15 Ago

1. ¡Debe estar usted bromeando, señor Feynman! En mis tiempos de estudiante en el MIT, yo lo adoraba. Pero cuando fui a ver al profesor Slater para contarle mis intenciones, me dijo: «No le permitiremos quedarse». Entonces Slater me pregunta: « ¿Por qué considera usted que debe hacer el doctorado en el MIT?». «¿Cree usted eso?». «He ahí por qué debería usted ir a otra universidad. Tiene usted que descubrir como es el resto del mundo». Ahora bien, Princeton tenía una cierta pretensión de elegancia. Por eso, los tipos de la fraternidad, que sabían de mis modales, informales y faltos de etiqueta, bastante burdos, empezaron a hacer comentarios como «¡Espera a que los de Princeton se enteren de lo que les ha caído!», «¡Vaya, verás cuando vean el error que han cometido!», y otros por el estilo. Así que cuando llegué a Princeton traté de mostrarme agradable y cortés. Al señor decano le complacería que todos ustedes asistieran. Esa fue mi presentación en el colegio mayor para graduados de Princeton, donde vivían todos los estudiantes, y que allí llaman «College». Había un portero en el zaguán, todo el mundo tenía unas habitaciones muy monas, y tomábamos juntos las comidas, vestidos con la toga académica, en un gran refectorio con vitrales policromados. Carecía completamente de mundo; no tenía la más mínima experiencia en cosas de esta clase. Me acerco a la puerta de su casa, y allí estaba el decano Eisenhart, saludando a los nuevos estudiantes: «Ah, usted debe ser el señor Feynman —me dice—. Todo es muy formal. « ¿Prefiere usted el té con leche o con limón, señor Feynman?». Es la señora Eisenhart, que está sirviendo el té. Ambas cosas, por favor», respondo, pensando todavía dónde sentarme, cuando súbitamente oigo un «je, je, je, je, je. Debe estar usted bromeando, Sr. Así que ésta fue mi primera experiencia con toda esta ceremonia del té. Más tarde, cuando ya llevaba un tiempo en Princeton, llegué a entender este «jejejejé». De hecho, fue en aquel primer té, al irme, cuando comprendí qué significaba «Estás cometiendo una falta de etiqueta». Porque la siguiente vez que le oí aquella misma risita, un poco entrecortada, aquel «je, je, je, je, je», a la señora Eisenhart, alguien estaba besándole la mano al despedirse. Otra vez, en otro té, después de llevar yo algún tiempo en Princeton, un año quizá, estaba yo conversando con el profesor Wildt, un astrónomo que había elaborado una cierta teoría sobre las nubes de Venus. Wildt lo tenía todo calculado: cómo precipitaba el formaldehído y todo lo demás. Estábamos embebidos en aquello, cuando se nos acercó una de las damas, y dijo: «Señor Feynman, la señora Eisenhart tendría mucho gusto en verle». «La señora Tal y tal me ha dicho que quería usted hablar conmigo». La idea de todo este «jejejé» era: la señora Eisenhart no quería hablar conmigo, lo que quería era tenerme allí con ella cuando llegaran su hija y la amiga de ésta, para que las chicas tuvieran con quien hablar. Por entonces, ya sabía lo que tenía que hacer cuando oía la famosa risita. Todas las noches, para cenar, nos revestíamos con la toga académica. Pero pronto me di cuenta de que las togas eran una gran ventaja. Así que cuando llegué a Princeton, un domingo, tuve que ir por la tarde al té de recepción y cenar aquella noche con toga académica, en el «College». El ciclotrón propiamente dicho estaba en una sala y los controles en otra. En cambio había montones de resultados de sitios como Cornell y Berkeley, pero sobre todo Princeton. No había lugar en el sótano para un ciclotrón. Fui hasta el final del vestíbulo, traspasé la puerta, y en diez segundos supe por qué era Princeton el lugar que me convénía, el mejor sitio para que yo aprendiera. ¡En esta sala había cables tendidos por todas partes! Los conmutadores estaban colgando de los cables; goteaba agua por las válvulas; la habitación estaba llena de aparatos, todos a la vista. Todo el ciclotrón estaba en una sala, y aquello era el caos más completo y absoluto. No tenían que sentarse en otra sala y pulsar botones. (Cuando ingresé como profesor en Cornell fui a mirar el ciclotrón que tenían allí. Yo estaba pura y simplemente enamorado de él. Aunque el MIT era bueno, Slater tenía razón al recomendarme que fuera a otra universidad para hacer mi tesis. En una ocasión realicé en el laboratorio del ciclotrón de Princeton un experimento que tuvo los más sorprendentes resultados. Se trataba de un problema mencionado en un libro de hidrodinámica, y que estaba siendo analizado por todos los estudiantes de física. El agua sale formando un ángulo recto con el eje, y hace girar el tubo en un cierto sentido.
