18 Oct

Vida y obra de Maquiavelo

Pocos hombres como Maquiavelo han sido tan influyentes y tan perturbadores para el conocimiento humano. Suele suceder que la vida y la obra del pensador no guarda demasiadas contradicciones. Así, por ejemplo, San Agustín siempre profesó las doctrinas en las que creyó (fué oyente del maniqueísmo, después practicante del escepticismo y finalmente, en su faceta más influyente, obispo cristiano de Hipona), Nietzsche guardó una vida de ascetismo y solitud (aunque un estudio me hace suponer que Nietzsche, bajo su desconfianza, existía un ser temeroso de dar su afecto) y Sócrates estuvo siempre predicando por las calles. Sólo por dar unos ejemplos en que psicología individual y filosofía se unen. Veamos a Maquiavelo. Nace en Florencia en un ambiente de austeridad y enseguida se aficiona por los textos clásicos (se sabe que se interésó por Plutarco y sus «Vidas paralelas»). Maquiavelo, como cualquier pensador, era consciente de los cambios políticos y sociales de Italia en el Renacimiento. Precisamente nuestro filósofo creyó firmemente en una Italia firme y poderosa, que pudiera desafiar a los estados extrangeros; a éste objetivo marcó toda su obra y toda su vida, aunque llegó a la conclusión de que para buscar engrandecer Italia era válido desproveer a la política de toda consideración moral. Psicológicamente, Maquiavelo era un hombre frio, calculador, con impresión de débil e inofensivo, pero tan maquinador que nunca sabías por donde te saldría. Esto, evidentemente, no hacía de Maquiavelo el más dicharachero y popular juerguista, pero dudo que esto preocupara a nuestro immoralista. Florencia, sin especial acatamiento hacia los postulados bíblicos («No prestarás, no harás usura, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que que un rico entre al reino de Dios», dice bien claramente la Biblia) era el centro de interés de banqueros e intelectuales, pese a tener escasa relevancia militar o política. Maquiavelo, en contra de las utopías y de las fantasías teológicas o los rasgos platónicos, quiere entender la realidad. Si esto, en política, funciona así, pues que funcione así; la religión que se dedique a sus ámbitos. Las escenas que más marcarían a Maquiavelo son las crueles torturas que se infringían a los governantes; por ejemplo, nuestro pensador vió como eran colgados dos políticos, y se golpeaban asfixiándose por la cuerda mientras la multitud se reía satisfecha. Con esto se convencía Maquiavelo del «valor de la crueldad». El exaltado fraile Savaronola hizo una República Cristiana que dominó durante cuatro años a Florencia. Maquiavelo no critica el método de Savaronola (también él propone que la religión que engañe al pueblo, y la subordina al poder estatal; uno no puede deducir si Maquiavelo creyó nunca en Dios, pero en su práctica no se le ve apenas admiración por la obra de la Iglesia, como no sea con subordinación a sus fines políticos) sinó que critica su fin (una República bondadosa, políticamente immobilista y de base religiosa no era aprobada por Maquiavelo; que la religión apoye a la política, y no que la religión apoye a la religión). Cuando muere Savaronola, Soderini adquiere el poder y acepta a Maquiavelo como secretario; nuestro frio político aprovecha este hecho para recoger durante años conocimientos morales y políticos. El hecho más tortuoso fué cuando el gobierno de Soderini cayó en desgracia y Maquiavelo fué metido en prisión y sometido a castigos físicos. Cuando fué indultado, se le desposeyó de todo cargo político y tuvo que trabajar de campesino durante un tiempo. Sin duda fué muy duro para él, pero no desfallecíó. Por la mañana se dedicaba al trabajo, por la tarde charlaba acaloradamente con el campesino o el panadero y jugaba a carte, y por la noche se sumergía en su ambiente favorito: se ponía ropas cómodas, se iba a la biblioteca y emprendía largas charlas con los hombres del pasado, anotando respuestas y comentarios. Fué en este ambiente donde hizo su principal libro: «El príncipe». En el 1520, Giulio de Medici subíó al poder y Maquiavelo pudo retornar al mundo de la política, con una tarea de investigación, cosa que nuestro immoralista esperaba desde hace tiempo. No obstante, la fortuna volvíó a ponerse contra Maquiavelo: Florencia, debilitada y con los políticos inactivos, se estaba preparando para su ruina, y cuando fué ocupada por Carlos V Maquiavelo fué retirado por sus cargos y murió enfermo (quizás de una aprendicitis) poco después.

