15 Jul
El teatro español, tras la Guerra Civil, siguió una evolución semejante a la novela y pasó por las mismas etapas, si bien con ciertas peculiaridades. Dadas sus características especiales (mitad género literario, mitad espectáculo), este género estuvo más sometido que otros a presiones extraliterarias, como la presión comercial y la censura.
Aunque autores como Benavente y Arniches siguieron escribiendo y estrenando con éxito, la guerra supuso una inevitable ruptura. Figuras clave como Valle-Inclán, García Lorca y Muñoz Seca murieron (los dos últimos asesinados), y muchos otros marcharon al exilio. Entre los exiliados, destaca Alejandro Casona, autor de un teatro poético, muy bien construido, que plantea el conflicto entre la ilusión y la verdad.
En los años sesenta, Casona regresó a España, donde sus obras comenzaron a representarse. Algunas habían sido escritas antes de la guerra (La sirena varada, premio Lope de Vega en 1934, o Nuestra Natacha), otras durante el exilio (La dama del alba) o ya en España (El caballero de las espuelas de oro, sobre Quevedo).
Tendencias Teatrales en los Años Cuarenta
Además de obras ligeras, revistas y vodeviles con los que el público aspiraba solo a divertirse, en los años cuarenta encontramos un teatro bien construido en la línea de la alta comedia de Benavente. Este se caracterizaba por diálogos elegantes, fluidos, ágiles e ingeniosos, y abordaba temas de tipo moral o social, tales como problemas familiares, envidias, ambiciones personales, celos o adulterio, entre otros. Estos temas se trataban unas veces en un tono grave o ideológico (J. I. Luca de Tena, J. Mª. Pemán, J. Calvo Sotelo), y otras en un tono más ligero, amable o sentimental (Edgar Neville, López Rubio, Víctor Ruiz Iriarte).
Mención aparte merece la obra de dos autores fundamentales de este periodo: Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura.
Su teatro desarrolla las posibilidades cómicas del lenguaje mediante equívocos, diálogos brillantes y juegos de palabras disparatados. Sin embargo, a menudo, ese humor esconde una visión amarga y escéptica de la realidad. Ambos comparten igualmente lo que se podría llamar “absurdo lógico”, puesto que sorprenden al espectador presentando situaciones disparatadas o absurdas que se explicarán a lo largo de la obra.
Enrique Jardiel Poncela (1904-1952)
Novelista y dramaturgo, Jardiel Poncela había conseguido ya popularidad y prestigio antes de la guerra. Entre los títulos de sus comedias destacan: Cuatro corazones con freno y marcha atrás o Eloísa está debajo de un almendro.
Miguel Mihura (1906-1977)
Mihura escribió teatro, guiones de cine y periodismo humorístico (fue fundador y director de La Codorniz). En 1952 se estrenó Tres sombreros de copa, escrita veinte años antes, época en la que no pudo representarse porque su estética vanguardista era incomprendida por el gran público. La obra alcanzó un gran éxito entre el público joven universitario, que vio en Mihura una cierta rebeldía vital que rompía con la forma y los temas del teatro del momento.
Mihura propone una visión diferente de la sociedad, puesto que manifiesta simpatía por unos personajes libres de prejuicios y marginales, enfrentados con un mundo cursi, encorsetado y convencional, que se presenta bajo la apariencia del orden y la decencia. El lenguaje vanguardista emparenta la obra de Mihura con Jardiel Poncela y Gómez de la Serna, y su visión crítica de la sociedad lo liga al teatro del absurdo de Beckett o de Ionesco.
Tras el éxito de Tres sombreros de copa, Mihura evolucionó hacia un teatro en el que suavizó los argumentos conflictivos, aunque conservó el chiste absurdo, el lenguaje disparatado y el tono satírico, por ejemplo en Maribel y la extraña familia (1959) o Ninette y un señor de Murcia (1964).
El Realismo Social en el Teatro
Con un ligero retraso respecto a la novela, surgió en la segunda mitad de los años cincuenta la llamada generación realista. El realismo social llevado al teatro produjo una serie de dramas caracterizados por:
- Temas sociales: la injusticia social y política, la emigración, la intolerancia, entre otros.
- Un tono pesimista, amargo y desesperanzado.
- Personajes planos, sin complejidad psicológica, a los que se ve sobre todo como representantes de un sector social (semejantes al protagonista colectivo de la novela de estos mismos años).
- Un lenguaje sencillo, directo, violento en ocasiones, con abundante presencia de giros coloquiales.
