22 Jul
Por tanto, tú, Ambrosio, que santamente temes a Dios, y tú, Protocteto, tan piadoso, ya no vivís según la carne o como niños en Cristo (1 Cor 3,1).
Como aquellos a quienes llama Isaías «recién destetados» y «retirados de los pechos», escuchad lo que anuncia el profeta a los que han sido ya destetados, a los atletas: «aflicción tras aflicción», tribulación no solo una vez.
Quienes no rechacen la «aflicción tras aflicción», los que las acojan como nobles atletas, inmediatamente recibirán más y más esperanza, gozo después de las tribulaciones pasadas.
En su magnificencia sabe cómo alimentar los dones de quienes hayan demostrado amarle con toda su alma hasta despreciar, dentro de lo posible, los propios vasos de barro (2 Cor 4,7).
Liberación
Creo que aman a Dios con toda su alma quienes, por su gran deseo de amistad con él, la liberan por la separación del cuerpo terrenal y por el desapego de las cosas.
Su desprendimiento tiene lugar incluso dejando en segundo término al cuerpo miserable (Flp 3,21), cuando llega la hora de abandonar el cuerpo mortal por lo que llamamos muerte.
«Todos los días» expansionaba su alma rechazándolo una y otra vez, pesaroso y desasosegado en su flaqueza. Dice: «Entraré en la tienda admirable, la casa de Dios, entre gritos de júbilo y alabanza y gentío festivo» (Sal 42,3-4).
Gozosos en la tribulación
Por eso, os suplico recordéis en las circunstancias presentes el inmenso galardón preparado en el cielo para quienes son perseguidos e injuriados por causa de la justicia.
Si advertís que alguna vez el alma retrocede, dejad que los sentimientos de Cristo (Flp 2,5) que habita en nosotros le digan en su lamento: «¿Por qué estás triste, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, pues he de alabarle» (Sal 43,5).
De corazón y de palabra
Antiguamente dijo Dios a Abraham: «Sal de tu tierra» (Gn 12,1). A nosotros tal vez nos diga dentro de poco: «Sal de toda tierra».
Los que son hábiles para buscar argumentos parecerán haberse preocupado por la sabiduría, y quienes se hayan propuesto llevar una vida honrada parecerán haberse entregado a la rectitud.
Pero el único pueblo que combate por la verdadera religión es la raza escogida, sacerdocio real, nación santa, pueblo de su posesión (1 Pe 2,9).
A otros ni siquiera les pasa por la mente que si hubiera combates declarados contra el pueblo religioso, se iba a ofrecer a la muerte por su religión prefiriendo morir por la fe a vivir sin ella.
Convencido en todo momento de que ha de escuchar a Dios que dice: «No tendrás otros dioses fuera de mí» (Ex 20,3) y «No invocarás los nombres de dioses en tu corazón, ni se oiga en vuestra boca» (Ex 23,13).
Sinceridad y apariencias
Suponte, sin embargo, que aquel que dice: «No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba, en los cielos, etc.» (Ex 20,4), quiere decir que hay diferencia entre «No te inclinarás ante ellos» y «No los adorarás».
Quien no cree en ellos, sino que aparentemente los adora por cobardía —que él llama acomodarse a las circunstancias—, de modo que al parecer sea religioso como la [missing text].
Escrito en el mismo texto: «Invitaron al pueblo a los sacrificios de los ídolos, y el pueblo comió y se postró ante sus dioses y practicaron los ritos de Baal Peor» (Núm 25,2-3). Fíjate que no dice: «Y adoraron sus ídolos».
No era posible, después de tan grandes signos y prodigios, que en un instante las mujeres con quienes ellos habían fornicado los convencieran de que sus ídolos eran dioses.
Oirás su voz y le serás fiel cuando te saque de esas tierras y te asocie con él, por lo que el Apóstol llama «realizar su crecimiento en Dios» (Col 2,19).
Asimismo el juramento por la fortuna de los hombres, algo que no existe. Cuando eso se nos proponga debemos acordarnos de aquel que enseñó: «Pero yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5,34).
Falsos profetas
Esperamos también al profeta de la iniquidad, quizás no solo uno, sino muchos, que nos hablará como si fuesen palabras del Señor, pero palabras que el Señor no le ordenó (Dt 18,20.22), palabras de sabiduría vacías de toda sabiduría (1 Cor).
Dios celoso
Al llegarnos la hora de afrontar la adversidad nos conviene entender lo que Dios quiere enseñarnos cuando dice: «Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso» (Ex 20,5). Sucede lo que con el novio.
