17 Jul

“Muerte en la carretera” es un artículo periodístico escrito por Carlos Colón, en el periódico digital Diario de Sevilla, el 28 de diciembre de 2001. En el presente texto, el autor realiza un exhaustivo análisis de las posibles causas del elevado número de accidentes de tráfico y consiguientes víctimas mortales. El artículo se encuadra en el subgénero de opinión, debido a que la principal meta del autor es inducir una reflexión sobre el lector no solamente acerca de este suceso, sino de la propia vida. Muestra un claro interés divulgativo, empleando para ello un lenguaje cotidiano con el propósito de que el receptor entienda claramente su mensaje. La función apelativa predomina sobre la representativa, pues a pesar de que parte de un hecho trágico conocido por todos como es la elevada mortalidad en la carretera, el firmante aprieta al lector para que no caiga en los mismos errores que muchos otros que hicieron caso omiso a los avisos.

                Como ya hemos indicado, el tema del artículo aparece ya desde el propio título: el problema de las muertes en la carretera. El procedimiento que utiliza el autor para comentar el mencionado problema es sencillo: presenta unos datos sobre los que luego reflexiona y comenta, e inductivamente realiza una conclusión. Colón se pregunta por todos los que perderán la vida durante las vacaciones de Navidad, pero sobre todo por sus familiares, las verdaderas víctimas de estas desgracias. A partir de aquí, comienza con una crítica a la sociedad actual, en permanente insatisfacción, que realiza locuras sin pensar en las consecuencias. Esta aparente despreocupación, este “nihilismo de masas que quita valor a todo”, constituye el centro de su argumentación, reforzada finalmente con una tesis que concluye el texto (“se conduce como se vive, se vive como se es o como nos obligan a ser; y cambiar el ser – o las condiciones que lo determinan – es más difícil que cambiar el firme de una carretera o el aceite de un coche. Es una cuestión, sobre todo, de valores.”).

                El texto se estructura en una clásica estructura introducción – cuerpo – conclusión, respetándose los márgenes entre ellos. Como hemos dicho, la introducción se inicia con un dato expositivo (“Más de setenta muertos se han cobrado ya la carreteras”), sin embargo, el autor no se limita a presentar el tema, sino que enfrasca al lector recurriendo a lo sentimental (“¿Cuántas miradas de amor no tendrán como objeto más que las fotografías?”). Atrapado el lector, se continúan presentando hechos en un segundo párrafo a cuya mitad termina la introducción, y comienza la argumentación, basada en las causas de estas inexplicables tragedias. Se distinguen entre ellas los fallos mecánicos y los humanos, siendo estos especialmente preocupantes. El autor apela a la prudencia y al sentido común en su conclusión.

                A pesar de que el artículo fue escrito hace una década, trata sobre un tema que nunca deja de estar de actualidad. La carretera es la enfermedad más letal en España, llevándose por delante decenas de vidas cada fin de semana, problema que pese a que la tecnología es cada vez mejor, no parece solucionarse. Numerosas familias quedan rotas por la muerte de sus miembros, y los que viven para contarlo, arrastran secuelas que les impiden seguir viviendo como lo hacían antes.


Para la argumentación de sus tesis, el autor repasa las posibles causas de un accidente. Por un lado se encuentra el estado de las infraestructuras y del propio vehículo, pero como bien dice el autor “estos serían los menos”. Para él, hay dos principales causas sobre las que expone sus argumentos: el azar y la despreocupación. El azar de la vida es mucho mayor en la carretera: “dos máquinas buscando una circunstancia en la que su encuentro sea mortal para quienes van en ellas”. Se trata de un argumento lógico. Por el contrario, los accidentes evitables son aquellos en los que interviene la despreocupación del lector y el “relativismo extremo de la sociedad”, que ha perdido ya el sentido de la vida y busca el máximo confort, concretándose eso en la búsqueda de la velocidad o en el llegar rápido a casa para tener tiempo libre. En opinión del autor, aquí radica el verdadero problema, puesto que es lo más difícil de solucionar. Se trata de invertir los valores en una sociedad dedicada al mínimo esfuerzo (valga la paradoja) y al consumismo más desmesurado.

                El texto se caracteriza por poseer un lenguaje altamente connotativo y expresivo, que evita la doble significación con el fin de que el lector capte la idea. Se podría decir que existe un predomino de fondo sobre forma.

                A nivel léxico-semántico, las palabras y construcciones destacan por su sencillez y por la transmisión de información sin rodeos (“Estos serían los menos.” “Sobre el azar hay poco que decir.” “La carretera le da más posibilidades de jugar con nosotros.” “¿Cómo podrían evitarse estas muertes?”). Pese a esto, es necesario recurrir a vocablos cultos (“estulticia”, “nihilismo”, “transmutación”). Se utiliza la recurrencia como esqueleto de la argumentación (“muertos”, “velocidad”, “azar”, “despreocupación”, “carreteras”), y para resaltar y establecer asociaciones de ideas entre ellas. El ejemplo más claro es la relación entre el anhelo de velocidad, lo mundano y causado por el absoluto relativismo, con la muerte. De la misma manera se emplea expresiones el juego de palabras “Reyes Malos”, como juego de palabras para transmitir siempre énfasis, pero nunca un sentido metafórico. Otro ejemplo es la personificación de la carretera (“le da más posibilidades [al azar]de jugar con nosotros de las que ha tenido nunca”).

                En el plano morfosintáctico, destaca la presencia de adjetivos calificativos, normalmente dotados con significados negativos (noche horrenda, vidas truncadas, sentido enfermo y compulsivo del viaje) cuando no lo están ya los propios sustantivos (ruidosa vulgaridad, relativismo extremo). La presencia de paralelismos “Mueren los fumadores, víctimas de su placer. Mueren los bebedores y los drogadictos, víctimas de su insatisfacción…) recoge también esa visión pesimista del autor cuando mira a aquello en que nos hemos convertido los humanos, que damos tanta importancia a lo superficial.

                Predomina la tercera persona del singular en la explicación de hechos y pensamientos, aunque aparecen formas también la tercera del plural (“Mueren los fumadores”) y la primera del plural (“Tengo para mí que la mayoría muere…). Con ello se distancia del comportamiento de aquellos que denuncia.

                En cuanto a modalidades oracionales, destacan, por un lado la enunciativa, pero son muy importantes las preguntas retóricas, que sensibilizan al lector y cambian la velocidad del texto. “¿Qué cifras tendremos el siete de enero?” “¿Cuánta soledades no empezarán estos días?” Obsérvese aquí el valor enfático del “no”. La pregunta también es un medio para interactuar con el lector, en otras palabras, para hacerle pensar. “¿De qué es víctima quien muere en la carretera” “Cómo podrían evitarse estas muertes?”

                A nivel textual, la cohesión se menciona por la mencionada alternancia entre pregunta y respuesta. De la misma manera, se utilizan conectores enfáticos (“Y aún no ha mediado la Navidad”), opositores (“pero), organizadores (“En cuanto a…) y el uso de “porque” con un valor explicativo, acompañado de afirmaciones categóricas que subrayan el sentir de esta sociedad “porque solo se es lo que se tiene”, “porque se conduce como se vive”…

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