01 Sep

La Justicia: Conceptos Fundamentales y la Teoría de Rawls

¿Qué es la Justicia?

Desde los inicios del pensamiento filosófico, la justicia siempre ha sido considerada como una virtud ética fundamental. Para garantizar nuestra convivencia con los demás es necesario que la justicia se respete. Pero ¿qué es exactamente la justicia?

De acuerdo con la definición generalmente aceptada, la justicia consiste en dar a cada persona lo que le corresponde.

En las sociedades tradicionales, donde existía un rígido reparto de papeles para las distintas funciones sociales, estaba bastante claro lo que correspondía a cada uno. En estos casos existía una visión compartida sobre lo que era justo o injusto.

Nuestras sociedades modernas, por el contrario, son mucho más diversas y complejas, de manera que no siempre es fácil saber lo que es justo o injusto. En el mundo actual conviven muchos grupos distintos de personas, que suelen tener opiniones diferentes acerca del bien. No todos estamos de acuerdo a la hora de determinar cuáles son los objetivos más importantes que debemos tratar de alcanzar en la vida.

En estas circunstancias resulta imprescindible encontrar la manera de elaborar unas normas mínimas de convivencia que todos podamos aceptar. Las éticas de la justicia se centran precisamente en analizar cómo podríamos crear esas normas armonizando la pluralidad de valores e intereses que caracterizan el mundo actual.

Las éticas de la justicia pretenden encontrar una forma adecuada para elaborar las normas que regulan nuestra convivencia respetando el pluralismo de las sociedades contemporáneas.

La Teoría de la Justicia de John Rawls

Las reflexiones sobre la justicia del filósofo norteamericano John Rawls comienzan por plantear una pregunta aparentemente sencilla: ¿Qué condiciones deberían cumplirse para que podamos decir que las normas que rigen nuestra sociedad son justas?

Según Rawls, las normas no son justas cuando están diseñadas para beneficiar a un grupo concreto de personas perjudicando al resto de la población. Para que podamos decir que en una sociedad reina la justicia, hace falta que todas las personas sean tratadas con imparcialidad. Eso significa que las normas no deben establecer diferencias injustas basadas en características personales como el color de la piel, el sexo, la inteligencia o la riqueza.

Si queremos establecer unas normas válidas que sean justas e imparciales, lo que debemos hacer es llegar a un acuerdo que sea aceptable para todos, independientemente de las circunstancias personales o de la posición en la sociedad.

La Posición Originaria y el Velo de Ignorancia

Para comprender cómo podríamos llegar a un acuerdo de este tipo, Rawls nos invita a imaginar que pudiéramos participar en el proceso por el cual se crean las leyes que regulan nuestra vida en común. Supongamos que todas las personas que van a formar parte de la sociedad pudieran reunirse para fundar su convivencia. En ese encuentro se tiene que llegar a un acuerdo sobre las normas que van a organizar la sociedad. Si queremos conseguir que las normas sean imparciales, ninguno de los participantes debe tratar de obtener privilegios basados en sus características personales. Rawls explica que esto podría conseguirse si las personas que están elaborando las reglas de convivencia no supiesen cuáles van a ser sus circunstancias en el futuro. Rawls llama posición originaria a esta situación ficticia que pretende reproducir las condiciones adecuadas para alcanzar acuerdos justos. En esta posición, los participantes no saben cuál va a ser su papel en la sociedad, como si existiese sobre ellos un velo de ignorancia que les impidiera conocer su situación futura.

La teoría de la justicia de Rawls introduce la idea de una posición originaria en la que los participantes estuvieran bajo un velo de ignorancia. En estas condiciones, las normas elaboradas entre todos serían justas porque respetarían la imparcialidad.

Supongamos que las personas que tienen que establecer las normas no pudieran saber cuál va a ser su inteligencia, su sexo, su etnia, su clase social o su riqueza en esa sociedad futura. Rawls piensa que en esa situación tratarían de hacer leyes justas e imparciales, de manera que no se vieran perjudicadas si en el nuevo reparto de papeles sociales les tocasen en suerte unas circunstancias desventajosas.

Los Principios de una Sociedad Justa

Si las normas que regulan nuestra sociedad pudieran establecerse en la posición originaria tras un velo de ignorancia, Rawls piensa que en esas circunstancias todos los participantes tratarían de conseguir que la posición social más desfavorecida tuviera las mejores condiciones posibles de vida. Esto, en la práctica, se traduce en dos principios fundamentales que constituyen la base de la justicia social:

  • Principio de Igualdad: Todas las personas deben gozar de derechos y de la máxima libertad posible. Lo único que puede limitar nuestros derechos y libertades es el respeto a los derechos y libertades de los demás.
  • Principio de Diferencia: Las diferencias sociales solo son justas cuando producen un beneficio para todos los individuos, incluyendo a los más desfavorecidos. Esto significa que en una sociedad justa no es preciso que todas las personas gocen de los mismos bienes y privilegios. Sin embargo, la desigualdad en la distribución solo es justa cuando también favorece a los que están en peor situación. Además, para que haya una verdadera igualdad de oportunidades es necesario que la sociedad compense las desigualdades que puedan existir entre las personas y que no se deban a una diferencia de mérito entre ellas.