Así también aquel que da los mandamientos, en especial si se presenta como el primogénito de toda la creación (Col 1,15), dice al alma, su esposa, que Dios es celoso.
De este modo quienes le oyen se mantienen alejados de la fornicación con demonios llamados dioses. Así es como un Dios celoso dice de aquellos que siguen el camino de fornicación tras otros dioses: «Me han encelado con lo que no es Dios, me han irritado con sus vanos ídolos.»
Con la misma medida
Aun cuando no sea por sí mismo, el novio aparta de toda mancha a su prometida, porque él es prudente y sin pasión.
Se dirige a ella con nobleza y la exhorta a que abandone la fornicación. ¿Podría sobrevenir al alma peor mancha que reconocer a otro en el lugar de Dios y dejar de confesar al que es verdadero y único Señor?
Queda mutilado por separarse de aquel de quien ha renegado. Reconoce, pues, que, por ser esto probablemente cosa evidente y necesaria, Dios confiesa al que le confiesa y niega al que le niega.
Por tanto, tú que has fijado la medida para confesarme, y la has llenado por tu confesión (Mt 23,32), recibirás de mí la medida de mi confesión, buena, apretada, remecida, hasta rebosar sobre tu regazo (Lc 6,38).
Medida llena
Podríamos considerar del siguiente modo cómo la medida de la confesión está llena o vacía o deficiente.
Suponte que soportamos de nuestros adversarios cualquier reproche, desprecio, burla, calumnia, y la compasión que ellos creen tener de nosotros, porque dan por supuesto que estamos en el error, que somos locos, por lo cual nos llaman equivocados.
O a su madre o para quienes nos son muy queridos en la vida y desean que continuemos vivos, nos desprendemos de todos ellos y nos entregamos plenamente a Dios, a vivir con él, junto a él, como aquellos que se miran en comunión con su Hijo único y sus discípulos (Heb 3,14).
Martirio, alianza plena
Tengamos también en cuenta que hemos aceptado las alianzas de Dios, convenios que hicimos con él cuando nos comprometimos a vivir en cristiano.
El que uno deba negarse a sí mismo, llevar su cruz y seguir a Jesús, está escrito en Mateo, pero el texto que he citado se encuentra también en Lucas y en Marcos. Escucha a Lucas: «Decía a todos: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.»
En Marcos se lee: «Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.»
«Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mc 8,34-37).
Esto sucede si Cristo vive en nosotros. Si queremos salvar la propia alma para ganarla aún mejor, perdámosla por el martirio. Si la perdemos por causa de Cristo, poniéndola a sus pies, con una muerte por él, con ello ganaremos la verdadera salvación.
Cuando una persona ha perdido o defraudado su propia alma, aunque gane todo el mundo, no podrá pagar ningún rescate por el alma que ha perdido, porque el alma, creada a imagen de Dios (Gn 1,27), vale más que todo el cuerpo.
El mayor tesoro
Por lo cual, uno de esos ya martirizados, mayor aún que otros mártires, que tenía deseo cristiano de saber, ascenderá muy rápido a tales alturas.
Tú, san Ambrosio, que, considerando con gran esmero los dichos del evangelio, eres capaz de ver que quizás ninguno o solo unos pocos alcanzarán el muy especial y grande río de bendiciones.
Jesús dijo a los apóstoles: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.»
«Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» (Mt 19,27-29).
Alguien diría (aunque no sé si con verdad) que tal vez esos padres son aquellos que fueron una vez mártires y dejaron hijos, por lo cual han llegado a ser padres de padres: el patriarca Abraham y otros patriarcas.
Quien más da, más recibe
Quizás alguno se muestre celoso de los mejores dones y llame mártires benditos a los que son ricos y son padres, porque centuplican su paternidad o ganan terrenos y casas por cientos.
Lo mismo sucederá con aquellos que por gran amor de Dios han roto y rasgado tan admirables lazos como estos, además del amor al cuerpo y a la vida, y que han vivido realmente la palabra de Dios, viva y activa, más cortante que espada de dos filos (Heb 4,12).
Por consiguiente, es justo para quienes no han sido probados con torturas y sufrimientos ceder los primeros puestos a quienes han demostrado su paciencia en los instrumentos de tortura, en diferentes clases de potros y en el fuego.
Este argumento sugiere que nosotros, pobres, aun cuando fuésemos mártires, deberíamos dejar libres los primeros puestos para ti que, por tu amor a Dios en Cristo, pisoteas la engañadora fama tan buscada por la mayor parte de la gente.