Maquiavelo y Platón.

Una manera complementaria de entender a un pensador es mirando su pasado, a qué pensadores contradijo, a cuales siguió, qué objetivos buscava su filosofía o pensamiento, porque todo pensamiento contradice a algo, y ya se sabe que en la ética a veces el dibujito de un ángel anima más que una seria teoría sobre la lógica. En el caso de Maquiavelo, vemos su más importante antecedente en Platón. El gobierno ideal de Platón era una gigantesca utopía. Platón tenía interés en apaciguar todas las pasiones del hombre y en conseguir un gobierno en que la estabilidad en sí es bastante más importante que el gozo. Según Platón, pero (y en esto sí que no se contradice mucho con Maquiavelo) el filósofo-
governante tiene autoridad como para cometer cualquier crimen si es en nombre del bien. En la utopía platónica, el governante debe ser un filósofo versado en temas geométricos y matemáticos, con tal de atemperar las pasiones. El governante platónico, si es a favor de la preservación del gobierno y de la bondad, está autorizado a hacer cualquier cosa, pero si es fuera de la bondad, el gobernante no tiene derecho a nada y debe ser frenado. Incluso en «La República», nuestro socrático prohíbe que los gobernantes y los soldados tengan bienes propios, con la esperanza de que así no abusarán de ellos. Pero realmente pretendía Platón que tal gobierno se materializara? La verdad es que PLatón, como filósofo teórico, tiene un gran valor, pero como filósofo político, su valor es relativo según qué. Miremos las cosas tal como son: la utopía platónica nunca ha sido tomada seriamente por ningún gobernante ni de su tiempo ni posterior, al menos en el sentido de que nunca se ha intentado aplicarla. Los monarcas tenían demasiado apego a su poder como para dar apoyo a la «monarquía fríamente pragmática» que propónía Platón. Maquiavelo, en cambio, lejos de intentar ver a la realidad como Platón, «cómo debería ser», prefiere mirar las cosas tal como son. El príncipe, en bien del estado, debe poder hacer el mal y disimularlo con mentiras. Las virtudes filosóficas, como las de Platón o Aristóteles, quedan ya muy lejos en el Renacimiento. Maquiavelo, que se presenta como seguidor de una interpretación materialista de la realidad, escoge lo más práctico casi siempre, incluso cuando lo más práctico contrasta con lo éticamente correcto. Para Platón, claro heredero de su maestro Sócrates, el hombre puede ser educado en el bien a base de enseñarle teoría y con el temor al castigo; con la razón y la imposición, pues, se puede llegar a la virtud. Esta idea tuvo cierta continuación con el futuro, pero en Maquiavelo ya se ve rota. Para Maquiavelo, el hombre es un ser insaciable («los hombres te saldrán malos si una necesidad no les hace ser buenos»); por consiguiente, ha de tenerse en cuenta el refrenarles sus pasiones. Al hombre no le gusta que se le imponga nada en un estado, siente envidia, es disconformista, tanto le da la moral si puede actuar impunemente. Es lo que Nietzsche llamará «la voluntad de poder». Según Maquiavelo el príncipe ha de hacer algo paralelo al padre (aunque no utilice la expresión «paralelo al padre»): mantener unas normas, dar una fuerte autoimagen de amoroso y autoritario al mismo tiempo, impedir la anarquía y sofocar las pasiones que tenga el que manda. Ya se acabó la esperanza platónica en la virtud. Ahora el hombre será práctico, y sus intereses pervalecerán sobre «lo teóricamente bueno». Platón, con su immaterialismo, fué «una herramienta» del cristianismo durante la Patrística y la Escolástica. Ciertamente, Platón creía en la religión, pero desde el sentido de «mentira medicinal», es decir, que la fomentaba como engaño al pueblo. El gran filósofo creía que debía fomentarse el credo a los dioses del Olimpo (supongo que como la menos mala de las opciones), aunque Platón personalmente no creía en esta religión. Con Maquiavelo sucede una cosa distinta. El immoralista vive en otros tiempos, vive otras creencias, y para él la religión, en vez de ser «una mentira medicinal que busca obtener la ética del buen ciudadano», la religión, o sea el cristianismo, es para Maquiavelo «una mentira medicinal para uso del político pragmáticamente cruel». Como vemos, ha llovido mucho entre los sueños utópicos de Platón y el hiperrealismo de Maquiavelo…

