23 Feb

EL NOVECENTISMO Y LAS VANGUARDIAS

            La Primera Guerra Mundial (1914-1918) supuso el derrumbe de la Europa liberal. Aunque España se mantuvo neutral, se vio inevitablemente afectada por el conflicto y sus  consecuencias. Se vivieron años de fuerte tensión social, más allá de la aparente estabilidad del reinado de Alfonso XIII, que no supo dar cuenta adecuada a problemas como las reivindicaciones de los movimientos obreros, el separatismo catalán o el gobierno de los restos coloniales en África. El golpe de estado de Primo de Rivera (1923) puso fin a la Restauración, intentando un rumbo autoritario semejante al que se emprendía en Italia por entonces con el fascismo.

            Es precisamente en torno a los años de la Gran Guerra  cuando se da a conocer un grupo de intelectuales que manifiestan un modo nuevo de enfrentar la realidad española y el arte. José Ortega y Gasset, y la Revista de Occidente, publicación que él funda y dirige, son los adalides de la renovación. A la orientación de estos intelectuales y artistas, a veces llamados generación del 14, se  la denominó novecentismo (referencia al nuevo siglo, el “novecientos”), pues se planteaban la superación de todo lo decimonónico (incluyendo en ello hasta el Modernismo) por la adopción de una actitud fundamentalmente racional, rigurosa y disciplinada ante la actividad intelectual, política o artística. Forman parte de la tendencia, en primer lugar, y aparte de Ortega, intelectuales como Eugenio D’Ors, Manuel Azaña, Gregorio Marañón, o Julio Rey Pastor; narradores como Gabriel Miró o Ramón Pérez de Ayala, y poetas como Juan Ramón Jiménez.

            Rasgos comunes de los novecentistas fueron el ya mencionado rigor intelectual, la tendencia a un arte “puro” y minoritario, el cuidado en la elaboración de la obra (la búsqueda de la “obra bien hecha”), perceptible en un estilo muy trabajado, y la reflexión sobre el atraso de España y la necesidad de su acercamiento a Europa. El predominio de lo intelectual sobre lo emotivo suele reflejarse en el empleo de un tono menos vehemente que el de los autores del 98.

            José Ortega y Gasset fue ensayista fecundo que dio curso a su pensamiento en una prosa brillante y expresiva, al tiempo que precisa. Sin que constituyese ningún sistema filosófico, sus ensayos, que abarcan un espectro muy amplio de temas, desarrollan una visión vitalista del mundo. Cabe destacar aquellos en que reflexiona sobre la sociedad contemporánea, como España invertebrada  (1921) o La rebelión de las masas (1929), y los que recogen sus ideas estéticas, como La deshumanización del arte (1925), análisis y defensa de las tendencias vanguardistas del arte de su época, que ejerció una influencia notable sobre los autores de la Generación del 27.

            Ramón Pérez de Ayala, novelista que desarrolló también actividad política y periodística, convierte sus narraciones en instrumentos didácticos, de denuncia de males de la sociedad española: del caciquismo, en sus Novelas poemáticas de la vida española (1916); de la enseñanza en centros religiosos, o de los estragos que producía la falta de educación sexual de los jóvenes (Los trabajos de Urbano y Simona) o el añejo concepto de honra (Tigre Juan). Para ello, el autor no duda en incluir extensos comentarios sobre los asuntos en cuestión, haciendo de sus obras una suerte de novelas-ensayo.       
Gabriel Miró, prosista de sensibilidad exquisita, funde la narración con la lírica, en novelas como Nuestro Padre San Daniel y, sobre todo, en sus libros de “estampas” (El libro de Sigüenza , El humo dormido …), donde presenta situaciones cargadas de emoción con una lengua llena de matices y sensualidad. No muy distante de la estética modernista, se nos muestra más en la tierra (en su tierra levantina, que retrató repetida y minuciosamente) que los autores de ese movimiento

   En poesía, el más mejor de esta generación fue Juan Ramón Jiménez.
Habiendo comenzado muy joven en las filas del modernismo (con libros como Arias tristes o La soledad sonora , evolucionó hasta dar a luz un nuevo modo de concebir la creación al que se llamó “poesía pura”. Comenzó en 1917 con Diario de un poeta recién casado y siguió en obras como Eternidades (1918) o Belleza (1923). En ellos, Juan Ramón, habiendo despojado a sus versos de “los ropajes del modernismo”, y con una lengua más austera, ofrecía una poesía que nacía del conocimiento o que guiaba hasta él (a la “verdad”, que por sí encerraba “belleza”). En consonancia con la visión novecentista, su poesía nacía, pues, más de la inteligencia que del sentimiento. Continuando en esa dirección, en los últimos años de su vida sintió haber alcanzado algo de ese absoluto que perseguía, y lo plasmó en un tipo de creaciones, muy próximas a la mística, a las que dio el nombre de “poesía suficiente” (La estación total , Animal de fondo ). 