Como ángeles
Fíjate, además, en el respeto que muestra la sagrada Escritura al prometer muchos y cientos de veces más hermanos, hijos, padres, terrenos y casas.
(Mc 10,30), pues no dice que todo el que deje hermanos o hermanas o padres o hijos o terrenos o casas o mujer por mi causa va a recibir recompensa.
Si nos dejamos llevar por falsos ídolos nos dirá: «Apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros padres más allá del reino y en Egipto, y servid al Señor» (Jos 24,14).
Al principio, pues, cuando tú ibas a ser instruido, habría estado bien decirte: «Pero si no os parece bien servir al Señor, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora.»
Más aún, en los acuerdos sobre religión hace tiempo vosotros disteis a vuestro catequista esta respuesta: «También nosotros serviremos al Señor porque él es nuestro Dios» (Jos 24,18).
Por tanto, si todo el que rompe los acuerdos con los hombres no tiene perdón ni salvación, ¿qué diríamos de aquellos que renegando hacen nulos y vacíos los compromisos adquiridos con Dios? Se vuelven a Satanás a quien habían renunciado por el bautismo.
Combate
Un gran teatro está lleno de espectadores para presenciar vuestros combates y las invitaciones al martirio, como si tuviésemos que hablar de una gran multitud reunida para ver competiciones de atletas por llegar a ser campeones.
(Is 55,12), o, lo que ojalá no suceda, los poderes del abismo, que se alegran del mal, nos alentarán. Y no está fuera de razón ver, valiéndonos de las palabras de [missing text].
Y si alguno con grande y gloriosa esperanza en Dios es vencido por la cobardía o por los sufrimientos que haya tenido que padecer a causa de su fe, oirá esto: «Ha sido precipitada al infierno tu arrogancia al son de sus cítaras.»
Si alguno ha brillado con frecuencia en las iglesias iluminándolas, como el lucero del alba, con sus buenas obras que lucen ante los hombres (Mt 5,16), y si después en el gran combate ha perdido la corona de tal trono, oirá: «¡Cómo has caído de los cielos, lucero, hijo de la aurora!»
Esto le será dicho a aquel que por renegar se ha hecho semejante al diablo: «Serás arrojado por las colinas como cadáveres corrompidos entre los muchos que cayeron por la espada y bajaron al infierno.»
«Así como un vestido manchado en sangre no se lava, tú tampoco serás purificado» (Is 14,19-20). ¿Cómo se limpiará aquel que está manchado con sangre y asesinatos, con mancha de caída renegante, manchado con tan gran mal?
Cuando esto ocurra es una bendición dirigir a Dios la palabra que el profeta pronunció con osadía: «Nos llegó todo eso sin haberte olvidado, sin haber traicionado tu alianza, sin haber vuelto atrás el corazón» (Sal 44,18-19).
Camino
Recordemos que mientras estemos en la presente vida hemos de pensar en otros senderos fuera de la vida y decir a Dios: «No habían dejado nuestros pasos tu sendero» (Sal 44,19).
Pero cobrando ánimo digamos también: «Si hubiésemos olvidado el nombre de Dios o alzado nuestras manos a un dios extranjero, ¿no se habría dado cuenta Dios?» (Sal).
Fidelidad
Entremos en combate para ganar perfectamente el martirio exterior y más aún el martirio en lo secreto, para que podamos también proferir el grito apostólico: «El motivo de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia de que nos hemos conducido en el mundo, sobre todo respecto de vosotros, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios.»
Si el temor de los jueces que nos amenazan con la muerte nos perjudica con sentimientos terrenos (Rom 8,6), digámosle con el verso de los Proverbios: «Hijo mío, honra al Señor y prevalecerás.»
Héroes
Lo que Salomón dice en el Eclesiastés viene bien al tema: «Felicité a los muertos, que ya perecieron, más que a los vivos que aún viven» (Ecl).
Así procedió Eleazar, quien, acogiendo la muerte con honra mejor que la vida con deshonor, se encaminó al tormento con propia decisión (2 Mac 6,19).
Eleazar tomó una resolución digna de sus noventa años, dignidad de su edad avanzada, digna de las canas que había alcanzado con distinción, digna de su excelente vida, incluso desde la juventud, y más aún conforme a la santa ley dada por Dios.
Dijo: «A mi edad no puedo fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas, también ellos, por mi simulación y por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga infamia y deshonra a mi vejez.»