Consecuencias prácticas de Maquiavelo Creo que en el párrafo anterior ya he descrito algunos de los detalles más básicos de Maquiavelo. Ahora es hora de hablar de algunos hechos prácticos del immoralismo de Maquiavelo, para que veamos cómo se puede aplicar la doctrina de este pensador a la práctica. Aunque sea sólo por entretenimiento, comentaré algunos consejos de Maquiavelo que dudo que fueran útiles para quien no fuera político, pero que son un buen reflejo de «cómo ha de actuar una persona sin escrúpulos». Para este párrafo me he fijado sobretodo en una lectura atenta de «El príncipe». Veamos. Según Maquiavelo, Alejandro Magno pudo conservar el reino de Darios, incluso tras su muerte podrían haberlo conservado sus herederos (de no haber sido por sus disputas internas) porque Alejandro destruyó toda la familia del príncipe, no sin dificultad, pero una vez destruidos, le fué fácil implantar el poder en este Imperio e incluso mantenerlo. Otro consejo, ya más aplicable al hecho común, es el que Maquiavelo prevé contra la liberalidad, o sea, contra el exceso de generosidad (el «yo te doy un montón de regalos, apréciame»). Según nuestro pensador, los governantes génerosísimos hacen unos grandes derroches que luego no pueden impedir, y después se ven obligados o, a mantener esta generosidad, o a quemar al pueblo a base de impuestos para poder permitirte esta generosidad. Y de un modo o otro, tu liberalidad la pagas. Por esto hay que procurarse de establecer unos límites morales y económicos a los vicios de uno mismo y de cualquiera con que tengas trato. Una persona que yo conozco, por ejemplo, derrocha mucho invitando a sus amigos; le pasará lo mismo de lo que avisa Maquiavelo: que la supergenerosidad la pagas, y que con tanta entrega a tus amigos, estos, nunca te tendrán en serio, y cada vez se acostumbrarán más a tenerte como «el invitador» y se harán, aunque sea en parte, la idea de «soy su amigo ayudado por la amistad». Otra cosa. Maquiavelo podría suscribirse a la teoría de «los buenos van al cielo, los malos a todas partes», porque alaba la virtud de los governantes que son crueles con unos pocos y así mantienen el estado, mientras que critica a los pueblos y príncipes crédulos que son buenos y dejan que sus enemigos les destruyan una parte de su patria, «seguros de que» así la sed de conquista de sus enemigos se parará. Así, Maquiavelo piensa como pensará Churchill, pues el governante inglés siempre vió con muy malos ojos la expansión del Imperio nazi de Alemania, pese a que los ingleses confiaban en que si Hitler dominaba Checoslovaquia esto pararía su sed de poder. Naturalmente, Hitler conquistó Checoslovaquia y esto significó un peligroso paso atrás para la democracia. Algo parecido deberían pensar los padres que dejan que sus hijos vayan con compañías indeseables o dudosas, «puesto que así no pasará nada», ya que antes de que se den cuenta, el hijo puede haberse enviciado y ya será más difícil ponerle remedio, y «como ahora ya no puedo hacer nada, pues no hago nada». Nada nada, a los problemas hay que ponerles remedio desde el principio, porque si dejas que empeoren, si confías en una esperanza que tu mismo sabes que es improbable, habrás de gastar el doble de fuerzas para remediarlo. No es por basarme en ninguna opinión pesimista de la realidad, pero el 100% de los hechos me muestran (digo «muestran», aunque estoy por decir «demuestran indudablemente») que la cosa es así. Una última cosa por acabar. Para Maquiavelo, un príncipe debe ocultar sus defectos, sobre todo los graves, e incluso mantener con disimulo aquellos defectos que no puede ocultar para permanecer en el poder. De esto se saca un valioso y bien sabido consejo de autoayuda, que aunque sea muy conocido no está utilizado en la medida que se merece: una persona cualquiera tiene defectos tal y como es, y debe traslucir sus virtudes, pero debe ocultar sus defectos, en parte a sus amigos pero sobretodo a los nuevos conocidos. Precisamente para ocultar estos defectos es necesario hacer algunos cambios y aceptar la mentira como herramienta social. En suma, saber practicar la amistad y la sinceridad cuando se vea la ocasión, pero también aplicar la prudencia y la picardía cuando haga falta. En otra ocasión (tardará un poco) daré más detalles de Maquiavelo, de su filosofía immoralista y de sus posibles aplicaciones a la autoayuda, pero no será hoy.

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