30 May
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Biografía de Sor Juana Inés de la Cruz: Vida y Legado de la Décima Musa
Primeros Años y Formación Autodidacta
Sor Juana Inés de la Cruz nació en Nepantla, cerca de la Ciudad de México, en 1648 o 1651. La incertidumbre sobre su fecha exacta de nacimiento se debe a su origen: hija natural de Isabel Ramírez, una criolla analfabeta, y de Pedro de Asbaje y Vargas, un capitán vasco con quien su madre no estaba casada. Fue nombrada Juana Ramírez de Asbaje y creció con cinco hermanos de madre en un hogar que no seguía el modelo ortodoxo impuesto por la Iglesia.
A pesar de que su madre no sabía leer ni escribir, hay constancia de que procuró educación para sus hijas, como en el caso de la hermana mayor de Sor Juana. De hecho, Juana se colaba en las lecciones con el deseo de instruirse, mostrando desde niña una inclinación autodidacta y un afán insaciable de conocimiento.
El Acceso a la Educación en la Época Colonial
En ese contexto histórico, el acceso a la educación dependía del estamento social. Las mujeres aristocráticas recibían una formación que incluía saberes domésticos y culturales como la música o la lectura, pero sin llegar a la teología, ya que el catálogo de asignaturas era distinto del de los hombres. En cambio, las niñas de clases bajas estaban expuestas a una gran vulnerabilidad social, por lo que se procuraba que fueran recogidas en conventos, donde a veces recibían educación básica. Por otro lado, las mujeres de clase media, como Sor Juana, no tenían acceso a colegios ni instituciones educativas, lo que dio origen a una forma alternativa de instrucción: las “amigas”, mujeres alfabetizadas que cuidaban y enseñaban a leer y escribir a otras niñas, en una labor no reconocida oficialmente pero económicamente remunerada. Sor Juana aprendió a leer y escribir con una de estas amigas desde los tres años, y para aprender latín contó con un maestro privado, costeado probablemente por su abuelo materno, quien vivía en la Ciudad de México y poseía una biblioteca que fue crucial en la formación autodidacta de la autora. La propia Sor Juana lamentó no haber tenido una educación ordenada y sistemática, aunque logró aprender latín en tan solo veinte lecciones.
Vida en el Palacio Virreinal y Vocación Religiosa
La fama de su inteligencia llegó hasta el palacio virreinal gracias a su abuelo, y en 1664, con apenas 14 o 16 años, Sor Juana fue acogida por los virreyes Antonio Sebastián de Toledo y Leonor Carreto, marqueses de Mancera. En sus sonetos, Sor Juana adoptó pseudónimos para referirse a las virreinas, siendo “Laura” Leonor Carreto y “Lisi” María Luisa Manrique de Lara. Vivió dos años en el palacio (hasta 1667), y ya entonces manifestó su voluntad de seguir una vida intelectual, por lo que decidió ingresar en la vida religiosa, al igual que muchos hombres cultos de la época.
Primero intentó ingresar en el convento de las Carmelitas Descalzas, pero esta orden, muy estricta, imponía un voto de renuncia al mundo que incluía el mundo intelectual para las mujeres, debido a sus obligaciones de pobreza, obediencia y culto. Por eso Sor Juana abandonó ese convento a los cuatro meses y regresó al palacio virreinal. Finalmente, en 1669, con 18 o 21 años, ingresó en el convento de San Jerónimo, donde permanecería los siguientes 26 años de su vida.
El Convento de San Jerónimo: Espacio de Creación
El convento de las Jerónimas acogía a mujeres de clase alta viudas, embarazadas fuera del matrimonio o desobedientes a sus padres. Aunque había ciertas obligaciones religiosas y labores administrativas, Sor Juana aprovechó su tiempo libre para estudiar y escribir. Tenía un espacio propio con dormitorio y biblioteca, comprados gracias a su posición económica: llegó a ser muy rica por encargos de la Iglesia (villancicos, fiestas religiosas, arcos triunfales, etc.) y llegó incluso a mantener a su familia. Su biblioteca fue tan importante que tras su muerte fue confiscada por el arzobispo Aguiar y Seijas.
Durante su vida en el convento, mantuvo una estrecha relación con los virreyes, primero con los marqueses de Mancera y después con los marqueses de la Laguna: Tomás de la Cerda y María Luisa Manrique de Lara, quienes llegaron a México en 1680. Esta última, de edad similar a Sor Juana, entabló con ella una amistad igualitaria, muy distinta a la relación maternal que había tenido con Leonor Carreto. De hecho, María Luisa Manrique fue la gestora de la primera publicación de su poesía: Inundación castálida (Madrid, 1689), seguida por el Segundo volumen (Sevilla, 1692), las únicas ediciones que Sor Juana vio publicadas en vida. Cuando llegaron los nuevos virreyes, Sor Juana fue encargada de elaborar el arco poético para la fiesta religiosa (el Neptuno alegórico), sin salir del convento. Este texto, lleno de símbolos mitológicos y acuáticos, incluía también baile y letras para canciones.
Conflictos y Últimos Años: El Silencio de la Décima Musa
Sin embargo, su creciente fama como escritora e intelectual —conocida en toda América y España como la «Décima Musa»— despertó envidias y tensiones. El equilibrio entre su vida religiosa y su ejercicio intelectual se volvió cada vez más difícil, en una sociedad donde la ortodoxia católica y el poder masculino eran incuestionables. La etapa final de su vida estuvo marcada por el conflicto: Sor Juana, antes prodigio y admirada poeta, fue objeto de censura y desprecio por su independencia, considerada una amenaza al sistema eclesiástico y político colonial.
Este conflicto cristalizó en dos textos fundamentales: la Carta atenagórica (1690), una crítica a un sermón de un jesuita portugués, y la Respuesta a Sor Filotea, dirigida al obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien se ocultaba bajo el seudónimo de “Sor Filotea”. En esta última obra, Sor Juana defiende su posición con sutileza, pero también revela su vulnerabilidad como mujer en una sociedad patriarcal.
Acorralada por la presión eclesiástica, terminó por ceder: quemó sus libros, renunció a su producción intelectual, hizo penitencia y ratificó sus votos religiosos, en un gesto que se interpreta como un acto de arrepentimiento, pero también como una traición a sí misma y a todo lo que había defendido. La verdadera intención detrás de ese acto es incierta, pero se percibe el miedo que la dominó.
Finalmente, en el contexto de una plaga que afectó al convento, contrajo la enfermedad mientras cuidaba a sus hermanas religiosas, y murió poco tiempo después.
Etiquetas: biografía, escritoras, literatura colonial, México virreinal, Poesía Barroca, Sor Juana Inés de la Cruz
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