«Por eso, al abandonar ahora valientemente la vida, me mostraré digno de mi ancianidad, dejando a los jóvenes un ejemplo noble al morir generosamente con ánimo y lealtad por las leyes venerables y santas» (2 Mac 6,24-28).
Pido que cuando estéis a las puertas de la muerte, o mejor de la libertad, en especial si se os aplican torturas (pues es lo más probable que las sufráis por decisión de los poderes adversos), os valgáis de palabras como estas: «El Señor que posee la ciencia santa sabe bien que pudiendo librarme de la muerte soporto flagelado [missing text].»
Así murió Eleazar, como se dijo de él: «Eleazar dejó su muerte como ejemplo de nobleza y recuerdo de virtud no solo para los jóvenes, sino también para la gran mayoría de la nación» (2 Mac 6,31).
Lo soportó como otros sufren la circuncisión, convencido de que en esto estaba cumpliendo el compromiso de la alianza con Dios. No satisfecho Antíoco, le cortó las manos y pies a la vista de los otros hermanos y de su madre.
No satisfecho con esto, Antíoco mandó que el hermano, inmovilizado ya por la tortura y todavía con respiración, fuese echado al fuego de asadores y calderas (2 Mac 7,5).
Podríamos aplicarnos en estas circunstancias las palabras que dirigieron a los que se portaron de aquel modo y decir: «El Señor Dios vela y con toda seguridad se apiadará de nosotros» (2 Mac 7,6).
Los sirvientes del cruel tirano le desgarraron la piel de la cabeza cabelluda y le invitaban a cambiar de parecer, pidiéndole que escogiese entre comer la carne sacrificada a los ídolos o que los miembros de su cuerpo fuesen torturados uno a uno (2 Mac 7,7).
Por amor de Dios las pisoteó. Sacó inmediatamente la lengua cuando se lo mandaron y extendió sus manos con decisión (2 Mac 7,10) mientras decía: «Por don del cielo poseo estos miembros, por sus leyes los desdeño y de él espero recibirlos de nuevo» (2 Mac 7,11).
Antíoco se daba cuenta de que este era verdadero hermano de los otros que habían pasado por tan grandes sufrimientos como si fueran nada.
Pensó que le persuadiría con invitaciones y promesas, con juramentos de hacerle rico y envidiable si renunciaba al camino seguido por sus hermanos y formase parte de los amigos del tirano.
Madre fuerte
Entonces pudo verse a la madre soportando los sufrimientos mortales de sus hijos con valentía, puesta su esperanza en el Señor (2 Mac 7,20).
El rocío de la verdadera fe y los vientos de santidad no permitieron que prendiese en sus entrañas el fuego del amor que arde en todas las madres bajo tan pesados males. Creo del mayor provecho, por lo [missing text].
Resumir la historia que he resumido de las Escrituras para que podamos ver cuánto poder tiene la fe y el amor a Dios contra los más pesados sufrimientos y tormentos más agudos.
La debilidad humana no se da en la misma ciudad con este amor de Dios, pues se aleja del alma y no tiene poder para actuar cuando una persona puede decir: «El Señor es mi fuerza y mi canción» (Sal 118,14) y «todo lo puedo en aquel que me conforta, Cristo Jesús, nuestro Señor» (Flp 4,13).
Por «cáliz» se entiende el martirio, como está claro en el siguiente versículo: «Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mc 14,36).
Consideradas sus diferencias con profunda sabiduría rechazó una clase de muerte martirial, mientras que en secreto buscó el martirio que era probablemente más penoso.
Pero de ningún modo era esta la voluntad del Padre, más sabia que la voluntad del Hijo. Era el Padre quien disponía los acontecimientos con modo y orden más profundo de lo que veía el Salvador.
Claramente, el «cáliz de salvación» en los Salmos alude a la muerte de los mártires. Por eso, el verso «la copa de salvación levantaré e invocaré el nombre del Señor» está seguido de «mucho vale a los ojos del Señor la muerte de los que le aman» (Sal 116,13-15).
Martirio y bautismo
Acordémonos también de los pecados que hemos cometido y que es imposible obtener el perdón de los pecados fuera del bautismo.
Así se llama, como es evidente por el hecho de que «podéis beber el cáliz que yo voy a beber» está seguido de «o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado» (Mc 10,38).
(Sal 50,13), las almas de los que han sido degollados por testimonio de Jesús (Ap 20,4) no sirven en vano al altar del cielo y administran el perdón de los pecados a los que lo piden.