Alfonso Sastre: El Teatro de Denuncia
El principal representante de este grupo es Alfonso Sastre, defensor de un teatro de denuncia y protesta, que sea un instrumento agitador y transformador de la realidad. En 1953, estrenó Escuadra hacia la muerte, escenificada por un teatro universitario y prohibida tras solo tres representaciones. A partir de entonces, la obra de Sastre (La mordaza, Muerte en el barrio, Guillermo Tell tiene los ojos tristes) fue conocida solo a través de representaciones minoritarias hechas por aficionados o mediante la lectura.
En el teatro de Alfonso Sastre predomina lo social sobre lo individual; de ahí deriva un cierto simplismo y esquematismo en la creación de personajes y ambientes. En su última etapa, el teatro de Sastre evolucionó del realismo social hacia un drama más simbólico e imaginativo.
Otros autores destacados de este grupo son Carlos Muñiz (El tintero) y Lauro Olmo (La camisa).
Con todo, el principal nombre, no solo de esta época sino de todo el teatro español a partir de 1939, es Antonio Buero Vallejo.
Antonio Buero Vallejo: Tragedia y Simbolismo
Se dio a conocer en 1949 ganando el premio Lope de Vega con Historia de una escalera. Su teatro plantea un problema moral: la búsqueda de la verdad, difícil y dolorosa, pero necesaria. Es trágico, al modo clásico, porque cada personaje es, en último extremo, el responsable de sus actos, que la sociedad condiciona, pero no determina, y debe sufrir sus consecuencias. La contemplación de su tragedia surte efecto en otros personajes y en el espectador (la catarsis, otra característica trágica, alcanzada por el temor o la piedad ante lo que se contempla).
Las obras de Buero son realistas en el sentido de estar construidas con diálogos verosímiles en escenarios igualmente reales, pero son a la vez simbólicas porque transcienden esa realidad y se cargan de significado (la celda en La Fundación o el sótano en El tragaluz).
Lo mismo ocurre con los personajes. En este sentido, son muy numerosos los personajes con taras físicas o psíquicas, símbolo de las limitaciones humanas o de la soledad del hombre; pero muchas veces desarrollan un sexto sentido que les permite superar esas limitaciones, produciéndose la paradoja del “loco lúcido” o el “ciego vidente”. Los ciegos son precisamente sus personajes más repetidos (En la ardiente oscuridad, El concierto de San Ovidio, Llegada de los dioses).
Tradicionalmente, se divide su producción en tres grupos:
- Dramas realistas: suponen un examen crítico de la sociedad española. Se identifican en general con los primeros años de su carrera dramática (Historia de una escalera, Hoy es fiesta).
- Dramas históricos: el pasado se convierte en el vehículo idóneo para analizar de forma distanciada las cuestiones del presente (El concierto de San Ovidio, Un soñador para un pueblo, Las meninas, La detonación).
- Obras de carácter simbólico: marcadas por la creciente presencia de procedimientos escenográficos —denominados «efectos de inmersión»— que introducen al espectador en el paisaje interior de los personajes: la obsesión del padre con el tren en El tragaluz; la sordera de Goya en El sueño de la razón.
El Teatro en la Década de 1960: Renovación y Experimentación
A finales de los años sesenta, la renovación teatral supuso la superación definitiva del realismo y la experimentación de nuevas formas dramáticas, siempre en un ambiente de crítica social, moral y política. Se constituyeron compañías de actores y directores que gestionaban sus propios locales, al margen del teatro comercial. En general, se inclinaron por el teatro concebido como un espectáculo de tono vanguardista, experimental, elaborado, la mayoría de las veces, por ellos mismos, integrando texto, mimo, circo, cabaret, en busca del espectáculo total.
Otros recogieron la herencia renovadora de los dramaturgos europeos de la segunda mitad del siglo XX, como Bertolt Brecht y su teatro épico, fuertemente comprometido políticamente, o Antonin Artaud (cuyo teatro de la crueldad intentó llevar a los escenarios algunos de los postulados del surrealismo). También influyó el teatro del absurdo de S. Beckett y E. Ionesco, que ponía en escena obras sin argumento coherente, protagonizadas por personajes carentes de psicología, que hablaban sin escucharse en medio de disparatados escenarios con la intención de plasmar en la escena la falta de sentido de la existencia humana, sometida a circunstancias inesperadas e inexplicables.
A mitad de la década de los setenta, la ebullición teatral quedó patente en la existencia de 150 grupos no comerciales, teatros de aficionados, de cámara, universitarios y teatros experimentales.
Teatros Independientes y Dramaturgos Vanguardistas
Entre los teatros independientes que se consolidaron, destacó el TEI (Teatro Experimental Independiente, de Madrid). Otros aún se mantienen en activo, como los catalanes Els Joglars y Els Comediants o los andaluces de La Cuadra.
Junto a los grupos teatrales, se pueden citar algunos dramaturgos vanguardistas como Francisco Nieva o Fernando Arrabal, quien, desde su exilio voluntario en París, triunfó con su provocador teatro pánico.
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