otra clase, más que los impuestos, fueron la principal fuente de financiación de la guerra.

Este método de financiar la guerra no tenía por qué haber sido excesivamente inflacionista si los préstamos se hubieran obtenido de auténticos ahorros, pero de hecho gran parte de la financiación procedía del crédito bancario. Los bancos concedieron préstamos a los gobiernos mediante la creación de nuevo dinero o bien recibieron “promesas de pago” de los gobiernos y entonces  procedieron a incrementar la oferta de dinero utilizando las promesas como reservas.

       A partir de ese mecanismo, las deudas públicas aumentaron rápidamente; la oferta monetaria aumentó considerablemente y las reservas metálicas de los bancos, en relación con el pasivo, cayeron notablemente. A finales de 1918 la oferta monetaria alemana había aumentado nueve veces y el déficit presupuestario seis veces.

Todo esto dio lugar a un crecimiento  acelerado de la inflación y provocó la consecuente depreciación monetaria.

       Una vez terminada la guerra, los gobiernos tuvieron que afrontar tarde o temprano políticas de estabilización para intentar favorecer la reconstrucción económica.

Los desequilibrios comerciales y la deuda exterior.

El acelerado consumo de recursos para alimentar la maquinaria militar tendió a provocar un grave déficit en la balanza comercial y por cuenta corriente.

Una parte del déficit se saldó con notables exportaciones de oro hacia los países proveedores. Estados Unidos aumentó de forma considerable sus reservas de oro.

Los países aliados tuvieron que afrontar, además de la deuda interna, la importante deuda externa que ascendía a un total de 23.000 millones de dólares.

Las naciones vencedoras de la guerra estaban en deuda con Estados, mientras que éste no debía a nadie. De ahí la insistencia norteamericana en que los países  deudores pagaran escrupulosamente las deudas contraídas. Pero Gran Bretaña y Francia defendieron que sólo podrían pagar si, a su vez, cobraban de otros países los créditos que habían otorgado y si los países vencidos pagaban las indemnizaciones por los daños causados por la agresión bélica. Esta exigencia pasó a ser más inexcusable al negarse Estados Unidos a seguir proporcionando crédito o cualquier clase de ayuda financiera para la reconstrucción, y, además, al no facilitar la transferencia de fondos mediante un aumento de sus importaciones de los países deudores.

       Las finanzas públicas de las potencias centrales, especialmente Alemania, se vieron abocadas a una situación más crítica, ya que las cargas financieras fueron agrandadas por las exigencias de los aliados al solicitar las indemnizaciones de guerra, con lo que les resultó extremadamente difícil restablecer el equilibrio financiero interno y externo.

Los cambios en la economía internacional: el declive europeo.

A pesar de la movilización de recursos para atender las necesidades bélicas, Europa sufrió una disminución de su crecimiento económico y de su renta. Al mismo tiempo, muchos países europeos pasaron a ser dependientes de fuentes exteriores de oferta y financiación, mientras que algunos fueron obligados a vender activos nacionales y extranjeros. Como consecuencia de las perturbaciones de la economías europeas, otras economías aprovecharon para incrementar su producción industrial (Estados Unidos, Japón, no industrializados) o su producción agraria (producción triguera de Estados Unidos, Canadá y Argentina) y con ello consiguieron incrementar sus cuotas en el mercado mundial.

Algunos indicadores nos muestran ese relativo declive de las economías europeas: la evolución del PIB, la distribución de la producción industrial mundial o de la actividad comercial.

Pero lo más importante fue que la debilidad del crecimiento económico europeo fue aprovechada por los países ultramarinos para estimular su desarrollo y ocupar los vacíos dejados por los europeos. Estados Unidos y Japón fueron los principales beneficiarios del declive europeo. Estados Unidos incrementó su producción por la demanda de los aliados y de los países antes abastecidos por Europa, lo que le permitió alcanzar un importante superávit en el comercio de mercancías. También Japón aceleró y diversificó su industrialización y, asimismo, pasó de ser una nación deudora a ser acreedora, con lo que se convirtió en un competidor muy serio en Asia para los europeos.

También en el sector agrario se registraron cambios de interés. Durante la guerra la producción agrícola de los países beligerantes se contrajo y los precios subieron intensamente. Para evitar la escasez y la carestía, los gobiernos europeos favorecieron las importaciones de los países ultramarinos (se redujeron e incluso eliminaron las barreras arancelarias). Finalizada la guerra, la agricultura europea tendió a recuperar su producción y el mercado mundial empezó a acumular excedentes que provocaron un descenso de los precios. Ante esta situación, los agricultores europeos se movilizaron para aumentar las barreras arancelarias y limitar las importaciones para evitar una caída pronunciada de los precios.

Los efectos políticos.

La guerra y su resultado desencadenaron también nuevas demandas políticas que abogaron explícitamente por regímenes democráticos y por una exigencia de mayor igualdad. Los regímenes democráticos se extendieron por Europa, aunque algunos en condiciones muy difíciles, finalmente derivaron en algunos países en regímenes autoritarios (Italia). En Rusia el enfrentamiento social y político derivó en un proceso revolucionario de gran amplitud que terminó con la formación del régimen soviético.

        Al mismo tiempo doce países europeos llevaron a cabo reformas agrarias y unos treinta millones de hectáreas, o sea el 11% del territorio total, fue redistribuido.

        Pero los regímenes democráticos sometidos a graves tensiones sociales no sólo tuvieron que enfrentarse a problemas como la inflación, el endeudamiento interior y exterior, o la reestructuración de la industria o la agricultura, sino que también tuvieron que desenvolverse en el nuevo marco político recogido en los tratados de paz que se firmaron tras la gran guerra.

        En primer lugar, hay que subrayar que los tratados de paz recogieron cambios territoriales sustantivos. Las potencias perdedoras sufrieron importantes pérdidas territoriales. En total, de la remodelación del mapa político europeo surgieron doce nuevas entidades políticas y 20.000 kilómetros adicionales de fronteras terrestres.

Esa fragmentación política provocó graves trastornos en los sistemas productivos y en el comercio de la región centro-oriental europea. Los nuevos estados tuvieron que afrontar costosas inversiones para remodelar las infraestructuras, establecieron nuevas monedas y, por lo general, políticas comerciales proteccionistas que redujeron los antiguos vínculos comerciales.

Además, las tensiones sociales, políticas y étnicas, generaron una apreciable inestabilidad institucional que representó un nuevo obstáculo a la reconstrucción.

Los tratados de paz impusieron cuantiosas sanciones a las potencias derrotadas, que para los países aliados europeos se trataba de unas reparaciones de guerra que las potencias agresoras debían de satisfacer para pagar el coste de la guerra y favorecer la reconstrucción de los países más afectados.

En consecuencia, las reparaciones de guerra se convirtieron en un nuevo problema que lastró la reconstrucción de la economía europea.

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