Sacerdotes sin tacha, sirvieron a Dios ofreciendo sacrificios sin mancha, mientras que aquellos que estaban manchados y ofrecían sacrificios manchados, como Moisés describe en el Levítico, eran separados del altar (Lev 21,17-21).
¿Quién otro es el sacerdote sin mancha sino la persona que confiesa firmemente y llena todos los requisitos que exige el martirio?
Primavera
Pero no nos sorprendamos si la gran bendición del martirio que va a ser su profunda paz, calma y tranquilidad, ha de comenzar por aparente tristeza, y, por así decir, con glaciales condiciones.
(7,14) para manifestar qué conocimiento ha alcanzado en orden a guiar su vida de manera que pueda tener lugar lo que se dice en el Cantar de los Cantares a la esposa, cuando, ya salva, haya pasado el invierno.
Debes recordar que no podrás oír «ha pasado el invierno» de ninguna otra manera que entrando en el combate de este invierno presente con toda tu fortaleza, poder e interés.
Tentación y caída
Sabemos que una vez nos hayamos decidido, por amor a Jesús, a abandonar los ídolos y el ateísmo que adora muchos dioses, el enemigo no puede inducirnos a cometer idolatría aunque nos fuerce a ello.
¿En qué estado se halla la persona que ha abandonado el yugo suave y la carga ligera de Cristo (Mt 11,30) para someterse de nuevo al yugo de los demonios y cargar con el peso del más grave pecado!
Actualidad del combate
No se reduce a mero recuerdo histórico la estatua de oro que levantó Nabucodonosor para amenazar a Ananías, Azarías y Misael siendo arrojados al horno encendido si no la adoraban (Dan 3).
Por nuestra parte imitemos a aquellos hombres santos para poder gustar del rocío celestial que extingue el fuego levantado en nosotros y refresca nuestra mente.
Del Dios de Israel» (Est 4,17). Derribemos la estatua de Bel con la palabra de Dios, y con Daniel demos muerte al dragón para que cuando nos acerquemos a la boca del león no nos cause daño alguno.
Perseveremos, pues se dice en medio de los nobles hechos de Job: «Acaso, al ver cómo brillaba el sol y la luna que marchaba radiante, mi corazón en secreto se dejó seducir y mi boca besaba la mano? También hubiera sido una falta criminal por haber renegado del Dios de lo alto» (Job 30,27-28).
El martirio, privilegio de amigos
Fijémonos en que las profecías sobre el martirio no las hizo el Señor dirigiéndose a las multitudes, sino a los apóstoles.
Lucas escribe lo siguiente: «Cuando os lleven a las sinagogas ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo defenderos, o qué decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12,11-12).
Luego, en su evangelio: «Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios.»
«Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un solo cabello de vuestra cabeza.»
«Se levantarán hijos contra padres y los matarán, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre: pero el que perseverare hasta el fin, ese se salvará» (Lc 13,11-13).
También la siguiente exhortación al martirio, que se halla en Mateo, fue dicha solamente a los Doce: Nosotros debemos oírla, pues oyéndola nos haremos hermanos de los apóstoles que la oyeron, y seremos contados entre ellos.
Este es el pasaje: «No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma: antes bien, temed a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena» (Mt 10,28).
«Yo os digo: por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios.»
Y en otro lugar: «Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ese se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en la propia gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles» (Lc 9,26).
En el mismo sentido escribe Marcos lo siguiente: «Porque quien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles» (Mc 8,38).
Los que nos matan, pues, acaban con la vida del cuerpo, que eso significa «no temáis a los que matan el cuerpo», que se halla con las mismas palabras en Mateo y en Lucas (Mt 10,28).
Por lo cual, hemos de confesar al Hijo de Dios ante los hombres y no ante los dioses, para que él, que es confesado, nos confiese en cambio delante de Dios su Padre, y confiese en el cielo a quien le confesó en la tierra.
Confesor ante los hombres, confesado ante Dios
¿Quién puede considerar esto sin exclamar con el Apóstol: «Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros»?
Pues ¿cómo puede fallar la confesión delante del Padre siendo mucho más importante que la confesión delante de los hombres? Y ¿cómo no va a sobrepasar en los cielos la confesión de aquel que ha sido confesado en el más alto grado por la confesión que los mártires en la tierra hacen del Hijo de Dios?
Si probada y veraz es la persona y sus semejantes a quienes el Señor prueba con tormentos como el oro en el horno y acepta como sacrificio de holocausto (Sab 3,6), ¿qué diremos de aquellos que fueron probados en el horno de la tentación y renegaron?