Todo el mundo sabe cuál es el sentido de giro: el que haga recular a la boquilla con respecto al agua que sale por ella. Ahora, la cuestión es ésta: si tuviéramos un lago o una piscina —una gran cantidad de agua— y se sumergiera completamente el aspersor dentro del agua y en lugar de expulsar un chorro de agua lo absorbiera, ¿en qué sentido giraría? ¿Giraría en el mismo sentido que cuando se expulsa un chorro de agua en el aire, o giraría en sentido contrario? A primera vista, la respuesta está perfectamente clara. Lo malo es que mientras uno veía completamente claro que habría de girar en tal sentido, otro veía con la misma claridad que habría de girar en el contrario. Así que todo el mundo estaba discutiendo el caso. John Wheeler, y le preguntó: «¿Y usted en qué sentido cree que gira?». Hoy me ha dejado igual de convencido de que gira en sentido contrario al de ayer. Un razonamiento es que si se está aspirando el agua es como si estuviera tirando del agua con la boquilla, así que ésta debería avanzar hacia el agua entrante. Pero entonces llega otro y le dice: «Supongamos que deseamos mantener inmóvil el aspersor, y nos preguntamos qué tipo de par de fuerzas será necesario para sujetarlo. Cuando se expulsa agua por la boquilla sabemos que es preciso sujetar el aspersor por la parte exterior de la curva del tubo, debido a la fuerza centrífuga del agua al pasar por ella. Ahora, al aspirar, aunque el agua toma la curva en sentido contrario, sigue chocando con la pared del lado exterior, y sigue haciendo el mismo empuje contra ella. Así pues, los dos casos son el mismo, y el aspersor girará en el mismo sentido, tanto si está rociando agua como absorbíéndola». En el laboratorio del ciclotrón de Princeton tenían una gran damajuana de agua, una especie de enorme botellón. Me parecíó que vendría al pelo para mi experimento. Me hice con un tubo de cobre y lo doblé en forma de S. El corcho tenía otro agujero, que yo conecté a la toma de aire comprimido del laboratorio. Inyectando en la bombona aire a presión podría impeler agua hacia el interior del tubo de cobre exactamente como si lo estuviera absorbiendo. Ahora, el tubo en S no podría dar vueltas (a causa del tubo de goma) pero sí retorcería un poco la manguera que lo sujetaba. Yo me dispónía a medir la velocidad del flujo de agua, midiendo hasta qué altura subía el chorro por encima del tapón de la botella. Una vez preparado todo, abrí el aire comprimido y lo que hizo fue « ¡POOP!». Entonces amarré muy bien el corcho a la botella, con alambre, para que no saltara. Ahora el experimento iba por todo lo alto. El agua salía, y el tubo de goma se retorcía; así que puse un poco más de presión, porque al salir el agua con mayor velocidad, las medidas serían más precisas. De pronto todo el montaje reventó, escupiendo agua y trozos de vidrio, que salieron volando en todas direcciones por todo el laboratorio. Un compañero que había venido a mirar quedó empapado, y tuvo


Deja un comentario