29 Dic
Opción 2
Contexto y objetivo
Lucille es una adolescente de 15 años que se encuentra en un centro de menores en régimen semiabierto tras haber apuñalado a su padre después de años de abusos psicológicos continuados. Esta historia vital ha dejado una huella profunda en su construcción identitaria, generando una personalidad marcada por la desconfianza, la hipervigilancia, la agresividad y el desafío constante a la autoridad. Desde la educación social, la intervención con Lucille no puede limitarse a una lectura conductual del hecho violento, sino que exige una comprensión integral del trauma y de sus efectos en los procesos de socialización. El objetivo fundamental no es únicamente la contención o la adaptación normativa, sino la restitución progresiva de su agencia personal, entendida como la capacidad de pensarse, narrarse y actuar sobre su propia vida.
Marco integrador: palabras, interioridad y vacío
En este contexto, resulta especialmente pertinente articular un enfoque socioeducativo que combine distintas tradiciones filosóficas capaces de ofrecer herramientas para el acompañamiento del sufrimiento, la reconstrucción de la identidad y la reapropiación del propio proceso vital. Las aportaciones de Diógenes, Hildegarda de Bingen y Simone Weil, aunque alejadas cronológicamente, permiten configurar un marco integrador que articula palabra, interioridad y elaboración del vacío como ejes centrales de la intervención.
Aportación 1: parresía y anaideia (Diógenes)
En primer lugar, la parresía y la anaideia de Diógenes aportan una pedagogía de la verdad y del despojamiento radical de las convenciones sociales que encubren la violencia. La parresía implica el coraje de decir la verdad sin temor a la sanción, mientras que la anaideia supone el rechazo consciente de las normas sociales hipócritas que legitiman relaciones de poder injustas. Diógenes encarna esta actitud vital como forma de coherencia ética, defendiendo una vida en consonancia con la verdad, incluso cuando esta resulta incómoda. De ahí viene que Diógenes sostenía que «prefería decir la verdad antes que agradar» (Diógenes Laercio, 2007).
En la intervención socioeducativa con Lucille, esta ética cínica puede traducirse en la creación de un espacio relacional donde la adolescente tenga derecho a la palabra sin ser inmediatamente juzgada o corregida. Su agresividad, lejos de interpretarse únicamente como una conducta problemática, puede ser comprendida como un lenguaje defensivo que necesita ser escuchado. La educadora social, desde esta perspectiva, no adopta una posición moralizante ni paternalista, sino que actúa con coherencia, autenticidad y límites claros. Decir la verdad también implica nombrar los límites de la violencia, pero hacerlo desde una relación honesta que no reproduzca dinámicas de poder abusivas. De este modo, la parresía permite devolver a Lucille la posibilidad de narrar su experiencia sin máscaras, condición indispensable para cualquier proceso de responsabilización y cambio.
Aportación 2: intuición y voz femenina (Hildegarda de Bingen)
En segundo lugar, la intuición y la voz femenina defendidas por Hildegarda aportan una dimensión profundamente reparadora al acompañamiento socioeducativo. Hildegarda concibe el conocimiento como una experiencia integral que articula razón, emoción, cuerpo y espiritualidad, y otorga un lugar central a la escucha de la voz interior como fuente de verdad. Hildegarda afirma que «el alma conoce los caminos, aunque la razón los haya olvidado», subrayando la existencia de una sabiduría interna que precede a los discursos racionales y normativos.
Aplicada al caso de Lucille, esta perspectiva invita a reconocer que el trauma no solo afecta a la conducta o al pensamiento, sino que queda inscrito en el cuerpo y en la vivencia emocional. La educación social, desde esta mirada, debe generar espacios que permitan a la adolescente reconectar con su mundo interno de forma segura. Talleres de expresión artística, escritura autobiográfica, música o trabajo corporal pueden convertirse en herramientas socioeducativas que faciliten la elaboración del trauma desde lenguajes no exclusivamente verbales. De este modo, Lucille puede comenzar a reconstruir una identidad que no esté definida únicamente por la violencia sufrida o ejercida, sino por una voz propia que emerge desde la intuición y la experiencia corporal.
La propuesta hildegardiana resulta especialmente relevante para contrarrestar la tendencia a silenciar o patologizar las emociones intensas en contextos institucionales. Validar la emoción no implica justificar la violencia, sino reconocerla como una señal de una herida no elaborada. Desde esta perspectiva, la educadora social se convierte en una figura que acompaña, escucha y sostiene, favoreciendo un proceso de integración progresiva entre emoción, cuerpo y relato vital.
Aportación 3: aceptación del vacío (Simone Weil)
Por último, la aceptación del vacío propuesta por Simone Weil ofrece una clave fundamental para el trabajo socioeducativo con el sufrimiento profundo. Weil plantea que el ser humano tiende a aferrarse a identidades defensivas para evitar el dolor, y que solo aceptando el vacío y la ausencia es posible una transformación auténtica. Weil afirma de manera contundente que «el yo es lo que hay que destruir», entendiendo esta destrucción no como aniquilación, sino como un proceso de desidentificación respecto a las falsas construcciones que aprisionan al sujeto.
En el caso de Lucille, el “yo” construido desde la agresividad puede interpretarse como una armadura necesaria para sobrevivir a la violencia, pero que en el presente limita sus posibilidades de relación y desarrollo. La aceptación del vacío no implica resignación ni pasividad, sino la capacidad de sostener la herida sin huir de ella mediante la violencia o el desafío constante. Desde la intervención socioeducativa, esto supone acompañar a la adolescente en el reconocimiento de su dolor sin intentar llenarlo inmediatamente con normas, castigos o soluciones rápidas. Sostener el vacío significa respetar los tiempos del proceso y permitir que Lucille empiece a diferenciar entre su historia traumática y su identidad como sujeto.
Integración de las perspectivas
La integración de estas tres perspectivas permite configurar un enfoque socioeducativo que favorece de manera realista y profunda la agencia de Lucille. La parresía de Diógenes le devuelve la palabra y la legitimidad de su experiencia; la intuición hildegardiana le permite reconectar con su mundo interno desde una lógica no violenta; y la aceptación del vacío de Simone Weil le ofrece un marco para resignificar su sufrimiento sin quedar atrapada en él. En términos de socialización, este proceso se traduce en el aprendizaje progresivo de límites sanos, en la construcción de vínculos basados en la confianza y en la posibilidad de establecer relaciones que no reproduzcan esquemas de abuso o dominación.
Conclusión: hacia una pedagogía del cuidado
En definitiva, el trabajo socioeducativo con Lucille requiere una pedagogía del cuidado, de la verdad y de la presencia sostenida. Solo desde un enfoque que combine firmeza ética, escucha profunda y acompañamiento del dolor será posible que la adolescente transforme su experiencia traumática en un proceso de recuperación de la dignidad, la autonomía y la capacidad de construir relaciones sociales más justas y seguras.
Resumen práctico (puntos clave)
- Derecho a la palabra: crear espacios de parresía donde la joven pueda narrar su experiencia sin juicio inmediato.
- Herramientas no verbales: talleres artísticos y trabajo corporal que permitan elaborar el trauma inscrito en el cuerpo.
- Sostener el vacío: acompañamiento que respete los tiempos y evite soluciones punitivas o rellenadoras.
- Límites claros y coherencia: la intervención debe evitar dinámicas de poder abusivas y ofrecer contención ética.
Referencias citadas
Diógenes Laercio (2007).

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