Batalla espiritual
Declaremos batalla para evitar la negación y también para evitar que no puedan avergonzarnos quienes, ajenos a Dios, piensan que sufrimos lo que corresponde a la ignominia.
Lo evitas especialmente tú, san Ambrosio, honrado y acogido en grandes y numerosas ciudades, si ahora fueras intencionadamente en procesión llevando la cruz de Jesús y siguiéndole cuando él va delante de gobernadores y reyes (Mt 16,24).
Él está contigo para mostrarte el camino del paraíso de Dios y cómo tú puedes pasar por los querubines y la espada flameante que gira en torno y guarda el camino que conduce al árbol de la vida (Gn).
Espada de Dios
Por consiguiente, no debemos negar al Hijo de Dios ni avergonzarnos de él, «ni de ser suyos, ni de sus palabras». Escuchemos esto: «A quien me niegue delante de los hombres, le negaré yo delante de mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,33).
También: «Quien se avergüenza de mí y de mis palabras, de ese se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles» (Lc 9,26).
Porque la palabra de Dios es viva y activa, más cortante que una espada de dos filos, penetrante hasta las fronteras del alma y del espíritu, de las coyunturas y de las médulas, y escruta los pensamientos y sentimientos del corazón (Heb 4,12).
Jesús señala claramente la distancia entre la imagen del hombre de la tierra y la imagen del hombre del cielo (1 Co 15,49) para que, tomando nuestra parte celestial en el tiempo, pueda luego transformarnos por completo en celestiales, si no en meramente divinos.
Hermanos y hermanas, recordad el dicho: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.»
Vosotros dos, Ambrosio y Protocteto, recordad que «si alguno no viene donde mí y no odia, además, las cosas primeras, incluso la propia alma, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,26).
Y como nosotros hemos de odiar nuestras almas para que alcancen la vida eterna, así tú, Ambrosio, has de odiar a la mujer, hijos, hermanos y hermanas que tienes, para que puedas amar lo que odias haciéndote amigo de Dios por medio del odio verdadero y así alcanzar la libertad para beneficiarlos.
Los hijos
Recuerda también al que oró en Espíritu por los hijos que dejan los mártires por su amor a Dios pidiendo que «guarde a los hijos de los condenados a muerte» (Sal 78,11, versión LXX).
Así también les dirán a tus hijos: «Sé que sois descendencia de Ambrosio», pero si «vosotros fuerais sus hijos habríais hecho lo que él hizo». Probablemente lo harán, porque después de esta muerte les ayudarás más que si hubieses permanecido [missing text].
El mundo pasa
Por tus anhelos de martirio da lugar al Espíritu de tu Padre, que habla en los arrestados por su fe (Mt 10,20). Si se ven odiados y abominados y considerados impíos, entonces ten presente este dicho: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; [missing text].»
Recuerda que, según Pedro, vais a desbordar de alegría «aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo» (1 Pe 1,6-7).
«Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él, puesto que todo lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas— no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,15-17).
Por tanto, no te aficiones a lo pasajero, sino que, cumpliendo la voluntad de Dios, hazte digno de ser uno con el Hijo y con el Padre y con el Espíritu Santo conforme a la oración del Salvador que decía: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17,21). ¿Cuántos días podemos ganar amando «el mundo o las cosas del mundo»?
Y, en cambio, perdemos y destruimos la propia alma, llevando una conciencia hundida por el peso demasiado grave, bajo la carga de la negación (1 Jn 2,15).
Recordemos cada cual cuántas veces uno ha estado en peligro de muerte ordinaria y consideremos que quizás hemos sido preservados de ella de manera que, bautizados con [missing text].
Perseverancia
Pero si alguno, por amor de la propia vida o riquezas, o por su debilidad ante los sufrimientos y debates, piensa que es admisible ponerse de lado de quienes tratan de inducirle a conducta vil, o niega que hay un solo Dios y su Cristo, dándose, en cambio, a los demonios y a la fortuna, sepa que [missing text].
«Copa para la fortuna» (Is 65,11; Prov 9,2) abandona al Señor y se olvida de su santo monte al ceder ante tales desgracias.
«Vosotros, los que abandonáis al Señor, los que olvidáis mi monte santo, los que ponéis una mesa a Gad y llenáis una copa a Meni, yo os destino a la espada y todos vosotros caeréis degollados porque os llamé y no respondisteis, hablé y no oísteis, sino que hicisteis lo que me desagrada, y lo que no me gusta elegisteis.»