            Durante el periodo que nos ocupa, en Europa tuvo lugar una especial efervescencia artística movida por un violento afán de renovación. Se sucedieron y superpusieron un conjunto de pequeños movimientos que compartían ese impulso de ruptura y una actitud provocadora: se les llamó, con nombre  apropiadamente militar, vanguardias.
Fue en las artes plásticas donde alcanzaron mayor desarrollo y variedad, pero algunos de ellos también tuvieron su vertiente literaria. A menudo plasmaron sus planteamientos estéticos en breves escritos a los que, con término político, llamaron “manifiestos”. Ahí quedaba clara su tendencia a la controversia, que llevaba incluso a enfrentamientos entre ellos. Los principales movimientos con actividad literaria fueron el futurismo, el expresionismo, el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo
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            El futurismo, fundado por el italiano F.T. Marinetti en 1909, propugnaba un arte que captase y transmitiese la energía, la velocidad, el progreso…, pilares, a su entender, de los nuevos tiempos. Temas y motivos relacionados con esos conceptos fueron tratados con procedimientos que los reflejaban o potenciaban, como  la ruptura de las convenciones tipográficas o el uso de palabras aisladas, no sujetas a un discurso continuado (Marinetti las llamó “palabras en libertad”).            El expresionismo, movimiento más disperso que los otros, surgido en los países germánicos, intentaba  reflejar de forma exageradamente crítica la realidad social de la época, utilizando para ello procedimientos deformantes, cosificadores e incluso caricaturescos. Narradores como  Franz Kafka o Alfred Döblin siguen esa orientación.            El cubismo, iniciado por Pablo Picasso, tuvo en Guillaume Apollinaire su impulsor literario. De su creación destacan los Caligramas (1918), poemas en los que el texto forma dibujos que son reflejo de su significado. En otros poemas, intenta formar visiones de conjunto por la yuxtaposición de detalles aparentemente inconexos.            El dadaísmo, nacido en Suiza durante la guerra, con Tristan Tzara como cabeza, pretendía la liberación de toda norma y convención, no sólo estética, sino también social. Tuvo como primer objetivo el de atentar contra el pensamiento y las “buenas costumbres” burguesas,  mediante la actuación espontánea e irracional. En los actos de ese tipo residía, para los dadaístas, la verdadera creatividad, que no debía tener como meta la creación de obras con intención de permanencia, y estaba al alcance de todas las personas.            El surrealismo, cuyo primer manifiesto es de 1924, surge en París de la mano de un grupo de dadaístas encabezados por André Breton, y fue el movimiento que supo trazar una teoría más sólida y ejercer un influjo más amplio; tanto, que puede rastrearse su huella  hasta nuestros días, así en la creación literaria como en  la plástica (incluyendo fotografía y cine). En principio, pretendía lograr, de forma más efectiva que el dadaísmo, la liberación intelectual y artística de los seres humanos, para lo cual, y basándose en las teorías de S. Freud, no bastaba con ser “espontáneo”, sino que era necesario liberar el subconsciente de las ataduras impuestas por la conciencia. Para lograrlo, experimentaron técnicas diversas que propiciaban las asociaciones libres, el aprovechamiento del azar y la afloración de imágenes subconscientes. La “escritura automática” fue la más utilizada, y gracias a ella nacieron obras que, aparentemente incoherentes, seguían la lógica profunda de los sueños y tenían una gran capacidad perturbadora. El deseo de liberar a las personas de sus ataduras fue llevado aún más allá por Breton, quien postuló que la liberación completa debía incluir también lo político, siguiendo el camino defendido por la teoría marxista. En consecuencia, a partir de 1929, planteó la necesidad de unir surrealismo y comunismo. En esa dirección, sólo le siguió una parte del grupo surrealista.

           En España, los movimientos de vanguardia encontraron un difusor constante en Ramón Gómez de la Serna, quien, en las varias revistas y muchos artículos que fue publicando desde 1909, fue dando cuenta admirativa de la marcha de las artes en Europa. A esa labor propagandística, se suma la propia labor creativa de Ramón (así se hacía llamar), que tuvo mucho de vanguardista, aunque no se sumase a ningún movimiento concreto, pues él decía que lo suyo era un movimiento unipersonal, el “ramonismo”. En su extensa obra, formada por novelas, ensayos, obras teatrales y otras inclasificables, destaca su portentoso poder de creación de imágenes partiendo de lo más cotidiano. Esa fue la base del género que inventó y que integró en todas sus obras: la greguería.

Fue más tarde cuando el vanguardismo llegó a producir movimientos autóctonos. Estos fueron el ultraísmo y el creacionismo.
El primero (que pretendía, según sugería su nombre, ir “más allá” de todos los “ismos”) fue un movimiento heterogéneo, impulsado por Rafael Cansinos-Assens en 1919, y que tuvo las revistas Grecia y  Ultra como portavoces. Era, simplemente, el movimiento, fundamentalmente poético, que recogía ideas y modos de hacer de otros movimientos europeos como el futurismo y el dadaísmo. Rasgos frecuentes en las obras ultraístas fueron la temática “moderna” (máquinas, deporte, velocidad…), el uso libre de la tipografía y la profusión de imágenes insólitas. Autores que formaron parte del ultraísmo fueron Guillermo de Torre o Adriano del Valle.

            El creacionismo fue un movimiento fundado por el chileno Vicente Huidobro, que vivió en Madrid en 1919 tras una estancia en París. Concebía la escritura poética como un acto de creación de una realidad autónoma, independiente del mundo real, gracias, sobre todo, al manejo de imágenes (en su utilización constante coincidía con el ultraísmo). Juan Larrea y Gerardo Diego fueron, aparte de Huidobro, los principales creacionistas.

            Por último, el surrealismo fue, quizás, el movimiento que mejores frutos dio en nuestra lengua, pero no constituido como un grupo, sino manifestado, más adelante, en parte de la producción de varios poetas de la Generación del 27: Federico García Lorca, en Poeta en Nueva York (1930); Rafael Alberti, en Sobre los ángeles (1928); Vicente Aleixandre, en Espadas como labios (1932) y La destrucción o el amor (1935), o Luis Cernuda, en Los placeres prohibidos (1931) y Donde habite el olvido (1934). Fueron éstas obras poéticas en las que los autores alcanzaron una libertad desbordante en el uso de imágenes y asociaciones subconscientes, de apariencia onírica y de una fuerza elemental. No se atuvieron, sin embargo, a las técnicas más ortodoxas del surrealismo, como la escritura automática.

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