09 Dic

(I)Si el corazón pensara, dejaría de latir

Ésta es la historia del capitán
Alegría que decidió traicionar al Ejército Nacional porque según él, rindiéndose, habrían humillado más al ejército de Franco que resistiendo tenazmente, porque sin muertos no habría gloria, y sin gloria solo habría derrotados.

La historia empieza a finales de 1938 cuando se dirigió al borde de una trinchera republicana declarándose rendido. Cuando lo pillaron y le hicieron prisionero, un grupo de militares lo acompañó hasta la Capitanía General en Madrid. Después de algunas horas de su llegada, lo encerraron en una celda. Pero ya un par de horas después, la Capitanía General fue ocupada. El Capitán Alegría en seguida reconoció a sus compañeros. Aunque también, delante de éstos, se declaró traidor y por eso, algunas horas después, fue ejecutado. Hasta el día 18 siguió en una cárcel cerca de Burgos donde había sido traslado desde hacía tres días. Pero justo aquel 18 de abril para él llegó el final de su vida.
Un disparo. Cuando el capitán Alegría recobró el conocimiento, se encontraba en una fosa común; había trasgredido la ley del mundo, donde el regreso está prohibido. Todos olían a sucio, macilentos, y él, herido, con la sangre que le fluía por la cara, consiguió levantarse y se puso en marcha para buscar ayuda. Al ver ese hombre sucio, lleno de sangre, solo una mujer se paró porque los demás prefirieron huir de este “muerto”. Ésa fue la señal de que algo humano había sobrevivido a los estragos de la guerra. El capitán Alegría después de tres días en casa de esta mujer se puso en marcha hacia su pueblo, pero su camino se paró: la muerte llegó otra vez para recogerlo, y esta vez sin regreso.

(II) Manuscrito encontrado en olvido Éste es el manuscrito, único documento que nos cuenta la historia de tres jóvenes, ya cadáveres, que intentaron sobrevivir a la guerra.
Sus historias empiezan con la muerte de Elena durante el parto, y el niño sobrevivido, que lloraba a su lado. Al principio el otro joven, cuyo nombre no se cita, no sabía si ayudarlo a vivir o dejarlo morir. Se quedó con esta duda muchos días. Su llanto le provocaba indiferencia. Hasta el día que le dio a chupar un trapo mojado de leche y agua. Fue la primera vez que lo alejó de la muerte. Los días pasaban y cada vez sobrevivir era más difícil. Había comida para ambos pero no mucha y eso en aquel sitio tan vacío significaba solo una cosa: la muerte se acerca. Una día bajó al fondo del valle y vio unos leñadores. Por un segundo sintió revivir un miedo familiar y denso. Aunque, en realidad, habría podido representar una posible esperanza para él y para el niño, no quiso darles la satisfacción de que los mataran, quedando victoriosos.
La vida de ambos siguió adelante algunos días más. Pero ya la comida no era suficiente para los dos y el niño no logró aguantar esta situación. Solo después de su muerte, el joven le dio un nombre, Rafael. Eso fue lo último que hizo antes de morir al lado de este niño pequeño que para él representaba su familia y su esperanza, desvanecida con la muerte.

(III) El idioma de los muertos
Esta historia empieza con una palabra, la que permitió que esta historia tuviese inicio: sí. Gracias a esta palabra simple, de dos letras, la vida de un hombre pudo seguir adelante; y este cuento nos habla justo de ese hombre, Juan Senra.
Fue capturado y conducido delante del coronel Eymar, que le hizo una simple pregunta: “¿Conoce a Miguel Eymar?” y a una pregunta sencilla le corresponde una respuesta sencilla: “sí”. Pero justo gracias a ese monosílabo Juan no fue ejecutado aquel día. Fue encerrado en una celda donde conoció a Eugenio Paz, un joven de 17 años, y le dieron una escudilla, una señal que indica estar vivo. Después de tres días, su nombre fue el primero de la lista y él vio su muerte muy cercana. Se encontró por segunda vez delante del coronel que le preguntó sobre el hijo Miguel. Juan era el único que le podía ofrecer noticias. Desde aquel interrogatorio, Juan empezó a contar historias sobre este Miguel. Ésta -entendió Juan- era la única manera para seguir viviendo.
Para Eugenio y Juan la vida seguía adelante y juntos aprovechaban del tiempo hablando de las novias, de sus vidas… Pero esta “normalidad” acabó el día que un centinela llamó a Eugenio. Había sido condenado. En ese momento Juan decidió su muerte. Cuando fue llamado para hablar con el coronel, Juan dijo la verdad. Contó la verdadera historia de aquel Miguel, criminal, cobarde, que fue juzgado y fusilado justamente. Juan Senra, que se salvó gracias a un sí, ahora debía morir por haber rechazado ser un cobarde y contando mentiras.

(IV)

Los girasoles ciegos

En este cuento hay un enredo entre dos visiones diferentes de la misma historia. El relato empieza con una carta escrita como confesión de un fraile hacia un cura; después la escritura cambia y se introduce el personaje de un hombre, ya maduro, que intenta recordar su pasado. Sus vidas se enlazan en el período de la guerra. El niño Lorenzo era el alumno del fraile, el hermano Salvador.
El niño vivía en una casita donde la mayor parte del tiempo las luces estaban apagadas porque en aquella casita, junto a él y a su madre, vivía su papá que, como era un fugitivo, estaba obligado a esconderse y no dejar huellas de su existencia. El hermano Salvador tenía interés por ese niño tan tranquilo y triste, el cual se oponía a cantar canciones de la patria. Y fue justo en un momento en el que le estaba echando la bronca cuando conoció a su madre. Se llamaba Elena y para ganar dinero se ocupaba de traducciones de libros y otros trabajillos que le permitían ganar algo. El fraile Salvador, interesado por esta mujer, empezó a hacerle muchas preguntas al niño sobre su mamá y su papá, pero Lorenzo siempre contestaba lo mismo: su papá había muerto. Todas estas preguntas y respuestas eran sospechas. Pero un día el hermano Salvador encontró las respuestas que quería. Un día se presentó en casa de Elena y después de entrar empezó a mirar los libros. Miró por todos lados… Hasta que saliendo del baño enseñó a Elena una cuchilla para afeitarse, a fin de buscar una respuesta sobre aquel objeto típico del hombre. Elena en seguida consiguió encontrar una escusa para alejar sospechas. Pero desde aquel día dejó de acompañar a Lorenzo a la escuela y con su marido empezaron a proyectar la huida hacia Francia. Vendieron muebles e impidieron al niño ir a la escuela con la escusa de que tenía anginas. Eso animó de nuevo al fraile que se fue a la casa para visitarlo. Entró en casa y asegurándose que el niño estuviese dormido, se aprovechó de su madre. Eso provocó la salida del marido desde su escondite. El papá de Lorenzo, ya había sido descubierto, pero nunca habría permitido que lo matasen. Así cogió un cuchillo y se cortó la garganta y se tiró por la ventana.

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