«Mirad que mis siervos se alegrarán, mientras que vosotros pasaréis vergüenza. Mirad que mis siervos cantarán con corazón dichoso, cuando vosotros gritéis con corazón triste y gimáis con espíritu quebrantado.»
Más aún, si entendemos lo que es la mesa del Señor y queremos participar de ella, acordémonos de este versículo: «No podéis beber del cáliz del Señor y del cáliz de los demonios» (1 Co 10,21).
Y si entendemos lo que significa el verso «Yo os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros de nuevo en el reino de mi Padre» (Mt 26,29), escucha esta advertencia: «No podéis beber del cáliz del Señor y del cáliz de los demonios» (2 Co 10,21).
Suponte que alguien ha oído decir a Juan, el hijo del trueno (Mc 3,17), «el que niega al Padre y al Hijo, y todo el que niegue al Hijo tampoco posee al Padre» (1 Jn 2,22-23).
Por fe
Si hemos pasado de la muerte a la vida pasando de la infidelidad a la fe, no nos sorprendamos de que el mundo nos odie (Jn 15,18.24).
Porque ninguno que haya fallado en pasar de la muerte a la vida y que haya permanecido en la muerte puede amar a aquellos que han pasado de la tenebrosa casa de la muerte, por así decir, a las casas construidas sobre piedras vivas y llenas de la luz de la vida (1 Pe 2,5).
Acojamos con gran entusiasmo los sufrimientos de Cristo y abunden en nosotros, si nosotros realmente anhelamos el abundante consuelo con que todos los que lloran van a ser consolados, aunque no en la misma medida para todos (Mt 5,4).
Aprendamos esto de uno que hizo tales afirmaciones con firme convicción, pues «sabemos que como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación» (2 Co 1,7).
Los mártires de Cristo desarman con él a los poderes y principados y participan en su triunfo como compañeros de sus sufrimientos, haciéndose también de este modo compañeros de las valientes proezas llevadas a cabo con sus sufrimientos (Col 2,15). Estos hechos incluyen triunfar sobre los principados y potestades que, en breve tiempo, verás conquistados y humillados.
Mos: en «apuros», para que caminando con perseverancia por sendero recto y estrecho (Mt 7,14) lleguemos a la vida. Si es necesario, recomendémonos también a nosotros mismos con «azotes, cárceles, sediciones, fatigas, desvelos, ayunos» (2 Co 6,5).
Durante los muchos peligros de que hemos sido liberados hay quien dice que fuimos «bien conocidos» por Dios. Ahora no nos inmutemos porque prefieran llamarnos «desconocidos», cuando probablemente somos mejor conocidos. Así, sobrellevando lo que nos [missing text].
Nuestra riqueza
Habla Pablo de aquellos que padecieron al principio y los anima a soportar la segunda acometida de peligros que afrontan por causa de la palabra con paciencia digna de la vez primera:
«Traed a la memoria los días pasados en que después de ser iluminados hubisteis de soportar un duro y doloroso combate, unas veces expuestos públicamente a ultrajes y tribulaciones, otras haciéndoos solidarios [missing text].»
Colaboradores del mal
Hay algunos que no entienden cómo viven los demonios, que para permanecer en esta espesa atmósfera de la tierra necesitan alimentarse de humaredas, por lo cual están con ojo avizor siempre para ver dónde hay olor y sangre de sacrificios al fuego y humo de incienso.
A esta opinión respondemos diciendo que, si aquellos que suministran alimentos a ladrones, criminales y bárbaros, enemigos del gran rey, atentan contra el bien común y son castigados, con cuánta mayor razón deben serlo los que con sacrificios alimentan a los siervos del mal para que vivan en esta región terrena.
Esos hacen tales males por haberse alimentado de sacrificios. Los demonios y cuantos los mantienen en la tierra se hacen corresponsables por llevar males a los hombres, pues los demonios no podrían mantenerse sin el humo que se levanta y los alimentos que se piensa corresponden a sus cuerpos.
Por eso piensan que no importa si una persona dice «yo adoro al primer Dios» o «Dios» o «Zeus», y que no hay diferencia si una persona afirma «yo honro y acojo al sol» o «Apolo», «la luna» o «Artemisa», «al espíritu en la tierra» o a «Demetrio» y a todos los demás de que hablan los griegos.
Quien lo entienda verá que si los nombres fuesen algo meramente convencional, entonces los demonios o cualquier otro poder invisible no obedecerían cuando son invocados por aquellos que los conocen y llaman por su nombre.
Cuando se las pronuncia en alta voz, debido a alguna propiedad invisible, nos traen inmediatamente a aquellos a quienes invocamos.
