19 Nov

Destaca también la entidad que tienen estas estructuras, mayoritariamente fondos de cabaña semiexcavados en el suelo y asociados a una serie de estructuras negativas relacionadas con actividades de almacenaje de alimentos. Fondos de cabaña y silos, como queramos llamarlas, tienen una vigencia en el tiempo marcada por el corto uso que se le puede dar en el tiempo a las estructuras de almacenaje, lo que obliga a abandonar el uso de esos silos para excavar otros y, automáticamente, desplazar la estructura de habitación para mantenerla en una situación de relación espacial con los silos. Este fenómeno hace que con mucha frecuencia los poblados calcolíticos sumen, a su estratigrafía vertical, hecha a base de superposiciones de niveles, una horizontal en la que los usos se desplazan en horizontal, generando finalmente yacimientos cuya extensión es habitualmente mayor que la de los poblados que representan.

Estas cabañas suelen consistir en estructuras semiexcavadas en el suelo y completadas con alzados de tapial y cubiertas cónicas de ramaje, cada una de ellas asociada a silos de almacenaje de alimentos que denotan que la base de la prosucción y de la propiedad de ésta en familiar aún. Estas cabañas, de planta circular u oval, con el paso del tiempo van incorporando algunos elementos que denotan visos de permanencia en el tiempo, vocación de continuidad, que se refleja en la aparición de zócalos de piedra o en el aumento de los diámetros de estas viviendas, generalmente de unos 4-5 m y que llegan a tener hasta nueve en algunos yacimientos para momentos finales del

Calcolítico, reflejando muy claramente el tránsito de la cabaña a la vivienda y todo lo que ello comporta en cuanto a definición atemporal de la unidad doméstica y al concepto de permanencia en el tiempo de ésta y de sus moradores. Asociado a este fenómeno estará la aparición de algunos enterramientos en el interior del poblado y amortizando estructuras domésticas que han dejado de usarse. Pero salvo excepciones no se dan situaciones de ordenación del espacio a nivel de poblado y, cuando se detectan, no tienen mayor entidad salvo por la aparición de estructuras de defensa, como veremos.

En algunos casos observamos la construcción de murallas defensivas, lo que constituye junto con la construcción de megalitos un esfuerzo claro de carácter colectivo que refuerza el concepto de la pertenencia al grupo pero en el que subyace una estructura social compleja que ordena esos trabajos.

Las fortificaciones, minoritarias si atendemos a la totalidad de poblados calcolíticos existentes, son más abundantes en cualquier caso en fases avanzadas del Calcolítico y se relacionan con ese fenómeno por el cual los asentamientos van ganando cota respecto a su entorno.

Se trata de murallas de piedra seca (sin trabazón), de planta sinuosa o curva y jalonadas de bastiones semicirculares, a veces con varias líneas que, como en Zambujal o Los Millares, reflejan la evolución del poblado y de su sociedad, con una fase de configuración del mismo, una o varias de expansión espacial del área de habitación acompañada de un aumento de las necesidades de defensa, y finalmente una reducción del espacio fortificado paralelo a un aumento de los esfuerzos de defensa, de modo que parece reflejarse a nivel interno una distinción cada vez más clara entre un sector de población asociado a lo que se configura como acrópolis y el resto, a veces incluso sin estar este resto incluido en el seno del recinto fortificado externo, que incluso reduce en algunos casos su perímetro (Zambujal). Son murallas que suponen un esfuerzo colectivo considerable, diseñadas no sólo como elemento de prestigio y de demostración de poder sino para ser utilizadas, lo que refierza la idea de que conforme avanzamos en el Calcolítico aumentan las situaciones de conflicto, situaciones que siempre hemos de relacionar con un aumento de las diferencias en los accesos a la producción (mayor jerarquización social, aumento del concepto de propiedad, mayores relaciones de dependencia entre miembros de una misma comunidad, etc).


10.3. POBLADOS Y TERRITORIOS

Desde el punto de vista de los hábitats, en lo que se refiere a su propia fisonomía y a su ubicación en el territorio, esto es, a su patrón de asentamiento, podemos de cir que el Calcolítico es una acentuación clara de las tendencias que observábamos en desde el Neolítoico Medio avanzado y, sobre todo, desde el Neolítico Final.

Así, son frecuentes los hábitats en llano o en terrazas fluviales, si bien conforme avanzamos en el tiempo vemos cómo, sobre todo en el Calcolítico Final, la tendencia es a que se ubiquen en cotas más elevadas, ganando altura frente al entorno inmediato, un fenómeno que posiblemente refleje no tanto la necesidad de defensa, que también, como una cierta relación de dominio sobre el territorio circundante, denotando la exclusividad que subyace al hecho de la propiedad de la tierra.

Así, tenemos poblados en llano, junto a áreas endorréicas; otros en terrazas fluviales ligeramente sobreelevadas respecto a los cauces; y por último poblados en cerro, ocupando básicamente sus laderas y, en algunos casos paradigmáticos, también su cima, configurándose incluso una suerte de acrópolis o zona en la que observamos fenómenos que no se dan en el resto del área de habitación y que apuntan a la emergencia, al surgimiento, de élites.

Es claro que cualquiera de estos tipos de hábitats nos relatan la generalización del concepto de poblado, sea éste de mayor o menor tamaño, aunque generalmente hablemos de pequeñas entidades constituidas por comunidades de unos 70-80 individuos, que sólo en pocas excepciones son mayores (Millares, Zambujal).

Desde el punto de vista de la relación entre ellos lo que más destaca es la ausencia, salvo excepciones, de un patrón jerárquico del poblamiento, que sí veremos muy claramente en la Edad del Bronce. En el Calcolítico estamos ante comunidades que dependen básicamente de sí mismas, con unos territorios de explotación que permiten la obtención de sus medios de subsistencia y la generación de excedentes que emplean, mediante su movimiento a travñes de rutas de comunicación, para el logro de bienes de prestigio con los que sus élites demuestran poder. No parecen existir, salvo las excepciones referidas, relaciones de poder o de dependencia entre poblados, sino más bien situaciones de cierta autarquía.

No obstante, este panorama no debe llevar a decir que los diferentes poblados carecen de relación, sino más bien al contrario. No habiendo, como norma, relaciones de dependencia, la mayor parte de los hábitats parecen estar inmersos en una red de relación que soporta la circulación de bienes de prestigio, esto es, de difícil consecución y alto valor añadido, con el que algunos personajes parecen demostrar la detentación de poder, posiblemente en el marco de una sociedad de jefaturas presidida por personajes que harían de redistribuidores, big-men, a partir de los cuales se irá haciendo compleja

la sociedad calcolítica mediante relaciones sociales de dependencia y acceso diferencial a los medios de producción, como bien refleja el mundo funerario.

Todo ello se observa también en la fisonomía propia de estos hábitats, donde la mayoría de las unidades domésticas no presentan grandes diferencias entre sí ni en lo que se refiere a sus tamaños, tipología o distribución en el interior de las áreas de habitación. Así, es un rasgo característico el hecho de que las cabañas se distribuyan de un modo aparentemente anárquico, sin que parezca existir un ordenamiento del espacio que esté por encima de las decisiones adoptadas por cada unidad familiar. Sólo en algunos casos empezamos a ver diferencias entre ellas, tendentes a que algunas de estas estructuras, ubicadas en el sector más elevado del poblado, se distancien del resto.


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