El Contractualismo en la Edad Moderna: Hobbes, Locke, Rousseau y Kant

Thomas Hobbes: El Leviatán y el Pacto Social

El filósofo inglés Thomas Hobbes consideraba que el ser humano en estado de naturaleza es egoísta y vive en guerra con los demás hombres por su supervivencia. En estas condiciones la vida humana es precaria, breve, solitaria e insegura. Por eso surgió la necesidad de superar esta situación mediante un acuerdo que garantizase la paz y la tranquilidad de las personas.

Según Hobbes, el pacto social fue posible cuando todos los individuos renunciaron a la guerra de unos contra otros y aceptaron someterse a un único poder supremo capaz de poner fin a la continua inseguridad del estado de naturaleza. Este poder supremo es lo que caracteriza al soberano, que es quien crea las leyes y las hace cumplir. Para aclarar el significado de su teoría, Hobbes comparó el poder del Estado con el Leviatán, un monstruo terrible que se menciona en la Biblia y cuyo nombre sirve de título para su obra más famosa.

De acuerdo con la teoría de Hobbes, el soberano está por encima de las leyes porque él es quien posee el poder absoluto. Por eso esta propuesta política justifica la legitimidad de la monarquía absoluta. Sin embargo, la autoridad del soberano se basa en su capacidad para proporcionar seguridad a sus súbditos. De modo que si no es capaz de imponer la paz social, es justo que sea depuesto y sustituido por otro gobernante más eficaz.

John Locke: Derechos Naturales y Monarquía Parlamentaria

Frente a la teoría de Hobbes, John Locke creía que el ser humano está dotado de una serie de derechos que son válidos incluso en el estado de naturaleza. Todos tienen derecho a disfrutar plenamente de la vida, la libertad y la propiedad. Sin embargo, en el estado de naturaleza estos derechos no siempre eran respetados. Por eso fue necesario establecer un acuerdo para organizar la vida en común.

De acuerdo con Locke, el contrato social permitió crear una comunidad para proteger la libertad y la propiedad frente a la ambición y el egoísmo de unos pocos. Este contrato implica delegar el poder en unos representantes que deben ejercerlo al servicio del bien común. Si los gobernantes incumplen el pacto, los ciudadanos tienen derecho a destituir al gobierno. Locke piensa que el poder del gobernante no es absoluto porque nadie, ni siquiera el rey, debe estar por encima de la ley. La teoría de Locke permite de este modo justificar la legitimidad de una monarquía parlamentaria, en la que el poder del rey esté controlado por los representantes del pueblo.

Jean-Jacques Rousseau: La Voluntad General y la Soberanía Popular

Jean-Jacques Rousseau tampoco compartía la visión pesimista del estado de naturaleza propuesta por Hobbes. Rousseau pensaba que el ser humano en su estado de naturaleza era bondadoso y feliz. Lamentablemente, con la creación de la sociedad apareció la propiedad privada, que hizo surgir la envidia y la codicia, y que originó el enfrentamiento entre los seres humanos. Para remediar esta situación sería necesario refundar la sociedad, estableciendo un pacto social adecuado para que triunfe la justicia.

El contrato social debe servir para que el poder se oriente por la voluntad general, que persigue el bien del pueblo en su conjunto. Por eso el único soberano legítimo es el pueblo, que debe tener la posibilidad de participar directamente en los asuntos políticos. Los gobernantes solo son agentes encargados de realizar la voluntad general. Por eso, si no cumplen con el mandato recibido, pueden ser sustituidos por otros. De este modo, la teoría de Rousseau sirve para fundamentar la legitimidad de un sistema político democrático, en el que la soberanía esté en manos del pueblo.

Immanuel Kant: La Insociable Sociabilidad y el Contrato Originario

Immanuel Kant pensaba que los hombres tienen por un lado una sociabilidad natural, pero por otro una tendencia al egoísmo y el enfrentamiento. Kant se refiere a esta paradójica situación hablando de «la insociable sociabilidad humana«. Para organizar esta difícil convivencia el hombre ha de regirse por principios universales de la razón, que deben ser el fundamento de las leyes. Los hombres forman la sociedad dando su consentimiento al contrato originario, de forma que cada cual solo se somete a las leyes que libremente ha aceptado. La sociedad se convierte de este modo en el ámbito de la autonomía y la participación de los ciudadanos, a la vez que una garantía para el uso de la libertad individual.

Vigencia del Contractualismo

Más allá de las distintas formulaciones que se hicieron de ella en la Edad Moderna, la teoría contractualista ha mantenido su vigor hasta nuestros días como herramienta para reflexionar acerca de la sociedad. Algunas propuestas recientes de gran interés, como la teoría de la justicia de John Rawls o la ética dialógica de Jürgen Habermas, están claramente inspiradas en el modelo del contrato social.

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