Si esto es verdad y los nombres no son meramente convencionales, el primer Dios no puede ser llamado con ningún nombre fuera de los que le dan los adoradores, los profetas, nuestro Salvador y el mismo Dios.
Nuestro Creador ha infundido en nosotros deseos de la verdadera religión y amistad con él, de modo que aun cuando pecamos continúan en nosotros las huellas de la voluntad divina. ¿Por qué lo habría hecho, si fuese imposible a los seres racionales alcanzar lo que anhelan por naturaleza?
Claro está que cada uno de nuestros miembros está constituido naturalmente para mantener la relación que le es propia: los ojos, relación con lo visible; [missing text].
¿Por qué, pues, retrocedemos y dudamos en posponer el cuerpo perecedero, la tienda terrena que nos entorpece, abruma el alma y agobia la mente?
En él recibiremos la múltiple sabiduría y seremos modelados por la verdad, que es él mismo. Por la verdadera e incesante luz del conocimiento, nuestras mentes serán iluminadas para ver lo que hay que ver por naturaleza en la luz con ojos iluminados por el mandamiento del Señor (Sal 19,8).
Vengan sobre este edificio la lluvia de los espíritus y la malicia de lugares celestes (Ef 6,12), las inundaciones de nuestros enemigos, los poderes y principados, los vientos impetuosos [missing text].
La buena semilla
El sembrador ha salido a sembrar. Probemos que nuestras almas han recibido su semilla: no la que cayó a lo largo del camino, ni la caída sobre roca, ni la sofocada entre espinas, sino la de tierra buena (Mt 13,3).
Muchos testificarán a favor nuestro diciendo que no recibimos la semilla entre espinas, pues verán que ni los cuidados de este mundo, ni la seducción de las riquezas, ni los placeres de la vida han sido capaces de frustrar la palabra de Dios en nuestros corazones.
Está presente el tiempo de la gran prueba, cuando lo que se sembró sobre roca brotará como aquellos que no ahondaron lo suficiente y no recibieron a Jesús en lo profundo del alma.
En san Mateo leemos: «El que fue sembrado en pedregal es el que oye la palabra y al punto la recibe con alegría.»
Marcos dice: «De igual modo, lo sembrado en pedregal son los que, al oír la palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, son inconstantes y en cuanto se presenta la tribulación o persecución por causa de la palabra sucumben en seguida» (Mc 4,16-17).
Según san Lucas: «Los que caen sobre roca son los que, al oír la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz, creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten» (Lc 8,13).
Respecto a los que llevan mucho fruto, dice la Escritura: «El que fue sembrado en tierra buena es el que oye la palabra y la entiende: este sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta» (Mt 13,23).
—Dice Marcos— «son aquellos que oyen la palabra, la acogen y dan fruto, el treinta, el sesenta y el ciento por uno» (Mc 4,20). Y según Lucas: «Los que caen en buena tierra son los que, después de haber oído, conservan la palabra con corazón bueno y recto, y fructifican con perseverancia» (Lc 8,15).
Por consiguiente, siendo «campo de Dios y edificación de Dios» como dice el Apóstol (1 Co 3,9), un campo de tierra buena, edificación sobre roca, permaneceremos inconmovibles ante tormentas y huracanes.
Como campo de Dios no demos importancia ni al diablo ni a la tribulación o persecución que sucede por causa de la palabra, ni a los cuidados del tiempo presente, ni a la seducción de las riquezas ni a los placeres de la vida.
Busquemos los placeres, por así decir, del paraíso de delicias considerando en cada uno de nuestros sufrimientos que esta ligera y breve aflicción nos proporciona el tesoro eterno de la gloria, que está por encima de toda comparación, porque buscamos no las cosas que se ven, sino las cosas invisibles (2 Co 4).
Sangre que clama al cielo
Lo dicho sobre Abel cuando le asesinó el perverso Caín sabemos que se aplica a todos aquellos cuya sangre ha sido derramada inicuamente.
Supongamos que el versículo «Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo» (Gn 4,10) se dice por igual a cada uno de los mártires, cuya sangre es voz que clama a Dios desde la tierra.
Hay razón poderosa para calificar de muerte especial la que es martirio o exaltación, como está claro en el versículo «Cuando yo sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí» (Jn).
Especialmente ahora, cuando has merecido conocer mejor los misterios de Dios, has de tener mayor y más rico entendimiento, más eficiente para cuanto ha de venir hasta que lleguen a parecerte pueriles y corrientes mis palabras.
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